viernes, diciembre 29, 2017

silencios de papel 21


¿cómo alimentar la palabra sin que la soledad engorde?

¿cómo beber de tus versos sin que el insomnio suicide su despertar?



ahora, que desperté,

¿podré morir entre los labios de tus pisadasueños

y desde nuestras manos encontrarnos al otro lado del silencio?





anamaríafuster

silencios de papel 20

...descubramos el aroma
de nuestras palabras desnudas...



anamaríafusterlavín

silencios de papel 19

...como esa soledad desnuda, insomne,
que arranca a dentelladas la piel de las palabras...



anamaríafusterlavín

despertar del insomnio... ana maría fuster


El diario de Ana

o despertar del insomnio

Entre las sombras el humo y la danza

entre las sombras lo negro y yo.

Alejandra Pizarnik



Dicen que me suicidé. Nunca pensé que podía morir de mí misma. En realidad desperté de un largo insomnio. Me liberé de la sangre ajena y sus memorias, del infierno y la locura que me habitaban. Fueron cinco años confinada en mi mundo interior y en el de mis compañeros. Pese a lo que la mayoría piense, la terapia de grupo me angustia. Detestaba salir con ellos. Era como pasear sin destino junto a sus sombras.

–Mi mamá encontró las pastillas para mantenerme despierta. Las echó por el inodoro y me sermoneó un mes. Tuve que recurrir a pellizcarme o darme pequeños cortes con una cuchilla. El día que vio las cicatrices en mis muslos y brazos decidió internarme aquí. Le dije que era para sentir algo, para no dormir. El doctor dijo que, entre otras condiciones, sufro de narcolepsia.

--Soledad, así estamos todos. Lo resuelven todo con sus términos científicos. Mi padre me golpeó un día que me vio llorando y le confesé que amaba al papá de mi mejor amigo. Me dio tan y tan fuerte, me gritaba pato y enfermo. Esa noche me corté las venas.

–Hoy no quiero hablar. Los escuchaba a todos, pero a la mayoría no podía verlos. Luego regresábamos a nuestras habitaciones. Sí, podía ver a Soledad, mi compañera de cuarto, que casi siempre me provocaba claustrofobia. Aparentemente sufría de algún trastorno disociativo. Los medicamentos también la habían convertido en espectro durmiente. Éramos sombras fragmentadas, todos estábamos trastornados. En fin, somos penumbras. Y yo era una en busca de la libertad.

Muchas madrugadas, mientras Soledad dormía, me escapaba un rato del siquiátrico. Me robaba por unas horas la bicicleta de la amante del guardia de seguridad. Sabía que ellos bebían y hacían el amor de 2 a 5 de la madrugada. Tenía un buen rato para mí. En esas horas antes del amanecer, las calles son un festival silencioso. Los amantes buscan rincones para degustar sus hormonas. Los adictos, igualmente, buscan sus placeres más oscuros. Todos se esconden en sus secretos a mi paso. Carros furtivos, jóvenes regresando de sus bohemias etílicas.

Caminaba varias cuadras. Observaba. No pensaba. No sentía. Solo fluir. Así olvidaba. Podía olvidar hasta lo hecho durante mi trayecto. Mi mente viajaba. Luego entraba en una cafetería dominicana abierta las veinticuatro horas. Pedía unas tostadas y un café cargado (en el hospital solo nos lo dan en el desayuno). Me sentaba a escribir unos minutos, no más de media hora. El insomnio es mal compañero, pero provee la intimidad necesaria para escribir. La palabra medica mis decisiones. Por eso, cargaba siempre con mi diario de meditaciones. Tenía dos diarios, éste y uno en el que escribía sobre mi vida pasada, para no olvidar. Así espantaba mis fantasías, delirios, pesadillas que podían tornarse tan reales.

Luego regresaba pedaleando rápido. Dejaba la bicicleta. Entraba silenciosa al pabellón. En ocasiones, escuchaba ruidos en habitaciones. Unos ríen, otros lloran, insultan, hacen el amor. Eso, si no se tomaban sus medicamentos para olvidar. Llegaba a mi habitación de puntitas, para que Soledad no despertara.

