jueves, agosto 04, 2016

escritor invitado: Emilio del Carril

"En el momento en que me cortaron las aletas, me salieron las alas. 
Fue impresionante. De inmediato le pusieron refuerzos a mi jaula 
por temor a que pudiera escapar." 
Emilio del Carril




Silencios de Papel 
presenta hoy una muestra de microcuentos de
del escritor, editor, tecnólogo médico, crítico literario y profesor universitario 
Emilio del Carril



XXI
Justicia poética
         Había perdido sus mejores años en la empresa de encontrarla. Después de buscarla por cuatro décadas, se topó con ella en una tasca. En ese momento se acercó tembloroso y le dijo:
         —¡No puede ser! Mi vida ha transcurrido en el intento de dar contigo. He rechazado a tantas, he dejado de vivir para constatar que existías. ¿De verdad eres la perso...? —sin permitir que terminara, "Persona Perfecta" asintió con prepotencia mientras sonreía al sentirse descubierta.
         El semblante del hombre mutó del asombro y la perplejidad, a la ira y la locura. Frente a los ojos de los comensales, sacó un hacha y la introdujo en el centro del pecho mientras gritaba:
         —No volverás a hacerle daño a nadie.
         Aunque la noticia de su muerte se espació con rapidez, muchos prosiguen con el infructuoso intento de encontrarla.
        



XXII
Amor de lejos
         Era una gárgola que parecía sostener la pequeña entrada de la puerta lateral de una logia masónica. Por su parte, él era uno de los cuatro ángeles que custodiaban las esquinas de la iglesia principal del pueblo. Se habían enamorado a la distancia, pero estaban cansados de conformarse con miradas lejanas y furtivas. Le pidieron a una deidad olvidada que los uniera aunque fuera por una vez: una sola gran noche.
         Todo estaba previsto. Se les dio una indicación: “El encuentro comenzará a la media noche y terminará antes del amanecer. Por ninguna razón pueden permitir que los rayos del sol los toque”.
         La noche de la cita, la ciudad padecía de un silencio inmutable. La pareja voló alto. Se amaron por horas como si fueran águilas calvas. Un beodo que deambulaba por los callejones, pensó que eran murciélagos. Pero, entre los trajines de las labores amatorias, olvidaron la condición que les había impuesto la deidad olvidada, y cuando vieron la inminencia del orto, trataron de llegar hasta sus respectivos lugares. Entonces la premura provocó un equívoco. Desde entonces todos alaban la belleza del ángel solitario que adorna la puerta lateral del edificio masónico y se persignan ante la fealdad del ángel que parece un diablo y que se encuentra en una de las esquinas de la iglesia.


XXIII
Aires de independencia
         Cansada de tantos atropellos, la mejilla izquierda le dijo a su homóloga: "No importa lo que él haya predicado, en adelante, resuelve tus problemas sola".





XXIV
Llevar la contraria
         El oráculo predijo que el hombre moriría en otoño, pero él, para hacerle quedar mal, se suicidó en verano. Ante la vergüenza, el oráculo decidió cambiar de profesión y en vez de predecir el futuro, comenzó a anunciar el estado del tiempo, pero en esta profesión, tampoco ha tenido suerte.



XXV
Razones de peso
         La baronesa pensó que si lloraba durante dieciocho días lograría ponerse el vestido espectacular que tenía guardado. Pero era difícil evocar las lágrimas, así que, para provocarlas, mató a su gato, estranguló a su marido, rompió sus figuras favoritas, pisoteó los rosales, abofeteó a su mejor amiga…
         Al final, el traje no le sirvió. Desde entonces ha aumentado veinte kilos y no para de llorar por lo injusta que la vida ha sido con ella.



XXVI
Metamorfosis I
          En el momento en que me cortaron las aletas, me salieron las alas. Fue impresionante. De inmediato le pusieron refuerzos a mi jaula por temor a que pudiera escapar.
         Ayer amenazaron con cortarme las alas, y yo solo atiné a soltar una carcajada estruendosa.



XXVII
Merlín
         El carpintero encontró la ramita y de inmediato supo que no le serviría para nada.
        
El leñador prefirió buscar troncos más fuertes.
         Pero un tercer hombre quedó fascinado cuando tropezó con ella. Se dobló con cuidado, la levantó y exclamó:
        —¡He encontrado mi varita mágica!



Emilio del Carril (Puerto Rico, 1959) es el primer egresado de la maestría en Creación Literaria con Concentración en Narrativa de la Universidad del Sagrado Corazón de Puerto Rico, también es doctor en Filosofía y Letras con especialización en literatura Caribeña y Puertorriqueña. Actualmente se desempeña como catedrático asociado en la Universidad de Puerto Rico y en la Universidad del Sagrado Corazón de Puerto Rico. En dichas instituciones Del Carril tiene a su cargo los cursos de Introducción a los Géneros Literarios, Historia y Teoría de la Novela, Historia y Teoría del Cuento, Taller de Novela Corta, Taller de Cuento, Taller de Autoficción y Taller de Microcuento.

