domingo, enero 30, 2022

Versos desde el Muro azul silencio

 Regreso a mí

                 «estoy lleno de sombras

                  de noches y deseos

                  de risas y de alguna maldición»

                  Mario Benedetti



regreso a mí

llegué a extrañarme

en ese pequeño hueco entre la razón

y el viento de confeti que fuiste


mis cartas son pájaros

sin jaulas, volando luchas

también sombras, risas y ausencias

como la noche anhela besar el rocío


regreso a mí

al oleaje sonámbulo

a los obituarios para una isla de humo

arrojada al vacío de mi cuerpo


retomo los trocitos

de aquellas cartas que no escribí

mientras habitaba tu árbol

de pies temblorosos de vértigo color amor


regreso a mí

a este cuerpo mutilado de cáncer

de ecos impacientes y melancolías

asomada al mar con un café y mis gatas


¿y si solo fuimos la ruta

de una estrella fugaz

que pasó hace miles de años

y llovió de escarcha sobre estos poemas?


solo sé que regreso a mí

y comienzo a escribir


Ana María Fuster Lavín

Muro azul silencio

2022

miércoles, enero 26, 2022

Diario de invierno / microcuento





Diario de invierno

(despertar del insomnio)

    Un lustro transcurrió desde que inició la pandemia. En la soledad, los insomnios son legión. Sus travesuras congelan mis manos, tornando grisáceas mis palabras. Ellos no tienen boca, pero sus murmullos ensordecedores cuartean cada página del diario. Fueron tantas jornadas así, que yo misma fui sombrificándome. La última vez que sirvió la internet, leí que eso ocurría con los sobrevivientes.

   En las últimas semanas de este invierno de cinco años, los insomnios han silenciado desapareciendo. Pude dormir, pero despierto sobresaltada. No queda nada aquí, tan solo el frío. Moriré pronto, como todos los sonidos conocidos. Vivo entre las sombras del hogar. Intermitentemente escucho ecos de las palabras ocultas en mi diario. Sé que pronto me convertiré en sombra, el encierro prolongado nos ha ido invisibilizando.

      ¿Un pajarito o fue la risa de una niña? No oigo esos sonidos desde iniciar la pandemia, no los distinguiría. Me asomo por la ventana. Solo quedamos los muertos y mi silencio. Guardo en mi mochila algunos víveres, ropa y mi diario. Tímidamente salgo de casa. Según camino, las palabras renacen y paulatinamente aparecen otras personas. Al principio nos hablamos en monosílabos por lo bajito hasta abrazarnos y revelarnos. Gritamos.

     Pronto volverá la primavera.
--
 Ana Maria Fuster Lavin
[Las hijas del grito]
Breves historias del silencio
2023
(microcuentos)

martes, enero 25, 2022

Reseña: de emaljungas, universos alternos y confesiones, la nueva microficción de Mairym Cruz-Bernal

 


Pequeños Monstruos del Subsuelo:

la nueva microficción de Mairym Cruz-Bernal


por Ana María Fuster Lavín

escritora puertorriqueña




que nadie sabe nada hasta que se revela, o rebela

Mairym Cruz-Bernal



Conocer y conocerse para liberarse de vendas –muchas autoimpuestas--, indagar en uno mismo desde el silencio hasta el estallido; escribir para detonar la llamarada; abrir la página en blanco y llenarla de raíces para que el lector beba de nuestros misterios. Surgir desde el subsuelo donde, “nadie sabe nada hasta que se revela, o rebela” (pág. 66).  Revelar, según la RAE es en su primera acepción “Descubrir o manifestar lo ignorado o secreto”; y, en su quinta, “Dicho de Dios: Manifestar a la humanidad sus misterios”(https://dle.rae.es/revelar); en cambio rebelar nos lleva a “Sublevar, levantar a alguien haciendo que falte a la obediencia debida”(https://dle.rae.es/rebelar?m=form). He aquí algunas claves para adentrarnos en el submundo, abonarnos y solidificar nuestras raíces y retoñar. 

