Estación al amanecer
I.
Mis manos derramadas en el vértigo
coleccionan silencios malabares
con hambre de certezas
y es que duelen las arenas movedizas
cuando no amanece la paz en los sueños.
II.
¿Y qué hay de las cadenas?
Ese miedo a los espejos oscuros
al horizonte de cristal
caer, caer y caer al abismo
aun así saber que hay un final
mi piel fue desgarrada de realidades
he sido torturada hasta el abandono
no importa,
solo espero en la estación otro amanecer.
¿Dónde queda la próxima parada?
III.
No hablamos,
¡cómo hablar de las distancias…!
El tren tampoco llega
y el anden se llena de hastío
mientras, medito esos instantes
como candados para el ruido,
todos los ruidos, y se escapa un gemido.
El miedo sigue devorando mis pisadas
no es miedo, sino pánico al reciclaje de pasados.
Sigo esperando,
la distancia permanece ancha y ajena
y seguimos sin hablarnos,
mientras recojo mis dedos y palabras
los guardo en una mochila azul,
a lo lejos escucho el amanecer, se acerca.
Ana María Fuster Lavín