Entre cunetas: diálogos entre perros y gatos
- Sábado 18 de Mayo de 2013 00:00
- por Ana María Fuster Lavín
de Bocetos de una ciudad silente
–Somos las sombras de una ciudad donde todos son mudos. Aullamos o maullamos a la luna y nadie nos entiende, callan sus secretos.
–Mi pana, pues, para mí que hablan demasiado, siempre hay ruidos por todos lados.
–Es parte de nuestro destino. ¿Te explico?
–No me interesa el destino. Mejor cuéntame otro cuento. Uno lindo.
–No hay finales felices en estas calles.
–Eso no importa, después de que haya comida. Mira conseguí arroz chino, ¿quieres? También hay un pedazo de pizza, si no la hueles…
–No tengo hambre, son los gusanos que viven en mi estómago. Mejor me doy un trago, encontré una caneca en el parking, con suerte es ron.
– Solo cuéntame un cuento mientras acomodo las cajas. Hoy dormiremos calientitos.
–¿No te asustan los silencios? Cuando todos duermen y nosotros deambulamos entre cunetas que apestan a orines, a basura, a saliva deshidratada. ¿Será nuestra verdadera esencia? Las historias de los habitantes se liberan mientras duermen y éstas apestan igual, algunos de sus secretos peor aún.
–Me gusta el silencio, así nadie nos ve, no nos molestan hasta el amanecer. Puedo ronronear aquí y allí.
–Ten cuidado con sus fantasmas.
–¿Fantasmas?
–¿Te asustas?
–Llevó tantos años por estas calles que ya nada me asusta, he visto los dos lados de la moneda. Mejor cuéntame un cuento.
–¿Recuerdas el día que atropellaron a mi primo Charlie?
–¡Cómo olvidar al viejo Charlie! Una vez consiguió medio jamón de la trastienda del restaurante cachendoso español, el chavao gallego lo persiguió gritándole de todo, pero Charlie corrió a toda velocidad. Lo compartió con nosotros dos, detrás de la discoteca. ¡Disculpa! Me duele la garganta.
–Viejo amigo, cuídate esa tos. Sigo el cuento.
–Espera a que pase aquel tecato, ya se retira a su ratonera.
–Se fue. Ahora te lo cuento. La tarde que murió Charlie había estado lloviendo, tanto que su sangre navegó por las cunetas de toda la Parada 18.
–Pude hasta olerla… El accidente fue espantoso.
–Estoy seguro de que la guagua lo vio, no sé, pero no frenó.
–Prefiero otro cuento. Me gusta vivir de los olvidos.
–Esa noche lloré mucho, aunque mi mente se pierde a veces. Las calles se convierten en laberintos cuando se me nublan los pensamientos. ¡Mierda, cuánto me duele el estómago! La bebida, los gusanos…
–Fue terrible lo de Charlie, ni siquiera nos dejaron acercarnos, además la estampida nos ahuyentó. Es que en las tardes esto se convierte en una piara descontrolada.
–Te contaré que esa noche me acerqué a una adolescente que lloraba sentada en un banco de la placita frente al restaurante del gallego. Estaba llorando. Sólo la miré a los ojos y Ella trató de extender la mano como para tocarme, pero no lo hizo, sólo me sonrió entre lágrimas. No tuve que preguntarle nada, Ella comenzó a contarme lo que le había pasado. Sentí algo mágico en esa joven.
–Será… porque casi nadie nos habla, sólo nos gritan y nos dan comida o lo que sea sin mirarnos a la cara.
–Ella me contó que estaba confundida. En la tarde había ido de compras con su amiga Elena, luego se habían ido a casa de ésta a prepararse ambas para la noche de discoteca.
–¿Cómo se llamaba? Creo que tuve una hija hace tanto, fui muy fogoso, debo haber tenido varios muchachitos. Por lo de bellaco me echaron de la casa, mi compañera dijo que no podía andar como gato rondado todo el vecindario. Disculpa.
–Mi viejo amigo, ya me has contado tus andanzas, cuídate esa tos. Ya es tarde para afligirte por lo otro.
–Siempre regañándome… Oye, ¿cómo se llamaba la muchachita?
–¿Cómo crees que me iba a decir su nombre?
–Nunca nos hablan.