    Sin embargo, ¿qué buscamos en este submundo de las palabras?  ¿Cuál es el corazón de la vida? Acaso el acto de escribir es el propio espejo o tan solo somos una autoinvención. Es decir, el escritor es una vida reinventada, a modo del pequeño dios vallejiano, uno que se crea así mismo y a los distintitos mundos que le rodean. Eso parece plantearnos la escritora Mairym Cruz Bernal.  Pero, ¿en qué creer? Esta la poeta, --además, educadora, editora, traductora, columnista y ensayista puertorriqueña que presidió el PEN-Puerto Rico (2008-2012) y actualmente es su vicepresidenta-- nos confiesa “ni siquiera creo en mí”, siendo su espejo de palabras el paraíso de esta diosa no creyente en convencionalismos sociales, religiosos, políticos, siquiera tiene fe en esta unidimesionalidad terrenal, tampoco en la impuesta celestialidad.

  En este libro (San Juan, Ed. Lúdika, 2022) todos podemos ser esos pequeños monstruos del subsuelo descritos por Mairym (graduada de psicología Loyola University y con maestría en creación literaria) y para este reto empleó como estructura o género literario la minificción, tan comentada y analizada en la actualidad, pues como expresa en la contraportada del destacado narrador Emilio del Carril: “Mairym Cruz Bernal, en su oficio de letras, gusta rebasar fronteras y experimentar nuevos estilos”, huir de la zona de confort y atreverse a romper cadenas y crear.

Al leerla, transitamos por sus páginas a modo de un puente de comunicación creativa y provocadora --de la también tallerista nacida en San Juan de Puerto Rico (1963)-- que conecta al escritor con el lector (y viceversa). Puente que no está exento de retos intelectuales y sensoriales, al fin de cuentas esta es otra de las característica del microrrelato, minificción o microcuento.  Se trata de breves textos de naturaleza narrativa y ficcional, que empleando un lenguaje preciso y conciso, a veces lírico, se sirve de la elipsis para contar una historia sorprendente, libre de detalles, descripciones y otros maquillajes ambientales. Donde cualquier palabra innecesaria es gula, donde los silencios nos alimentan, nos hablan, nos seducen: 

“…se sirvió silencio de cena. …¿si no tuvieras palabras, me hubieras hecho el amor?...” (pág. 78)

Tal como ocurre en Pequeños monstruos del subsuelo, en el microrrelato los personajes deben revelarse por sus acciones (actos que incluyen pensamientos y reflexiones) más que por sus caracterizaciones y la condensación temporal es fundamental. Veamos el microrrelato Diario de una mala temporada, en la página 79:

“se marchó. ella entró en la habitación para dispersar el polvo. debajo de la alfombra encontró cicatrices de todos los tamaños. comenzó a saber quién era él, aquel día.”

 Definitivamente, el lector de la microficción no puede quedarse leyendo como quien ve la espuma de una ola arribando tímidamente la orilla; por el contrario, tiene ser activo y meticuloso, para no ahogarse en la incertidumbre. Mucho más en el caso de leer esta publicación de Cruz Bernal, sus intertextualidades, referentes literarios e históricos, el lirismo. Y es que el microcuentista (que nuestra autora alcanza a plenitud) requiere emplear emplea sus destrezas para seducir, enganchar y provocar en pocas palabras, igualmente estricto debe ser el lector que debe degustar cada imagen, cada truco y convulsionar casi sofocado. Porque los microcuentos nos tienen que jamaquear sin explicar qué ocurrió: el escritor así pasa el batón al lector. El microrrelato, por lo tanto, crea la intensidad suficiente para retar al lector hasta convertirlo en su cómplice. En este libro terminamos siendo cómplices y personajes de los distintos mundos, monstruosamente hermosos.



    Estos breves e intensos textos, que componen esta publicación, son íntimos y confesionales, característica del estilo a lo Cruz-Bernal, pero a su vez conversan con las microficciones de la fantasía social –muy humana- como Cortázar (con sus cronopios y famas; Mairym con sus emaljungas) o Emilio del Carril (y sus entregas del Reino de la Garúa), la ironía y humor perverso de Ana María Shua (como sus Cazadores de letras o Fenómenos de circo, entre otros), y, además, Mairym indudablemente intertextualiza con sus propios poemarios (como La hija hereje, Ensayo sobre las cosas simples o Cielopájaro nuestro, entre otros). Al fin de cuentas, la misma escritora sentencia: “la patria del poeta es su lengua”, donde podemos prescindir hasta del propio cuerpo, lo importante es volar, “si no sabes volar pierdes el tiempo conmigo” escribió Girondo, pero en el caso de Cruz Bernal es un vuelo metafísico desde el yo, hacia nuestra patria-naturaleza, hacia el otro, hacia un nuevo yo .

