miércoles, noviembre 24, 2021

Contra la violencia de género y los feminicidios, contra la impunidad

 Duelo por la niña enamorada

 


 

                                                    Para Keishla Rodríguez 

y todas las víctimas de la violencia de género

 

 

partió al encuentro verdugo

a pesar de aquel runrún

murmurándole huye, 

la niña rota enamorada

apostaba al amor

como nido de gaviotas

jugaba a las casitas de papel

al aroma de pájaros sin jaula

mientras volaba su vida y sueños

pero su vientre gemía amor

su vientre gemía muerte

 

huye

despertamos

dolidas y alertas

mientras allí flotaba ella

fragmentada muñeca

en un diario de sangre

aterrada ante su duelo

ante el eco de la traición

era para él su presa

para ella su amor,

también era tarde para huir

él devoró a su criatura,

le arrancó a dentelladas su corazón

arrojando a las turbias aguas su vuelo

mientras su madre gemía: regresa

mientras su madre gime su despedida

 

cuerpo de mujer

una mortaja machista condena 

la resquebraja a ella,

y a todas,

sin poder huir

arrojada viva al fuego del odio

en un disparo de viento   

envenenados torturados

sus cabellos de todas nosotras

lloran el ahora vacío de sus anhelos

el verdugo eternizó su venganza

la corriente eterniza su tierna sonrisa

y el horizonte, nuestro duelo     

 

 

Ana María Fuster Lavín

Muro azul silencio, 2022

 


(poema escrito 1de mayo de 2021, cuando fue encontrado el cadáver de Keishla)

#25N

#25deNoviembre

#niunamas2021 

#NOMÁSFEMINICIDIOS 

#UnidasSomosMasfuertes

#diainternacionalcontralaviolenciadegenero




Cuando arden las niñas...


 #25N

#25deNoviembre

#niunamas2021 

#NOMÁSFEMINICIDIOS 

#UnidasSomosMasfuertes

jueves, noviembre 18, 2021

…And justice for all. Microrrelato

 …And justice for all

Te exigió el divorcio, harta de tus bohemias (reuniones con tus amigos para meterte cocaína y luego señalar aleatoriamente alguna mujer del local, te jactabas de que algunos de tus amigos no pasaban de primera clase, y a veces metías par de cuadrangulares en una noche). Te dejaba por vago. “¿Que ella me mantiene? ¡Nadie humilla a un Montenegro! Cuando nos casamos sabías quiénes eran mis padres, un prestigioso juez federal y una senadora, y los millones que heredé del abuelo. Eres nadie”. Te metiste una raya. Saliste dando un portazo. Días después recogiste varias de tus armas de tu encasillado del club de tiro. Te querellaate por el hurto de estas, paraste en la bodega y compraste su vino y quesos favoritos y un ramo de flores. La sorprendiste, aunque ella tenía listos los papeles para el divorcio, te arrodillaste al entregarle el ramo, descorchaste una botella y le serviste una copa. Relatabas sin parar anécdotas de cuando eran novios, hasta que ella se quedó dormida en la butaca. Sacaste el rifle y le pegaste un tiro en la cabeza y otro en el pecho. Testificaste cómo viste a un “negrito”, parecía dominicano, brincando el muro de la casa, que temiste por tu vida y te escondiste.

  Sabes que saldrás de la cárcel. Tu abogado hizo una transferencia millonaria a legisladores de la mayoría. Solicitarás reconsideración. Esta vez, tus influencias lograrán la imposibilidad de un jurado unánime, al fin de cuentas la justicia es para todos.

--Ana Maria Fuster Lavín 

La marejada de los muertos y otras pandemias (Ed. Sangrefría , 2020)



Cuestión de género

 Cuestión de género 2


 ¿No recuerdas tu primera muerte? Fue cuando decidiste huir, o ese día en que, ingenuamente, entraste al juego social. Tener un noviecito acomodado, votar por el mismo partido que tu familia, callar sobre política, religión y cualquier incomodidad social, para que te quieran o te acepten. Fue tu culpa. Te revelaste. Pretendiste creer que puedes protestar injusticias, estudiar lo que te diera la puta gana, exigir ganar lo mismo (o te valoren igual) que un hombre o un hijito(a) de conectados con el gobierno o grandes empresas, que son lo mismo. Moriste para muchos. Te atreviste a ser atea, o que podías enamorarte igualmente de un hombre o una mujer. Fue tu culpa. Todas esas veces fuiste muriendo para familiares, amistades, compañeros circunstanciales. Mandaste a todos a la mierda. ¿Ahora, recuerdas tu última muerte? Fue el día que decidiste nacerte.

