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Mariposas negras
II.
Las alas de la noche
Capítulo
8
Todos nos respiramos.
Los unos a los otros. Nos escupimos y hasta nos estornudamos a cada rato y no nos
damos cuenta de que entran pequeños pedacitos de otros en nuestro cuerpo.
Camino y respiro a los que vienen y van. Me lleno de recuerdos ajenos y me libero
de los míos. Sigo mi camino y espero a que me inhale algún turista y me lleve
lejos, de regreso a su tierra, a otra ciudad, a otro país.
Respiro profundo
los susurros del salitre. Me siento en el borde del murito cercano al paso de
peatones. Abajo está la playa. Mis piernas cuelgan. Ojalá pudiesen llegar al
mar, sentir el agua en mis pies. La luna llena y el rugido de las olas alivian
mi asco, mi dolor, las lágrimas, recuerdo esos horribles
monstruos Sin Ojos; me digo que no tengo de qué preocuparme, que ellos solo
habitan en las pesadillas. Pasan los carros y el coro de los demás, el
reguetón, la salsa, el rock, los ringtones. Ya no odio a mamá. Nunca la he
odiado. En estos momentos, estará dormida, borracha y mañana ni recordará lo
que me dijo. Encontrará otro trabajo pronto. No suele estar sin trabajar más de
una semana. Siempre hay mugre que otros están dispuestos a pagar para no tener
que bregar con ella. Siempre es conveniente que otros recojan nuestra mierda.
Hoy Laura se fue
de la escuela más temprano de lo usual. No le importa tanto que su papá esté
reportado desaparecido; le preocupa su hermanito. Me dijo algo de un pálpito
que tiene sobre Lucas. No la acompañé a casa aunque hubiese querido. Los
últimos meses he preferido mantener distancia con sus padres. Su padre actúa
como si no se acordara de todas las veces que me quiso hacer mujer en sexto y
séptimo grado, y que, en efecto, lo cumplió comenzando en octavo grado. ¿Dónde
se habrá metido ese hombre?
La última vez
que me tocó fue aquel día que llegué a visitar a Laura sin avisarle primero.
Ella había salido con su mamá y hermano a pasar el día con los abuelos en Cayey. Cuando llegué, su papá me
abrió la puerta.
—Entra, Mariana.
—Vine por Laura.
Vamos a estudiar juntas.
—Ay, no te dije.
Ellos están en Cayey. Ven, te invito a merendar. Estás tan hermosa, que sería
una pena dejarte ir.
—No quiero
molestar —dije y me di la vuelta para irme, pero él me tomó la mano y me llevó
hasta la cocina.
—Disculpa,
hermosa. No te incomodes, esa faldita de cuadros te queda… Sabes, mi mujer
usaba una así el día que la conocí. Ella estaba en tercer año, yo en segundo de
universidad. No tenía tus caderas redondas, pero era divertida. Viajábamos,
teníamos cada clase de aventuras… Ahora, nada, ni me atiende como hombre. Solo
le importa el dinero y las tiendas. Tú sí sabrías atender a un hombre. Mamita,
qué bella estás.
—Yo… —empecé a
decir, pero no terminé. Él
puso un dedo sobre mis labios, para
silenciarme con
una coquetería que me desconcertó.
—Lo que quiero
es tener con quien hablar. Voy a atenderte como a una diosa. Imagino que tienes
hambre, mucha hambre. Y no te imaginas cuánta tengo yo.
La verdad es que
tenía hambre y la picadera me parecía de lujo. Llegué hasta a pensar que el
pobre hombre solo se sentía solo. Me sirvió una copa de vino, me ofreció un
plato con quesitos, aceitunas rellenas, unos pastelillos de salmón. Comentó que
el vino es de no sé qué viñedo francés; que una chica guapa como yo debe
degustar las cosas buenas de la vida. Halagó mi cabello, me soltó la coleta, me
lo peinó hacia atrás y separó dos mechones largos sobre mis pechos, jugando con
las puntas del cabello. En algún momento, me rozó los pechos. No le presté
demasiada atención a sus historias de la juventud. Hay cosas tan ricas que jamás
pensé probar; otras tan malas que nunca hubiese querido comer.
