viernes, mayo 12, 2006

Semáforos y palabras desde mi rincón santurcino




Semáforos y palabras desde mi rincón santurcino…

por Ana María Fuster

Continúa la marcha, precaución, detente. Verde, amarillo y rojo, y se volvió a dañar el maldito semáforo, consecuencia inmediata e irremediable: un tapón bestial, bocinazos, un teco pidiendo, los celulares dando excusas a oídos sin rostros, suplicando que la siguiente jornada sea más tranquila, no hacer nada, o lograr un aumento de sueldo o un rapeo, lo que sea más fácil, ¿quién sabe? Al final de la jornada, la Ponce de León hasta Miramar se desierta de motores, reina el peatón, se puebla de habitantes pasajeros y residentes, este ambiente claroscuro se convierte en un mundo donde el día y la noche marcan el tiempo de los contrastes.

Anochece en el callejón y se encienden los anuncios de neón multicolores, efervescentes; todos pueden ser sombras iluminadas cuando el milagro se acerca y nos dejamos penetrar secretos, el clandestinaje puede ser una fantasía, un titular de periódico o un juego de niños. Para el poeta las noches urbanas son deseos poblados de letras lloviendo dedos mágicos, invencibles, tronantes, pero vivos. Renacen las pasiones, los versos y hasta de la mirada de un desconocido, a quien no volverás a ver, puede surgir la palabra.

La ciudad no susurra, grita; no se toma su tiempo para horita o lueguito, la inmediatez impera; tampoco coquetea es lasciva, es una amante que se transforma constantemente en distintos rituales. Siempre vive la urgencia y la velocidad, y es que en el parpadeo de un semáforo ya han nacido tantas historias… El escritor se puede sentar en una esquina cualquiera a observar ese vaivén de seres anónimos, peregrinos de avenidas y rutinas, fantasmas virtuales, y vagabundos con y sin trabajo reconocido por la sociedad. La letra urbana se fecunda desde ese sabroso mejunje de locuras donde quizás nadie conoce a nadie y, aún así, siempre detona un poema, un cuento o novela.

Mis sueños son apalabrados y no puedo prescindir de mi mundo entre el mar, el cemento, el alquitrán, árboles valientes, hombres y mujeres enrutinadas, desrutinadas, el ruido y la velocidad. Golpe a golpe, verso a verso, una caravana de voces le canta a la vida citadina; así somos hijos del día y de la noche en una bipolaridad exquisita, la necesidad de salir, deambular, ver, convivir y hasta desvivir. La acción y la movilidad nos caracteriza, el semáforo sigue dando instrucciones constantemente, sigue, precaución, detente y continúa rápido.

No puedo escribirle a un campo y una ruralía que desconozco, que me resulta lejana y ajena, siempre he vivido en la ciudad a la que le he escrito tres libros de cuentos (Verdades caprichosas, Réquiem y Bocetos de una ciudad silente) y en la que seguiré soñando o deambulando por ese rico desvelo apalabrado. Y es que en el siglo veintiuno --los calendarios del espacio y tiempo se han deshojado-- en mi rincón santurcino, no escuchamos eso de alegre vengo de mi montaña, de mi cabaña, pa celebrar? Y a mis amigos les traigo flores… No trullamos, en navidades jangueamos.. ¿Cómo se me ocurre una trulla navideña? Una trulla que retrate una noche en la parada 18 podría ser un poema urbano más que un villancico, me explico al escribir:

Una trulla de palitos, con vagabundo y lata de Medalla
escupe sobre la acera cunetera
y maldice el calor mantequero, etílico,
socioadicto al silencio consumero
consumista, extremista, reprimista
y hasta hedonista,
mientras pasa el aspirante a la eternidad,
controlador de sus verdades, de su cuenta bancaria
dicotomía espumosa del paternalismo supremo;
pudo ser desde poeta a empleado bancario
hasta profesor o quizás panfletista legal,
cuando los versos son pretexto y los actos son el texto
pero el resto, es lo mismo,
burla burlado trullado de ideas nubladas
se salta un semáforo, él tan decente…
se toma una cerveza en la esquina
y escupe en la misma cuneta.

