Espejos y naufragios
1
El mar besa la punta de un poema
que se encontraba a la deriva. Este pare miradas como voces silentes que
llueven caricias y esperanzas. Allí, un arcoíris les pinta alas. Ahora vuelan
al otro lado del espejo hasta liberar sus palabras hacia el horizonte.
2
El espejo serpenteaba náufragos y
otras muertes anónimas. Llegado el amanecer, un arcoíris entró a la recámara.
Las manos se convirtieron en mares. El salitre llovió dos cuerpos acompasados.
Estos danzaron zigzagueantes hasta parir palabras como golpes de salitre. Ha
nacido un poema en vuelo libre hacia nuevas marejadas.
3
Después de tantos días a la deriva
y sin hablar, el hombre logró llegar a la orilla, pensó en su reflejo en el
agua que durante la catástrofe. Ese que le dijo que le regalara la voz y lo
salvaría. Esa noche volvió a conversar con la dueña de la pensión. Mientras
dormía sus palabras se hicieron añicos, inundando la recámara del náufrago
quien murió ahogado a falta de un espejo.
4
Mirarse al espejo y ver aquel poema sombreado en el recuerdo. El
instante cuando el arcoíris señaló tierra firme a los náufragos. Ellos, los
condenados por olvidar su origen, nadaron la canción de los liberados, soltando
las palabras que podían. Cada sílaba los acercaba a la orilla, cada letra les
ofrecía una esperanza. Las gastaron todas. Sobrevivieron, mas quedaron mudos.
Ana María Fuster Lavín
Carnaval de Sangre
(2da ed, San Juan, Ed. EDP University, 2016)
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