Ese día cumplió
su promesa: me hizo mujer. Acababa de cumplir trece años. Después de dos o tres
copas de vino, me llevó a la habitación que usa como despacho. Casi voy patinando
por el pasillo, como si el pasillo tuviera una marejada. Llegamos al sofá.
Tenía la vista nublada, pero observé esa sonrisa particular que ya le había
conocido. Me quitó los zapatos y me masajeó los pies. Eso se sintió agradable,
tan agradable que por poco no me daba cuenta del momento en que se acostó sobre
mí para desabrocharme los botones de la blusa y el sostén. Con dedos y lengua,
comenzó a jugarme con los pezones. Traté de empujarlo, pero a ese punto no
tenía la fuerza suficiente. Escuché su risa como si viniera de tan adentro de
su cuerpo que producía un eco. Me pasó la mano por la frente y me acomodó el
cabello casi de forma paternal.
—No temas, es
rico. Esto es lo que hacen los hombres cuando les gusta una mujer —dijo, y me quitó
los pantis.
Traté de
levantarme y me empujó de nuevo al sofá. En ese momento, miré el abanico de
techo, que daba vueltas en cámara lenta, y levanté mis brazos para volar, pero
había perdido mis alas. El hombre se bajó los pantalones y me mostró su pene
duro.
—¿A qué soñabas
con uno de estos? —Empezó a frotarlo frente a mi rostro.
Me exigió que se
lo chupara, pero me dio tanto asco que vomité. Me limpió, riéndose y diciéndome
ñoñerías. Luego, pegó su cara a la mía. Olí su perfume de galán fundiéndose con
un aliento amargo a vino y queso. Pasó su lengua por mi rostro y me obligó a agarrarle
la erección. “Algún día lo disfrutarás más que a un caramelo”. Lo metió poco a
poco entre mis muslos. Me volteó y me lo pasó por las nalgas, para que lo
sintiera por atrás, pero no me penetró. Me palmeó las nalgas y volvió a
girarme. Estaba mareándome. Vi las fotos de las paredes; en una, Lucas luce
serio observando un gorrión; otra era una de Laura conmigo brincando la cuica;
y otra era la foto de bodas de sus abuelos de Cayey. Justo en ese momento,
sentí su pene entrando en mi vagina. Lo sacó y me lo mostró. Mientras, yo solo
tenía tanto frío...
—Nuestro
secreto, Marianita, disfruta. Voy suavecito. Qué rica estás… —Traté de
soltarme, pero me aguantó fuerte por el pecho—. A que así te gusta, perrita,
menea.
Estaba mareada y
me dolía demasiado. Su pene entraba y salía; entraba y salía. Me impregnó de su
sudor espeso y sus gemidos. Mientras me penetraba, pensé en Laura para no
desmayar, casi logro sentir su aroma a perfume de lilas... Creía que nunca
terminaría. El tiempo ha muerto. Laura… Lloré en silencio. Estaba muy débil. No
sé si al final me desmayé o me dormí.
Abrí los ojos.
Confundida, miré mi alrededor. Desafortunadamente, no había sido una pesadilla.
Tenía unas nauseas horribles. Él ya no estaba conmigo, pero me dejo trancada
allí, en la oficina del apartamento. Mi corazón estaba a punto de reventar.
¡Hasta que los
demás llegaron! Escuché las voces de Laura cantando y de Lucas con sus
capitales, pidiendo chocolatina. De seguro estaban en la cocina. Me vestí
rápido. Me dolía todo y tenía algo de sangre entre los muslos. Agarré unos
Kleenex y los puse en los pantis para no ensuciarme. Me escondí bajo el escritorio.
