Silencios de Papel invita a leer el poemario Cicatriz de fuego (Ed. Isla Negra, 2017) del poeta y educador puertorriqueño
José H. Cáez-Romero.
10.
He
visto caer mi pelo
en
el abismo.
Los
años, inútiles, pasan.
El
tiempo, indomable levedad
que
nos adelanta en silencio,
enemigo
siniestro, comezón de canas
y
arrugas que se hacen presentes
para
reírse más y más y más cada día.
Muy
al fondo
por
esa esquina entre el ojo
y
la agudeza de los sentidos
se
teme a la ausencia y a esa transición con lo eterno,
a
la soledad que nos promete un grito desesperado
tímidas
vocecitas que acorralan en el espanto
la
inmediatez del beso.
La
fuga, devoradora por siempre
de
nuestra estancia,
transmutación
de lo enorme
que
podemos ser
pero
que no somos y que ni siquiera intentamos.
el
miedo de siempre que no se va
la
angustia que insiste en la culpa y el adiós.
La
complejidad, el espejo
el
no creerse demasiado
para
no comprometerse con
lo
que se hace, quizá para no abrirse
y
esperar a que los fibroblastos
acarician
la carne y nos abracen,
para
que sitien su permanencia
y
tengamos que vivir mirando
y
sabiendo.
Para
que tengamos que vivir escondiéndonos
y
renunciar.
Nada
gira nunca como pensamos
al
fin de cuentas,
la
magia de los dioses siempre nos abandona.
Las
cicatrices siempre se quedan.
Nosotros,
a veces, no.
Cicatriz de Fuego
Todas nuestras huellas
son
el miedo, la traición
el llanto
incontenible,
los espejos en cuyas
luces
aparecen las visiones
de lo que jamás
seremos.
La muerte de las
estrellas
la ausencia de lo
querido,
los espacios que jamás
llenaremos y que jamás
serán comprendidos.
La mentira que es el
tiempo
la memoria que nos
asalta
con la alegría más
fiera
y que esconde tras su
sonrisa
la más grande de las
heridas abiertas
que es el olvido,
el espejo momentáneo
que es la felicidad.
La batalla eterna de
los mortales,
la sangre que siempre
ronda en la fuga
la furia contenida.
Pero también la
valentía
las carcajadas
compartidas
la sonrisa que nos da
la chispa necesaria,
el tacto bien logrado,
la mano tendida para
otra acción
diferente a la de los
adioses.
La relatividad más
allá de la cara de un anciano,
el cariño que nace
espontáneo
así como el aire y la
luz.
el abrazo, la
confianza
la lucha en pie de
búsqueda
el aceptarnos con el
remedio intencionado
de hacerlo sin
manifestaciones
ni chantajes
escondidos.
La explosión del
cosmos,
La creencia, la
querencia, la vivencia.
Las marcas ajenas, las
propias
Que nos anuncia la
victoria sobre la dejadez.
La hoguera como centro
único
De nuestra existencia
y de nuestra permanencia.
José H. Cáez
En la invitación (a
modo de prólogo), comenta el escritor español José Ovejero sobre Cicatriz
de fuego de José H. Cáez-Romero:
“[…] este libro es una
indagación de lo que podemos y lo que no podemos creeer, de lo que constatamos
y sin embargo no conseguimos descifrar. Solo se puede poner en palabras, y en
eso la poesía no es muy distinta a la ciencia, lo que es seguro: la cicatriz,
las heridas, la sangre, el cuerpo. El dolor comienza ya a ser un concepto
demasiado abstracto. Y también el recuerdo nos engaña, aunque lo necesitemos
una y otra vez para reconstruirnos, para saber cómo hemos llegado aquí. […]”
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