jueves, noviembre 06, 2008

Los Rostros de La Hidra o las Contemplaciones del Viaje Infinito


Por Marioantonio Rosa


Observando el cuadro de Gustave Moreau Heracles y la Hidra de Lerna (1876) nos remontamos al estadio de la Grecia Mitológica. La Grecia respirada por Zeus, Atenea, Poseidon o la gama benéfica y maléfica que criptaba el destino en una ruta insondable y ausente de preguntas ejecutadas en un solo aliento y edificada para la posteridad. Si vamos a la mitología La Hidra era hija de Tifón y la Equidna. Fue criada por Hera bajo un plátano cerca de la fuente Aminone en Lerna. Se decía que era hermana del León de Nemea y que por ello buscaba venganza por la muerte de éste a manos de Heracles. Por esto se decía que había sido elegida como trabajo para Heracles, de forma que éste muriese.


Tras llegar a la ciénaga cercana al lago Lerna, Heracles cubrió su boca y nariz con una tela para protegerse de su aliento venenoso y disparó flechas en llamas a su refugio (la fuente de Aminone) para obligarle a salir. Entonces se enfrentó a ella con una hoz (según aparece en algunas vasijas pintadas antiguas); Ruck y Staples (p. 170) han señalado que la reacción de esta criatrua ctónica fue botánica: tras cortar cada una de sus cabezas Heracles descubrió que le crecían dos nuevas cabezas, una expresión de la desesperación de esta lucha para cualquiera salvo para este héroe.
Los detalles del enfrentamiento son explicados por Apolodoro advirtiendo que no podría derrotar la Hidra de esta forma, Heracles pidió ayuda a su sobrino Yolao. Éste tuvo la idea (posiblemente inspirada por Atenea) de usar una tea ardiendo para quemar el muñón del cuello tras cada decapitación. Heracles cortó todas las cabezas y Yolao quemó los cuellos abiertos, matando así a la Hidra. Heracles tomó entonces su única cabeza inmortal y la enterró bajo una gran roca en el camino sagrado entre Lerna y Eleia y mojó sus flechas en la sangre venenosa de Hidra, completando así su segundo trabajo.


En el espacio sideral, amparada y robusta por su esplendor y lujo, cuando el sol está en el signo Cáncer, el cangrejero, la constelación Hidra tiene su cabeza cerca. Los mitógrafos cuentan que la Hidra de Lerna y el cangrejo fueron subidos al cielo después de que Heracles los matase. En nuestros días, el térmido “hidra” es usado con frecuencia para referirse a un problema multifacético que parece ser imposible de resolver paso a paso, o a uno que empeora tras intentar resolverlo con métodos convencionales, como por ejemplo cuando los intentos por eliminar cierta información hacen que ésta se difunda incluso más ampliamente.


Julio César Pol, La Editorial Isla Negra y Ediciones Gaviota nos entregan Los Rostros de la Hidra muestra poética contundente que en 283 páginas se recogen las voces que empezaron el viaje infinito de la mano con las revistas Tonguas, El Sótano 00931, Zurde y Taller Literario. De paso el editor de esta brillante antología despoja el silencio rompe y ebulle con la metáfora de Hidra, rapta los sentidos con una de las más excelentes muestras de taller creativo que recordemos.


Tenemos siempre en la memoria el haber presentado una de las primeras ediciones de Tonguas.
Recordamos a Nina Valedón, poeta, haciendo el oficio de brindar una nueva palabra de invasión junto a un grupo de poetas decididos a escucharse y ocupar un lugar en el viaje. Más allá, en otro gran paralelo, Carlos Esteban Cana abría las puertas de su Taller, un taller grandioso, un taller con suficiente vestidura para que nadie quedara en silencio. Allí, en ese taller, cada poeta, cada narrador fraguaba sus espejos, y la luz tenía siempre una palabra de talento.



El Sótano 00931 y Zurde también fraguaban el brillo de su espada. Y es que al nacer el papel, lozano y desconocido, la espada traza el surco de modo que, queden grabadas las líneas perfectas y se reciba la tinta como un prodigio, íntimo y humano, ideal y divino. Los Rostros de la Hidra, precisametne comienza con el testimonio de cada uno de los editores de las revistas literarias previamente señaladas, las circunstancias, la historia, el viento y el aliento del viaje. Son escenarios que ciñen al gran escenario de los poetas antologados. Ya después, el libro toma su territorio y los poemas revelan la experiencia, la piel, los símbolos, la ironía, la conspiración, el vértigo, el amor otra vez con el camuflaje de la voz, a cada modo, a cada tono, y a cada estilo. Cada poeta trasciende, no como un deseo de elevación, sino como una trascendencia natural, trabajada en la disciplina del verbo.


Entonces la inmanencia de la antología se preocupa de tener peso y conservación. Aquí los poemas en ambos idiomas caducean en la dirección depurada y tienen su simiente perdurable. De Javier Ávila, David Caleb, Kattia Chico, Javier Aviles Bonilla, Reynaldo Delgado, Juanmanuel González, Julio César Pol, Alexandra Pagán, Irizelma Robles, Miguel Figueroa, hasta vernos en la verdad de la poesía con Pedro Cabiya, escritor de historias genialmente atroces en la ternura de un poema, en una desnudez de sentidos, en una sencillez prístina, nos dice la magnitud justa de esta antología.


Aquí el tema es inagotable, y late surtido de lenguajes. Aquí los celajes, los encuentros para vivir o para despedirse se hacen en una ley de gravedad propia del buen poema. Puedes ir con Mayda Colón a 80 millas por hora, huyendo, hasta distinguir en el cristal ‘Objects in mirror are closer than they appear’ y sonreir porque lees un testimonio de gran poesía y originalidad.


Contestar con Sonia Gaia, el dilema del amor y las líneas paralelas, definirse con Eddie Ortiz bajo la ingeniosa ley de la poesía, jugar a la fotografía con Amílcar Cintrón entre los patrones de las sábanas y las imágenes, volver a entrar a Dios y su existencia con Yara Liceaga. Cambiar el número que define a los hombres gracias al soplo sensorial de Kattia Chico, tocar la sensualidad para que no nos abandone con Ana María Fuster, sentir, palpar, hacerse infinito con este gran mosaico de 70 poetas en colores vivos, en grises reflexivos, en violentos sones que suavizan la sensibilidad. Creamos y escribimos confiados en ese impetu de la sensación capturada.


Vemos el charol de nuestra propia palabra y sabemos que todo ha sido hecho. Somos poetas porque nos hacemos ser del viaje y la búsqueda, el propio y el ajeno, el íntimo y el libre, el transeúnte y el observador. Bajo Los Rostros de la Hidra se conjugan todas estas premisas, son dueñas del lenguaje, transitan en el viaje infinito y esto es un logro.


La Hidra tiene ahora otra circunstancia en su vocerío mitológico. Nuevos rostros brotan esta vez en una propuesta para nuestra Literatura Puertorriqueña. La recibimos, y visitamos esta nueva historia. Enhorabuena.


*El autor es escritor

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