Tenía tanto miedo de que me descubrieran que volví a vomitar en una pequeña
papelera. Eché encima un periódico para ocultarlo. El ruido de mis latidos
retumbaba. Alcancé un celular, pero estaba bloqueado con contraseña.
Ya casi era de
madrugada, todos dormían. Yo también. Vuelvo a encontrarme en aquel callejón mi
recuerdo más remoto de la infancia. Allí están los Sin Ojos, les grito para que
finalmente acaben conmigo, pero pasan de largo sin reconocer mi presencia.
El papá de Laura
entró a la oficina, me empujó suave los hombros y salimos en silencio al
estacionamiento. Me llevó a casa. No le hablo por el camino. Él fumaba mientras
tarareaba una canción de Reo Speedwagon. Me dijo al despedirse que todo había estado
delicioso, que soy una mujer especial y que si llego a tener diez años más, se
divorcia y se casa conmigo.
—No llores,
Marianita. Yo te quiero. Me gustas mucho.
—Si me vuelve a
tocar, se lo digo a Laura. Y si la toca, juro que lo mato.
—Tú no harías
eso. Mira, lo nuestro un secreto muy lindo… Nunca lo olvidarás y yo tampoco.
—Tiene razón.
Nunca lo olvidaremos.
Agarré un lápiz
con punta que encontré en el asiento y se lo entierré en el muslo lo más fuerte
que pude. Gritó de dolor, logró sacarse el lápiz enterrado y lo tiró por la
ventana. No volvió a hablarme. Me separé de él lo más que pude. Estaba segura
de que me iba a abofetear. No lo hizo. Solo se aguantó la herida con un
pañuelo. Me di cuenta de que quería
decir algo, pero se quedó callado. Antes
de bajarme del carro, le escupí la cara. Caminé a casa temblando y vomité de
nuevo antes de llegar a la puerta. Eran las 5:30 de la madrugada cuando me
acosté en la cama y lloré hasta quedarme dormida.
Ese día fue el
mismo en que me bajó la menstruación por primera vez.
¿Y si pudiera
volar? Dejar de sentir. Arrojarme de este puente y beber el aire mientras me
voy perdiendo entre las olas, hasta ser salitre. Ser un poema, una noticia en
los titulares del periódico sobre una suicida, una adolescente muerta,
desconocida, convertida en mariposa negra.
O yo misma ser
invisible."
Notas sobre el abuso sexual contra adolescentes, a
propósito de Mariposas negras de Ana María Fuster Lavín
Mariposas negras(Ed. Isla Negra, 2016) de la escritora puertorriqueña Ana María Fuster
Lavín nos obliga a visualizar y confrontar temas difíciles con los que lidian
muchos jóvenes adolescentes en la actualidad, como la violencia de género y la
sexual, así como abre un espacio para la discusión y comprensión de la
orientación sexual.
En particular, el
abuso sexual contra los adolescentes es mucho más común de lo que se piensa.
Se da en todos los estratos sociales, y en casi todas las sociedades alrededor
del mundo. Incluso se ha dado entre Jefes de Estado y personajes
poderosos.
Sufrir violencia
sexual durante la adolescencia es una de las experiencias más traumáticas y dolorosas
que pueden vivir los jóvenes. Las estadísticas demuestran que
precisamente la adolescencia es la edad de mayor riesgo. De acuerdo con
el Departamento de Salud, la violencia sexual es un problema de salud pública
que afecta física, emocional y socialmente la salud integral de la persona, su
sistema de apoyo y su comunidad, a corto y a largo plazo.