–Soledad es hora del desayuno, –dijo la enfermera asomándose por la puerta.

No se dirigió a mí, en estos días ella no me hablaba. Así es ella, podía ser cariñosa como odiosa, abacorar unas veces, otras ignorar.

–Voy, ahora, contestó Soledad, con la voz todavía anestesiada por los medicamentos.

Ana, hoy no tengo ganas de ti. No me sigas. No la seguí. Ese fue el día de mi muerte. No encontré mi diario íntimo, en el que escribía de mi vida pasada. Soledad ya se había ido a desayunar. No salí de la habitación. Aproveché para rebuscar entre sus cosas. Sabía que algo no estaba bien y que ella estaba detrás de eso.

Descubrí que Soledad había estado practicando mi letra. Ese trazo redondo, mi forma en que la m y la w lucen casi iguales. Mi s cerradita. El casi imperceptible rabito de la a. Era tan increíble el parecido. Si no fuese porque estaba en tinta violeta, casi hubiese pensado que era escrito por mí. Nunca escribo en color violeta. Ese color me provoca pesadillas y ataques de ansiedad. Tengo que escribir. Cada palabra responde a una realidad. Como si la ciencia de cada sonido, letra, le correspondiera al objeto nombrado.

Seguí buscando hasta que encontré en una mochila bajo su cama. Allí había escondido cosas mías: unos pantis de encajes, un sostén rojo, el vestido de flores, aquel libro de las Obras completas de Girondo. Además, había un diario casi igual al mío pero cargado de historias de otras mujeres y situaciones terribles. Ese no me pertenecía, definitivamente no podía ser mío. Lo comencé a hojear. Hablaba de cuánto me odiaba. “Ana es un monstruo.” Me acusaba de pirómana, de asesina, de depravada, de aterrorizarla. Decía que odiaba en mí, esa parte de ella que le provocaba insomnio.

¿Insomnio? Soledad siempre duerme bien, pensé. ¿Por qué ella inventaba cosas tan terribles de mí? Pretendía acusarme de sus pesadillas. ¿Cómo confrontarla? Sentí un miedo que me helaba.

Las últimas semanas Soledad estaba tratando de convertirse en mí. Al principio creí que solo trataba de ser mi amiga. Cuando llegué al sanatorio, ella me ignoraba. Me trataba como si no me viera. Me rechazaba. Se apartaba de mi lado. Poco a poco fui siendo más evidente en su vida. Con el tiempo nos fuimos tolerando. Hasta terminamos llevándonos muy bien. Cosas de chicas, como ayudarnos a desenredar los cabellos. Alguna vez hasta nos duchamos juntas y compartimos cama la noche del huracán Irene.

Soledad era cada vez más cariñosa conmigo, tanto que llegué a pensar que se estaba enamorando de mí, hasta su voz y la mía comenzaban a fundirse. Lo del diario me provocó un revoltijo de emociones entre coraje e impotencia. Sentí ansiedad. Sentí desvanecerme en la habitación. Pasó una enfermera, abrió la puerta. No me vio.

–Señorita, aquí estoy. Necesito ayuda. ¿Está sorda?–, fue inútil, me ignoró totalmente.

Creí desmayar. Mi compañera había transgredido mi intimidad, mis secretos, todo lo que soy. Tanto, que los demás solo la veían a ella. Tenía que controlarme, hacer una cosa a la vez. Mi diario no aparecía, como si escribir todos mis dolores me liberara de ellos. Solo estaba el que ella intentaba reemplazar por el mío. Ajá, escribió en la portada Insomnio sin los paréntesis. Mi diario tenía escrito (In)Somnio. Volví a sentir náuseas. Debía darle una lección.

¿Te sientes mejor?, me dijo Soledad al regresar en la tarde. Les dije a todos que estabas indispuesta. Me acariciaba los cabellos. No podía moverme de la cama. Te ves linda con mi ropa, dijo. Ese vestido es mío, le contesté por lo bajo, también todo lo que hay en la mochila bajo la cama. ¡Qué pendeja fui! Ya me había dicho mi madre “nunca le digas al ángel de la muerte que conoces su secreto, porque ese día te llevará a su reino”. Soledad me escuchaba con esa expresión de que yo era quien le daba lástima. Hasta que le dije: no seas cabrona, tú sabes lo que me estás haciendo. El diario, tus palabras no son las mías. Tus escritos no pueden transformar mi pasado, mucho menos los adjetivos ni los verbos. Mi caligrafía tampoco te servirá para adueñarte de mi cuerpo. Me odias, te odio.

