jueves, febrero 07, 2008

Tuve padres que no claudicaron


Hija del amor elegido


Para ella, la evocación de su luminosa infancia es el reencuentro con un reino de gestos de amor, de patriotismo vertical, de poesía cotidiana, bajo el yugo suave de sus padres Consuelo y Juan Antonio.

Por Gloria Borrás / Especial El Nuevo Día



En el Parque Central de Nueva York, por los años cuarenta, la niña, de unos dos años, pasea con quien sería luego su padre. “Era otoño, caían las hojas… él me llevaba de la mano”. Es el primer recuerdo de la pequeña, que recién estaba conociendo a Juan Antonio Corretjer.
Consuelito Corretjer Lee se acomoda en los lugares dulces y ardientes de la memoria para contar cómo fue partícipe de una legendaria historia de amor: la del poeta y patriota y su madre, Consuelo Lee Tapia.


“Él acababa de salir de prisión en Atlanta y lo enviaron a Nueva York; le estaba prohibido regresar a Puerto Rico por 10 años. Se encontraron en el Partido Comunista de la ciudad, al cual pertenecía mi mamá”.

'Tuve padres que no claudicaron, que siempre dijeron la verdad, que lo dieron todo por Puerto Rico sin lucrarse ni protagonizar y tuvieron el valor de arrostrar las consecuencias.


Tuve padres que no claudicaron, que siempre dijeron la verdad, que lo dieron todo por Puerto Rico sin lucrarse ni protagonizar y tuvieron el valor de arrostrar las consecuencias.


