domingo, noviembre 07, 2021

Callejón de los gatos... pronto! Cuento: El silencio de las mariposas Ana María Fuster

El silencio de las mariposas

  Ana María Fuster Lavín

 


«
sin respirar siquiera para que nada turbe mi muerte»

Xavier Villaurrutia

 

 

La niebla y esta estación abandonada son mi nuevo hogar. Partió el último tren hace algunas semanas, quizá más tiempo. Tampoco he vuelto a encontrarme con ningún otro humano. Solo permanecemos aquí mi silueta (por llamar de alguna manera a lo que me ocurre, pues siento que poco a poco me difumino) y conmigo, mi gato Nico. Habitamos entre esta boira silente solo interrumpida por los zumbidos de las voces tal vez muertas, como aquellos planetas que vemos en la noche, pero ya no están.

No recuerdo cuando desayuné por última vez. Solo deambulamos, observamos y dormimos. En ocasiones escribo, mientras Nico juega con bolitas de papel y hojas, o persigue a las palomas y mariposas que aparecen. Y nos volvemos a dormir. Cada vez tengo más sueño. Lo que más disfruto es despertar sobresaltada por las caricias de los bigotes de Nico o sus pequeños empujones con su frente. Sospecho que lo hace para averiguar si aún respiro o para que despierte y lo acompañe hasta el umbral donde todo termina. No exagero, es como si el mundo, el nuestro, finalizara en una inmensa nada grisácea, que temo atravesar. Nico tampoco lo hace.

  Cada día esa ruta se extiende algún paso más. Según transcurren los días, aumenta la cantidad de mariposas que, silentes, nos acompañan guiándonos el camino. De vez en cuando, agito mis manos y observo cómo desaparecen temporalmente con cada aleteo. Nico maúlla preocupado y detengo mi juego. Seguimos nuestra ruta hacia la noche danzando entre las mariposas, los fantasmas (así le llamo a mis nostalgias), las calles y la nada. Lamentablemente mis recuerdos ya no paren sueños. Siquiera miradas, mi corazón solo palpita, cada vez más despacio, como despidiéndose de los trocitos de mi pasado. De nuevo llegamos a la pared de nubes y mis pies desaparecen con cada ronroneo. Para avisarme de que ya es hora de regresar al banquito de la estación, Nico muerde sin lastimarme las pantorrillas. Según regresamos, las mariposas negras desaparecen.

“Ya es hora Nico, estoy cansada”. Me lame las manos y se acomoda junto a mi pecho. Siento como va quedándose dormido. Observo cómo anochece la distancia, mientras me entretengo escribiendo en las paredes, o en papeles arrancados de mi viejo diario, las pocas palabras que me quedan.  

Soy una isla vacía, donde silueteo epitafios en el humo, escribo en la última página que le queda a mi diario, cuando una melodía detiene mi torpe apalabrar.

“Nico, ¿escuchas a lo lejos un acordeón?” Hacía tanto tiempo que no escuchaba canciones que logro quedarme dormida plácida y profundamente. No sé cuánto tiempo he dormido.

Al despertar, Nico ya no estaba.

Después de esperarlo y meditar varios días, reconocí que ya no regresaría. Finalmente intento atravesar el humo donde solo habita las última despedida. Según lo atravieso el aleteo es más fuerte, tanto que mis cabellos danzan en el aire que impulsan… Una mariposa se posa sobre mi pecho. Poco a poco decenas, cientos, miles de ellas van recostándose sobre mí. Llega a mí la dulce paz eterna, mientras desaparezco en el silencio de las mariposas.


Ana María Fuster Lavín

Callejón de los gatos,

Ed. Isla Negra

2022

 


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