Es un estudioso de la narrativa y la microficción. Sus primeros dos libros, 5 minutos para ser infiel y En el Reino de la Garúa (Décima Jornada), han recibido excelentes críticas y reseñas. Sus cuentos son parte de antologías en España, Puerto Rico, República Dominicana y Estados Unidos.

En la Primera Jornada de En el Reino de la Garúa, propone el inicio de una novela en la que se bordan cien microcuentos por jornada o libro.
 
 

miércoles, agosto 03, 2016

escritora invitada : Dinorah Cortés-Vélez


"La promesa del timbre de su voz se agazapaba en aquella cinta,
 lista para saltar y herirme la amnesia." 
Dinorah Cortés-Vélez


Silencios de Papel 
comienza con emoción su 2da edición de destacados escritores invitados 
con un relato de la escritora, catedrática y crítica literaria 
Dinorah Cortés-Vélez






La grabadora


de cinta magnética era un armatoste en forma de cubo (como esos de tres dimensiones que yo solía dibujar en mis libretas escolares, superponiendo cuadritos para crear la ilusión de profundidad). La grabadora tenía dos bobinas para insertar los carretes con cinta magnética y una tapa que, al cerrarse, encuadraba el conjunto en una maleta con agarre, aunque no tan portátil a causa de la construcción maciza del aparato. Desde que tuve uso de razón, estuvo siempre allí, durmiendo el sueño de los justos, en la tablilla inferior izquierda del divisor de madera. Como tantas otras figuritas que adornaban el pesado mueble de madera de pino, la grabadora de cinta magnética no hacía sino acumular polvo.

No había escuchado las cintas apiñadas en una caja de cartón, con las solapas dobladas hacia adentro para que no molestaran; caja que se encontraba en el compartimento del centro (el divisor tenía tres hileras verticales de tablillas, para un total de nueve divisiones), que quedaba inmediatamente a la derecha de la grabadora. Mami siempre me decía que había que conseguir quien la arreglara, porque tenía algo dañado desde antes de morir Papá. Pero entre esto y aquello, fueron pasando los años y allí se quedó arrinconada, sin encontrar su uso. Para mi octavo cumpleaños, ya toda la euforia eran los cassettes que habían terminado por destronar a los eight-tracks. Yo estaba agudamente consciente de que había una cinta en la caja, justo a la derecha del armatoste, que contenía la voz de mi padre, muerto cuando yo tenía dos años y medio en un accidente de carro.

La promesa del timbre de su voz se agazapaba en aquella cinta, lista para saltar y herirme la amnesia. Muchas veces me figuraba con una alegría aterrada que aquel eco se me habría de volver laberinto de crueles ternuras, por donde yo como una Alicia enferma caería libremente. Otras, me zahería el pensamiento de que la elusiva tonada tuviese un timbre vulgar o, peor aún, despiadado. Pero lo que más me asustaba era la idea de no poder escucharme en sus sílabas. Por ese miedo difuso como campana gelatinosa de aguaviva, flotando con displicencia en mi infantil conciencia, y por meras dejadeces de atragantada desmemoria, no le insistí a Mami que la arreglara.

La noche en que los malandrines irrumpieron en la casa listos para llevarse hasta el sucio de las esquinas, Mami y yo dormíamos tranquilas, cada una en su cuarto, con sueño de peñón. Lo único que previno un fin de letras rojas para nosotras dos, fue el portón de rejas que Mami había hecho instalar no hacía ni una semana en el pasillo que daba hacia las habitaciones y el baño. Al levantarse Mami primero, como solía cada mañana, encontró la sala patas arriba. Los ladrones habían sacado las hojas de cristal entreabiertas en una de las ventanas en la sala y tras haber removido y torcido la rejilla metálica que la recubría y haberla colocado en el sofá, habían puesto manos a la obra. Se llevaron cuanto pudieron. Parece, a juzgar por las cosas que se llevaron, que no eran más de dos. Por ejemplo, dejaron el televisor por ser muy pesado, pero cargaron con la maquinilla eléctrica de Mami, con la grabadora y con la caja llena de cintas magnéticas. Cuando supe del hurto de la voz de mi padre, ahora para siempre interceptada en la cinta inescuchada, fue como si el veneno de una aguamala tomara asiento en el hoyo inesperado que me había dejado por dentro el rumor de aquella voz de fuga sin tocata.






Dinorah Cortés Vélez. Escritora puertorriqueña y catedrática asociada de literatura latinoamericana en Marquette University, Milwaukee, WI, U.S.A. Ha publicado tres libros de ficción, El arca de la memoria: una biomitografía (San Juan, Puerto Rico, Editorial Isla Negra, 2011), Cuarentena y otras pejigueras menstruales (San Juan, Puerto Rico, Editorial Isla Negra, 2013) y Poemas de la soledad en Wisconsin (San Sebastián, Puerto Rico, Indómita Editores, 2015). Ha publicado diversos artículos de prensa cultural (Claridad, El Post Antillano y Revista Cronopio). Se encuentra próxima a terminar el manuscrito de su primer libro sobre Sor Juana Inés de la Cruz. Tiene terminado el manuscrito de su primer libro de ensayos y también trabaja en un libro de cuentos y un libro de poesía.