Las espinas de un bosque llamado hombre, llamado Poesía
por Ana María Fuster Lavín
Escritora puertorriqueña
“Las sílabas nocturnas y los versos blancos / trazaron con símbolos, mientras dormía, / un claro en medio del bosque.” Carlos Roberto Gómez Beras, del poema Bosque, pág. 125
“La poesía es un intento de aproximación a lo absoluto por medio de los símbolos”, comentó el inolvidable poeta español, radicado y exiliado en Puerto Rico, Juan Ramón Jiménez. Estos símbolos son los recursos poéticos, la selección de vocablos, imágenes, ritmo e, incluso, espiritualidad, misterios y certezas, de lo vivido y leído, de lo sentido y anhelado, y de ese parto etéreo, casi cosmogónico de la creatividad. Así el propio poeta, el laureado escritor y editor caribeño de Isla Negra Editores, Carlos Roberto Gómez Beras, nos reafirma –-en su poemario más reciente La espina que florece (Ed. Isla Negra, 2023), presentado recientemente en la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo y ahora en 2024 en San Juan-- que en ese claro del bosque, o luminosidad de la poesía, “están las respuestas a mis rezos, // que no son otras que mis temores // a ser yo mismo lejos de mi derrota” (pág. 125, del mismo poema Bosque, que sirve de espina dorsal del libro, y nos permite construir esta reseña a modo del método de la parte por el todo, en este brevísimo comentario de un poemario hermosamente abarcador, complejo y carente de excesos innecesarios).
En La espina que florece, el yo, la naturaleza, el amor, y la fe o “dios” se funden en ese abrazo: “donde nos habla en silencio/ y donde todo lo que se ha roto/ vuelve a ser una sola cosa / intocada, sin tiempo, / como una rosa en un poema” (del poema Sueño, pág. 15, a modo de pórtico del libro). Ya desde sus primeros versos de esta bitácora del poeta nos transportan a aquella cita del querido poeta José Hierro: «Soy de los que consideran la poesía como una fe en la vida, [pues] La poesía sirve para decir aquello que no se puede decir».
Así, a través de sus páginas, las espinas y sus cicatrices brotan desde el universo interior del poeta para deslumbrarnos ante su secreto a punto de florecer. Igualmente, la voz poética nos afirma: “Si los árboles nos abrazan, entonces, el hombre es un bosque” (Bosque, pág. 125); ante lo cual, todos los poemas son piezas fundamentales de su naturaleza humana, terrenal y casi mística. Carlos Roberto Gómez Beras nos invita a este bosque donde somos espectadores hipnotizados y cómplices ante esas raíces líricas que florecen desde las espinas, el corazón y las palabras. Nuestros pasos por sus páginas serán siempre de tres en tres, frente a sus complejidades, defectos y deslumbramiento; frente al enigma de la vida, el corazón, la muerte (en sus distintos significados); recalcamos, todos estos conceptos presentados en triadas. Vida, recuerdo, olvido, pues ya nos escribe el poeta Gómez Beras, “el olvido es una muerte, que nos mantiene vivos” (en el poema Olvido, pág. 19), igual como marchitarse, fecundarse, renacer. O como en el poema Viernes, pág. 41, cuando
“La lluvia trae consigo un tiempo
donde fuimos semilla, rama y hoja.
El viernes es el día donde mueren
las bestias, los hombres y los dioses”.
En este nuevo poemario, Carlos Roberto versa, además, “el misterio insondable de la belleza” —desde su infinita creatividad y profunda sensibilidad— y nos revela la Trinidad del origen, la esencia, la palabra, dividiendo este poemario en 3 secciones Cielo-Axis-Tierra (o bien pueden ser Dios/el Amor/el Alma). O la trinidad del trabajo del poeta que define en el poema Muerte, pág. 25 como “un oficio hecho de labor, emoción y respeto”, en el que la voz poética se aferra a las palabras, aunque acepte que nombrar o decir puede ser “ingrato”, si no se alcanza igualmente ese hablar sin palabras como en su poema Lenguaje, donde une la Trinidad, Dios-Madre-Comunicación (y esta última en nombrar-silencio-lenguaje), pues “la vida se queda en las palabras /La muerte se marcha en los silencios”. (Voyeur, pág. 33). Otra trilogía, palabra, silencio y la divinidad como mujer, poseen la clave.
Sí, la divinidad mujer-poesía posee el secreto de la salvación en este poemario a modo del Evangelio del poeta: ese secreto-mujer en la revelación de ese espíritu santo en cuerpo de poesía que canta, suspira, golpea a la puerta, tal como versa al final del poemario en el poema Tres (pág. 139) en el que esa divinidad o mujer insomne revela:
“Y así, desde el centro de la noche,
te llamará el poema.
