jueves, julio 01, 2010

La borrachera de poder de algunos de nuestros políticos ha traspasado los límites a los que jamás imaginábamos que nos acercaríamos.

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Condeno la violencia y el abuso de poder

Mabel M. Figueroa Pérez
jueves, 1 de julio de 2010
Mabel M. Figueroa Pérez / Primera Hora

No podemos seguir así. No podemos permitir que este caos y abuso de poder sigan reinando en Puerto Rico. No podemos aceptar callados la imposición de violaciones constitucionales. No podemos, porque si lo hacemos nos convertimos en cómplices, como aquellos que con su silencio las avalan.

La borrachera de poder de algunos de nuestros políticos ha traspasado los límites a los que jamás imaginábamos que nos acercaríamos. No querer ver lo que está ante nosotros es vivir de espaldas a nuestra realidad.

El motín que se escenificó ayer en la Casa del Pueblo, así mismo, la Casa del Pueblo, aunque algunos insistan en ignorarlo, fue un bochorno colectivo como secuela de la directriz que impuso, en abierta violación a la Constitución de Puerto Rico y la Constitución de Estados Unidos, el presidente del Senado, Thomas Rivera Schatz, de no permitir a los ciudadanos, a los constituyentes de este país que los pusieron allí, poder presenciar los trabajos de la sesión desde las gradas.

No eran muchos. Estaban dispuestos a presentar sus identificaciones. Nadie había vandalizado la propiedad. Pero, aun así, no se les permitió el acceso a un edificio público como es el Capitolio.



Tampoco hubo diálogo. En cambio, mandaron un ejército de la Fuerza de Choque a lanzar gas pimienta, a dar macanazos a diestra y siniestra y a empujar a todos los que se encontraban de frente. Movilizaron miembros de la Guardia Nacional y también sacaron un “selecto” grupo de agentes de la Unidad Montada como una forma de intimidación.

Era impresionante cómo no marcaron límites, cómo le dieron a todo ser humano que se movía frente a la Casa de las Leyes. A todos, aunque no se les enfrentaran. A todos, aunque estuvieran trabajando, como los compañeros periodistas de todos los medios de comunicación, que, muy valientes, se aguantaron el gas pimienta y los golpes de los musculosos agentes de la Unidad de Operaciones Táctica para que pudiéramos conocer la verdad de lo que allí pasaba.

¡Qué espectáculo! ¡Qué vergüenza!

Por eso fue insólito ver un poco más tarde llegar al superintendente de la Policía, José Figueroa Sancha, tratando de vender una versión de esa violencia desbocada contraria a la que todo el país presenció.

Honestamente fue un insulto al intelecto.

Pues, sepan que este pueblo es más inteligente de lo que piensan funcionarios como Figueroa Sancha y algunos “honorables”, a quienes nosotros, los contribuyentes, mantenemos con sus sueldos para que encima pretendan violentar los derechos sagrados que a todos nos cobijan en Puerto Rico, un país que tristemente ha dejado de ser la “Isla del Encanto”.

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