–No somos de la misma especie que ellos, vivimos en la plena libertad.
–Sin nada será.
–Sin responsabilidades.
–Esto es una mierda. Oye ¿nunca tuviste hijos?
–No tuve hijos, ni nada.
–Mejor. A mí no me sirvió de nada.
–Te quejas, al menos tuviste familia, una hija, tú lo dejaste perder, encima tuviste un buen trabajo. Siempre fui como un perro vagabundo desde que llegué de la guerra. Pensar que quise ser poeta, pero no tengo historia.
–Al menos Ella te contó algo, sigue...
–¡Y qué historia! Me contó muchas cosas, el alcohol nos destapa la boca del alma.
–Dímelo.
–Bueno después de mucho regodeo me contó cosas interesantes. Las muchachitas cuando sueltan la lengua…, ya tú sabes. Que si sus chismes, toditita su vida, aquella me contó que ella y su amiga estaban vistiéndose juntas para venir a la discoteca de aquí al lado. Ella me dijo que no podía evitar mirar la espalda y los muslos desnudos de Elena. Me acuerdo su nombre, Elena se llamaba una de las jevas que tuve en otra vida. Bueno, las chicas se vestían, o ¿estaban desnudas? Y fue cuando ocurrió el milagro. Elena le pidió que la ayudara a abotonarse el vestido, las manos le temblaban mientras luchaba con los ojales a la altura de la cintura. Según fue escalando su espalda sentía el sudor bajando por la suya. Al terminar de abrochar la ropa Elena se volteó y quedaron frente a frente tan cercanas que sentía los labios de Elena imantando los suyos. Recuerdo los besos de mi Elena.
–¡Sigue con lo de las jóvenes!
–Ellas se sonrieron y juntaron sus labios. Una sensación de ternura y electricidad le impidió separarse de su amiga. Elena sonrió y le dijo vámonos ya. En el carro de camino a la discoteca las manos de ambas que se encontraron en el silencio acariciándose con ternura, luego se soltaron antes de llegar al estacionamiento. La pobre muchachita comenzó a llorar…
–Quién lo diría, una chica con otra chica. ¡Qué asco! ¿Y por qué lloraba?
–En ese momento me pareció que el amor no tiene género… No lo tiene. ¿Puedes creer lo que le me contaba, a un viejo perro vagabundo como yo?
–Ajá, hay locos por todos lados. ¿Por qué lloraba?
–Estaba triste… Ellas entraron a la discoteca, Elena rápido saludó a su novio y Ella se quedó conversando con unas compañeras de universidad. Elena no le habló en toda la noche, como si la estuviera esquivando. En un momento, al entrar Ella al baño escuchó a Elena cuando le contaba a su prima que Ella era lesbiana y la había intentado besar. Se sintió humillada.
–¡Qué miserable! La traición fue exactamente una de las razones que me trajeron aquí. Mi mejor amigo le contó todo lo que yo hacía a mi mujer, y me quitó todo, fue una mierda, se quedó con todo.
–Somos las sombras de una ciudad donde todos aparentan ser mudos y cuando hablan se escapan sus miedos.
–¿Y qué pasó con la muchachita?
–Lloraba porque se sentía estúpida, porque quería morir, porque pensaba que la habían dejado arrollada. En eso pasó un carro, supongo que el de su amiga y le tocaron bocina, Ella me sonrío, así me dio las gracias por haberla escuchado, se sentía mejor. Me prometió que volvería.
–¿Lo hará?
–Quizás me dijo todo eso porque había bebido. ¿Por qué te interesa tanto?
–Nunca regresan. Al menos confió en ti, a mí sólo me habla el gallego quejándose de algún cliente pesado o del precio del pescao, de los tomates. Lo escucho un rato y me da cajitas con comida. ¿Crees que Ella volverá?
–Era un cuento.
–Era real. No me mientas.
–Ahora cuéntame tú. Así no pienso en el maldito dolor de estómago. Y quiero dormir.
–Debimos haber regresado al albergue.
–Allí no se puede respirar más que fantasmas. Cuéntame algo…
–¿De qué te hablo? Ya es tarde y la caneca está vacía, mira que al amanecer nos echarán de aquí y comenzarán los ruidos.
–Viejo gato, siempre hay tiempo para otra historia.
