jueves, junio 30, 2016

La importancia de la sangre y la historia interna: breves notas sobre Carnaval de sangre, de Ana María Fuster Lavín por David Caleb Acevedo


*Leído como parte de la presentación del libro, en la Librería El Candil, Ponce
domingo 12 de junio de 2016



La importancia de la sangre y la historia interna: 

breves notas sobre Carnaval de sangre

de Ana María Fuster Lavín

David Caleb Acevedo

El tema del carnaval tiene una larga trayectoria en la historia de la literatura mundial. Nos llega, como las mejores cosas que nos quedan hoy día, del paganismo. En sus orígenes, se trataba de una gran fiesta invernal, en donde los roles se viraban, contradecían y reversaban. La fiesta tenía como objetivo alejar los espíritus fríos del invierno para dar paso a la primavera y eventual verano. En Esparta, por ejemplo, tenemos el festival Carnea, de donde nos llega la palabra “carnaval”, fiesta en honor a Apolo Carneus, dios del sol, del verano y del calor.
Tradicionalmente, el carnaval también fue la última fiesta del año donde se podía comer bien antes de que comenzara a acabarse el alimento y las tribus tuvieran que racionar el mismo. En otras partes del mundo, el carnaval se celebraba con propósitos un tanto disímiles. Las tribus germánicas, por ejemplo, celebraban sus carnavales en honor a la diosa de la fertilidad Nerthus. Entonces, se daban grandes orgías entre hombres, mujeres, hombres y mujeres, y hasta niños. Toda la tribu participaba en esta actividad sexual religiosa que, según su cosmogonía, les aseguraría el alimento.
Podría continuar mencionando otras tradiciones, pero no es hasta la llegada de los romanos y su sincretismo de la religión griega, que vemos cómo muta el carnaval para convertirse, ya no en un festín de comida, sino en el degenere que conocemos hoy día. Roma nos trae la mega evolución de Dionisio en la forma de Baco, y de ahí partimos hacia los bacanales y las bacantes, el primero una gran orgía de alcohol y sexo, las segundas, mujeres que, intoxicadas de vino y alcohol, conectaban con un estado alterado de conciencia que hoy conocemos como frenesí, y se volvían caníbales.  
En fin, el tema el carnaval se inserta en un antes o después del invierno o de la cosecha. Podría decirse, y afirmo, que el carnaval se una preparación para la muerte. Hoy día, tenemos carnavales de todo tipo: el de Río, de las máscaras en Venecia y Hatillo, el de Trinidad y Tobago, y Mardi Gras, todos los cuales pueden considerarse festivales de gran degeneración moral antes de alguna consagración religiosa en donde se expían los pecados. Esto me llama la atención, porque uno siempre expía pecados antes de morir. Sin embargo, el carnaval es algo que ocurre todos los años, y es como si internamente aceptásemos que el ciclo se abre y se cierra. Es como si de alguna forma escondida y mórbida entendiéramos como colectivo que todos los años morimos un poco.
El carnaval ha mutado tanto que hoy día tenemos, incluso, las Paradas de Orgullo LGBT, que también son otro tipo de festival. En ellas, individuos provenientes de todos los colores de la bandera marchan por la visibilidad. El aspecto carnavalesco no se hace esperar. Las dragas o transformistas se visten con sus mejores plumajes, como pájaros o aves exóticas en pleno ritual de apareamiento, los osos salen de su hibernación con sus cueros y sus pelajes, las parejas marchan agarrados de mano, las familias aliadas también. Marchan incluso los gays y lesbianas cristianos que buscan moralizar al resto de la comunidad. Así, vemos que el tema del carnaval es mutante y mutable, ya que cada generación ve nuevos significados y connotaciones en sus festivales.
Todo esto nos debe llevar a pensar este libros de cuentos o cuentario, Carnaval de sangre, de Ana María Fuster Lavín, desde una perspectiva no solo literaria sino histórica. Mi invitación es a entender este maravilloso texto en su historicidad interna, aun si la externa no es obvia o fácilmente discernible. Para ello, me remito al orden en que se encuentran los microtextos.