A su vez,
japiniuyeal vomita hasta la vida
pero la caneca está afincá,
la de ambos,
mejor que la lata de Medalla del otro pana
que orina sangre sementosa
pero el otro tiene cementosos los instintos
es sólo solitario el reflejo de sus ideas
y cree morir,
pero sigue la parranda en otro semáforo,
o frente a la barra, y escupe de nuevo
como muere otro mendigo de almas
sin beberse el ron o la cerveza,
y así a nadie le importa…
Total es navidad y uno adorna el árbol
otro se viene sobre sus versos venenosos
vuelve a indigestarse de luces rojas
y se muere igual que una sobredosis tecatera
del anónimo cunetero que escupió sin más pretexto
que el texto de otra historia del silencio
con trulla y sin palitos, al menos hubo música,
pero nadie escuchó…


Verde, amarillo, rojo y sigo, aunque nos encasillen de individualistas y el escándalo nos ensordezca. No es todo fantasía en nuestras calles. Y aunque fuese así, vivo la ciudad y me preña de olores, ruidos, historias de seres anónimos u otros con personalidades fuertes e inmensas, también soñamos, creamos, nos enamoramos, amamos, y sentimos nuestras pasiones en estos espacios que hacemos nuestros, pues el amor también rompe las fronteras geográficas, y desde la ciudad el amor puede ser tan intenso en un apartamento entre tapones, llamadas telefónicas y calor, como el amor en el campo en una casita de madera entre flamboyanes, vacas y palos de mangó; y es que a pesar de la prisa urbana, como buenos caribeños, siempre nos tomamos nuestro tiempo para amar como para escribir, que son la misma cosa, crear mundos vivos, iluminados por la palabra, por las sensaciones, escribo entre las sábanas de una madrugada cualquiera y la complicidad de la computadora solidaria:

Amanecí desnuda de recuerdos y miedos
no estoy sola, mi vientre vacío ya cicatriza
despierto cuerpo a cuerpo el calor de la vida
no grito dolores, gimo deseos y esperanzas
a mi lado, al tuyo o el nuestro vivimos la película del mundo
giramos sobre el eje concéntrico de mis laberintos
nos ungimos de sudores, piel a piel, sangre de versos,
y duermes sobre el silencio de mi pecho
ese suave trago de nuestras sombras
donde somos actores, poetas o mimos
desmaquillando cualquier traición o convención
la ciudad nos pertenece cuando somos infinitos
y soñamos a la libertad del caminante
pisadas serenas, seguras sobre la locura del destino
lejanas a las tempestades del tiempo
los semáforos, oficinas y negocios desaparecen,
nuestro reloj reposa sobre besos
mis labios se queman en tus dedos
mis manos se consumen ante la palabra
despiertas, el puerto se acerca
y la función está por comenzar…


Verde, amarillo, rojo, palabras inmensas, tronantes, escribir hasta que las manos se agoten y el alma decida dormir un rato más, mientras como diría el poeta Angel Matos “la ciudad se derrama y el poeta se sorprende”. Amanece un día más en mi rincón santurcino, preparo la página en blanco y mis sueños vuelven a volar entre palabras, avenidas, calles y callejones.

Ana María Fuster Lavín

publicado en el semanario Claridad, suplemento en Rojo, edición dedicada a la Literatura Urbana, págs. 22 y 23, 11 al 17 de mayo de 2006
http://www.claridadpuertorico.com/articulo.php?id=3974

La foto pertenece a los archivos de Claridad.

3 comentarios:

Ana María Fuster Lavin dijo...

Gracias, cada publicación en el periódico significa llegar a los desconocidos que te leen, es una especie de vougerismo...
Madam, gracias, a mi también me enorgullece tu amistad y creatividad

Unknown dijo...

Elou
Pasaba por aquí y me encontré con este texto sabroso con olor urbano. Hace un mes que no voy a Santurce. Es inegable que eres una poetusurbanus.
Saludillos,

Ana María Fuster Lavin dijo...

Mi hermanita Vetala... Sabes que siempre puedes visitarme aquí en Santurce tienes casita...
También tu agradezco de corazón tu vueltita por mi blog...

Madam!!!!! Jey, laboramos cerquita, a ver si nos encontramos un día para almorzar, en Los Pinos hacen un mofongo muy rico...