Ana María Fuster Lavín

miércoles, noviembre 17, 2021

Insurrecciones domésticas

 


EL IMPERIO CONTRAATACA

La caída del imperio era inminente. Durante años atacó a los antiguos aliados y traicionó a la anterior emperadora, ahora presidenta del senado. Los intentos de derrocarlo habían sido infructuosos. Finalmente, su imperio se derrumbó desde su propia casa. Durante sus años, el antes juez imperial, maltrató a su esposa. Una vez acudió al hospital, pero lo llamaron, porque Elena presentaba, además de traumas faciales, múltiples microfracturas en distintas etapas de calcificación. Él habló con el galeno, convenciéndolo de que ella fue patinadora y eran lesiones antiguas. Le prohibió a su mujer regresar a cualquier tipo de asistencia médica. Además, llamó a Iva, supervisora de la fundación de mujeres maltratadas, donde Elena daba asistencia legal gratuita, para informarle que su esposa había decidido renunciar. A esta le estuvo sospechoso. Esperó a que la seguridad se despistara y entró sigilosa a la residencia oficial. Recorrió las recámaras guiada por los gritos del emperador y las súplicas de Elena. “De aquí no vuelves a salir sin mis guardias, loca”, mientras la abofeteaba. Iva entró, golpeó al emperador con una escultura, dejándolo aturdido. Ambas mujeres huyeron a tiempo. No contaba conque Iva era la hija de la antigua emperadora derrocada.

Ana María Fuster Lavín

La marejada de los muertos y otras pandemias

(Microrrelatos)

Ed Sangrefría 2020



martes, noviembre 16, 2021

Sin salida...


El acelerador

 

Apretar el acelerador. Su pie derecho roza sutilmente sobre el pedal. No responde ante sus divagaciones. Una hora antes Manuel se había despedido de su embarazada mujer. Ella, aún entre las sábanas, acariciaba la panza del gato, que no se le había separado en los últimos días. La dulce imagen le aprieta el pecho al hombre. Y eso que particularmente no le hacían gracia alguna los felinos; pero Gabo y Maite se adoraban. El gatito había aparecido frente a su casa muy hambriento una madrugada que él llegó borracho y desolado. Acababa de perder el sueldo del mes en el casino. Fue la misma madrugada que, tras un lustro, intentándolo se enteró de que se les dio. Estaba decidido a confesarle que posiblemente perdieran el hogar, pero ella dormía con la prueba de embarazo sobre su almohada. Marcaba dos rayitas. El hombre se balanceaba etílico intentando enfocar bien la vista, ¿por fin? Justo ahora… el gato brincó a la cama acurrucándose junto a ella de quien ya no se volvió a separar. Finalmente, Manuel mantuvo el balance y la abrazó como cuando se atrevió a invitarla al baile de graduación y Maite, la inalcanzable de la clase graduanda, le dijo que sí. Esa noche se besaron, se hicieron novios… Este era su único secreto, siempre le fue fiel, la apoyó en todo. Pasaron las semanas y no tuvo el coraje para contarle.