–Por supuesto. Sabes, creo que Ella encontrará pronto lo que verdaderamente busca.
–Y tú, ¿todavía buscas algo? ¿Viviremos toda la vida entre la mierda de la ciudad? Al menos tienes familia…
–No fastidies con eso, ya nadie se acuerda de que existí. Mejor te cuento un cuento que yo también sé algunos y nos dormimos, que te veo muy cansado, y nos despertarán poco antes del amanecer. Conocí a un hombre que se había perdido por una de estas calles de Santurce. Se sentó en esta misma acera, donde nosotros pasamos tantas horas y estuvo varias horas con la mirada perdida. Él hablaba mirando hacia arriba.
–Algo rarito…
–No más que nosotros. Él repetía una y otra vez: soy Alfredo Ortiz. ¿Dónde estás Julia? Una doñita le preguntó si necesitaba ayuda, pero él repitió el mismo nombre. La señora lo tomó por loco y lo siguió. Estuvo varios días dando vueltas, yo lo seguía de muy cerca, él buscaba y buscaba. Un día nos miramos a los ojos, creo que me mareé y no lo volví a ver. Para esa época tú comenzaste a deambular por aquí.
–Ajá….
–¿Duermes? Te crees que eres el único que sabe historias. Mierda, todavía recuerdo su mirada. ¿Habrá encontrado a Julia? No lo volví a ver. ¿Hace cuanto no nos miramos a un espejo?
–Creo que es mejor que durmamos. Tienes razón, debimos haber ido al albergue.
–El hombre, Alfredo, decía perdóname Julia. Luego quedó en trance, mirando hacia el cielo y enmudeció como si hubiese renunciado a su propia voz o a su identidad. Le toqué la espalda y luego no lo vi más.
–Así te encontré, lo recuerdo claritito.
–Quizás yo trataba de descubrir qué demonios él veía en el cielo. Nunca he podido descubrir si hay algo más que nubes o estrellas. Se acabó el ron... ¿Te dormiste? ¿Me escuchas? Oigo unos pasos. Viejo, levántate. Mira son dos muchachitas. Por favor, levántate. ¿No me escuchas? No me asustes…
–No jodas, que todavía puedo dormir un poquito más.
–Si son dos chiquillas, jóvenes están aquí. Creo que nos quieren hablar o traernos algo. ¿Desayuno? Gracias, niñas. Mira, perro viejo, que ellas nos traen café y donas. ¿Puedes creerlo? Que nos quieren hablar, una se ve temblorosa, niña, cuidado con el café.
–Me duele el estómago, no quiero comer un carajo, diles que dejen la comida y se vayan, a la mierda, que se lleven sus caridades al carajo.
–No seas bruto, no ladres, que quieren decirnos algo.
–Se me queman las tripas, puñeta ...
–Ellas dicen que si te llevan al dispensario.
–¡Que no se metan! ¡Que se vayan!
–No. Niñas, no se vayan. Ella dice…
–No la escuches.
–Preguntó si soy Alfredo Ortiz. Ese nombre…
–No la escuches.
–Dijo que su mamá es Julia. No le dije nada, no supe que decir, ¿recuerdas lo que te conté?
–Pues, vete con ella, y no me jodas.
–Viejo perro, estás vomitando. ¡Por favor, ayúdenme! No, no se vayan niñas. Viejo, no paras de vomitar, no te me mueras.
–Ya, son los gusanos.
–No tienes gusanos.
–Me muero, me están comiendo.
–El gallego trajo esta botella de agua, esta camisa y una toalla. ¿Te sientes mejor?
–¿Se fueron?
–Sí…
–¿Era Ella?
–Eso creo…
–¿Soy Alfredo? ¿Verdad?
–Ay, viejo loco, de tanto escuchar mis cuentos ya no sabes cuál es tu historia y cuál es la mía.
–No quiero ser nadie, al menos Ella regresó como te prometió. Dejó esta carta para uno de los dos.
–Léela.
–Dice que buscan a Alfredo Ortiz, y dijiste que yo no soy. ¿Y si soy? Alfredo…
–El ruido, las voces…
–No grites, viejo.
–¡No!
–Calma, viejo. Mira nos están mandando a mover de aquí. La leemos otro día.
–Vámonos al albergue, somos dos viejos, un perro y un gato, y en la calle hay demasiado ruido.
