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Mini Relato
Juan
Claudio Morales Villa frente a la portería. El portero tiembla, el
árbitro juega con el pito. Juan se persigna y le pide a dios que haga
justicia. Piensa en que preñó a la prima. Los medios locales califican a
Morales Villa como una de las grandes promesas del fútbol. Frente al
portero sonríe, los reclutadores del Barsa están en las gradas. Tiene un
jugoso contrato que firmarán con Juan Claudio Morales Villa al terminar
el partido. Juan mira al cielo espera que su novia lo perdone por
haberse tirado a su hermanita. Sus padres han hipotecado la casa,
empeñado prendas y hasta vendido al perro, para enviar a su hijo a los
mejores campamentos del deporte en Italia, España, Brasil y Alemania.
Recuerda la cara de aquel niño y su gatito a los que atropelló borracho
con la motora de su vecino, a quien sentenciaron a tres años de cárcel.
Juan Claudio besa su crucifijo y sonríe al portero. El árbitro está a
punto de colocar el pito en su boca. "Diosito ayúdame en esta y no
volveré a joder." Los comentaristas, los reclutadores, su prima, su
novia, hasta el vecino pendientes al momento que llevará al primer
futbolista puertorriqueño a la gloria. La legislatura multipartidista lo
homenajeó la semana anterior por ser un ejemplo para la juventud
isleña. El portero brinca en la portería, el árbitro suena el pito.
"Diosito, ahí voy", grita la próxima gloria del fútbol. Juan Claudio
Morales Villa tira el penalti a lo Panenka. En ese mismo instante cae un
rayo inmenso, que deslumbra a todos, justo sobre Juan Claudio Morales
Villa. El futbolista cae achicharrado, humeante, entre sus propios
orines y un inmenso vómito de sangre. Todos, sus padres, el público, sus
compañeros de la banca, su novia y su hermana, la prima embarazada de
cinco meses y hasta el vecino aplauden sonrientes y gritan: ¡GOL!
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