–Ana, te crees tan segura, no eres más que una golfa. Sé lo que eres y lo que pretendes. No te lo permitiré.

Su mirada se transformó, endiablada. Dio un salto de tigresa sobre mí. Me agarró por los cabellos con tanta fuerza que temí que me arrancara el cuero cabelludo. Se acostó sobre mí y dijo mírame, mírate, tú no eres nadie, eres una marioneta de mi propio insomnio. No existes. Eres producto de mi mente, de mis diarios, y tengo que matarte.

Su mano en mi cuello quemaba. Ese fuego movía con violencia todos mis recuerdos, dolores, (des)amores y grietas del alma. Quise escupirla, llorarla y llorarme. Traté de soltarme bajo su cuerpo. Necesitaba pedir auxilio, pero la confusión paralizaba mis palabras. Además, Soledad me agarraba cada vez más fuerte por el cuello. Saqué fuerzas y le grité: “¡Yo existo, soy Ana, la escritora de los diarios, tu compañera de habitación!”

En la adolescencia pensaba que se podía morir de amor, de tristeza o hasta de odio. Como cuando mi madre se acostó con mi novio en el carro, y los vi a través de la ventanita. Hui. Traté de matarme, pero me trajeron aquí. Escribir me salvaba, escribir las historias mías, las de todos los que me rodean, la de Soledad. Me odiaba más que a su abuelo que abusó de ella. Demasiadas muertes escritas en mis manos. Ahora no me quedan palabras ni tiempo.

–Suéltame, Soledad.

–Tú no existes. Morirás con tus palabras, diarios y tu maldito insomnio.

Casi podía ver de lejos como Soledad agredía a Ana, a mí. Nunca pensé que podía morir de mí misma, morir de palabras, así como muere el tiempo. Ahora tenía la certeza de la Muerte. Esta adquiere la forma de la palabra que la denomina. Cierro los ojos. Pienso en la palabra muerte. No se me ocurre otra cosa que morir. Necesitaba escribirlo. Soledad no me dejaba hablar, y me llamaba por distintos nombres: el suyo, el mío, Elena y no sé quién más. No me permitía mover las manos. Estaba condenándome al silencio.

–Ana, te amo como lo mejor de mí misma. Tienes que morir. No me obligarás más. Eres mala. Sal de mí.

Soledad me asfixiaba. Continuaba hablándome con coraje, con ternura, con toda la locura que la rodeaba. Cuanto más duro me replicaba, menos podía responderle o pensar. Ya no la escuchaba. Tampoco respiraba. Me levantó de la cama. Me llevaba agarrada contra su pecho. Luego me agarraba por los sobacos, alejándome de ella. Era como si en el trayecto, mi peso hubiese ido desvaneciéndose.

Observé la habitación, mientras ella me iba empujando hacia la ventana. Tenía una tonalidad violeta. Los sonidos eran huecos. Sentí un vértigo frío. ¿Cuál es mi nombre? Susurré. Las tonalidades malva, púrpura, el humo me impedían ver con claridad. Me aterroricé tanto que se me helaba la sangre. Ahora, solo había una cama en el cuarto, una mesita con una foto de su familia, la de Soledad, pero la que salía con ellos era mi cuerpo, mi rostro, yo…

¿Qué está ocurriendo? Soledad, por favor, yo te quiero. Somos compañeras. No me hagas esto. Tú no existes. Soledad me besó la boca y me arrojó contra la pared. Seguí mirando con terror la habitación. Ninguna de mis cosas estaba allí. Soledad tomó mi diario, o tal vez el apócrifo que ella escribía. Comenzó a leer:

