Las
pisadas del insomnio o sinfonía de la incertidumbre
a los
sobrevivientes puertorriqueños del otro huracán que vino después
Y aunque los vientos de
la vida soplen fuerte
pero siempre sigue en
pie.
--Dúo dinámico
Las pisadas de este
insomnio han sido pequeños alfileres en espiral que me llevan una y otra vez a
esas doce horas, a las siguientes dos semanas, unos 29 o los posteriores cuarenta
y tres días, los insospechados ochenta días, interminables rotaciones sobre el
cono de incertidumbre. Y me perforan poquito a poco las corazas. Son estos
bocetos de una isla silente y fragmentada donde la empatía es voz y la esperanza,
una polifonía en cinco movimientos al otro lado del puente, de la que aún solo
percibimos susurros. Pero allí está y estaremos.
*
Doce agobiantes
horas… Adagissimo. Lo
peor concluirá (ingenuo consuelo) después de esa docena de horas, eso escucho
en la radio. Nosotros encerrados escuchando un carnaval ensordecedor de
metales, maderas, vientos, susurros, miedos, como una pesadilla desesperante en
la que deseas que suene el despertador, pero todavía faltan horas días meses. Aún
no termina. ¿A dónde llegaremos después de esa fracción de jornada? El eco del
huracán ruge y pita estrepitosamente. Miguel duerme junto a mí, encerrados en
el estudio del apartamento. La gata me mira angustiada desde el escritorio. Sus
sombras a la luz de las velas me transportan a un cuento de Poe. Abro la única botella
de cerveza que eché en la neverita junto a otras provisiones para los tres.
Cierro los ojos y bebo despacio mientras las ventanas crujen, las tormenteras
percusionan, cristales caen; el pitido constante de ráfagas dantescas desde el
mar, desde la calle, en círculos. Van más de seis horas. Agarro una
botella de agua y la bebo a sorbos en cámara lenta, la ansiedad es una
desesperada sedienta. En la radio las coordenadas comienzan a rajar nuestra
isla de sureste a norte. Una mujer grita,
y grito más duro, ¿dónde estás? El eco de las ráfagas recorre nuestro hogar. Allegro piú vivace. La gata se pega a mí
gimiendo... Cleopatra, es el viento, se pega a mí con su colita abrazada... Despierto
a mi hijo y le digo que tenemos que salir del estudio. Recogemos nuestras cosas
y cruzamos rápido al baño, que no tiene ventanas. Nos recostamos de las dos
puertas; en una mi hijo, en otra yo, por temor a que se abran y nos secuestre
ese desesperante pitido del eco que ruge acompañado de una caótica sinfonía de
cristales, árboles, puertas y pesadillas. De repente, se detiene la rabia
huracanada, Miguel pregunta, son ya 8 horas, Cleo con su mirada de universo
perdido. Los oídos se sienten como si estuviésemos en un avión a punto de
despegar. Abrimos una puerta y nuestra casa es un lago... El pito maldito nos
alerta y nos volvemos a trancar en el baño, pasan dos horas más y despertamos
abrazados, los tres, sonreímos, nos colmamos de besos, pero no fue una
pesadilla... El eco de este interminable insomnio sigue rugiendo pesadillas y
silencios en la incertidumbre. Volveremos a la normalidad algún día, pero desde
otra esperanza.
**
Un día como hoy hace dos
semanas... el mar me avisaba desesperado desde la mañana. Un martes hace dos
semanas cerramos la tormentera del balcón y a las 10 pm le dije a Miguel, vámonos
ya, es hora. Nos abrazamos, agarramos nuestras mochilas y neverita, la cartera felina
y nos trancamos en el estudio (la habitación con la ventana más pequeña) con
Cleo que ya no se nos volvió a separar. Desde esa hora cada vez más fuerte
el dueto de mar y viento, al cual se unían nuevos instrumentos (tormenteras,
cristales, un aullido que se multiplicaba formando una jauría dantesca,
puertas golpeando desesperadas intentando detener la entrada de un hostil
desconocido y aquel demencial pito al que se unían dos tres cuatro doce pitos);
todo in crescendo como el Bolero de
Ravel, versión grotesca, hasta llegar a una danza macabra... A las 5:30am era
una orquesta ensordecedora de vientos, metales y percusión, despierto a Miguel
que dormía en el piso a mi lado. Le dije, tenemos que salir de aquí, no se
siente seguro. Recogimos en un minuto el equipaje y provisiones, a la Cleo, que
no ocultaba en su mirada el terror, y corrimos al baño, que no tiene ventanas y
así más horas... todas las horas de aquel concierto que ya cambiaba de
movimiento a contrapunto.