“veamos cómo es volar siendo una sombra. primero se agiganta. es la mancha que oscurece el amazonas, manos de maremoto. selva donde caminan los que he sido. entonces pesan los pies. la sombra adquiere el peso de su cuerpo.” (La confesión, pág. 39)

El peso del cuerpo y de la innegable poesía también está reflejada en la cuidada publicación, diseñada y maquetada por B-Poetry en Colombia (www.burdelianaspoetry.com) con reproducciones de hermosas pinturas (óleo sobre tela) del pintor colombiano Sergio Trujillo Béjar en las distintas secciones del libro. Así,  Pequeños monstruos del subsuelo está dividido en un preludio a modo de presentación y autoficción de la autora y sus motivaciones literarias, y seis mundos (o partes: Pequeña historia del mundo/ Un amante para cada día de la semana/Emaljungas/Peine rojo/Mi turno de impostora/Habitantes del planeta); en el que va rompiendo códigos sociales, códigos de género, códigos orgánicos, lingüísticos y emocionales, para reconstruir un mundos y la propia esencia del ser (humano y monstruo) desde sus cimientos con convicciones sólidas intelectuales, apalabradas, amatorias sin perder jamás el poder del erotismo salvador. 

“lo importante es enraizarnos, comenzar bordeando el ombligo con la lengua, soplar un océano en la saliva compartida, porque el eros es nacernos, ineludibles. lo importante es crecerte de abajo hacia arriba, como todo buen amor.” (pág. 147)


A través de este universo de microrrelatos y microrreflexiones, Mairym Cruz Bernal ficcionaliza tanto su yo como la sociedad misma para desnudarlos de lo innecesario y poner la palabra en la esencia misma de la sociedad, del ser humano. Donde los propios personajes asumen ser creados por la diosa-escritora:   “me duele esta mujer que nos inventa”, se lamenta el Emaljunga, uno de los pequeños monstruos que habitan este hermoso libro a modo de una nueva mitología del submundo o de la propia ciudad que nos habita recorrida por la palabra de la poeta Mairym Cruz Bernal.  Pues un mundo que olvide jugar con la palabra, sencillamente jugar, está condenado a la tristeza, a marcar fronteras hasta dividirse tanto que no podremos alcanzar la mano (humanidad) del otro.

“solo juego a que olvido. freud decía que la tristeza del hombre radica en que hemos dejado de jugar […] jugar con las palabras, pensar que no hay fronteras en los países, que las miradas pueden acariciar, jugar a que tú no estás allá, que eres yo, otra ficción que nos podría unir a humanidad, que la luz es el tejido de un dios que nos cuida. […] jugar a que un beso salve el instante de extravío, hermosa palabra esa: mestizaje. jugar a que somos todos los colores”. (Travesura, pág. 141)

  Microtextos líricos de suspenso sicológico, míticos, antropológicos que, a modo de rompecabezas, van formando ese cofre de sabiduría, de metaliteratura y de vida compuesta de pasiones, reflexiones, locura, muerte y renacimientos humanos y monstruosos; donde va deconstruyendo desde ese yo creador “sin brújula escribo, pero escribo para no matar” —siempre mujer, siempre poeta— y su entorno familiar y social hasta el propio origen de la bondad y, en especial, de la maldad, en estas pequeñas fábulas fantásticas que nos obligan a leerlas y reflejarnos en ellas. Al fin de cuentas, todos somos pequeños monstruos del submundo y tenemos que abonar nuestras raíces para revelarnos y rebelarnos.

