lunes, agosto 29, 2005

Réquiem por una palabra


Réquiem por una palabra




...Acepto otras muertes:
la muerte peregrina
la muerte sangre, éter, vida
la muerte viene, previene, reviene y se viene,
la muerte me seduce, la beso, me acaricia, nos amamos…
y nos reinventamos hasta la muerte.

Estaba terminando de escribir la última estrofa de mi poema Nocturno para una sombra, sentía mis palabras desangrándose poco a poco, quedando sin letras, y me faltaba el aire, una muerte más después de un parto apalabrado. Quizás es la razón por la que siempre retraso el final de mis escritos como si sospechara de algo temible por acontecer. Como si al concluir cada cuento, cada poema, muriera una y otra vez desprovista de otra historia o de un verso. ¿Será que los escritores venimos al mundo con una cantidad determinada de historias o de poesía? ¿Son estas las páginas de ese calendario individual? Así la muerte es una de mis mayores y fieles acompañantes, a quien le dedico gran parte de mis escritos, de mis pesadillas y hasta de mis sueños.
Somos tantos los fieles amantes de la muerte… Hay amantes tiernos, amantes obsesivos y hasta perversos, amantes platónicos, amantes intelectuales. Somos tantos quienes nos dejamos seducir por Thánatos --hijo de Nix (la Noche) y hermano gemelo del Sueño-- siempre acompañado de una mariposa como símbolo de la vida futura. ¿Representará esta criatura alada la palabra, que nos bendice y nos hace eternos? Quizás ese es el misterio anhelado por tantos escritores que vivimos fascinados de su esencia.
Una esencia que aparece y desaparece en las noches, en los silencios y provoca la creación de nuevas realidades y sensaciones. Personajes insospechados, sombras de la noche, se le aparecen a los escritores, pintores, músicos para rendirle tributo a ese trance del sueño eterno.
Notas suaves, notas fuertes, notas sublimes que señalan el final de una vida forman parte del repertorio musical de muchos de los grandes compositores. Es un réquiem, una misa de difuntos. Ante el llamado a la música para los muertos han sido cautivados genios de todas las épocas y géneros, por citar los Réquiem de Gabriel Fauré, de Giuseppe Verdi, de Johannes Brahms y, por supuesto, Wolfang Amadeus Mozart. Sean por encargo, miedo o conceptos religiosos, estas misas para los difuntos son un verdadero banquete sensorial. Y es que esta música para quienes llegan a los brazos de la muerte no es necesariamente triste o lúgubre. Tal como la maravillosa instrumentación de cuerda y viento del Réquiem del maestro austriaco(Mozart) cargado de una solemne pero calmada tristeza, de quien no siente miedo a la muerte, sino transmitirnos la esperanza en un mundo mejor. Después de todo Thánatos nos trae bellas sorpresas a pesar de todas las contrariedades que sufrimos.
¿Vivir o morir? “Yo, igual que algunos jueces, y la mayoría de las personas que aman la vida y la libertad, pienso que vivir es un derecho, pero no una obligación”. (del Testamento de Ramón Sampedro.) La vida no es fácil, nadie nos dijo que tenía que serlo, pero es que morir tampoco es fácil. La ley no nos permite morir cuando nos venga en gana, entonces muchos hacemos magia con la palabra para crear tantas muertes como la imaginación permita. ¿Suena descabellado?
¿Y si cada persona tuviese una necesidad consciente de morir? ¿Y si una de las metas de la vida fuera la muerte? Esas interrogantes navegaron en los escritos del propio Sigmund Freud. El psiquiatra austriaco planteó la posibilidad de que la muerte se plantee en la psiquis, como la liberación de los conflictos que trastornan nuestros pensamientos. Demasiado racional quizás para los artistas y soñadores, pero sucede que vivimos la muerte de muchas etapas de la vida, y morir puede ser la posibilidad de volver a nacer, o de alcanzar un estado de paz ansiada.
Volvamos a la palabra. Los escritores necesitamos muertes trágicas, terribles, sangrientas, o dulces, pacíficas, liberadoras. Desde una epidemia sin precedentes que extermina más del 70% de la población estadounidense (The Stand, Stephen King) hasta las historias de muertes románticas, llenas del néctar flemático y sangriento tuberculoso de tantas muertes románticas, el encuentro con Thánatos tanto de los personajes como de los propios autores. Así todas las formas del sueño eterno pueden ser insospechadas o como la “Crónica de una muerte anunciada”, sucede que una sombra oscura nos persigue de escrito en escrito.
“La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación de ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro.” (fragmento, El hombre muerto de Cuentos de amor, de locura y de muerte.)
Así entre muchos adictos a la palabra, Horacio Quiroga, perseguido tanto en sangre como en tinta por el espectro mortuorio, vivió rodeado del espectro de la fatalidad. Entre cada suspiro de adversidad –suicidios de su padre, su esposa, dos de sus hijos, hasta mató por accidente a un buen amigo, finalmente enfermo de cáncer, Quiroga se suicida-- y cada palabra de creación pudo crear historias y técnicas de redacción creativa que nos impactan, obras que lo ungen de eternidad más allá de la muerte.
Y es que no hay literatura al margen de la muerte. “La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. […] Nuestra muerte ilumina nuestra vida. Si nuestra muerte carece de sentido, tampoco lo tuvo nuestra vida…”.
Estas palabras de Octavio Paz golpean el espejo de un escritor inédito, que envía un correo electrónico a todos sus amigos, para que su palabra no muera en un archivo de su computadora, o en una libreta en una gaveta cualquiera o en el baúl del carro de la novia que lo dejó, y no sabe si suicidarse, beber hasta quedar dormido, o tan sólo escribir para redimirse.

Aún así quiero soñarte,
quizás morirte o parirte entre mis sábanas
como una sombra desvanecida en el nocturno de un poema
y seguir mi camino entre miradas, sombras y palabras.

Terminé de escribir mi poema, y mi ensayo, llegó el final. Deshidratada de letras continúo el camino. Arranco una página más del calendario de mi vida; avanzo al sueño eterno, mirando con cautela a todos lados, no hay nadie sólo los silencios de la noche, las sombras de decenas de historias y poemas terminados. Mientras haya palabra, habrá vida eterna…

Ana María Fuster Lavín

2 comentarios:

Edgardo Soto Torres dijo...

Wow! Excelente ensayo, me has volado la cabeza! Has explorado con lucidez magnífica y desde varias perspectivas el tema de la muerte. Sigue adelante con tus partos apalabrados que te ungirán de eternidad más allá de la muerte.

"Cuando llegue el fin de mi camino
que mi sonrisa diga que acepto lo que fuí.
Las cosas materiales las dejaré contigo
sólo se irá conmigo todo lo que aprendí". -Rubén Blades

Y por favor, no te mueras sin decirme adónde vas.

Sparhawk dijo...

¿Será que los escritores venimos al mundo con una cantidad determinada de historias o de poesía? ¿Son estas las páginas de ese calendario individual?

Muy interesante que te quedó el ensayo. Me gusta mucho tu perspectiva. Yo creo que lo único que le falta a los escritores es tiempo para vertir todo lo que tienen adentro. El obrero de la palabra, aquel que de verdad se siente escritor, es poseedor de un manantial inacabable de versos y prosa. Por su lado, es el tiempo, ese que transcurre inexorablemente, el que nos juega trucos y el que al final confisca todo aquello que nos queda adentro cuando cruzamos el umbral a lo realmente desconocido.