Doña Consuelo, nieta de Alejandro Tapia y Rivera, no quería que le presentaran a Corretjer. Sentía vergüenza, porque su hermano mayor, William Lee, había sido jefe del segundo jurado que halló culpables a los nacionalistas, por lo que Juan Antonio sufrió varios años de cárcel.
Pero el amor, como el compromiso patrio, es también una consigna ineludible. Don Juan y doña Consuelo emprendieron un camino apasionado que recorrieron juntos por el resto de sus vidas. Se casaron el 14 de febrero de 1944, Día de los Enamorados, en la metrópolis del exilio impuesto.
Y, Consuelito, hija menor de aquella mujer inefable (tenía dos hermanos mayores, Virginia y Robert), compartió desde entonces el trayecto con su madre y don Juan Antonio, quien era padre también de otros dos vástagos, María Soledad y Ricardo Diego Corretjer Ruiz.
De Nueva York, la nueva familia viajó brevemente a Cuba y finalmente a Puerto Rico, donde fueron a vivir al pueblo de Ciales en casa de los padres del poeta, don Diego y doña María Brígida, a quienes Consuelito aprendió a llamar Papito Diego y Mamita Bila, “los únicos abuelos que conocí”.
Después, hicieron hogar en el cialeño Barrio Frontón, en Jayuya y en Sabana Llana, en una finca vaquería de un buen amigo “que fue valiente en acogernos”, dado el trasfondo político de los Corretjer.
Por aquellas épocas recuerda Consuelito haber visto -por única vez- a un visitante de excepción: Albizu Campos. “Yo era bien chiquita, estaba con mis juguetes sentada en el piso. Recuerdo su voz, que era bien particular, cuando dijo: ‘¡Ah! conque ésta es Consuelito’ ”. Además, no olvida que a sus padres les allanaron su morada en Jayuya, aunque ella no estaba. “Ellos siempre me protegieron mucho, posiblemente me llevaron a casa de los abuelos”, señala con fervor.
En Guaynabo, donde después se asentó definitivamente la familia Corretjer Lee, Consuelito creció fraguada en luchas impostergables e intensos cariños.
Juan Antonio Corretjer se convirtió también en su padre con todas las de la ley. “Ellos esperaron hasta que yo tuve 12 años, para que entendiera el proceso; fueron a Nueva York a pedirle el consentimiento a mi papá biológico y entonces papi me adoptó legalmente”, revela, mientras muestra los importantes documentos que avalan el trámite.
¿Cómo fue don Juan Antonio en su rol de padre? Esta hija del amor elegido rescata el perfil de ternura de aquel luchador aguerrido y lo describe así, con inmensa alegría: “Le encantaba bailar. Fue él quien me enseñó danza puertorriqueña… ¡y hasta tango! en la sala de casa. Me buscaba en las jaranas (fiestecitas de adolescencia); eso sí, ¡puntualmente a la medianoche! Mis amigos me decían la Cenicienta. Y era bien amoroso. Aunque saliera al correo, cuando volvía, nos besaba a mami y a mí. Con ella era cariñoso y respetuoso. Si hubo desencuentros entre ellos, nunca me enteré”.
A doña Consuelo, el poeta le dedicaba libros, como “Pausa para el amor”, e infinidad de poemas, incluyendo los memorables versos que escribió para un cumpleaños de su amada: “Si quieres comprender cómo te amo/pídeme de la Vida hasta la Muerte”.
Era común también, en la vida diaria, que Consuelito y su madre fueran privilegiadas con las primicias de nuevas inspiraciones del poeta. “Nos decía: ‘Sienténse, que les voy a leer lo que escribí’ ”.
Es que don Juan era (quién lo diría) suavecito de corazón. “Como típico hombre puertorriqueño, él dejaba que mami impusiera la disciplina. No sabía cocinar ni un huevo, pero cuando mami se enfermó, hasta intentó aprender. Las virtudes suyas que más recuerdo son la serenidad, la humildad y el poco deseo de protagonismo”.
Claro, que no fue fácil ser hija de semejante pareja. Él, poeta, periodista y revolucionario. Ella, firme en la lucha, educadora y maestra de piano. Colaboraron en establecer la Escuela Betances para la alfabetización de adultos, pero era “un proyecto político” del cual no devengaban sustento. Muchas veces, las clases de música que impartía doña Consuelo sacaron a flote el hogar.
Y, en ocasiones, el amor incondicional de la esposa fue una lección inolvidable para la hija. “En 1962, papi estaba en México, cuando el presidente Kennedy visitaba el país. Lo arrestaron, alegando que ningún independentista puertorriqueño podía andar suelto por las calles de la ciudad durante la estadía del presidente. Papi trabajaba entonces en El Mundo y yo escuché cuando mami llamó al periódico y le dijo al director: ‘Si algo le pasa a Juan Antonio… ¡yo mato a Kennedy!’ ”
Consuelito también vivió -aunque indirectamente- el prejuicio que la alcanzaba por las posturas ideológicas de sus padres. Más de un pretendiente se le alejó, confiesa divertida, porque la familia del galán no aprobaba relacionarse con la ‘peligrosa’ estirpe de los Corretjer Lee.
Sin embargo, más poderosas que los atentados, los arrestos, el discrimen y las estrecheces, son las reminiscencias luminosas de su vida junto a ellos. Las tertulias en el balcón de Guaynabo con amigos que no temían visitarles. Entre otros, los artistas Tony Maldonado, Carlos Raquel Rivera, Lorenzo Homar, Tufiño, jóvenes de la FUPI y un prometedor poeta que le llevaba sus versos a su padre: Hugo Margenat.
¿Qué significó para ella ser hija de Juan Antonio y Consuelo? Se lo piensa un instante, mientras repasa álbumes de fotos familiares irrepetibles. “Con toda candidez, creo que es bueno saber que tuve padres que no claudicaron, que siempre dijeron la verdad, que lo dieron todo por Puerto Rico sin lucrarse ni protagonizar y tuvieron el valor de arrostrar las consecuencias”, afirma conmovida.
Viva está también para ella la imagen entrañable de Ayuburí, nombre que Corretjer inventó para Consuelito cuando apenas comenzaba a conocerla, al dedicarle un poema donde, evidentemente, deponía las armas para darle alma a su sensibilidad paternal: “Ayuburí buscando/por la vereda/los claveles, las rosas/la madreselva./Ayuburí buscando,/y el tonto yo, sin vida,/ solo, pensando”.
Ese poema fue musicalizado en los 70 por Roy Brown, junto a tantos otros de don Juan llevados al pentagrama por Haciendo Punto, Mapeyé, Andrés Jiménez, Irving García, Joan Manuel Serrat y Voces de Puerto Rico.
Y, en medio de una vida tan rica en experiencias, Ayuburí se hizo mujer.
Consuelito se formó en escuelas del País y en la UPR, donde hizo un bachillerato en Ciencias Naturales. Radicada luego en Nueva York, se casó y tuvo a sus hijas Catherine (Catita) e Isabel. Laboró en el Hostos Community College y como trabajadora social en rehabilitación y neurología pediátrica, e hizo una maestría en Administración Universitaria.
Hoy, de vuelta a Puerto Rico, y ahora feliz abuela de Lucía, es editora, intérprete, escritora, traductora y miembro de la American Translators Association. Aunque no ha traducido la obra de Corretjer, sí ha seguido el llamado del corazón para ‘traducir’ su legado al pueblo, al conmemorarse el centenario de su padre el próximo 3 de marzo, con eventos a lo largo de todo un año.
Junto a Luis Nieves Falcón y otros destacados intelectuales y organizaciones culturales, coordina las actividades que se efectuarán en diversos puntos de Puerto Rico: Ciales, (incluyendo la ya famosa “Cantata a Corretjer”), San Juan, Río Piedras, Mayagüez, Morovis, Barranquitas. Y en Cuba, Venezuela y varias ciudades de Estados Unidos.
Así, Consuelito es parte esencial del comité que celebra la historia ya magistralmente escrita por el propio don Juan Antonio.
Es el homenaje de una hija que convive con una mágica certeza. Ella sabe que -aunque ‘en la vida todo es ir’- hay querencias y personajes íntimos que perduran por siempre.

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