El muro al final del callejón sin salida. Enciende nuevamente el carro. La marcha en “parquin”. El pie derecho al ras del pedal del acelerador. No se decide. Le había prometido y durante estos nueve meses dejar el juego, pero recayó. Si pudo perder la casa hace nueve meses ahora era inminente, peor aún quizá la cárcel, la vergüenza pública para Maite y su familia, el bebé... Ella le recriminaría, pensaba, ya le había advertido que no se asociara con el alcalde. Manuel, recordaba cuando le respondió a Maite que sabía lo que hacía, que el dinero extra vendría bien con el cercano nacimiento del bebé. Ella le discutió preocupada porque sabía que ese alcalde no era fiable, un chanchullero… Manuel lo reconocía, pero resolvió su dilema en tono burlón: “mujer, eres pipiola comefuego ateísima, sin remedio; yo populete de estatus quo, como me bautizas, y el alcalde es el malo de la película estadista cristianísimo, por eso no te fías; solo falta que el Gabo sea del partido Victoria Felina ciudadana o como se llamen…” Recordó las carcajadas de Maite, mientras lloraba, como un niño, frente al volante. En esa ocasión la dejó a su mujer riendo mientras corregía exámenes, y se fue al baño a llamar al alcalde para aceptar su oferta, sin que ella lo escuchara. Manuel se convirtió en la mano derecha, izquierda y anónima. Al principio, para lograr un proyecto de construcción de un complejo de viviendas frente al mar, con dinero del narco y desahuciando a aquellas tres familias bajo engaño, de las cuales una mujer se suicidó luego de morir su marido en un accidente con la excavadora al comenzar la construcción; además, los materiales eran de mala calidad, para rematar después del huracán aquel terreno ya estaba demasiado cerca del mar. El frostin del pastel: los permisos estaban falsificados. Dos semanas antes de esta madrugada, del noveno mes, Manuel le suplicó al alcalde que quería salirse, que estaba recibiendo mensajes de un investigador de fiscalía, pero “ya estás hasta los huevos en esto, tú no sabes nada, si dices algo a quien sea tu mujer, tu hijo por venir y hasta el gato, se van a joder, tú y yo, chitón…” fue su respuesta. Aquel chanchullo con el alcalde había sido descubierto. El fiscal se reunió con Manuel hace dos noches y le había dado hoy para entregarse con todos los documentos o le arrestarían sin negociación alguna. Y también está el banco, está ella, el bebé por nacer, y la ama demasiado.  Apaga el carro. Se golpea fuertemente al frente contra el volante.

La pared al final del callejón. Ve unos gatitos que corren y desaparecen. ¿Atravesaron el muro? Uno se parece demasiado a Gabo. El hombre suda. Traga saliva. Mira una foto de Maite en el teléfono celular.  En ese momento el teléfono suena. Del susto se le cae bajo el asiento. El celular sigue sonando. Manuel siente demasiado miedo de contestar la llamada. Piensa “pero ¿y si es Maite? ¿estará ya de parto?” “Puñeta, puede ser del banco…”   Ya le habían advertido que si no abonaba algo le embargarían la propiedad. “¿O si es el fiscal?  ¿La policía?” El hombre ve por el retrovisor las luces de biombos policiacos, pero se dirigen en otra dirección. Vuelve a sonar el celular. Manuel se agarra fuerte al volante. No puede soltarlo. Como si tuviese pegamento en las manos. Las decisiones siempre fueron una pesadilla para él. Un largo laberinto que absorbía las razones. El corazón le va a estallar. Algo golpea contra el cristal. “¿Gabo? ¿Cómo puñeta? No puedo más, no puedo más…” Maite siempre quiso un gato, un hijo, ser maestra; en cambio Manuel, divagaba entre lo que los demás querían que hiciera y lo que él quizá quería hacer. “¿Cómo carajo llegué aquí?” Manuel piensa ya en demasiadas cosas como un torbellino dentro de sí mismo, hacia el final. Había estudiado administración de empresas y contabilidad, porque eso querían sus padres. Sin embargo, Manuel quería ser artista gráfico. Dejó de ilustrar sus sueños para manejar dinero ajeno, porque el suyo finalmente se lo había chupado la ludopatía.  Enfermedad que agravó su tendencia a ser peón de las decisiones ajenas. Su padre le había conseguido el trabajo de contable para el alcalde. Todos complacidos y Manuel está a punto de reventar. El celular vuelve a sonar… “Papito, con mi sueldo de maestra, podemos echar pal ante en lo que estudias un grado asociado en lo que quieras, sé feliz. Mi felicidad eres tú y el bebé necesita papis felices.” Le había dicho Maite días antes, observándolo obviamente desmejorado. Matilde era todo para él, estaba tan enamorado… “Y si es el banco, el alcalde, la policía, el fiscal. ¿Dónde, carajo, cayó el celular? Aquí, aquí. Llamadas perdidas de números distintos desconocidos, otro de él, y de Matilde…”

El acelerador. El sudor. El callejón mental. El teléfono suena nuevamente. La decisión.  Grita:

“¡Qué se joda!”

