Ciudad sin
ojos 2
Nadie
conoce a nadie. Esos pequeños seres que salen de las cuencas de los Sin Ojos
pintan nuevos grafitis en los silencios de la ciudad. La madrugada devora cada
abandono. Los pequeños fuegos del amanecer encenizan sus rostros. El semáforo
en verde abre las puertas de los banqueros, los políticos y sus escoltas, los
empleados anónimos de cualquier trabajo, los que van de compras en sandalias sex on the city o en chancletas metededo, a los que hablan de Wallstreet, de Dios, de la telenovela,
de la noticia del momento, mientras los Sin Ojos se inyectan e inhalan sus
últimos recuerdos. Sus engendros ahora atraviesan la piel de los comunes, nadan
a través del sistema afectivo. Cada habitante queda inmune a los recuerdos de
los demás. En la tarde, el semáforo se apaga; los Sin Ojos retoman los
callejones; los habitantes regresan a sus hogares. Estos también son ciegos.
Solo así pueden verse.
Ana Maria Fuster Lavin
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