1ro de agosto. Llevo aquí cinco años, y finalmente el doctor dijo que estaba preparada para salir los fines de semana. Viví tantos años contigo. El doctor dice que es una disociación, algo así como la coexistencia de sistemas mentales separados. Eso es muy técnico. Siempre pensé que Ana existía. Acepto que yo, Soledad, fui quien quemó la casa del abuelo y otras cosas ocultas en este diario. Ahora lo veo claro. Ana era mi forma de sentirme segura, independiente. También de vengarme de quienes me lastiman. Me prometí dejar de deambular en las madrugadas cuando no podía dormir. He visto cosas terribles. He pintado mis manos de sangre ajena. Te odio, Ana. Hoy me libero y te saco de mi vida. Yo soy Soledad, también soy Ana. En este carnaval de silencios he triunfado solamente yo. Este diario se irá con ella”.

Recuerdo los trazos de nuestra letra, m, w, la vocal a, perfectas. Las páginas acarician mi caída. Parecen plumas de un ángel. Ahora viviré por siempre en sus noches de insomnio fuera del infierno de la locura. Soledad sigue leyendo mientras gateo hacia la ventana. Me despedí de ella con la mano. Alcancé a decirle: “volveré”. Me arrojé hacia el vacío. Mi cuerpo caía junto a las páginas que Soledad arrancaba del diario. A lo lejos la escuché gritarme: “Soy libre”.



Ana María Fuster Lavín

fragmento novela (In)somnio
Ed. Isla Negra
http://www.editorialislanegra.com

jueves, diciembre 07, 2017

historias infantiles 1... Perdidos en el museo


Perdidos en el museo



Personajes:



Diego: niño puertorriqueño de 10 años

Claudia: niña venezolana de 10 años

Juan Luis: niño dominicano de 10 años

Ronaldo: niño de 6 años, que casi no habla

doña Petra: conductora de la guagua escolar, señora mayor puertorriqueña

Lucas: monitor del campamento, puertorriqueño de 21 años





Acto 1

Todos a la guagua





Es viernes en la mañana del último día del campamento de verano. Los niños van rumbo a una excursión en el Museo de Puerto Rico. Están a bordo de una guagua escolar, escuchando música y conversando. Diego y Claudia quien viste un uniforme rosado de fútbol están sentados en la primera fila; Juan Luis y Ronaldo, en la segunda.



Detrás de ellos vemos al resto de los niños del campamento. Estos pueden ser actores de carne o hueso, o estar dibujados en la escenografía, según sea más conveniente.



Sentado en al asiento lateral de la guagua, se encuentra Lucas, el monitor. A su lado, doña Petra conduce el vehículo. Se escucha la interminable cháchara de una estación de chismes.



Juan Luis: Doña Petra, tanto chisme me va a dar una sirimba. ¿Por qué no pone una emisora de bachatas? (Se pone a cantar como Romeo Santos.) “No sé si has cambiado de opinión y no te vas. Si tu vuelo de las tres cancelaras…”.



Lucas: Jóvenes, tenemos un cantante en el grupo. (Todos ríen.)



Claudia: Este chamo de cantante, no creo. Si acaso será pelotero.



Diego: Mira, y que bachata... Yo prefiero el reguetón o una salsa vieja, como esas de Bobby Valentín que le gustan a Mami: “Fuego a la jicotea, para que suelte a Dorotea...”.



Doña Petra: (Desde su asiento de conductora, con voz de locutor.) Directo a los Premios Lo Nuestro, pero del ayer.



Claudia: O como Oscar D’León, dale.



(La niña se para en el pasillo de la guagua y comienza a bailar salsa. Los demás ríen. Doña Petra sube la radio con su emisora de chismes).



Lucas: (Se ríe.) Nena, ni que tuvieras cincuenta años, con esa salsa vieja… Y ahora vuelve a tu asiento o doña Petra nos va a torturar con sus bochinches. (Doña Petra le guiña un ojo y sintoniza una emisora de música moderna.)



Juan Luis: Pues yo de pelotero no tengo ni un chininín. Allá tú, que te crees futbolista.



Claudia: ¡Vale, chamo! Soy la portera de mi equipo.



