miércoles, septiembre 16, 2015

Ángel de las alturas



Ángel de las alturas

Margarita extiende los brazos hacia el cielo. Él la observaba desde lo alto de la grúa. Ella pasa, él toca la sirena y se saludan con las manos. Un día, se arma de valor y le pregunta su nombre. Ángel. “Es mi ángel de las alturas”, se dijo antes de entrar a su trabajo justo frente a la construcción. No era religiosa, pero oró esa noche por conocerlo. Al día siguiente, compra un ramo de margaritas y le escribe una tarjeta con su teléfono y dirección. Llega a su destino y la construcción había concluido. “¡Mi ángel no volverá!”, grita en medio de la avenida, tan fuerte que los carros frenan chocando unos con otros. Arroja allí mismo las flores y se retira llorando. Le pide a Dios que le permita una noche con aquel hombre.
Esa tarde antes de regresar a su casa se toma par de tragos. “Pa’l carajo el amor”. Se da cuenta de que un hombre no para de mirarla y sonreír. Ella asiente con la cabeza. Él se acerca. Eres tú, soy yo, no digas nada, pide un deseo, dice. “Daría mi vida por una noche con mi ángel de las alturas”, piensa ella. Está hecho, susurra él. Margarita regresa a su apartamento algo borracha. Siente pisadas cercanas, no ve a nadie. Al llegar escucha una voz: Tu deseo será cumplido. Una lluvia de plumas cae sobre su cuerpo, unas manos de hombre la desnudan y, en el piso de la sala, siente el orgasmo jamás pensado. Se siente en las alturas. Dormida, entre pétalos y plumas, extiende las manos.
 
Ana María Fuster Lavín
Carnaval de Sangre

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