–Sí, somos sombras. Ése es nuestro destino.
A Mayda Colón
–Somos las sombras de una ciudad donde todos son mudos. Aullamos o maullamos a la luna y nadie nos entiende, callan sus secretos.
–Mi pana, pues, para mí que hablan demasiado, siempre hay ruidos por todos lados.
–Es parte de nuestro destino. ¿Te explico?
–No me interesa el destino. Mejor cuéntame otro cuento. Uno lindo.
–No hay finales felices en estas calles.
–Eso no importa, después de que haya comida. Mira conseguí arroz chino, ¿quieres? También hay un pedazo de pizza, si no la hueles…
–No tengo hambre, son los gusanos que viven en mi estómago. Mejor me doy un trago, encontré una caneca en el parking, con suerte es ron.
– Solo cuéntame un cuento mientras acomodo las cajas. Hoy dormiremos calientitos.
–¿No te asustan los silencios? Cuando todos duermen y nosotros deambulamos entre cunetas que apestan a orines, a basura, a saliva deshidratada. ¿Será nuestra verdadera esencia? Las historias de los habitantes se liberan mientras duermen y éstas apestan igual, algunos de sus secretos peor aún.
–Me gusta el silencio, así nadie nos ve, no nos molestan hasta el amanecer. Puedo ronronear aquí y allí.
–Ten cuidado con sus fantasmas.
–¿Fantasmas?
–¿Te asustas?
–Llevó tantos años por estas calles que ya nada me asusta, he visto los dos lados de la moneda. Mejor cuéntame un cuento.
–¿Recuerdas el día que atropellaron a mi primo Charlie?
–¡Cómo olvidar al viejo Charlie! Una vez consiguió medio jamón de la trastienda del restaurante cachendoso español, el chavao gallego lo persiguió gritándole de todo, pero Charlie corrió a toda velocidad. Lo compartió con nosotros dos, detrás de la discoteca. ¡Disculpa! Me duele la garganta.
–Viejo amigo, cuídate esa tos. Sigo el cuento.
–Espera a que pase aquel tecato, ya se retira a su ratonera.
–Se fue. Ahora te lo cuento. La tarde que murió Charlie había estado lloviendo, tanto que su sangre navegó por las cunetas de toda la Parada 18.
–Pude hasta olerla… El accidente fue espantoso.
–Estoy seguro de que la guagua lo vio, no sé, pero no frenó.
–Prefiero otro cuento. Me gusta vivir de los olvidos.
–Esa noche lloré mucho, aunque mi mente se pierde a veces. Las calles se convierten en laberintos cuando se me nublan los pensamientos. ¡Mierda, cuánto me duele el estómago! La bebida, los gusanos…
–Fue terrible lo de Charlie, ni siquiera nos dejaron acercarnos, además la estampida nos ahuyentó. Es que en las tardes esto se convierte en una piara descontrolada.
–Te contaré que esa noche me acerqué a una adolescente que lloraba sentada en un banco de la placita frente al restaurante del gallego. Estaba llorando. Sólo la miré a los ojos y Ella trató de extender la mano como para tocarme, pero no lo hizo, sólo me sonrió entre lágrimas. No tuve que preguntarle nada, Ella comenzó a contarme lo que le había pasado. Sentí algo mágico en esa joven.
–Será… porque casi nadie nos habla, sólo nos gritan y nos dan comida o lo que sea sin mirarnos a la cara.
–Ella me contó que estaba confundida. En la tarde había ido de compras con su amiga Elena, luego se habían ido a casa de ésta a prepararse ambas para la noche de discoteca.
–¿Cómo se llamaba? Creo que tuve una hija hace tanto, fui muy fogoso, debo haber tenido varios muchachitos. Por lo de bellaco me echaron de la casa, mi compañera dijo que no podía andar como gato rondado todo el vecindario. Disculpa.
–Mi viejo amigo, ya me has contado tus andanzas, cuídate esa tos. Ya es tarde para afligirte por lo otro.
–Siempre regañándome… Oye, ¿cómo se llamaba la muchachita?
–¿Cómo crees que me iba a decir su nombre?
–Nunca nos hablan.
–No somos de la misma especie que ellos, vivimos en la plena libertad.
–Sin nada será.
–Sin responsabilidades.
