viernes, septiembre 25, 2015

Muerte del silencio día 2



 Diario

Segundo día


Siempre he sentido una obsesión por las voces. Desde pequeña  prestaba atención a los distintos matices, esas formas particulares de cada persona pronunciar las oclusivas, las vocales abiertas, las entonaciones, la dicción, esas peculiaridades de s, c, z. Imaginar los sueños de una mujer con la voz muy aflautada o las pesadillas de un hablante pasota o agresivo.  Descubrir la personalidad oculta tras registro del habla de cualquier desconocido, era todo un juego de agente secreta.  ¿Y quién no se ha dejado llevar por una voz profunda hasta alcanzar ese orgasmo fonético indescriptiblemente agradable? Mis primeros recuerdos de la infancia, esos que me marcaron, son sonoros.

Supe que iba a ser escritora escuchando a mi abuelo Manolo, con su hermosa voz de barítono; y ante la voz fuerte y cariñosa castellana de mi abuela Hortensia, quien recitaba sus poemas de memoria. Ella me llevó a las primeras lecturas de poesía en el ateneo de Salamanca. Mi abuelo y sus ternuras, su pasión por el balompié, la radio, los libros. Además de la poesía, Hortensia me contaba las historias de su familia antes y después de la Guerra Civil, era apasionante, triste, hermoso y realmente horroroso. 

Hortensia y Manolo se conocieron poco antes de comenzar la Guerra Civil. Él de Reynosa, un pueblo de Cantabria, y ella de Arija, en la provincia de Burgos, ambos en las montañas, bordeando el pantano del Ebro.  Él fue con sus amigos a las fiestas de Arija y bailó con aquella mujer con mirada de mar al atardecer. Ese primer encuentro fue descubrir el amor. Lamentablemente la guerra los separó.  Manolo, huérfano desde la gran gripe de 1918, vivió desde preadolescente solo con tres hermanos, porque sus padres y tres de sus hermanos murieron, al igual que más de 300, 000 españoles (se cree que en el mundo murieron casi 100 millones). Hasta el  poeta Guillaume Apollinaire, murió de esta gripe (parecida al H1N1).  Y sobreviviente a esa primera muerte, luchó contra los fascistas, recibió en pleno ataque un balazo en el hombro por poco le cuenta la vida,  y pensaba en aquella mujer. La última muerte se lo llevo una madrugada del 2000.  Poco después de aquel baile, Hortensia tuvo que huir una noche con lo puesto junto a su familia, porque iban a matar a su padre comerciante, hijo de emigrantes alsacianos,  por ser  comunista. Era un comerciante próspero en el pueblo, los fascistas se quedaron con su negocio.  Y ya se sabía qué le pasaría a una familia de izquierdas… Afortunadamente, pudieron recomenzar la vida desde la nada. Ambos finalmente se encontraron años después, comenzando la dictadura.  Se casaron, tuvieron 5 hijos.  Y muchas luchas, muertes del alma,  muchas historias, durante la dictadura de Franco. Mi madre es la mayor, nació en 1942. La última muerte se llevó a mi abuela en el 2003. Nunca se enfermaba, pero una tarde el cerebro se le derramó, buscando regresar a Manolo. Le señaló la ventana a mi tía Mariví y se dejó llevar al silencio final.

Definitivamente ambos me llevaron a  quedar encadenada a las voces y sus palabras. Esa es la sensación que le da el primer sentido a mi vida, cuando solo era una adolescente terriblemente tímida, encontré la lógica a mi mente solitaria: encadenar y liberar palabras. De eso se trata soñar-escuchar-escribir. 

¿Qué será de mí cuando todas las palabras se oculten tras este inmenso pitido?


Ana María Fuster Lavín
 

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