Diarios y despedidas: Día 2
“Los indios shuar, los llamados jíbaros, cortan la cabeza del vencido. La cortan y la reducen hasta que cabe en un puño, para que el vencido no resucite. Pero el vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la boca. Por eso le cosen los labios con una fibra que jamás se pudre” Eduardo Galeano, El libro de los abrazos
“Los indios shuar, los llamados jíbaros, cortan la cabeza del vencido. La cortan y la reducen hasta que cabe en un puño, para que el vencido no resucite. Pero el vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la boca. Por eso le cosen los labios con una fibra que jamás se pudre” Eduardo Galeano, El libro de los abrazos
Y me comenta ese muchacho: a veces en la escuela dicen que soy raro. Es raro porque prefiere hablar de política, de las capitales del mundo, de igualdades sociales, de cine y conciertos, de Oscar López y Mandela. Es raro porque le gustan las estadísticas, el balompié y la poesía. Es raro porque prefiere el cine de autor que las megaproducciones de acción. Es raro porque es como los demás niños y a su vez diferente. Es raro porque disfruta igual de leer un libro como de jugar con su consola de vídeo juegos. Y se frustra cuando le dicen que las luchas y marchas son inútiles, cuando habla de los escritores puertorriqueños y los maestros no saben quiénes son, peor que no les importa. La gente rara es la que hace la diferencia, el arte, las luchas. También le dije, se han cometido demasiados errores por el miedo, los prejuicios, la ignorancia. Por eso no puedes permitir que te reduzcan la cabeza al tamaño de un puño.
A Malala Yusafzai (16 años de edad) tampoco la pudieron silenciar. Ella ha denunciado en su blog desde los trece años que a las niñas bajo el régimen talibán en Pakistán no se les permite asistir a la escuela. En el 2012 sufrió un atentado y fue herida en el cráneo y cuello. Al recuperarse comentó: "Volver al colegio me hace muy feliz. Mi sueño es que todos los niños en el mundo puedan ir a la escuela porque es su derecho básico".
Cállate, fue lo que intentaron decirle a Mandela de por vida, y en 27 años de cárcel no calló. Cállate, le intentaron decir a los independentistas Lolita Lebrón, Rafael Cancel Miranda, Irving Flores. Cállate, le tratan de recordar a Oscar López que lleva 32 años encarcelado. Tampoco pudieron silenciar el arte de Elizam Escobar, Juan Antonio Corretjer, Francisco Matos Paoli, entre otros de nuestros artistas que estuvieron en la cárcel por la libertad de expresión, por sus principios. Ellos también eran los niños “raros” en la escuela y nunca permitieron que les cosieran la boca.
Y es que han intentado silenciar a tantos con ninguneos, golpes y hasta la muerte, recordemos a Lorca, a muchos; recordemos las dictaduras de tantos países, y de las llamadas democracias. Demasiados los silenciados por sus inconvenientes o raras voces. Tantas mujeres condenadas por ser, porque una mujer no se supone que haga, piense, viva en igual de condiciones. O como en nuestra isla que se debata si la comunidad LGBTT debe tener los mismos derechos civiles, laborales, humanos, si tienen derecho a amar, amaos los unos a los otros dijo uno al que tantos siguen.
¿Cómo silenciar el alma de un pueblo? Baile, baraja, botella, a lo Miguel de la Torre. Si es más importante el tener, comprar, los reality shows que la realidad de la violencia nuestra de cada día, las diferencias abismales entre las clases sociales, las frivolidades gubernamentales, la telenovela del momento es más importante que el aumento de habitantes de las calles, de personas que no tienen techo, ni comida, la mediocridad en las instituciones escolares... Tantos que viven en el silencio de los fantasmas del olvido educativo y social.
Matan a un niño de familia conocida es un revuelo (en realidad es muy triste), pero no afecta igual cuando son de barriada o caserío. Fue triste la muerte del vendedor de lotería que tenía su puesto en Garden Hills. Peor igual aberración los atropellos, golpes, fracturas y muerte de deambulantes en un área “marginal” de la 65 de Infantería Río Piedras, como parte de un juego de pasarles por encima con el carro a ver cuánto aguantan (denunciado recientemente por Vargas Bidot).
En estos meses me planteé dejar de escribir, de publicar. Pero los silencios me gritan como puñaladas en cada pisada, en un poema, cuento, ensayo, en cada paseo por las calles de Santurce. Y escribo cartas cuando me enojo, a periódicos, escuelas, a los legisladores. Enviar cartas al viento que respiran las mentes sordas, fastidia, por no decir que jode. Esa apatía de los comunes que nos ahoga.
Mis manos gritan con rabia cuando ese muchacho comienza a sufrir las injusticias de la voz. Mis manos arden al pasar las páginas de los periódicos, al acariciar los cabellos de mi hijo mientras me cuenta que a nadie le importa si Oscar puede pasar las navidades con su familia, que es más importante el iPhone 5 o la iPad nueva. Porque no podemos invisibilizar las injusticias sociales, nadie puede gritarnos: cállate y así todo es más bonito o menos incómodo (para ellos). Las palabras son espejo de nuestra sangre, de nuestros sueños, de nuestra historia y destino. Escribe Galeano en su Libro de los Abrazos: “[…] quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos”.
Muchacho que nadie calle tu voz, sigue comentando sobre las cosas que tú consideras importantes. No resolvemos gritando a la maestra, sino educando con amor y contundencia. Por mi muchacho, por Malala Yusafzai, Oscar, por todos nuestros hijos, los raros y los comunes, por los acallados, y nuestra patria grande… Que nadie silencie nuestra voz, nuestras manos.
Ana María Fuster Lavín
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