 

Ana María Fuster Lavín

Este cuento pertenece al libro inédito

Callejón de los gatos

(se publicará en 2022, Ed. Isla Negra)

Además el cuento El acelerador

se publicó por primera vez en la revista literaria venezolana Letralia

El acelerador, por Ana María Fuster Lavín (letralia.com)



 

lunes, noviembre 15, 2021

temblamos....


 

Habitarse

 

temblamos

y no es la tierra

sino nuestros cuerpos

al habitarnos de nosotras

luego de recoger caracolas

en el eco de nuestra espuma

cuando reímos sin hablarnos

mientras un guiño color brisa

espanta los fantasmas del pasado

 

solas tú y yo

eres mis voces y refugio

frente al craqueado espejo

de mi cuerpo ya arrugado de pliegues

y mi corazón sobre una bandeja

recordándote adolescente, yo

recordándome sin edad, tú

vestidas de rutas y canciones

navegamos diarios en blanco

llenándose de huracanes y amaneceres

fuiste tantas y tantos tú

hasta terminar

el poemario final

habitada de mí

y tiemblo

 

Ana María Fuster Lavín

Muro azul silencio

2022

domingo, noviembre 14, 2021

Microrrelato Ana María Fuster Lavín

 El grito 



Cansada de que le preguntaran si era mujer, o bucha, tal vez trans, hombre, gay, o cualquier otro calificativo. Decidió no volver a hablar. Amordazada a causa de silencios apretó el acelerador. Ni izquierda ni derecha, sino de frente hacia el mar. Su carro atravesó el muro de piedra. Cayó en picada, hasta ya no callar más. Se acercaron curiosos cuchicheando razones necias, como suele suceder. Ya en el fondo, abrió la puerta del carro, nadó hacia la superficie y gritó con claridad su nombre. Todos enmudecieron.

Ana María Fuster Lavín
[Cuestión de género]
Carnaval de sangre 2
(Ed. EDP, 2019)

lunes, noviembre 08, 2021

[Cuestión de género] Premio Nacional del PEN Internacional de Puerto Rico 2020, categoría microcuento



Literatura Puertorriqueña: Premiación Certamen Literario

 Pen Internacional de Puerto Rico 2020

Emocionada!
[Cuestión de género]
Carnaval de sangre 2

Premio Nacional del Pen Club Internacional de Puerto Rico en la categoría de microcuento 🇵🇷 Gracias a Pabsi Livmar (por tu bello prólogo), Ricardo Rodriguez Santos , Mariana Nogales Molinelli José H. Cáez-Romero Luis Rodríguez Martínez Emilio del Carril Rosario G. Ferdinand Miguel Iker (y María De Lourdes Javier) junto a Edgardo Machuca por ayudarme y apoyarme cuando presenté el libro en noviembre 2019!
Pd. La presentación de este libro se la dediqué a mi querida y admirada Tina Casanova


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Mariposas Negras

Canal de literatura, lectura de libros, de la escritora Ana María Fuster Lavín, San Juan, Puerto Rico . Escritora, editora, correctora, lectora. Libros: Verdades caprichosas (2002), cuentos, Mención de Honor del Instituto Literatura Puertorriqueña. Réquiem (2005), novela cuentada, premio PEN Club de Puerto Rico. El libro de las sombras (2006), poemario, Mención de Honor del Instituto de Literatura Puertorriqueña. Leyendas de misterio (Ed. Alfaguara infantil 2006), infantil. Bocetos de una ciudad silente (2007), cuentos; El cuerpo del delito (2009), El Eróscopo: daños colaterales de la poesía (2010) y Tras la sombra de la Luna (2011), poemarios; la novela (In)somnio (2012), poemario Necrópolis (Ed. Aguadulce 2014 y 2018); microcuentos Carnaval de Sangre (2015); novela Mariposas negras (2016), el poemario Al otro lado, el puente (2018), el libro de microcuentos [Cuestión de género] (2019) Premio Nacional PEN categoría microcuentos; otro de microcuentos La marejada de los muertos y otras pandemias (Ed. Sangrefría, 2020).


domingo, noviembre 07, 2021

de puntitas me balanceo rabiosa de palabras... Muro Azul Silencio AMFL

 

Instrucciones para no dar explicaciones

 

