Diarios y despedidas: Día 2
“Los indios shuar, los llamados jíbaros, cortan la cabeza del
vencido. La cortan y la reducen hasta que cabe en un puño, para que el
vencido no resucite. Pero el vencido no está del todo vencido hasta que
le cierran la boca. Por eso le cosen los labios con una fibra que jamás
se pudre” Eduardo Galeano, El libro de los abrazos
Muchacho, cállate.
Le gritó la maestra, porque quiso hablar de Mandela el día después de
la muerte del líder surafricano. En la clase se encontraba hablando otro
niño sobre otra muerte, la de un actor de películas de acción.
Minutos antes de sonar el timbre le hizo caso al silenciado niño, y se
habló sobre el fallecido Madiba Al fin de cuentas, un ejemplo más de las
prioridades académicas, humanas, culturales. Un ejemplo más del
silenciamiento social ante las sensibilidades, las reivindicaciones
sociales, las injusticias, la libertad. Un cállate así muchas veces
esconde carencias, miedos, prejuicios y la pobre autoestima colectiva.
Un cállate que intenta cortar la cabeza de quien transgrede esa llamada
zona de comodidad.
Y me comenta ese
muchacho: a veces en la escuela dicen que
soy raro. Es raro porque prefiere hablar de política, de las capitales
del mundo, de igualdades sociales, de cine y conciertos, de Oscar López y
Mandela. Es raro porque le gustan las estadísticas, el balompié y la
poesía. Es raro porque prefiere el cine de autor que las
megaproducciones de acción. Es raro porque es como los demás niños y a
su vez diferente. Es raro porque disfruta igual de leer un libro como de
jugar con su consola de vídeo juegos. Y se frustra cuando le dicen que
las luchas y marchas son inútiles, cuando habla de los escritores
puertorriqueños y los maestros no saben quiénes son, peor que no les
importa. La gente rara es la que hace la diferencia, el arte, las
luchas. También le dije, se han cometido demasiados errores por el
miedo, los prejuicios, la ignorancia. Por eso no puedes permitir que te
reduzcan la cabeza al tamaño de un puño.
A Malala Yusafzai (16 años de edad) tampoco la pudieron silenciar.
Ella ha denunciado en su blog desde los trece años que a las niñas bajo
el régimen talibán en Pakistán no se les permite asistir a la escuela.
En el 2012 sufrió un atentado y fue herida en el cráneo y cuello. Al
recuperarse comentó: "Volver al colegio me hace muy feliz. Mi sueño es
que todos los niños en el mundo puedan ir a la
escuela porque es su derecho básico".
Cállate, fue lo que intentaron decirle a Mandela de por vida, y en 27
años de cárcel no calló. Cállate, le intentaron decir a los
independentistas Lolita Lebrón, Rafael Cancel Miranda, Irving Flores.
Cállate, le tratan de recordar a Oscar López que lleva 32 años
encarcelado. Tampoco pudieron silenciar el arte de Elizam Escobar, Juan
Antonio Corretjer, Francisco Matos Paoli, entre otros de nuestros
artistas que estuvieron en la cárcel por la libertad de expresión, por
sus principios. Ellos también eran los niños “raros” en la escuela
y nunca permitieron que les cosieran la boca.
Y es que han intentado silenciar a tantos con ninguneos, golpes y
hasta la muerte, recordemos a Lorca, a muchos; recordemos las
dictaduras de tantos países, y de las llamadas democracias. Demasiados
los silenciados por sus inconvenientes o raras voces. Tantas mujeres
condenadas por ser, porque una mujer no se supone que haga, piense, viva
en igual de condiciones. O como en nuestra isla que se debata si la
comunidad LGBTT debe tener los mismos derechos civiles,
laborales, humanos, si tienen derecho a amar, amaos los unos a los otros dijo uno al que tantos siguen.
¿Cómo silenciar el alma de un pueblo? Baile, baraja, botella, a lo
Miguel de la Torre. Si es más importante el tener, comprar, los reality
shows que la realidad de la violencia nuestra de cada día, las
diferencias abismales entre las clases sociales, las frivolidades
gubernamentales, la telenovela del momento es más importante que el
aumento de habitantes de las calles, de personas que no tienen techo, ni
comida, la mediocridad en las instituciones escolares... Tantos que
viven en el silencio de los fantasmas del olvido educativo y social.
Matan a un niño de familia conocida es un revuelo (en realidad es muy
triste), pero no afecta igual cuando son de barriada o caserío. Fue
triste la muerte del vendedor de lotería que tenía su puesto en Garden
Hills. Peor igual aberración los atropellos, golpes, fracturas y
muerte de deambulantes en un área “marginal” de la 65 de Infantería Río
Piedras, como parte de un juego de pasarles por encima con el carro a
ver cuánto aguantan (denunciado recientemente por Vargas Bidot).
En estos meses me planteé dejar de escribir, de publicar. Pero los
silencios me gritan como puñaladas en cada pisada, en un poema, cuento,
ensayo, en cada paseo por las calles de Santurce. Y escribo cartas
cuando me enojo, a periódicos, escuelas, a los legisladores. Enviar
cartas al viento que respiran las mentes sordas, fastidia, por no decir
que jode. Esa apatía de los comunes que nos ahoga.
Mis manos gritan con rabia cuando ese muchacho comienza a sufrir las
injusticias de la voz. Mis manos arden al pasar las páginas de los
periódicos, al acariciar los cabellos de mi hijo mientras me cuenta que a
nadie le importa si Oscar puede pasar las navidades con su familia, que
es más importante el iPhone 5 o la iPad nueva. Porque no podemos
invisibilizar las injusticias sociales, nadie puede gritarnos: cállate y
así todo es más bonito o menos incómodo (para ellos). Las palabras son
espejo de nuestra sangre, de nuestros sueños, de nuestra historia y
destino. Escribe Galeano en su Libro de los Abrazos: “[…] quizá nosotros
somos las palabras que cuentan lo que somos”.
Muchacho que nadie calle tu voz, sigue comentando sobre las
cosas que tú consideras importantes. No resolvemos gritando a la
maestra, sino educando con amor y contundencia. Por mi muchacho, por
Malala Yusafzai, Oscar, por todos nuestros hijos, los raros y los
comunes, por los acallados, y nuestra patria grande… Que nadie
silencie nuestra voz, nuestras manos.
Ana María Fuster Lavín