La apalabrada fama de una escritora desconocida
Los fantasmas aplauden una cabellera ensortijada entre las palabras, su presencia feromonada sobre una cebra emburlece las otredades desde cualquier mesa, desde la barra, o una esquina humeada. Su rostro frente al micrófono es fácilmente reconocible en los manuscritos deshojados, de cualquier editorial pretenciosamente desconocida. Ellos lo saben, pero siguen palmeando borrachos de ignorancia y hormonas. No despiertan aunque el despertador desgarre la sangre, no hay palabras, sólo nombres y apellidos, pero yo tampoco la conocí, quizás ella, tal vez yo, danzaba entre los muertos.
Ana María Fuster Lavín
Los fantasmas aplauden una cabellera ensortijada entre las palabras, su presencia feromonada sobre una cebra emburlece las otredades desde cualquier mesa, desde la barra, o una esquina humeada. Su rostro frente al micrófono es fácilmente reconocible en los manuscritos deshojados, de cualquier editorial pretenciosamente desconocida. Ellos lo saben, pero siguen palmeando borrachos de ignorancia y hormonas. No despiertan aunque el despertador desgarre la sangre, no hay palabras, sólo nombres y apellidos, pero yo tampoco la conocí, quizás ella, tal vez yo, danzaba entre los muertos.
Ana María Fuster Lavín
de
Bocetos de una ciudad silente
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