 

soy todas las niñas

del tiempo sin relojes

sin saber que a ratos

la vida intenta desalarnos

rompernos a dentelladas

hasta ser una marchita hiedra

otras, somos una danza de nomeimportas

regenerando pisadas, surcos y sonrisas

al piruetear las páginas de una isla por vivir

 

sí, reviví sin avisar

el tiempo desnudó mis sueños

regresé a mi hogar de la vida entera

hoy me arropo con las pequeñas cosas

un libro y café, las más un vino

junto a una marejada de atardeceres

viendo a mi hijo jugando al futbol

o rabiarme malhablada contra la estupidez

o solo llorar con el vuelo de las gaviotas

 

me confieso

muchas veces aplaudí al fastidio

he disimulado que me importa

una anécdota aburrida y ñoña

o te dije que me gustas aun siendo tan bruto

dejándote pasar una peregrinación de mentiras,

pero la herida asfixia mi pecho

y te abrazo para decirte que todo estará mejor

sabiendo que solo brotarán desastres

y no te volveré a ver aunque llores

y yo también…

 

al fin de cuentas, soy poeta

insisto en el amor

aunque haya perdido tantas veces

y el silencio de las copas tintinee tu nombre

después de un brindis solitario

y llorar hasta devorar todos los miedos

es cierto, no volveré

 

mírame por dentro

solo soy esta mujer

a la que le obsesionan las voces

que de puntitas se balancea rabiosa de palabras

recuerda el camino de todas las niñas que fui

y solitaria sobre un muro azul silencio

voy sembrando libros y abrazos para una isla de vapor

 

soy aquella mujer que se volteó en la esquina

arrojando sus zapatos de tacón

y libre danza hacia su destino,

sin dar explicaciones

 

Ana María Fuster Lavín

Muro Azul Silencio

2022




ese doloroso silencio en la casa, las pisadas... Lo que abandonamos en el fuego

 Lo que abandonamos en el fuego

 Ana María Fuster Lavín



«Las quemas las hacen los hombres, chiquita. Siempre nos quemaron. Ahora nos quemamos nosotras. Pero no nos vamos a morir: vamos a mostrar nuestras cicatrices. »
― 
Mariana Enríquez

 



No tienes otra alternativa. Al menos eso crees. Huir con tu hermanita Nica; continuar siendo maltratadas; prenderle fuego a casa mientras tu padre duerme. Sin embargo, no tienes por qué elegir una sola opción. Hay otras, diversas, pero pronto cumples dieciocho años y estás extenuada, abrumada. No te permites divagar. Ser práctica es una guía para no caer en ti ni en él. Llevas años siendo la mamá de Nica, a quien el padre de ambas desprecia. Llevas mucho tiempo, siendo la mujer de la casa. Y tu espíritu no lo aguanta más.  En definitiva, o lo haces ya, o morirás de angustia o bajo su cuerpo.

Soy. Huir. Fuego.

Madre y hermana. Estudiar, criar, limpiar, trabajar. No te quejas nunca. Siempre en silencio. Te mantienes ocupada todo el tiempo. Así salvas tu mente, tu espíritu, tu cuerpo. Cuidarla para ti fue sí o sí. En especial, cuando él la amarra a su cama para que no le haga brujerías. Él insiste en que la ha visto levitar sobre su cama y arrojarle cosas. Le respondes que son delirios por beber tanto y, como de costumbre, te golpea. En otra ocasión aseguró que una madrugada ella había intentado inmolarlo. Le respondes que es mentira, que reconozca que se quedó dormido con un cigarrillo en las manos. Él jura que no había fumado esa noche. No discutes más. ¿Recuerdas? Ese incidente ocurrió después de una de las veces que abusa de ti y a falta de tu mamá se desfoga contigo.  

―Esa niña tiene voces le hablan en la mente. Le dicen que no me hablen. Le dicen que me haga cosas. Lo vi uno de sus dibujos en la pared.

―Papi, no hay dibujos en su pared.

―Y esas palabras… es una bruja. Quiere volverme loco.

―Esa niña se llama Nica, es inteligente y buena.

―Eso contigo, que eres mujer. También estás maldita, como tu madre. Te lo digo ella está embrujada.

―Papá, Nica es autista, no bruja. Tú eres el salvaje. Eres quien tiene que aprender a comunicarse con ella.