Ana María Fuster Lavín


Para adquirir el libro puede escribir a mairymcb@hotmail.com 




martes, enero 18, 2022

Desde el Callejón de los gatos... Las voces de mis manos (cuento)

 Las voces en mis manos

 


 

Sofía me observa desde el final del pasillo. Según se acerca, su mirada me atraviesa, como indagando de qué estoy hecha. Luego se sienta en una esquina de mi escritorio. Mientras intento teclear, sus ojos persiguen la sombra de la otra yo silente. No me sorprendo. Esta suele aparecer cuando llevo días sin escribir. Acaricio a Sofía y ella me besa las manos. Ambas permanecemos calladas. Ese silencio pacífico de la aparente soledad nos entiende. En efecto, es terriblemente “aparente” y tranquilamente efímero.

Ya en la preadolescencia había descubierto que escribir controlaba a mi otra yo, Mariana. Caprichosa, hambrienta, rabiosa…, aquella hermanita que murió poco después de ambas haber nacido. A mi familia le aterraba que la mencionara; incluso, mi madre negaba la posibilidad de que me acordara de ella. Sin embargo, permanecíamos juntas durante todos estos años.

 

“¿Sofía, recuerdas el día que te traje a casa?” Ella me escucha y pasa su frente tiernamente por mi brazo. Desde el instante en que nuestras miradas se cruzaron por primera vez, supimos que estábamos destinadas a estar juntas. “Tú tan tierna, cariñosa y traviesa; yo, tan introvertida, depresiva, demasiado seria, como decía mi ex. Disfruto nuestros partidos de balompié improvisado en la sala, leerte cuentos en la noche. Me llenas de alegrías. Desgraciadamente, al mes de tu llegada, ocurrió el cataclismo.”

Así fue, un mes después, el maldito huracán, evento con el que nos arropó la oscuridad, acompañada de mi desconcentración para escribir. No iba a poder cumplir mi promesa con la editora de entregarle mi quinto libro de cuentos a final de año. Caos, miedo, incertidumbre, muerte. La isla convertida en una necrópolis y mi apartamento, en el limbo. Sí, los católicos abolieron el limbo, pero no soy religiosa ni mi apartamento un templo.

Durante el apagón, que duró demasiados meses, desaparecían cosas de la casa o reaparecían en cajas, en otros lugares. Se escuchaban llantos y susurros. “Y tú, Sofía, tan asustada, dormías bajo la cama. Recuerdo aquella madrugada, sin nada de viento, cuando explotó una ventana de la habitación. Huiste al armario y cuando llegué a ti, Mariana te observaba fijamente, con su mirada de hambre caníbal, hambre de palabras. Pude reaccionar, alcanzando un libro para leerles. Luego improvisé relatos y anécdotas imaginarias. Al amanecer, tomé la libreta sobre la que estabas recostada y escribí como poseída varios microrrelatos sobre gatos. Solo así se calmaron: tú, ella, las voces, los ruidos. Salimos del armario, mientras Mariana y las otras escribían calladas hasta desaparecer.


 

Mi urgencia liberadora por escribir comenzó hacia los ocho años. Cuanto más abstraída estuviese, mi habitación se llenaba más de voces que brotaban de mis manos. No era de extrañar, mis mejores confidentes siempre fueron los libros. Me enganchaba con algún escritor e intentaba leer todas sus obras. Las convertía en mis propias vivencias: amores, guerras, vampiros, aventuras, risas, muertes. Aquellos personajes, casi cincuenta años después, aun calman mis pisadas que, durante la infancia, dolían por sentirme diferente a los demás, por no ser como pretendían que fuera; peor aún, por los gritos que salían de otras habitaciones de mi hogar o de la casa de enfrente. Recuerdo cuando ese asqueroso vecino me exigió que le tocara su erección. Par de días después, en la mañana de Navidad, su esposa apareció asesinada frente a su garaje. Me topé con ella, Camila, cuando yo estrenaba los patines que me había traído Santa Clos. Quedé hipnotizada ante su cuerpo inerte, casi flotando sobre su propia sangre y sus cabellos.

