Bajo el signo de Leo:
Temporada de caza
"La sed se hizo animal constante en las pupilas"
Mayda Colón
Un pasillo conecta extremos:
vida y muerte
silencio y gemido
soledad y fricción
dos sombras llegan al escenario de hotel
las oyes, deseas retenerlas;
tan sólo observas a través de la cerradura.
Allí están,
las pisadas que feromonan a la hembra
que no se resiste a sus necesidades,
ha comenzado la temporada de la caza,
el hambre es insoportable.
La leona no sabe de dietas ni de ayunos,
tampoco de cerrar los ojos cuando tiene sed:
un manantial se acerca hacia sus pupilas.
Un hormigueo te recorre la nuca,
un eclipse marca la hora
y sigues observando:
la presa continúa su marcha,
busca redención, igual que tú,
pero él se hace manjar de hembra,
tímido va por su camino,
andante piú lento
que simplifica el silencio.
Se acercan los pasos,
desde la otra esquina, la leona se encuera,
se enlatiga,
se afila los dientes y garras,
también su espesura:
allegro ma non tropo.
El silencio aún no es profanado.
El encuentro de pisadas es inevitable,
la presa baja la mirada,
aún guarda rencores,
se arraiga a su ropa y prejuicios
como quien no ve que las hormonas le ordenan
y teme ser devorado por el impulso,
aún así, necesita liberar a sus soldados:
la cazadora lo sabe y le acaricia el centro de gravedad
En ese momento, ya te aterra
condenarte por aburrido
y abres su puerta:
la bienvenida es aceptada.
Estás desnudo,
ellos te miran, se acercan,
eres parte de esas sombras.
Llegó el momento
y la presa se hace animal, hombre, deseo,
da vueltas,
se quita tan sólo los zapatos
y la leona se vampiriza,
se encapricha se relame, te relame,
exige a la presa un sacrificio,
te mira,
sabes que estás en turno,
saca el látigo
y le arranca el cigarrillo de los labios.
Sangre nueva,
esa misma sangre excita a la presa,
también a ti que acercas tu lengua a su gota
y tu dedo a la gruta de la mujer
y la invitación al polvo es tan inminente
como la visión húmeda de la presa
que mira, arrodillado, desnudo,
hacia la negra espesura,
la vertical llamada de la domadora:
ella, saca las garras y se suelta el pelo,
toma la presa, le araña la piel y sube hasta su boca,
lo besa, se besan,
ambos te besan, los besas:
presa, sombra, y domadora se descubren,
se animalizan, se transforman,
se humanizan
igual que tú.
Ambos, tú y la presa,
se elevan erectos
bajo el sigo de leo/leona.
Licántropos ante la desnuda hembra
que los acecha, los lame desde la nuca:
piedad, uñas, piel y guarida.
Termina el conjuro,
la noche de cacería,
dos hombres y una mujer gritan bajo la noche:
miles de hombres se liberan,
la mujer les concede la salvación húmeda y eterna
es hora de dormir….
Temporada de caza
"La sed se hizo animal constante en las pupilas"
Mayda Colón
Un pasillo conecta extremos:
vida y muerte
silencio y gemido
soledad y fricción
dos sombras llegan al escenario de hotel
las oyes, deseas retenerlas;
tan sólo observas a través de la cerradura.
Allí están,
las pisadas que feromonan a la hembra
que no se resiste a sus necesidades,
ha comenzado la temporada de la caza,
el hambre es insoportable.
La leona no sabe de dietas ni de ayunos,
tampoco de cerrar los ojos cuando tiene sed:
un manantial se acerca hacia sus pupilas.
Un hormigueo te recorre la nuca,
un eclipse marca la hora
y sigues observando:
la presa continúa su marcha,
busca redención, igual que tú,
pero él se hace manjar de hembra,
tímido va por su camino,
andante piú lento
que simplifica el silencio.
Se acercan los pasos,
desde la otra esquina, la leona se encuera,
se enlatiga,
se afila los dientes y garras,
también su espesura:
allegro ma non tropo.
El silencio aún no es profanado.
El encuentro de pisadas es inevitable,
la presa baja la mirada,
aún guarda rencores,
se arraiga a su ropa y prejuicios
como quien no ve que las hormonas le ordenan
y teme ser devorado por el impulso,
aún así, necesita liberar a sus soldados:
la cazadora lo sabe y le acaricia el centro de gravedad
En ese momento, ya te aterra
condenarte por aburrido
y abres su puerta:
la bienvenida es aceptada.
Estás desnudo,
ellos te miran, se acercan,
eres parte de esas sombras.
Llegó el momento
y la presa se hace animal, hombre, deseo,
da vueltas,
se quita tan sólo los zapatos
y la leona se vampiriza,
se encapricha se relame, te relame,
exige a la presa un sacrificio,
te mira,
sabes que estás en turno,
saca el látigo
y le arranca el cigarrillo de los labios.
Sangre nueva,
esa misma sangre excita a la presa,
también a ti que acercas tu lengua a su gota
y tu dedo a la gruta de la mujer
y la invitación al polvo es tan inminente
como la visión húmeda de la presa
que mira, arrodillado, desnudo,
hacia la negra espesura,
la vertical llamada de la domadora:
ella, saca las garras y se suelta el pelo,
toma la presa, le araña la piel y sube hasta su boca,
lo besa, se besan,
ambos te besan, los besas:
presa, sombra, y domadora se descubren,
se animalizan, se transforman,
se humanizan
igual que tú.
Ambos, tú y la presa,
se elevan erectos
bajo el sigo de leo/leona.
Licántropos ante la desnuda hembra
que los acecha, los lame desde la nuca:
piedad, uñas, piel y guarida.