―Un día nos va a matar. Te lo advierto.

―Será a ti.

Esas últimas palabras ya te dices a ti misma. Estás muy agobiada como para seguir la discusión. Sabes que tu padre solo tiene miedo de que tu hermanita vea lo que te hace en las noches, que se lo escriba a alguien. Por eso, la encierra en las noches cuando pretende que seas su esposa muerta. Reacciona, se llama violar, se llama incesto. No aguantes más. También la encierra cuando sales a trabajar en la librería. ¿Cuánto dinero has ahorrado? De seguro te da, para… Pídele ayuda a la dueña, además, ella también te pagaba para que ayudes a sus hijos con las tareas escolares. Ella siempre te dice que puedes quedarte en su casa cuando lo necesites, hasta te dio el teléfono de Mariana, una abogada feminista, que te puede ayudar. Sonríes, tu hermana tiene un afiche de ella pegado en su pared, junto a otras personalidades. Pero, prefieres estudiar y trabajar para no pensar, para no sentir sus manos arrebatando tu adolescencia. Unas semanas más y cumplirás dieciocho años. Podrás hacerte cargo de tu hermana y así no te la quita el gobierno.

Cuerpo y alma. Fuego.

Durante la pandemia, todo se te multiplicó. Ese doloroso silencio en la casa, las pisadas, el hedor de tu padre y sus delirios. También su rabia y sus deseos. La mente se te habita de todo lo que no quieres pensar, de todo lo que deseas al otro lado de esa casa que no es hogar. La compulsión de Nica por escribir en las paredes sigue aumentando. Había comenzado cuando tenía cuatro años, cuando la mamá de ambas murió, también murió una parte de ti y de Nica. El encierro también hizo que tu hermana se encerrara más en su silencio exterior. Pero a ti te sonríe y te abraza. Te deja papelitos bajo la almohada. Recuerda el que te dejó esta mañana:

 Te quiero. Eres buena. Mi plan. Dale.

En ese momento no entiendes qué se refiere con plan. No le das importancia. En la mañana le preparas el desayuno y la abrazas. Ella se acerca a tu oído y por primera vez en tiempo dice algo. También te llama por apodo que solo te decía mamá... Cuatro largos años… La observas sorprendida, ella te hace un gesto de silencio con el dedo en la boca. Luego regresa a su silencio inexpresivo garabateando en sus libretas. Piensas, que sí, necesitas un plan. Uno sin marcha atrás. Meditas en demasiadas cosas, que comienzan esa acostumbrada interferencia mental, que te frena. Recuerda que otras veces solo tuviste dos alternativas. Así es dolorosamente más fácil. Eso lo aprendiste poco antes cuando siquiera tenías el derecho a decidir si podías abortar a ese posible hijo-hermano, que te devoraba constantemente los sueños y el alma. Tu padre te preñó, aunque no quieras aceptarlo. No fue que la regla te bajó tarde y tan fuerte que por poco te desangras. Eso fue producto de las pastillitas que afortunadamente te consiguió la hermana mayor de una compañera de clases. En ese momento le prometiste que lo denunciarías. No lo hiciste por miedo a que las separaran, a ti a tu hermanita, muy pequeñita en ese momento, en hogares de acogida.

Salvarnos. Hermanas. Amor.

Es media tarde. Tu padre aún ronca, la peste a ron rancio recorre desde su habitación hacia la tuya. Aprovechas para darles las tutorías en línea a los hijos de tu jefa. Al despertar Miras la habitación de tu padre, aparenta que solo despertó en la madrugada, comió y bebió algo y se volvió a dormir. Vas al baño y sonriente descubres que te bajó la menstruación. Te escuece un poco, aun no te has recuperado de las clamidias que él te contagió. Vas al cuarto de Nica. No está amarrada, y logras ver que tiene un hematoma en el cuello, como si fuese un chupón y tiene la camisita del pijama abierta. La revisas y ves la marca de una mordida en la espalda. Sí, fue él. Pero te callas. Ella te mira, sin expresión, pero sus ojos reflejan miedo. Ella te señala la ventana. Hay sangre en el borde. Cuando te asomas, ves a uno de sus dos gatitos, degollado en el jardín.  ¿Fue él? Preguntas en voz tan baja como un zumbido. Tu hermanita asiente. Y señala la pared, donde ella ha escrito.


