Caricias del silencio o la invisibilidad
“[…]Son
esas intermitencias de la muerte, las voces que salen de mi pecho. Ellas chocan
contra las ventanas, hasta fragmentarse en palabras sin sentido. Luego, recoger
cada una y encajarlas como un rompecabezas hasta recordar o desaparecer. Y es
que olvidar también es una forma de morir. Sin embargo, para olvidar hay que
recordar. Una vez, mi maestro de historia en la secundaria me comentó que
contar el pasado es una forma de liberarse de él. Me dijo: “Mariana, por más que
duela, no puedes borrar cada pisada; cada rincón de tu corazón guarda una historia.
Tienes que reconstruirla desde el origen: tu origen. Solo así serás libre”.
Una
vez le comenté a John, mi mejor amigo de la escuela, que, para no enloquecer,
me convenzo de que cada día tiene su propia historia. Igual, algunas especies
de mariposas solo viven veinticuatro horas: despiertan, aman a otra mariposa;
luego aletean hasta quedarse dormidas y mueren. Entonces, de qué sirve buscar
de dónde venimos o quiénes fuimos o seremos. Tengo la certeza de que solo
encontrando las palabras precisas podemos sobrevivir.
Desde
que estoy aquí todos los días son iguales. Ya nadie me visita. Mientras, las
palabras siguen siseando desde las ventanas de la habitación. Alzo las manos y las
sílabas de cada aleteo acarician mis dedos. Una vez en la escuela traté de
imaginar que uno podía contactarse con el silencio. Llegar a ese mundo donde todo
es paz y poder organizar las piezas de nuestros recuerdos sin que los demás nos
rompan. […]”
(fragmento)
Ana María
Fuster Lavín, novela Mariposas negras
(ed. Isla Negra, 2016, pág. 14)
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