La primera parte, titulada “Sin ojos: habitantes de la ciudad silente”, conecta con otros textos de mayor extensión de la autora, eso es, su novela cuentada (In)somnio y su novela inédita Mariposas negras, novelas que recogen ese andar en la ciudad de noche o bajo las sombras. En ambos textos, la ciudad se vuelve una naturaleza despiadada que saca lo peor de los personajes y los convierte en monstruos, aun a las víctimas. en ese renglón, Tenemos microtextos como “Gol”, “Instrucciones para el suicidio de una ama de casa” y “Coleccionistas de polvos” que tocan esa fibra lúgubre de la ciudad vista como un eterno cementerio en potencia. Solo la muerte es reina.
El libro continúa, en su segunda parte, con “Bajo la cama (trece días en el abismo y un final feliz), en donde el humor negro da paso a un realismo que se va haciendo cada vez más macabro o gore. “La recámara roja” me remite muchísimo a “El almohadón de plumas”, de Horacio Quiroga. La diferencia estriba en la sensibilidad. Fuster Lavín nos hace entrega de una historia más delicada, más insomne. Y es que el insomnio prolongado, que tanto la autora como este servidor padecemos, provoca una transferencia de la realidad a otra. El insomnio prolongado lleva a un abismo entre la vigilia y el sueño. Como caerse dentro de las fauces de una cama. En el cuento “Las niñas perdidas”, el insomnio carga con tan fuerte presencia que comenzamos a verlo escrito con I mayúscula, porque ya se ha vuelto un personaje mismo, un amante que nos llevamos a la cama y con quien copulamos todas las noches en un frenesí carnavalesco de tossing and turning, o peleas con la almohada.
La tercera sección “Carnaval de voces y sueños: amores caníbales” nos adentra a la fascinación por la ingesta de carne humana, e incluso, la autofagia. “El beso de la mandrágora” remite a esto y lo lleva al próximo nivel. La mandrágora es la raíz de la planta que lleva el mismo nombre, a saber, Mandragora autumnalis, la cual tradicionalmente se ponía bajo la cama en un tazón con leche para asegurar la fertilidad en la mujer recién casada. En el cuento, las mandrágoras se convierten en hijas que devoran las piernas y los ojos de la mujer. Entonces, en este libro permea una fascinación morbosa por el daño corporal, pero dicha fascinación nunca es gratuita. Un estudio concienzudo de los vaivenes poéticos de esta narrativa nos lleva a concluir que Fuster Lavín busca examinar lo que conocemos en narratología como “experiencias límite”. Ana María las inserta dentro del contexto de la muerte. ¿Cómo se sentiría que tus hijas te devoren? ¿Cómo se siente servirle de alimento y bebida al otro? ¿Es esto una terrible metáfora de adonde conduce el altruismo desmedido? ¿Es posible vivir a la expectativa de secarse?
Finalmente, la última parte del libro “Los placeres de la muerte: carnaval de sangre”, nos invita a entender el gore, ya no como materia del reino del terror, sino como un nuevo hábitat o ecosistema tras la muerte. En “La vida de las palabras”, una mujer se abre las venas tras el fallo de su computadora. Las voces obligan a la mujer a escribir a como dé lugar, y a falta de computadora, sangre. Así, la mujer muere y las palabras viven en ese bioma sanguíneo de gérmenes, bacterias, plasma y glóbulos rojos. “Última danza para orquesta de cuatros y güiro” es tal vez el cuento de humor más negro. Allí, un güirero lucha por ser relevante en una actividad musical frente a un público que no le importa. ¿Metáfora de un país real? Decida usted. Yo ya decidí que sí. Escribir en Puerto Rico es eso, tocar el güiro en una orquesta y que el público esté más pendiente del contenido de sus iPads que de lo que uno está tratando de decir con la escritura. Y si lo extrapolamos, “Última danza” sirve para describir la terrible tarea de todo artista en este rincón del globo. Claro está, Ana María lo asume con muy buen humor y eso le da una grandiosa fuerza como escritora, persona y ser humano, fuerza que personalmente, solo puedo soñar con tener.
Para concluir, este carnaval de historias en secuencia histórica interna nos lleva a querer sacrificar nuestra sangre misma por el ideal de mayor pulso en nuestros respectivos corazones. A mí, por ejemplo, este libro me anima a escribir mi sangre misma. A dar a conocer las historias que cargan mi torrente sanguíneo infectado con el virus de inmunodeficiencia humana. A hacer arte con esta tinta de venas y arterias. Y a invitar a otros a que me toquen sin miedo a infectarse. Por eso este libro es tan importante para mí.

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