A
Pabsi Livmar
Te
observas con dificultad. Eres una voz perdida en la biblioteca. Recorres sus
anaqueles. No encuentras el antídoto. Te percatas de que no puedes recordar lo
que nunca sucedió. Todas las voces, su voz, la tuya. Tu eco se difumina entre
las páginas que nunca leíste. Debes leerlas, pues las leídas te impregnan de
una búsqueda que solo tus manos pueden encontrar. Abres otro libro y los
susurros te llevan a otro, otro, otro y todos, el mismo. Te das cuenta de que
te has cansado de enfrentar a la estulticia, de querer ver lo que no es, de dar
oportunidades a monólogos sordos. Sílabas que no forman lexemas. Cada morfema
inútil te desgarra el camino. Cada letra que sobra te absorbe la sangre.
Decides luchar. Te colmas de palabras, las descubres, las besas, las pares. En
ese momento, chocas contra un laberinto de cristales en los que se refleja un
silencio ensordecedor. Despiertas. Te observas nuevamente. Te escuchas.
Escribes.
Ana Marías Fuster Lavín
Carnaval de sangre
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