Noches de insomnio 2
el temor a la vejez ¿envejece?
el temor a la muerte ¿enmuerta?"
Juan Gelman
Me ahogo, no lo siento, pero en efecto me estoy ahogando. Son esas intermitencias de la vida así como de la muerte, que me inundan de silencios. Me ensilencio de todas las mujeres que me habitan y se liberan mis nombres y apellidos en vuelo libre. Los pedazos de mi vida comienzan a llorar nostalgias que se escapan por las ventanas desnudas. Ventanas mudas. Ventanas de rostros sin bocas. Ventanas sin sueños. Ventanas, siempre ventanas en las noches de insomnio.
Fue el suicidio y el retorno a la vida. Cinco, tal vez seis años de comatoso anonimato. Como consecuencia, mi diario quedó vacío. Mi vida recomienza en el valle de los olvidos. Las mandrágoras también amanecen de mis manos para enloquecer a los malos amantes, otras veces para vengarse de los buitres del poder. Al fin de cuentas, la mezquindad es el espejo de los comunes. Yo sólo le pido a tu sombra, nuestra sombra, que hagamos el amor en una madrugada, cualquiera, pero pronto y recuperar mi nombre. Retomar mi piel de palabras.
Ahora me bebo todos los silencios para salir a flote. Las intermitencias de la vida y sus muertes están bajo control. Rematarme, remorirme, como revivirme en otro tiempo y lugar. Salir a pasear bajo la lluvia y sonreír descaradamente a un desconocido, que por supuesto se sonrojará y me preguntará lo que se le antoje preguntar. Dudar en todas las posibilidades de los encuentros y contestar que un café con dos lágrimas de azúcar y una sonrisa de leche son la justa medida. Sólo tienes que llamarme.
Llámame.
Ana María Fuster Lavín
cuadro de Lucía Maya
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