Vivía rodeada de sombras y sus gritos. Salían de mi armario; en realidad, de todos los armarios. Lo que no podía entender se convertía en alimento para aquellos seres ruidosos. Con el propósito de salvarme, cerraba los ojos convirtiéndome en otros personajes, así lograba que aquel estruendoso coro del inframundo se silenciara. Sin embargo, aparecía Mariana, a veces ―desde aquella Navidad― acompañada de Camila con su aura sanguinolenta. Ambas hambrientas de mí, clavándome pequeños alfileres, exigiéndome leerles relatos que muchas veces improvisaba. Finalmente, a los trece años, comencé a escribir en libretas de la escuela, o en mis fantasiosos y aterradores diarios, que guardaba en cajitas bajo la cama y en el armario, como pequeños antídotos contra aquellas apariciones.

 

A mis dieciséis años ya estaba convencida de que, al escribir, resolvería el misterio de mi vida. Dejó de importarme ser extraña para los demás (vecinos, familia, compañeros escolares). Esto, en gran medida, gracias a mi abuela materna, con quien pasaba mis veranos en España, que finalmente decidí ser escritora. Ella me relataba sus historias de la infancia; de su vida durante la Guerra Civil española y la dictadura franquista, y de cómo aquellos relatos la salvaron tantas veces de la propia muerte. Cuando regresaba a mi hogar, en el Caribe, mi Santurce profundo, nos carteábamos semanalmente, enviándonos postales con pequeños cuentos y poemas que permitían alterar el desenlace de algunos recuerdos. Además, así no necesitaba escribir directamente sobre Mariana, como abuela me recomendó, sino esconderla a través de otros personajes, que al fin de cuentas la mantenían feliz habitando sus distintas vidas. También a mí, que para esa época había terminado mi primer libro de cuentos, que publiqué quince años después. Sin embargo, en el verano antes de cumplir dieciocho años, paseando por Sevilla con mi primera novia Sandra, cuatro individuos nos encapucharon y montaron en un auto. Pude liberarme arrojándome del vehículo, pero Sandra apareció muerta dos semanas después.

 


Aquí a mis 53 años, intento seguir escribiendo mientras observo a Sofía dormida sobre mi cama, llena de libros. En realidad, mi apartamento está repleto de cajas, libros y apariciones. Estoy demasiado cansada, pero en el armario despiertan de nuevo las voces rabiosas de Sandra, Mariana, Camila… No es la primera vez que reprochan que publique mis libros solo bajo mi nombre.

—Nosotras te ayudamos a buscar víctimas; Camila las atormenta con sus historias de terror; Sandra, las seduce con ese exquisito erotismo que a ti te hizo ganar un premio nacional. Y sin mí, no eres nadie. Todas escribimos tus cuentos, novelas y micros. Tú solo pones las manos. Nosotras apalabramos tus demonios. ¡Sin nosotras, incluso Sofía, no eres nadie!

—Mariana, cálmate, el huracán…

—Nunca estuviste preparada para liberar tu soledad… Nos usaste.

—¡Basta!

—Tuve que morir al nacer, para que vivieras. A ti te dieron todo; a mí, el olvido. Hasta mami negó haberme engendrado.

— ¡Mariana, suéltame!

 

Esa discusión fue lo último que recordé, al despertar junto a Sofía, abajo, en el jardín del condominio, entre los escombros arrojados por el huracán. La abracé fuerte y regresamos al apartamento.

 

Terminé de escribir por hoy. Sus voces ya descansan. Sofía da un aflautado maullido, desapareciendo por el pasillo. Envío el manuscrito al correo electrónico de la editora. Cierro la computadora casi de un suspiro. Nunca entendí cómo pudimos caer desde la ventana durante el huracán, habíamos estado encerradas casi todo el tiempo en el baño. Han pasado algo más de cinco años…  

Me dirijo al pasillo junto a Sofía, Mariana, Camila y Sandra, mientras desvanezco, junto a sus sombras. Pronto invadiremos nuevos armarios, mientras construiremos otro rompecabezas de susurros para un próximo libro.

Ana María Fuster Lavín

Callejón de los gatos

Ed. Isla Negra, 2022

PRONTO

Premio Nacional de Microcuento, PEN Internacional de Puerto Rico: La marejada de los muertos y otras pandemias. Ana María Fustet Lavín