Caricias del silencio o la invisibilidad
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Una
vez le comenté a John, mi mejor amigo de la escuela, que, para no enloquecer,
me convenzo de que cada día tiene su propia historia. Igual, algunas especies
de mariposas solo viven veinticuatro horas: despiertan, aman a otra mariposa;
luego aletean hasta quedarse dormidas y mueren. Entonces, de qué sirve buscar
de dónde venimos o quiénes fuimos o seremos. Tengo la certeza de que solo
encontrando las palabras precisas podemos sobrevivir.
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Desde
que estoy aquí todos los días son iguales. Ya nadie me visita. Mientras, las
palabras siguen siseando desde las ventanas de la habitación. Alzo las manos y las
sílabas de cada aleteo acarician mis dedos. Una vez en la escuela traté de
imaginar que uno podía contactarse con el silencio. Llegar a ese mundo donde todo
es paz y poder organizar las piezas de nuestros recuerdos sin que los demás nos
rompan. […]”
(fragmento)
Ana María
Fuster Lavín, novela Mariposas negras
(ed. Isla Negra, 2016, pág. 14)
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