lunes, mayo 09, 2011

Ana Maria Matute en Puerto Rico

Matute deshoja pedazos de su vida en Puerto Rico

La ganadora del Premio Cervantes ofreció una charla magistral en el Segundo Festival de la Palabra

Matute fue de un tema al otro con soltura, complaciendo a la concurrencia./Neysa Jordán/Festival de la Palabra

Por Mario Santana/ www.festivaldelapalabra.net

SAN JUAN- Íntima, simpática y espontánea, la escritora Ana María Matute arrancó aplausos, carcajadas y silencios anoche en esta capital del Caribe al hablar ayer de la magia de la literatura, de las amistades que tejió a través de este arte, de sus recuerdos de niñez, de la guerra civil española, de los prejuicios que sufrió por ser mujer escritora, de la depresión que la afectó durante años, de la vida y la ancianidad.

En una conversación a micrófono abierto con el escritor y periodista español José Manuel Fajardo (Granada, 1957), Matute habló de la búsqueda de la sencillez en su obra: “Yo quiero que me entiendan, que sepan lo que quiero decir”; de los árboles: “El árbol es quizás el único ser vivo que huele bien después de muerto”; de la guerra: “No existen guerras santas”; de su vida: “He vivido intensa y profundamente”; y de la ancianidad: “Ser viejo no está tan mal como la gente cree”.

A medida que hablaba se desdibujaba la imagen de anciana frágil que trajo cuando la llevaron en una silla de ruedas al salón donde tuvo lugar la conversación, en un edificio a pasos de la bahía de San Juan.

De 85 años, Matute es apenas la tercera mujer que obtiene un Premio Cervantes, el más prestigioso de la literatura en idioma español; la tercera, también, en ingresar a la Real Academia Española de la Lengua, donde ocupa el asiento k; Premio Planeta de 1954; Premio de la Crítica de 1958, Premio Nacional de Literatura y Premio Nadal de 1959 y Premio Nacional de las Letras Españolas de 2007; y tres veces nominada al Premio Nobel.

Mientras Fajardo recitaba la lista de premios, Matute hizo un gesto con la mano acompañado de una sonrisa, como quien dice que pare ya, que no hace falta eso. En un momento dado mostró su dedo índice izquierdo y corrigió a Fajardo: no había ganado el Nadal dos veces, sino una.

Matute está en San Juan, invitada por el Festival de la Palabra, cinco días de diálogos entre escritores iberoamericanos y de otros países y lenguas que están abiertos al público general. El tema central de este año es la identidad. El

Festival termina la semana próxima en Nueva York, epicentro de una comunidad puertorriqueña o de descendientes de puertorriqueños que ya alcanza las 4 millones de personas, cantidad similar a la de habitantes de la isla. Matute también participará del Festival en Nueva York.

Matute habló de su niñez. Contó que de niña en su casa castigaban a sus hermanos y a ella, encerrándolos en un armario oscuro. Sus hermanos apenas podían soportar el encierro y la oscuridad. “A mí me encantaba”, dijo.

Contó que leer para ella fue importante desde muy joven. “Cuando era jovencita, si había un muchacho interesado por mí, si no le gustaba leer, por más guapo que fuera…” Las carcajadas del público la interrumpieron y ella regaló otra sonrisa. Vestía un conjunto de camisa manga larga y pantalón, ambos color blanco. Cruzaba los pies y movía la mano izquierda con coquetería.

Matute habló de la guerra civil española y de la niña de 11 años que conoció cosas que se supone vedadas para los niños.

Con la guerra supo “por primera vez qué era el odio, que era la muerte”. Recordó las conversaciones de sus padres y otros adultos, que revelaban de familias en las que un hermano peleaba en el bando republicano y otro hermano en el de los militares alzados. Ella, que quería tanto a sus hermanos, no podía concebir que un hermano fuese enemigo de guerra del otro. Contó que aquellos horrores se le metieron tanto en la piel, marcaron tanto a la niña que nunca la ha abandonado, que el tema estaba presente, es una constante, en su primera etapa de escritora.