Finalmente concluyó miércoles
pasado el mediodía. Pero no hubo aplausos. Tampoco música para la esperanza. Todavía
sentía en mi espalda los latidos de la puerta del baño, en la cual estuve
recostada durante tantas horas. Cuando Miguel y yo salimos, pisamos suave, muy
suave como si creyéramos que el apartamento podía colapsar en cualquier momento
hasta caer de nuevo en ese réquiem huracanado sin final. Observamos en silencio
el piso bajo unas seis pulgadas de agua en la sala, el comedor, la cocina y en
el estudio donde originalmente nos refugiamos. Mis manos temblaban y Miguel me
preguntaba con la mirada, ¿y ahora?
Hijo, en dos horas terminaremos…. Y el temor de abrir la tormentera, y
ver qué había ocurrido al otro lado, si ese otro lado de nuestra vida aún
existía (no nos equivocamos, pues ya nunca volvería a ser lo mismo) no podemos
vivir con los ojos cerrados ni con terror. Han pasado dos semanas en este otro
lado, con los demás sobrevivientes, sin aplausos; solo el eco de aquellas horas
y la incertidumbre... Dos horas sacando agua en nuestro hogar, más dos horas
sacando agua en la de nuestra vecina, luego dos horas adicionales sacando agua
del apartamento de mis padres (que oportunamente ya habían regresado a su otro
hogar en España), más otras dos horas ayudando a recoger escombros en el
estacionamiento, dos horas sentados en un muro meditando frente a un lago de
seis pies de profundidad en la avenida, dos horas tratando de llegar casi a
nado a otro lugar, a los otros que deambulan como nosotros incrédulos,
perplejos, silentes, de dos en dos, son dos semanas y de dos en dos se suma ese
calendario de incertidumbres y seguimos deambulando buscando un rumbo hacia lo
que llamábamos normalidad pero a la brújula también se la llevaron los vientos.
***
Día 29. Todavía
las jornadas en el trabajo, por la falta de energía, son más cortas. Mi
oficina, a la que llamaba (y ya todas mis amistades conocían como) las
catacumbas jurídicas se perdieron, por lo que nos reubicamos en la
biblioteca. Intento llegar lo más
temprano posible, para traerle agua fría a mi querido amigo y colega Francisco,
para preguntarle a los demás cómo están, si han dormido, a Pabsi si tiene gas
que como siguen su mamá y Lalo, y a la vez contarles o contarnos a modo de terapia
de grupo que seguimos a oscuras, que algunos no tienen ni techo, que el
gobierno nos amputa las esperanzas en pequeños trocitos, que muchos se han ido,
muerto, enferman, emigran, permanecen….
Llega a lo lejos por
el antiguo parque muñoz rivera (ahora cementerio de árboles) hacia la entrada
del tribunal. Está envuelta en una bolsa negra de basura. No tiene más de 27
años y su cabello recortado de peluquería no más de un mes, luce saludable en
términos físicos. Según se acerca y ve algunos empleados y alguaciles se quita
la bolsa, se queda desnuda y balbucea: “lo perdí todo” y se tira a un gran
charco de fango. Una de mis compañeras de mantenimiento, bastante mayor, corre
a buscar ropa en una oficina. Llegan unos policías, pero no quieren mancharse
las botas. Los dos alguaciles hablan con ella, en lo que llega una ambulancia.
Ella no quiere salir del fango, no quieren salir más a la calle, no quiere salir
más de su mente ya perdida. Poco a poco la logran sacar, al menos su
cuerpo, mientras ella se resiste. Finalmente la visten con la ropa conseguida y
la logran montar en la oficina. Los que hemos ido llegando al tribunal vemos la
ambulancia alejarse con la pobre joven. Nos quedamos en silencio unos
minutos, mis ojos tratan de contener las lágrimas. Nos miramos con los ojos
vidriosos, nos abrazamos en silencio…. Ya son 29 días del paso del huracán. Puerto
Rico dolor fango incertidumbre empatía lucha camino...No es un
cuento... pasó esta mañana pasadas las 7 am, una joven desorientada y destruida
por el parque Muñoz Rivera; al menos el grupo pequeño de empleados del tribunal
supremo consiguió algo de ropa y una ambulancia. Y el resto del día con el corazón
partido, como el fango adonde la joven quiso refugiarse...