–Esto es una mierda. Oye ¿nunca tuviste hijos?
–No tuve hijos, ni nada.
–Mejor. A mí no me sirvió de nada.
–Te quejas, al menos tuviste familia, una hija, tú lo dejaste perder, encima tuviste un buen trabajo. Siempre fui como un perro vagabundo desde que llegué de la guerra. Pensar que quise ser poeta, pero no tengo historia.
–Al menos Ella te contó algo, sigue...
–¡Y qué historia! Me contó muchas cosas, el alcohol nos destapa la boca del alma.
–Dímelo.
–Bueno después de mucho regodeo me contó cosas interesantes. Las muchachitas cuando sueltan la lengua…, ya tú sabes. Que si sus chismes, toditita su vida, aquella me contó que ella y su amiga estaban vistiéndose juntas para venir a la discoteca de aquí al lado. Ella me dijo que no podía evitar mirar la espalda y los muslos desnudos de Elena. Me acuerdo su nombre, Elena se llamaba una de las jevas que tuve en otra vida. Bueno, las chicas se vestían, o ¿estaban desnudas? Y fue cuando ocurrió el milagro. Elena le pidió que la ayudara a abotonarse el vestido, las manos le temblaban mientras luchaba con los ojales a la altura de la cintura. Según fue escalando su espalda sentía el sudor bajando por la suya. Al terminar de abrochar la ropa Elena se volteó y quedaron frente a frente tan cercanas que sentía los labios de Elena imantando los suyos. Recuerdo los besos de mi Elena.
–¡Sigue con lo de las jóvenes!
–Ellas se sonrieron y juntaron sus labios. Una sensación de ternura y electricidad le impidió separarse de su amiga. Elena sonrió y le dijo vámonos ya. En el carro de camino a la discoteca las manos de ambas que se encontraron en el silencio acariciándose con ternura, luego se soltaron antes de llegar al estacionamiento. La pobre muchachita comenzó a llorar…
–Quién lo diría, una chica con otra chica. ¡Qué asco! ¿Y por qué lloraba?
–En ese momento me pareció que el amor no tiene género… No lo tiene. ¿Puedes creer lo que le me contaba, a un viejo perro vagabundo como yo?
–Ajá, hay locos por todos lados. ¿Por qué lloraba?
–Estaba triste… Ellas entraron a la discoteca, Elena rápido saludó a su novio y Ella se quedó conversando con unas compañeras de universidad. Elena no le habló en toda la noche, como si la estuviera esquivando. En un momento, al entrar Ella al baño escuchó a Elena cuando le contaba a su prima que Ella era lesbiana y la había intentado besar. Se sintió humillada.
–¡Qué miserable! La traición fue exactamente una de las razones que me trajeron aquí. Mi mejor amigo le contó todo lo que yo hacía a mi mujer, y me quitó todo, fue una mierda, se quedó con todo.
–Somos las sombras de una ciudad donde todos aparentan ser mudos y cuando hablan se escapan sus miedos.
–¿Y qué pasó con la muchachita?
–Lloraba porque se sentía estúpida, porque quería morir, porque pensaba que la habían dejado arrollada. En eso pasó un carro, supongo que el de su amiga y le tocaron bocina, Ella me sonrío, así me dio las gracias por haberla escuchado, se sentía mejor. Me prometió que volvería.
–¿Lo hará?
–Quizás me dijo todo eso porque había bebido. ¿Por qué te interesa tanto?
–Nunca regresan. Al menos confió en ti, a mí sólo me habla el gallego quejándose de algún cliente pesado o del precio del pescao, de los tomates. Lo escucho un rato y me da cajitas con comida. ¿Crees que Ella volverá?
–Era un cuento.
–Era real. No me mientas.
–Ahora cuéntame tú. Así no pienso en el maldito dolor de estómago. Y quiero dormir.
–Debimos haber regresado al albergue.
–Allí no se puede respirar más que fantasmas. Cuéntame algo…
–¿De qué te hablo? Ya es tarde y la caneca está vacía, mira que al amanecer nos echarán de aquí y comenzarán los ruidos.
–Viejo gato, siempre hay tiempo para otra historia.
–Por supuesto. Sabes, creo que Ella encontrará pronto lo que verdaderamente busca.
