*Leído como parte de la presentación del libro, en la Librería El Candil, Ponce
domingo 12 de junio de 2016
La importancia de
la sangre y la historia interna:
breves notas sobre Carnaval de sangre,
de Ana
María Fuster Lavín
David Caleb Acevedo
El tema del carnaval tiene una larga
trayectoria en la historia de la literatura mundial. Nos llega, como las
mejores cosas que nos quedan hoy día, del paganismo. En sus orígenes, se
trataba de una gran fiesta invernal, en donde los roles se viraban,
contradecían y reversaban. La fiesta tenía como objetivo alejar los espíritus
fríos del invierno para dar paso a la primavera y eventual verano. En Esparta,
por ejemplo, tenemos el festival Carnea, de donde nos llega la palabra
“carnaval”, fiesta en honor a Apolo Carneus, dios del sol, del verano y del
calor.
Tradicionalmente, el carnaval también fue
la última fiesta del año donde se podía comer bien antes de que comenzara a
acabarse el alimento y las tribus tuvieran que racionar el mismo. En otras
partes del mundo, el carnaval se celebraba con propósitos un tanto disímiles.
Las tribus germánicas, por ejemplo, celebraban sus carnavales en honor a la
diosa de la fertilidad Nerthus. Entonces, se daban grandes orgías entre
hombres, mujeres, hombres y mujeres, y hasta niños. Toda la tribu participaba
en esta actividad sexual religiosa que, según su cosmogonía, les aseguraría el
alimento.
Podría continuar mencionando otras
tradiciones, pero no es hasta la llegada de los romanos y su sincretismo de la
religión griega, que vemos cómo muta el carnaval para convertirse, ya no en un
festín de comida, sino en el degenere que conocemos hoy día. Roma nos trae la
mega evolución de Dionisio en la forma de Baco, y de ahí partimos hacia los
bacanales y las bacantes, el primero una gran orgía de alcohol y sexo, las
segundas, mujeres que, intoxicadas de vino y alcohol, conectaban con un estado
alterado de conciencia que hoy conocemos como frenesí, y se volvían caníbales.
En fin, el tema el carnaval se inserta en
un antes o después del invierno o de la cosecha. Podría decirse, y afirmo, que
el carnaval se una preparación para la muerte. Hoy día, tenemos carnavales de
todo tipo: el de Río, de las máscaras en Venecia y Hatillo, el de Trinidad y
Tobago, y Mardi Gras, todos los cuales pueden considerarse festivales de gran
degeneración moral antes de alguna consagración religiosa en donde se expían
los pecados. Esto me llama la atención, porque uno siempre expía pecados antes
de morir. Sin embargo, el carnaval es algo que ocurre todos los años, y es como
si internamente aceptásemos que el ciclo se abre y se cierra. Es como si de
alguna forma escondida y mórbida entendiéramos como colectivo que todos los
años morimos un poco.
El carnaval ha mutado tanto que hoy día
tenemos, incluso, las Paradas de Orgullo LGBT, que también son otro tipo de
festival. En ellas, individuos provenientes de todos los colores de la bandera
marchan por la visibilidad. El aspecto carnavalesco no se hace esperar. Las
dragas o transformistas se visten con sus mejores plumajes, como pájaros o aves
exóticas en pleno ritual de apareamiento, los osos salen de su hibernación con
sus cueros y sus pelajes, las parejas marchan agarrados de mano, las familias
aliadas también. Marchan incluso los gays y lesbianas cristianos que buscan
moralizar al resto de la comunidad. Así, vemos que el tema del carnaval es
mutante y mutable, ya que cada generación ve nuevos significados y
connotaciones en sus festivales.
Todo esto nos debe llevar a pensar este
libros de cuentos o cuentario, Carnaval de sangre, de Ana María Fuster Lavín,
desde una perspectiva no solo literaria sino histórica. Mi invitación es a
entender este maravilloso texto en su historicidad interna, aun si la externa
no es obvia o fácilmente discernible. Para ello, me remito al orden en que se
encuentran los microtextos.
La primera parte, titulada “Sin ojos:
habitantes de la ciudad silente”, conecta con otros textos de mayor extensión
de la autora, eso es, su novela cuentada (In)somnio
y su novela inédita Mariposas negras,
novelas que recogen ese andar en la ciudad de noche o bajo las sombras. En
ambos textos, la ciudad se vuelve una naturaleza despiadada que saca lo peor de
los personajes y los convierte en monstruos, aun a las víctimas. en ese
renglón, Tenemos microtextos como “Gol”, “Instrucciones para el suicidio de una
ama de casa” y “Coleccionistas de polvos” que tocan esa fibra lúgubre de la
ciudad vista como un eterno cementerio en potencia. Solo la muerte es reina.