Silencio. Nuestros cuerpos. Fuego. Mami sabe todo…

A veces tomas la decisión correcta cuando no te lo propones. Buscas bajo la cama, no ves a la otra gata. Afortunadamente en ese momento entra a la habitación y la coges en brazos. Corres por la casa buscando cosas, papeles, llaves. Preparas un café suave y le echas varios ansiolíticos a tu padre, algo expirados, pues él no los bebió cuando se los recetaron. Entras a su habitación y le convences para que lo beba, porque tienen cita con la trabajadora social. No tienes que inventar mucho, para que en su sopor te crea. Luego vas a la habitación de tu hermana, ya se ha duchado, desayunado y cambiado de ropa. Dibuja concentrada. Le das un papel donde escribiste “Pequeña, prepara tu maleta, la mía ya está en el baúl del carro”. Gimotea buscando algo con la vista. Le tocas la cara para que te mire. Le haces las señas de que no se apure que ya la gata está en su cartera de viajes en el asiento trasero.  Nica te abraza. Prosigues organizando cosas en la casa. Así pasan varias horas, cuando la ves en el balcón con un bidón de gasolina. El que usan para el generador cuando se va la luz. Le dices que lo suelte, que no lo van a necesitar. Nica lo deja frente a la puerta de la cocina y regresa a su habitación. Escuchas a tu padre vomitando y entras a su habitación de tu padre. Allí está, con la cabeza casi sumergida en el zafacón cercano a la cama.

―Mírame bien a la cara. No volverás a saber de mí. Tampoco a Nica. ―le gruñes a tu padre, pero estaba tan mareado que solo se giró levemente en la cama, eructa y se recuesta nuevamente.

Te acercas a tu hermana. “Es hora. Vámonos”. Nica te abraza y hace gestos de que lo sigas, que va en unos minutos. Sales de la casa, terminas de meter algunas bolsas en el baúl. Ya no ves lo que hace Nica que se ha dirigido a la cocina. Luego la niña agarra el retrato de vuestra madre donde está Nica de bebé y tú a su lado. La única foto en que están las tres juntas, y él había escondido. Nica golpea al borracho con el marco, despertándolo por un momento de su delirio. El hombre la observa aturdido. Ella le enseña una de las paredes de la habitación: todas engrafitadas muestran primero como él envenenó a la madre enferma. Señala la pared contigua, donde él la asfixia con la almohada. El hombre trata de moverse, pero no puede. Finalmente lo vuelve a golpear, rompiéndole la nariz y le señala un dibujo en el techo que a la mamá con una antorcha y la casa en llamas.

― ¡Hazlo, mamá! Arde, maldito. No soy sorda. Te odio.

Nosotras. Escapar. Alma. Fuego.

Tu hermanita llega contenta al carro. No recuerdas haberla visto tan feliz. Te entrega su maleta y una mochila. Le preguntas por qué se había demorado tanto.  Te susurra, “Matilde, te quiero”. Escuchado en su voz, hace que te hinques de rodillas a lágrima viva y te abrazas a sus piernas. Nica te ayuda levantarte. Te entrega la foto. No puedes controlar las lágrimas. Nica te besa la mano.

―Te quiero, Matilde. Mis palabras huyen también. Vámonos, mamá nos acompaña.  

―Te quiero hermanita. Estaremos bien.

―Somos mujeres empoderadas, como dice Mariana en la televisión.

―Lo somos…

Enciendes el carro y tu hermana te da golpecitos para que mires hacia la casa. Observas el fuego a través del espejo retrovisor: las siluetas del fuego besan libertades de humo. Bajas la ventana para escuchar cómo el crujir de la madera comienza a domesticar el terror impregnado en la piel, y lo convierte en valor. Le das una palmadita suave a tu hermanita abrazada a su gato de peluche, observas sus limpias manitas. Le das un beso en la frente. Aceptas en silencio, pero con orgullo, que ella también tenía derecho a tomar su decisión. Emprendes feliz la marcha hacia un nuevo destino, mientras ella escribe   libres    sobre la empañada ventana.


Ana María Fuster Lavín

Callejón de los gatos

Ed. Isla Negra, 2022