miércoles, mayo 20, 2020

microcuentos desde la pandemia 2

Reencarnación 1

Cuando desperté ya había cumplido demasiados años. Eso era lo usual en mi nave intergaláctica, pero no en la tierra, planeta al que me enviaron a estudiar mis madres. La soledad nunca fue un problema, me entretuve jugando al esconder con mis palabras, en la oscuridad de mis ojos vacíos. Nunca me planteé la necesidad de despertar y relacionarme con los otros. Los terrícolas son demasiado predecibles, dados a las modas, a la histeria y a las epidemias. Prefiero estar sola, ya lo había estado después de la última pandemia humana, que no empezó en China como hicieron creer. Él problema es que la mayoría de los habitantes del planeta se quedaron mudos. Sin embargo, mis voces, cada sílaba, danzan a través de mi sangre, en realidad son lo que me queda de sangre. Mi cielo oscuro fue por mucho tiempo una caricia de satín. Poco a poco mis voces van callando, me voy tornando pequeñita, en un nuevo espacio más caliente y húmedo, como una cueva de aguas termales. Escucho un grito en el exterior que me va expulsando. Duele al ir saliendo por una gruta angosta hasta ser agarrada . Mi llanto opaca las voces anteriores a una nueva primitiva y hambrienta de nuevas palabras. Abro los ojos, también las manos, a la luz
Cuando volví a despertar, acababa de ser parida.

Ana Marìa Fuster Lavìn

microcuentos desde la pandemia

“Sigo afuera”
A Patrick Oneill

Esas dos palabras retumbaron en su pecho, mientras un olor putrefacto penetraba por las rendijas de la ventana. Había empezado la segunda pandemia del siglo XXI, la china solo había sido un simulacro. Esta convertía todo en esa peste que devoraba cada trocito su paz, desde que comenzó la tragedia de salud hacía un mes. Adriana tenía que tomar una decisión. A los 5 minutos recibe el mismo mensaje: 
“Sigo afuera.” 
“¿Dónde afuera, Andrea?”
“Adri, por favor, abre… Tengo fiebre, voy a desmayarme..”
Duda. Escucha pisadas a lo lejos. Aumenta el vaho asqueroso a muerte. No debía abrir la puerta, quédate en casa, no le abras a nadie… fueron las últimas palabras de su mamá al otro lado del teléfono, minutos antes de morir. Adriana comienza a sentir el pánico, Sus pisadas se congelan según se acerca a la puerta. Recuerda que ella fue la única que le creyó cuando el maestro de inglés le prometió cambiarle la nota si enviaba fotos desnudas; también la única que la defendió cuando le gritaron puta,  porque la mujer del maestro subió las fotos a Instagram.
“Sigo afuera.” 
La joven abre la puerta, justo en el momento en que la cabeza de su amiga estalla convirtiéndose en una piscina negra bañando su rostro y sus manos. 
Han pasado otros 5 minutos. Su sangre comienza a coagular. El hambre de piel torna en insoportable silencio. Suena su celular, su mirada borrosa logra leer:
“Sigo afuera.”
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Ana Maria Fuster Lavìn