Cantará tres veces como un ave. //…”
Y toda esta mística en La espina que florece es producto de un desarrollo del conocimiento y autoconocimiento humano y literario. Vemos, cómo a través de los años, la poesía de Carlos Roberto Gómez Beras ha transitado desde una macroplenitud universal hacia lo más cercano, una universalidad personal, una contundente madurez radicada en la intimidad del hombre, para culminar en la esencia, en especial desde ese Mapa al corazón del hombre (publicado en 2012) -sin olvidar aquella hermosa Paloma de la plusvalía (1996)- formando con cada poemario (Erratas de la fe (2015) Sólo el naufragio (2018), Aposento (2019), Un largo suspiro (2021), Inventario (2022)) un rompecabezas que esperemos nunca complete, porque la poesía misma es infinita, como la sensibilidad e intelecto de nuestro gran Poeta, con su fuente de energía humana y cósmica en el amor, el acto de amar, pues sabiamente Gómez Beras nos educa a fuerza de versos “Nada es más importante
que el amor, //ni siquiera la verdad//…//
El amor es una plenitud
desconocida como un cielo
que nos promete una voz
nacida del prójimo que nos habita
a nos(otros) mismos (del poema Amar, pág. 55)
Si ya en su poemario anterior Inventario describió un recuento de su vida, sus oficios y roles humanos, ahora nos seduce e invita a un viaje reflexivo a través de su Evangelio del Poeta, con versos libres de maquillajes metafóricos y desnudos de lugares comunes, pero cargados de un gran estudio, reflexión y contenido semántico. Inventario se puede visualizar claramente como el puente o transición poética, mística, reveladora o invitación a su siguiente poemario, este que presentamos hoy La espina que florece en el poema que cierra, donde culmina en lo que Gómez Beras denomina “aprender a leer la fe de lo que muere” de Inventario donde el poeta versa “Un día, creo que fue el último/decidí hacer algo sagrado”… e inevitablemente a eso “sagrado” que definitivamente nos abre las puertas a La espina que florece.
Estos nuevos poemas, que “hablan silencios”, pues en la poesía el silencio es la raíz de las palabras, transitan cual parábolas desde la génesis de su fe (en Dios, la Poesía, la esencia universal), hacia el epicentro del hombre (en otra triada: amar, enamorarse, esa Ella), para finalmente arribar a su alma (o su esencia), que florece en nuevas triadas que definen la existencia, sin dar explicaciones, pues la buena literatura es siempre un reto, una flor que surge desde la inmensidad solitaria de la palabra donde el “cuerpo es cicatriz de una caída desde el cielo”.
El misterio de la Poesía transita en estas páginas, revelándose en una última trilogía Madre- Hijo-Poesía donde el pico del cénit es la madre poeta, mientras que tres veces (en las que no niega como el Pedro bíblico, sino que afirma con amor, fragilidad y humana fortaleza) la voz poética contrasta con su propia orfandad, como ya vimos en su poemario anterior Inventario, en el poema El sueño, pág. 115, donde nos confiesa “Soy huérfano de tantas cosas…”, poemario donde nos presenta una bitácora de su trayectoria humana, de su pasado o recuento de una vida y de su presente a modo de testamento poético contrastando con la atmósfera de La espina que florece, en la cual Carlos Roberto nos ofrece su espíritu, al poeta y al hombre, con sus fragilidades y sus certezas. Así, por ejemplo, se describe “Yo me presiento ser el niño huérfano / que de tus senos rebosantes bebe la nostalgia (pág. 79, del poema Misterio); o bien, en el fundamental poema Axis, pág. 85: “Soy un hijo huérfano de tres padres, / la sangre, el alcohol y la poesía.” Sí, en efecto, otra Trinidad…
No podemos olvidar nunca a la madre este universo literario… La madre, mencionada diez veces en el poemario, en imágenes llenas de fortaleza y ternura, por ejemplo: “la inmensidad del tiempo,/ así como la mano de una madre /sobre una frente florecida/ de sangre, sudor y lágrimas” (pág. 17, del poema Voz) o “Alguien no usará unas zapatillas, dijimos, /que una madre había defendido de los buitres” (pág. 39, del poema Vigilia), más adelante leemos “Al abrir los ojos el cuerpo / se reencuentra con el alma / así como una madre / se abraza al niño extraviado” (pág. 89, del poema Despertar) . O, entre otra de las alusiones a la figura maternal, está el final del propio poema Bosque:
“No busqué esta claridad profunda,
se cerraba y se abría como una pupila
golpeada por una gota de almizcle. Estaba allí, lo juro,
desde el instante que rescataba fotos marchitas
y mi madre muerta me dijo:
Ven, abrázate y vuela”
(final del poema “Bosque”)
Sigamos, volando, leyendo y celebrando entre estas espinas que florecen en la poética de una de las voces más genuinas y destacadas de la literatura caribeña: Carlos Roberto Gómez Beras.
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