Juan Luis: Yo de balompié solo sé de los mundiales… Lo mío es cantar, nada de pelota. Estoy en el coro de mi escuela; canto ópera, merengue y bachata. (Ronaldo le hace una señal de "pulgares arriba" y sonríe.) ¿Verdad que sí, mi chichí? (El niñito asiente con la cabeza, en silencio.)



Diego: (En tono de broma.) Oh, oh, Juan Luis se picó. ¡Canta, que nadie te calle! Y tú, nena, con uniforme, tenis y guantes rosita. ¿Quién eres? ¡¿La portera rosada?!



Juan Luis: ¿O la pantera rosada? (Se pone de pie y tararea la melodía de La Pantera Rosada. Todos ríen.)



Claudia: (Le saca la lengua a Juan Luis y le da un empujón que lo hace sentarse.) Yo los dejo, voy a echarme un camarón. (Se recuesta sobre su mochila y cierra los ojos.)



Diego: ¿Un camarón? Pero si merendamos hace poco…



Lucas: (Se ríe.) ¡Ay, Diego! Eso es una siesta, en Venezuela.



Juan Luis: ¿Como echarse una pavita? Buena idea. (Juan Luis también se recuesta sobre su mochila y cierra los ojos.)



Diego: Estos son más dormilones que...



(El sonido de un fuerte frenazo interrumpe a Diego. Todos se asustan. Claudia y Juan Luis abren los ojos, sobresaltados.)



Doña Petra: (Enojada.) ¡Aquella por poco me choca!  ¿No vio la luz roja?



Lucas: (Haciéndoles una señal a los niños de que todo está en orden.) Llegamos, niños. Bajen con cuidado.



Ronaldo: (Grita.) ¡Goooool! (Los tres niños lo miran sorprendidos.)



Diego, Claudia y Juan Luis: (A la vez.) ¡¿Hablaste?!





Acto 2

Perdidos en el museo



(En el museo, unos se retratan y otros miran las esculturas. Diego, Claudia, Juan Luis y Ronaldo se apartan del grupo.)



Escena 1

(Por un pasillo del museo.)



Juan Luis: (Señalando al final del pasillo.) ¿Vieron aquella foto?



Diego: ¡Está nítida!



Juan Luis: Oh, pero parece un gigante en la playa de Macao, en Punta Cana.



Diego: Qué va, chico, ese el faro de Cabo Rojo desde playa Sucia.



Claudia: Los dos se equivocan. Es una foto de Río de Janeiro, en Brasil.



Ronaldo: (Muy emocionado.) ¡Sí!



Juan Luis: Ahora resulta que Ronaldo es un sabihondo.



(Ronaldo señala un letrero y se pone a caminar muy rápido.)



Juan Luis: (Leyendo lo que señaló el pequeño.) Tienes razón, Claudia. Es una exposición de fotos de Brasil. Oye, Ronaldo, más despacio.



(Los tres niños lo siguen, ojeando las fotos.)



Claudia: ¿Dónde están los demás? Creo que nos confundimos de pasillo.



(Ronaldo se encoge de hombros con expresión de que no sabe y señala una puerta.)



Diego: Eso, Ronaldo, a lo mejor allí están las escaleras. Busquemos cómo salir de aquí.



(Abren la puerta y entran. Se oye un gran ruido tras ellos y no la pueden abrir.)





Escena 2



(Los niños están en un cuarto lleno de marcos de cuadro vacíos y escobas, entre otras cosas. Intentan abrir la puerta, pero no pueden.)



Diego: Nos quedamos trancados. Ahora sí que nos chavamos.



Claudia: Voy a curucutear por ahí, a ver con qué podemos abrir la puerta.



Diego: ¿Que te vas a descocotar por ahí?



Juan Luis: Qué pariguayo eres, Diego. Ella quiso decir que va a rebuscar por ahí.



Claudia: Vengan, ayúdenme.



(Después de un rato de rebuscar entre los trastos, los cuatro comprueban que no hay nada con qué abrir la puerta, y se sientan en el piso.)



Diego: Estoy esmayao. Me comería una alcapurria de jueyes y un plato de carne frita con mofongo, como el que hace abuela Tita, allá en Luquillo.



