Testimonios de una pequeña hambrienta
El sabor de la carne cosquillea mis manos y tripita, haciéndome reír satisfecha. Antes de regresar a casa, arrojo las sobras humanas a los gatos del callejón. Si se entera mamá me regaña. Está prohibido comerse a menores de cincuenta años, también reír o llorar en la calle. Igualmente me reprenderá porque salí sola, que es peligroso, y aun soy una niña. Una niña hambrienta. Dice que así fue como desaparecieron los humanos puros, y luego muchas de las réplicas, creadas a falta de suficientes nacidos. Luego llegamos las primeras mutantes o réplicas evolucionadas como explicaba el doctor que me cuidó en mis primeros años.
El hambre es todo. No me importa ser diferente. Quienes pretenden protegernos, mienten. Temen mi hambre. Solo les obligan a la reproducción masiva y descartan a quienes incumplan los estándares del Código Moral. No me pueden culpar del exterminio, aunque mami me castigará. La mayoría no ha muerto por una pequeña caníbal hambrienta, sino por las ejecuciones a quienes desobedecen este Nuevo Régimen. Mamá dice que no me harán nada por no ser réplica, pues ambas somos las primeras dos mutantes.
Ahora, soy la única viva. No pude evitar comérmela antes de su regaño.
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Ana Maria Fuster Lavín
Habitantes del silencio
microcuentos y minificciones
(2023 o 2024)
*gato "oportino", foto AMFL
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