****
Cuarenta y tres noches de
insomnio y el puente se fragmenta en 61920 minutiesperanzas cada vez
más nubladas como cada granito de arena perdido a fuerza de engaños, nos han
robado hasta la luz al otro lado del horizonte. Es la sinfonía inconclusa en su
segundo movimiento. Y me piden que escriba, y no puedo escribir, y me piden que
lea y las palabras huyen como una caravana de hormigas locas por las páginas. Y
le debo un escrito a Rosa, una crónica a Caleb, un cuento a José Cáez.
1032 horas después
llegó la luz a mi apartamento. El día de los muertos por si faltan más
calaveras y espejismos en el camino. Pienso en mis vecinos de toda la isla
costa y montaña, en quienes no tienen luz, en los que siquiera tienen techo.
Sigo caminando por las calles de Santurce y recuerdo aquellos tres pequeños murciélagos
que yacían en una esquina. Lloré de tantas muertes, viéndolos, parecían tres
niños que el viento se llevó mientras dormían y nunca despertaron aquella
madrugada. No pudieron salir a comer, jugar con la luna en las noches. Son esos
niños que aún no saben cuándo tendrán techos, esos que no saben cuándo habrá
clases de nuevo, aunque tengan que protestar con la maestra de historia porque
no pueden hacer la tarea sin Internet, como esos niños que tuvieron que dejar
la isla y recuerdan a sus otros amigos que ni saben dónde están ahora… Lloré
esos pequeños niños murciélagos que hace 43 noches los vientos secuestraron del
nido familiar y los arrojaron al silencio.
****
Ochenta días y me
siento a escribir por primera vez, allegro
ma non tropo. Celebré antes de
tiempo, porque la palabra es más breve y el texto es un oleaje que no se
detiene, que no tiene ritmo. Es como pasar las páginas de los fantasmas y las
muertes, de los amigos que se han ido. De los que se han emigrado como Angel
Isián, Melvin Rodríguez, Lala, Natalia y demasiados que mis querencias se
fragmentan como un rompecabezas de soledades de los que se van pronto como Marlyn
o mi Francisco favorito, sumando a tantos a los que se les han muerto
familiares cercanos madres, abuelos, primos, tantos que murieron durante y a
causa de este desastre natural y gubernamental, y mis palabras sueños se van
con ellos y trato de escribir, pero no puedo. Mis palabras siguen en fuga de
vientos. Sé que volveré a escribir. NO me rindo. Aunque nos mientan, porque
tenemos la verdad, lo sabemos, los que nos quedamos, los que se tuvieron que
ir. No me rindo, aunque nos roben, porque el amor, la afinidad o conexión especial
con los míos y la poesía no me los pueden arrebatar, nadie. No me callo, aunque me arranquen la voz a
fuerza de mentiras.
*****
http://www.auroraboreal.net/literatura/puro-cuento/2630-las-pisadas-del-insomnio-o-sinfonia-de-la-incertidumbre
Cien días. Tal vez
ciento treinta, doscientos, la cuenta de los días se ha fugado mas no la poesía
ni la empatía, cada poema es una mirada, un abrazo, una historia, mi gata que
finalmente duerme tranquila a mi lado; mi hijo calculando su promedio para
lograr entrar a la UPR en un año; el reunirnos a escuchar las vivencias de
conocidos como los compañeros de jornada, de la palabra o de futbol de libros,
esas excursiones con Alberto, Carlos Roberto, Alinaluz, Carmen Zeta y con desconocidos
en la calle, en todas las calles de esta isla; al igual en las despedidas y en
los reencuentros de la piel y la palabra. Este concierto que es la vida, la
muerte, supervivencia y escombros sociales. Las pisadas del insomnio son ese
lugar al que aún lleva a mi corazón y palabras sin rumbo y llora en el
desasosiego de nuestra isla que algún día saldrá del cono de incertidumbre. Mientras,
sobrevivimos a fuerza de palabras y llanto, pero esa sinfonía inconclusa de zozobras
ya es un tatuaje en nuestra alma… y ya van demasiados días que la cuenta se me
pierde entre las lágrimas, escombros y la distante esperanza. Al otro lado del
puente está la luz. ¿Lo cruzaremos?
Ana María
Fuster Lavín
Escritora
puertorriqueña
Residente
de Santurce
2 comentarios:
Que dolor que nos dejo María. Aun lloro por lo que nos arrebato. Excelente..
gracias por comentar Margret, esto fue muy duro, todavía lo es... una pesadilla vivida, estamos rotos y deprimidos, pero tenenmos que luchar, que unirnos, que reconstruirnos pronto antes que nos quiten todo
un fuerte abrazo
Publicar un comentario