El libro continúa, en su segunda parte, con
“Bajo la cama (trece días en el abismo y un final feliz), en donde el humor
negro da paso a un realismo que se va haciendo cada vez más macabro o gore. “La
recámara roja” me remite muchísimo a “El almohadón de plumas”, de Horacio
Quiroga. La diferencia estriba en la sensibilidad. Fuster Lavín nos hace
entrega de una historia más delicada, más insomne. Y es que el insomnio
prolongado, que tanto la autora como este servidor padecemos, provoca una
transferencia de la realidad a otra. El insomnio prolongado lleva a un abismo
entre la vigilia y el sueño. Como caerse dentro de las fauces de una cama. En
el cuento “Las niñas perdidas”, el insomnio carga con tan fuerte presencia que
comenzamos a verlo escrito con I mayúscula, porque ya se ha vuelto un personaje
mismo, un amante que nos llevamos a la cama y con quien copulamos todas las
noches en un frenesí carnavalesco de tossing
and turning, o peleas con la almohada.
La tercera sección “Carnaval de voces y
sueños: amores caníbales” nos adentra a la fascinación por la ingesta de carne
humana, e incluso, la autofagia. “El beso de la mandrágora” remite a esto y lo
lleva al próximo nivel. La mandrágora es la raíz de la planta que lleva el
mismo nombre, a saber, Mandragora
autumnalis, la cual tradicionalmente se ponía bajo la cama en un tazón con
leche para asegurar la fertilidad en la mujer recién casada. En el cuento, las mandrágoras
se convierten en hijas que devoran las piernas y los ojos de la mujer.
Entonces, en este libro permea una fascinación morbosa por el daño corporal,
pero dicha fascinación nunca es gratuita. Un estudio concienzudo de los
vaivenes poéticos de esta narrativa nos lleva a concluir que Fuster Lavín busca
examinar lo que conocemos en narratología como “experiencias límite”. Ana María
las inserta dentro del contexto de la muerte. ¿Cómo se sentiría que tus hijas
te devoren? ¿Cómo se siente servirle de alimento y bebida al otro? ¿Es esto una
terrible metáfora de adonde conduce el altruismo desmedido? ¿Es posible vivir a
la expectativa de secarse?
Finalmente, la última parte del libro “Los
placeres de la muerte: carnaval de sangre”, nos invita a entender el gore, ya
no como materia del reino del terror, sino como un nuevo hábitat o ecosistema
tras la muerte. En “La vida de las palabras”, una mujer se abre las venas tras
el fallo de su computadora. Las voces obligan a la mujer a escribir a como dé
lugar, y a falta de computadora, sangre. Así, la mujer muere y las palabras
viven en ese bioma sanguíneo de gérmenes, bacterias, plasma y glóbulos rojos. “Última
danza para orquesta de cuatros y güiro” es tal vez el cuento de humor más
negro. Allí, un güirero lucha por ser relevante en una actividad musical frente
a un público que no le importa. ¿Metáfora de un país real? Decida usted. Yo ya
decidí que sí. Escribir en Puerto Rico es eso, tocar el güiro en una orquesta y
que el público esté más pendiente del contenido de sus iPads que de lo que uno
está tratando de decir con la escritura. Y si lo extrapolamos, “Última danza”
sirve para describir la terrible tarea de todo artista en este rincón del
globo. Claro está, Ana María lo asume con muy buen humor y eso le da una
grandiosa fuerza como escritora, persona y ser humano, fuerza que
personalmente, solo puedo soñar con tener.
Para concluir, este carnaval de historias
en secuencia histórica interna nos lleva a querer sacrificar nuestra sangre
misma por el ideal de mayor pulso en nuestros respectivos corazones. A mí, por
ejemplo, este libro me anima a escribir mi sangre misma. A dar a conocer las
historias que cargan mi torrente sanguíneo infectado con el virus de
inmunodeficiencia humana. A hacer arte con esta tinta de venas y arterias. Y a
invitar a otros a que me toquen sin miedo a infectarse. Por eso este libro es
tan importante para mí.