Juan Luis: Y yo, un mangú con salami y huevo. Y si tuviera más cheles, (Moviendo los dedos como si tuviera dinero.) me comería una bandera; o sea, arroz, habichuelas y carne.



Diego: Aquí la bandera es una mixta. Ay, ¡qué hambre!



Ronaldo: Mmmm... (Se frota la barriga.)



Claudia: Pues para mí, unas hallacas rellenas o un pabellón.



Juan Luis: ¿¡Un pabellón completo!? Eso sería como tragarse un elefante. (Se ríe.) Quien lo diría de una niña tan flaquita.



Claudia: (Riendo) No seas loco, Juan Luis. El pabellón es un plato venezolano con carne mechada, plátano frito, arroz blanco y caraotas negras. Caraotas son habichuelas para los boricuas, y frijoles para los quisqueyanos.



Ronaldo: Mmmm, arroz com feijão... (Lo dice tan bajo que nadie lo escucha.)



Claudia: ¿Qué dijiste?



Ronaldo: Nada, nada...



Claudia: Pues ya hemos compartido las comidas de nuestros países. ¿Y de postre?



Juan Luis, Diego y Claudia: ¡Helado de coco!



Ronaldo: ¡Sí!



(Se oyen golpes al otro lado de la puerta. Los niños se levantan y gritan felizmente.)



Lucas: (Desde el otro lado de la puerta.) Creo que los encontré... ¿Claudia, Diego, Juan Luis, son ustedes?



Los cuatro niños: ¡Sí!



Lucas: ¿Está el nene con ustedes?



Los cuatro niños: ¡Sí!



(Se abre la puerta. Lucas entra a escena.)



Lucas: (Con una mezcla de coraje y alivio.) Si les cuento al director del campamento y a sus padres, van a estar castigados hasta que cumplan los 21 años....



Ronaldo: (Con cara de culpable.) Desculpe, Lucas, a culpa é minha.



Juan Luis: Oh, ¿pero tú hablas portugués?



Ronaldo: (Sonriendo.) Eu sou do Brasil.



Diego: ¡Qué chévere!



Claudia: ¡Qué arrecho!



Juan Luis: ¡Qué sorpresa!



Lucas: ¿No lo sabían? Él es el hijo de Pauliño, nuestro entrenador de balompié. Vamos, que nos espera la guagua.



 (Salen.)





Acto 3

Juegos y despedidas



(Un poco más tarde, han regresado al parque del campamento. Claudia, Diego, Juan Luis y Ronaldo hablan con Lucas. Los demás niños juegan o conversan entre ellos.)



Lucas: Ustedes tres, digo cuatro, han sido mis mejores amigos. Pero también los chicos más traviesos. ¡Cuántas aventuras les contaran a sus compañeros de escuela cuando empiecen las clase!



Diego: ¡La escuela! Ya la dañaste, pana. Pero eres el mejor. (Le choca la mano.)



Claudia: (También choca la mano de Lucas.) Como nuestro hermano mayor. Pero no nos vamos a despedir para siempre. (A Ronaldo.) Le diré a Mami que me cambie a tu club de balompié. ¿Te gustaría? (Le acaricia la cabeza.)



Ronaldo: Com meu papai. Goooool!



Diego: Te enseñaremos español, pero nada de balompié. ¡A jugar baloncesto!, que eso es lo mío. Seremos como José Juan Barea, echándola de güirita… (Da giros como si jugara baloncesto.)



Ronaldo: (Tímidamente.) Falo um pouco mal el español. Me da vergonha. 



Lucas: Es que llegó de Brasil hace seis meses. Pero está aprendiendo rapidísimo.



Juan Luis: Yo te enseñaré español cantando canciones de Juan Luis Guerra en mi karaoke. Ese tíguere sí que canta: (Entona un pedacito de Bachata en Fukuoka, de Juan Luis Guerra.)Dile a la mañana que se acerca mi sueño, que lo que se espera con paciencia se logra…”



Lucas: Y el Grammy es para…



(Todos ríen, menos Claudia.)



Claudia: Bueno, chamos, ha llegado la hora de decir adiós. (Abre los brazos para que la abracen.)