De esa etapa son sus novelas Los Abel (1948), Fiesta al noroeste (1953), Pequeño teatro (1954), Los hijos muertos (1958) y Los soldados lloran de noche (1964), escritas desde la mirada de una niña que trata de comprender aquella guerra civil;Matute también contó que en la época en que comenzó a publicar, los críticos de literatura preferían inventarse la crítica a leer los textos escritos por mujeres. “Si era una mujer la que escribía, no leían el libro”, dijo.

Contó otros detalles de su larga vida; por ejemplo, que “la conversación más bella que he tenido con nadie” fue “la primera que tuve con mi hijo”.

El silencio de la depresión

Al comienzo de la conversación de anoche, Fajardo aclaró que tuteaba a Matute porque “nos conocemos, para mí, hace muchos años, y para ella hace poquitos”. La amistad surgió de una visita a su casa, en la calle Provenza de Madrid, en la década del 90, cuando aún no había terminado su largo silencio editorial.

El paréntesis de dos décadas en la publicación de nuevos títulos, reveló Matute, había estado de la mano de un profundo estado depresivo. Esos años los llamó: “La época en que no escribía porque tenía depresión tremenda”.

Aunque no entró en esos detalles, las muchas biografías y entrevistas que sobre ella hay en internet coinciden en que mientras Matute se abría paso triunfante en el mundo de las letras de España, los lazos afectivos con su entonces esposo terminaron de romperse y ella decidió separarse. En aquella España no existía el divorcio y el marido, al parecer para vengarse, consiguió la custodia legal y física del hijo de ambos, entonces de 9 años, a quien Matute no pudo ver durante más de dos años, excepto los sábados y por una concesión de su suegra.

De aquel primer esposo no habló anoche. Solo hizo una mención indirecta, cuando contó de un viaje a Dinamarca con su marido y de inmediato aclaró: “El bueno, el segundo”.

Matute contó cómo en esos años difíciles los lectores no la abandonaron. Le escribían cartas, le preguntaban cuándo saldría su próximo libro. Anoche se le aguaron los ojos mientras recordaba las cartas. “Todavía me emociono”, dijo. En aquella primera conversación en la calle Provenza Matute ni Fajardo sabía que estaba muy cerca de cerrarse el paréntesis de silencio editorial.

Aquella primera conversación, recordó Fajardo, ocurrió entre tragos de whiskey y en un momento dado, Matute le trajo un cajoncito en un cajón con ruedas. Adentro viajaba un manuscrito del Olvidado Rey Gudú, quizás la novela más leída y admirada de la autora. Fajardo dijo que la lectura de aquel manuscrito le reveló “la Matute en estado puro, en su plenitud”. El libro fue publicado en 1996. Ese mismo años ella ingresó a la Real Academia de la Lengua. Matute dijo que no solo la literatura, sino la vida, son mágicas. Aclaró que eso no quiere decir que escribir sea fácil.

Al contrario, “es muy duro, muy difícil”, dijo. “En cuanto más experiencias tienes, más libros tienes, más difícil es”, explicó. Entonces, comentó de manera muy breve una de sus metas como escritoras: la sencillez. “Yo quiero que me entiendan, que sepan lo que quiero decir a partir de los 14 años hasta los 100”.

“Cuando uno se hace viejo, se da cuenta de muchas cosas”, dijo en otro momento de la conversación. “Ha vivido más, ha tenido muchos desengaños”. Aclaró que “ser viejo no está tan mal como la gente cree”.

Aclaró, además, que a pesar de las partes difíciles, se siente satisfecha de su vida. “He vivido intensa y profundamente y estoy muy contenta”, dijo para aclarar con una gran sonrisa: “Vivido y bebido”. Una ovación siguió al comentario.

Matute dijo unas cuantas cosas más, entre ellas que “la biblia es el libro de aventuras más fantástico”, superando a "Las mil y una noches", y que prefiere no ver las adaptaciones cinematográficas de sus novelas. Casi al final solicitó permiso para un chiste, que por supuesto le fue concedido. “Una cabra comía una película. Otra cabra se le acercó. ‘¿Qué? ¿Te gusta?’, preguntó la otra cabra. ‘Sí, pero me gusta más en vivo’”.

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