–Y tú, ¿todavía buscas algo? ¿Viviremos toda la vida entre la mierda de la ciudad? Al menos tienes familia…
–No fastidies con eso, ya nadie se acuerda de que existí. Mejor te cuento un cuento que yo también sé algunos y nos dormimos, que te veo muy cansado, y nos despertarán poco antes del amanecer. Conocí a un hombre que se había perdido por una de estas calles de Santurce. Se sentó en esta misma acera, donde nosotros pasamos tantas horas y estuvo varias horas con la mirada perdida. Él hablaba mirando hacia arriba.
–Algo rarito…
–No más que nosotros. Él repetía una y otra vez: soy Alfredo Ortiz. ¿Dónde estás Julia? Una doñita le preguntó si necesitaba ayuda, pero él repitió el mismo nombre. La señora lo tomó por loco y lo siguió. Estuvo varios días dando vueltas, yo lo seguía de muy cerca, él buscaba y buscaba. Un día nos miramos a los ojos, creo que me mareé y no lo volví a ver. Para esa época tú comenzaste a deambular por aquí.
–Ajá….
–¿Duermes? Te crees que eres el único que sabe historias. Mierda, todavía recuerdo su mirada. ¿Habrá encontrado a Julia? No lo volví a ver. ¿Hace cuanto no nos miramos a un espejo?
–Creo que es mejor que durmamos. Tienes razón, debimos haber ido al albergue.
–El hombre, Alfredo, decía perdóname Julia. Luego quedó en trance, mirando hacia el cielo y enmudeció como si hubiese renunciado a su propia voz o a su identidad. Le toqué la espalda y luego no lo vi más.
–Así te encontré, lo recuerdo claritito.
–Quizás yo trataba de descubrir qué demonios él veía en el cielo. Nunca he podido descubrir si hay algo más que nubes o estrellas. Se acabó el ron... ¿Te dormiste? ¿Me escuchas? Oigo unos pasos. Viejo, levántate. Mira son dos muchachitas. Por favor, levántate. ¿No me escuchas? No me asustes…
–No jodas, que todavía puedo dormir un poquito más.
–Si son dos chiquillas, jóvenes están aquí. Creo que nos quieren hablar o traernos algo. ¿Desayuno? Gracias, niñas. Mira, perro viejo, que ellas nos traen café y donas. ¿Puedes creerlo? Que nos quieren hablar, una se ve temblorosa, niña, cuidado con el café.
–Me duele el estómago, no quiero comer un carajo, diles que dejen la comida y se vayan, a la mierda, que se lleven sus caridades al carajo.
–No seas bruto, no ladres, que quieren decirnos algo.
–Se me queman las tripas, puñeta ...
–Ellas dicen que si te llevan al dispensario.
–¡Que no se metan! ¡Que se vayan!
–No. Niñas, no se vayan. Ella dice…
–No la escuches.
–Preguntó si soy Alfredo Ortiz. Ese nombre…
–No la escuches.
–Dijo que su mamá es Julia. No le dije nada, no supe que decir, ¿recuerdas lo que te conté?
–Pues, vete con ella, y no me jodas.
–Viejo perro, estás vomitando. ¡Por favor, ayúdenme! No, no se vayan niñas. Viejo, no paras de vomitar, no te me mueras.
–Ya, son los gusanos.
–No tienes gusanos.
–Me muero, me están comiendo.
–El gallego trajo esta botella de agua, esta camisa y una toalla. ¿Te sientes mejor?
–¿Se fueron?
–Sí…
–¿Era Ella?
–Eso creo…
–¿Soy Alfredo? ¿Verdad?
–Ay, viejo loco, de tanto escuchar mis cuentos ya no sabes cuál es tu historia y cuál es la mía.
–No quiero ser nadie, al menos Ella regresó como te prometió. Dejó esta carta para uno de los dos.
–Léela.
–Dice que buscan a Alfredo Ortiz, y dijiste que yo no soy. ¿Y si soy? Alfredo…
–El ruido, las voces…
–No grites, viejo.
–¡No!
–Calma, viejo. Mira nos están mandando a mover de aquí. La leemos otro día.
–Vámonos al albergue, somos dos viejos, un perro y un gato, y en la calle hay demasiado ruido.
–Sí, somos sombras. Ése es nuestro destino.
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