Diego: (Abraza a Claudia, emocionado.) Los amo, mis panas… Los voy a extrañar.



Juan Luis: (Su suma al abrazo, casi llorando.) Yo no quiero despedirme.



Ronaldo: ¡Los quiero muito! (Los tres niños lo abrazan.)



Lucas: ¡Ah, no, no! No se me pongan como magdalenas boricuas, dominicanas y venezolanas, más un lloroncito brasileño. Si se ponen mocosos, el año que viene no dejaré que se matriculen en este campamento. Todos a jugar, que ya mismo llegan sus padres. Y tú, Ronaldo, ven conmigo, que tu papa te espera en la oficina. (Toma al pequeño de la mano y salen.)



(Diego, Claudia y Juan Luis dejan de abrazarse y se sonríen con timidez. Permanecen un segundo sin saber qué hacer hasta que Diego grita...)



Diego: El último, ¡piña!



(Los tres salen de escena corriendo y gritando a viva voz.)



Fin



Ana María Fuster Lavín

puertorriqueña
2013

Insomnios, oscuridad, aniversarios y otras reflexiones a las 5:30am


Insomnios, oscuridad, aniversarios y otras reflexiones a las 5:30am
(escrito el 29 de  noviembre de 2017 5:30am San Juan de Puerto Rico)