Las consecuencias
en las víctimas son terribles. Las secuelas de salud física, condiciones
de salud mental, ausentismo, disminución de productividad y costo social de la
violencia son de gran magnitud. Sin embargo es un problema prevenible mediante
el aumento de factores de protección (educación, ofrecimiento de apoyo, promoción
de recursos disponibles, investigación, capacitación y alianzas
multisectoriales) y la disminución de factores de riesgo (inequidad de género,
violencia familiar, problemas de salud mental y tolerancia social a la
violencia). Por sus consecuencias e implicaciones en la salud física y mental
de las víctimas, se estima que la agresión sexual es el crimen más costoso para
el Estado. Aparte de las consecuencias físicas, tales como heridas, embarazos
no deseados, enfermedades de transmisión sexual y disfunciones sexuales, en los
jóvenes que han sido víctimas de agresión sexual permean condiciones de salud
mental como depresión, miedos, baja autoestima, trastornos, estrés
postraumático, e ideas autodestructivas, incluyendo el suicidio. Esto
puede tronchar y desfigurar la vida de muchas de las víctimas, y afectarlas
hasta la adultez.
En el 2014 la
Policía de Puerto Rico informó un total de 1,718 querellas de agresión sexual
(incluyendo los delitos de violación, sodomía, agresión sexual conyugal, actos
lascivos e incesto). La mayor parte de las acusaciones son por actos lascivos,
seguido de violación y violación técnica. En el periodo de 2013-2014 las
salas de emergencia de la isla reportaron haber atendido 757 casos de agresión
sexual (86% de registros recibidos de toda la isla). Aunque esta es una
cantidad alarmante, el Departamento de Salud entiende que la violencia sexual
es uno de los crímenes menos reportados, esto debido a la naturaleza de los
hechos, las implicaciones y el estigma que tienen estos eventos.
Veamos algunos
datos que hacen que la violencia sexual contra los jóvenes sea una verdadera
pesadilla.
·
La violación
es un problema de la juventud porque la mayoría de las agresiones son contra
niñas/os y adolescentes. En Puerto Rico, el 57.6% de los casos son de menores
de 14 años.
- Puerto Rico ocupa la posición
número 17 en las tasas de maltrato de menores al compararlo con otras
jurisdicciones de Estados Unidos.
- Un 22% de las sobrevivientes
son menores de 12 años. En Puerto Rico el 40.5% es menor de 13 años.
De hecho, en comparación con los otros grupos de edad, la tasa más alta de
abuso sexual (6.6%) se observó en el grupo de 12 a 14 años de edad.
- El 92% de los casos la víctima
conocía a su agresor(a). Más de una tercera parte (35%) de la totalidad de
los casos el agresor es un familiar de la víctima.
- Para el año 2010 se reportó que
en EE. UU. ocurrieron 1, 270,000 violaciones a mujeres. El 42.2% son
agredidas sexualmente antes de los 18 años.
- La tasa de violencia sexual
reportada en Puerto Rico por la Policía es de 56 víctimas por cada 100,000
habitantes. Es decir, cinco víctimas diarias.
- Las heridas físicas no
genitales ocurren aproximadamente en el 40% de las violaciones; el 3%
requiere hospitalización.
- Entre los síntomas a largo
plazo en las sobrevivientes se ha identificado: dolor de cabeza crónico,
fatiga, perturbación del sueño, desórdenes alimentarios, disfunción
sexual, intentos suicidas y aumenta en el riesgo de uso de sustancias
controladas.
- Las sobrevivientes de agresión sexual conyugal o de violación en una cita, están más propensas a presentar cuadros de depresión, fobia social y otros problemas psicológicos hasta 15 años después de la agresión si no se le ofrecen servicios de ayuda.
Es importante la
discusión de estos temas, de manera que nuestros jóvenes conozcan e
internalicen que el abuso sexual y la violencia de género es inaceptable e
incluso es un delito. Y como abogado, es importante que nuestros jóvenes
conozcan que no están solos, y que tienen remedios y herramientas legales para
defenderse de los ataques sexuales.
Lcdo. José Luis Ramírez de León
abogado puertorriqueño
fusterlavin@gmail.com o editor@islanegra.com
Isla Negra 787-763-0178
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