Termina el conjuro,
la noche de cacería,
dos hombres y una mujer gritan bajo la noche:
miles de hombres se liberan,
la mujer les concede la salvación húmeda y eterna
es hora de dormir….
Ana María Fuster
Daños colaterales: verano del ‘67
“María José, es una niña”
Dr. Charles Llenza
1ro de agosto de 1967
Come on baby, light my fire Try to set the night on fire
Jim Morrison, The Doors
La noche aúlla ante mi espejo de sal
como estos cuarenta años de daños colaterales
de cuerpos sin alas
de sangre rebelde
a veces huyendo de las muertes irracionales,
o causando otras tantas;
afortunadamente,
no tuve la culpa de todas;
confieso que nací y murió el Che,
Violeta Parra, Ciro Alegría y René Magritte.
Fui la niña que en primavera quiso morir
para renacer un verano quince años después:
efectos colaterales del juego a mamá y papá;
ese juego libidinoso de los peces plateados en el laberinto perdido
juego que en lo sucesivo practicaron enmascarados;
en fin, soy la más pequeña de tres robándome la escena familiar.
Cuenta la historia los segundos de la manzana,
Así el árbol los sarcófagos de su raíz,
resultando ser necrofílica de ego inusitado
de costumbres unas aburridas, otras aberrantes,
otras que sólo son otras,
soy de maternal ternura y (per)versa manipulación.
En efecto,
era el año dorado del rock cuando nací;
así como nacieron The Doors, Sargent Pepper,
también Pink Floyd y su piper at the gates of dawn.
Innecesariamente desfloré el verano:
sentí el preciso momento de la luz,
saboreé la sangre liberada a mi paso;
mis dedos hurgaron la guarida por despedir
mi cabeza coronó la entrepierna maternal,
pobre mamá,
daños colaterales: una niña.
Aquí estoy,
diosa porno,
cazadora de palabras por descubrir
de historias por olvidar:
en ese calendario voy borrando los malos amantes
desde el año en que Ho Chi Min le escribió a Johnson
poco después el Surveyor 3 desvirgó a la luna,
así como Eusebio López se tiró a las trillizas del barrio
y luego el lechero se lo tiró a él.
Era el año internacional del turista
eso, según la onu,
y mi madre sudaba dolores de incertidumbre
al menos me ofrecía la leche de su ternura
y los escritores nuevas profecías:
cien años de soledad en un lugar sin límites
y Albert De Salvo no volvería a estrangular en Boston;
en el grito silencioso de la noche eterna
también nacieron Kurt Cobain, Olga Tañón y Pamela Anderson
como Sara Mantiel,
la draga amante de mi antiguo profesor de latín.
Nací escribiente mujer, desordenada leona
peregrina de cuerpos y sombras
apasionada de sueños, gaviotas y faros;
en fin, poeta, cuentista, amante, mujer
sobre todo: madre,
fiel a mis corazonadas
al amor, la palabra y los duendes
desde este paraíso a mitad de precio
hasta la eternidad de todas las noches
y hasta que la muerte final entre en mi palacio.
“María José, es una niña”
Dr. Charles Llenza
1ro de agosto de 1967
Come on baby, light my fire Try to set the night on fire
Jim Morrison, The Doors
La noche aúlla ante mi espejo de sal
como estos cuarenta años de daños colaterales
de cuerpos sin alas
de sangre rebelde
a veces huyendo de las muertes irracionales,
o causando otras tantas;
afortunadamente,
no tuve la culpa de todas;
confieso que nací y murió el Che,
Violeta Parra, Ciro Alegría y René Magritte.
Fui la niña que en primavera quiso morir
para renacer un verano quince años después:
efectos colaterales del juego a mamá y papá;
ese juego libidinoso de los peces plateados en el laberinto perdido
juego que en lo sucesivo practicaron enmascarados;
en fin, soy la más pequeña de tres robándome la escena familiar.
Cuenta la historia los segundos de la manzana,
Así el árbol los sarcófagos de su raíz,
resultando ser necrofílica de ego inusitado
de costumbres unas aburridas, otras aberrantes,
otras que sólo son otras,
soy de maternal ternura y (per)versa manipulación.
En efecto,
era el año dorado del rock cuando nací;
así como nacieron The Doors, Sargent Pepper,
también Pink Floyd y su piper at the gates of dawn.
Innecesariamente desfloré el verano:
sentí el preciso momento de la luz,
saboreé la sangre liberada a mi paso;
mis dedos hurgaron la guarida por despedir
mi cabeza coronó la entrepierna maternal,
pobre mamá,
daños colaterales: una niña.
Aquí estoy,
diosa porno,
cazadora de palabras por descubrir
de historias por olvidar:
en ese calendario voy borrando los malos amantes
desde el año en que Ho Chi Min le escribió a Johnson
poco después el Surveyor 3 desvirgó a la luna,
así como Eusebio López se tiró a las trillizas del barrio
y luego el lechero se lo tiró a él.
Era el año internacional del turista
eso, según la onu,
y mi madre sudaba dolores de incertidumbre
al menos me ofrecía la leche de su ternura
y los escritores nuevas profecías:
cien años de soledad en un lugar sin límites
y Albert De Salvo no volvería a estrangular en Boston;
en el grito silencioso de la noche eterna
también nacieron Kurt Cobain, Olga Tañón y Pamela Anderson
como Sara Mantiel,
la draga amante de mi antiguo profesor de latín.
Nací escribiente mujer, desordenada leona
peregrina de cuerpos y sombras
apasionada de sueños, gaviotas y faros;
en fin, poeta, cuentista, amante, mujer
sobre todo: madre,
fiel a mis corazonadas
al amor, la palabra y los duendes
desde este paraíso a mitad de precio
hasta la eternidad de todas las noches
y hasta que la muerte final entre en mi palacio.
Ana María Fuster