Son las 5:30 am. Hoy se cumple un año de haber sido operada por cáncer de tiroides.  A las 5:30am me recogió mi amiga Maldes para llevarme al Pavía. Una extirpación radical de las tiroides y perdida de dos paratiroideas (con un bajón de calcio que por poco la palmo), seis días de hospital, laboratorios, medicamentos, pasé por tratamiento radiactivo con yodo, tuve momentos (varios meses) de tristeza, dolor, preocupación, también de mucha fortaleza y positivismo.  A las 5:30am allí ya estaban la amada Tina Casanova y Sigfredo, ella también iba a ser operada.
Sin embargo, son 71 días de la visita del huracán María que nos devastó, la isla, los hogares, los sistemas eléctricos, de telecomunicaciones… Miseria y corrupción, escombros y cinismos, abandono y crueldad. Noches de oscuridad, solo esperando el amanecer para vernos la piel.  Entonces, no tuve tanto miedo con el positivo a cáncer, como esta incertidumbre isleña que vivimos, cada vez más pobres, más abandonados, más solos…
Y es que hace un año no me sentí nunca sola ni abandonada cuando lloraba en la oficina del doctor, porque el diagnóstico da mucho yuyu. Tuve siempre a mi hijo (siempre tan brillante tierno y honesto), su amor eterno, a mi Cleopatra esperando para sus bichicariños.  Gracias de corazón a María de Lourdes Javier (mi hermanita Maldes) que me  llevó al hospital en la madrugada y se quedó todo el día allí y visitas diarias, a Sigfredo y Tina (mis ángeles guardianes, de luz, hicieron tanto por mí, Tina operada también allí y se escapó para visitarme), las visitas de mis compas de oficina Heidi, Marissa, Francisco y Mabel, mi hermano de la vida Barry, y los cariños de mi hermano mayor José Manuel, también mi cuñada Delly, mis colegas hermanos del aquelarre Jocelyn Pimentel y José H. Cáez (mi amado compadre), al solidario Luis (Laro) Rodríguez que me fue a visitar sin conocerme…. y a mi hermana Marieli Calderón que me rescató el día del alta, que me ha rescatado en tantas ocasiones.  Los mensajes de texto o wasap esos días de Alexéi Tellerías, Carlos Roberto, Mario Alegre, Iva Yates, Leticia Ruiz, Alberto Martínez, Alinaluz Santiago, Ricardo Rodríguez, Héctor Monclova, Marioantonio Rosa, David Caleb y Pabsi Livmar, Ángel Mussenden, y tantos seres luminosos que saben quiénes son…
Los apoyos solidarios de hermosas amigas y sus testimonios (como Zamaris Rodriguez, Eli Cuevas y Lynette Mabel Pérez) que me ayudaron a entender los cambios de mi cuerpo, lo que sentimos, y que no nos dice el endocrino.  Agradezco igual a mi cirujano Dr. García Talavera, que se preocupó por mí, por que estuviera bien física y mentalmente. A la anónima roomate, porque en su locura me ayudó a escribir divertimentos y micros para salir del tedio hospitalario.  Mis padres llamaban desde España casi todos los días preocupados, racionales y amorosos… Y al final la visita en mi apartamento de Ángel Isián y Melvin Rodríguez con tres pizzas y muchas querencias. ;o
Tanto que agradecer también a muchos de ustedes, que a las 5:30 am o a cualquier hora, me leen, me comentan, me apoyan, me dan su cariño, aunque sea una carta tan exageradamente larga como esta; porque saben que los amo y apoyo, y yo siento la empatía de ustedes, y eso me da energías querenciales para seguir adelante.
Coño y estamos aquí en un año de cumplir 50, de publicar mi novela Mariposas Negras (mi 11mo hijo apalabrado) en el que muchos sucesos, curiosamente ocurren a las 5:30am (no tan curioso, porque me despierto usualmente a esa hora casi siempre, y menos curioso es porque a esa hora salió de su casa Santiago Nassar, el día que todos en el pueblo (menos él), sabían que iba a morir, de tantas sombras y algunas luces. Un año de vencerle al cáncer, de comenzar a sentirme mejor, de pronto publicar tres poemarios inéditos y ediciones aniversario de algunos de mis libros, de saber que tengo mucha gente hermosa que me da palabras de aliento y empatía, que estamos vivos y luchas, pero también pronto a 3 meses del huracán María, de sufrir tres meses del más burdo de los “algaretes” corruptos  y de incertidumbre, que lo que le ocurre a nuestra isla me asusta más que cuando recibí el diagnóstico positivo a cáncer, pero estoy viva, y nuestro país está vivo, mientras hay vida, podemos salir de la caverna, cada uno, luchamos solos, salimos solos, pero así nos toca invitar a salir a los demás…  
Son las 5:30am y pienso en que mis amigos Nelson Rivera y Tato Santiago (a quienes adoro y admiro) es posible que aún no tengan luz, o que mi amada Carmen Rabell esté en tratamiento de quimioterapia y esté igual sin luz.  Y que tampoco tengan luz la mayoría de nuestra isla. Y siento rabia, y no me conformo y no me callo. No nos callemos no nos conformemos. No es justo, no es humano que sigan intentando mantenernos en una oscura caverna.
Estas son unas reflexiones insomniadas a un año de sacarme el cáncer del cuerpo, quisiera que en un año, pudiéramos escribir que sacamos el cáncer de Puerto Rico, que podemos distinguir entre las sombras y la realidad, que estamos luchando con dignidad, con empatía, vamos a brindar techo, comida, luz, conciencia, valor. ¿Será posible?  Al fin de cuentas, estamos vivos y, a pesar de los escombros y de las mentiras, podemos salir de la caverna, por nuestra cuenta, vamos, sin esperar por los demás… No se rindan
Ya lo dejo porque son más de las 5:30am


domingo, diciembre 03, 2017

Presentación de Árbol, el nuevo poemario de Carlos Roberto Gómez Beras



Deseamos invitarlos a un evento doble: la presentación de mi poemario Árbol (Carlos Roberto Gómez Beras, Isla Negra Editores) y la inauguración de la joyería orfebrería Krogueste sábado 9 de diciembre, a las 4:00 pm, en el espacio de Krogu en la calle Del Cristo 203 en el Viejo San Juan.



Las palabras de sobre el poemario
 Árbol
Carlos Roberto Gómez
Isla Negra Editores
estarán a cargo de la escritora
Rubis Marilia Camacho
sábado 9 de diciembre
4 pm
calle Del Cristo 203
Viejo San Juan

Nuestros anfitriones, la empresaria Sasenka Martic y el maestro orfebre Madlen Marcicic, estarán presentes para hablarnos de este nuevo concepto de joyería artística, Krogu, donde cada pieza es una única obra de arte.

LOS ESPERAMOS

Sasha, Madlen y Carlos Roberto