domingo, abril 26, 2015

utopía 1: palabras andantes



a Eduardo Galeano:


llueve horizontes sobre la palabra:
somos ciudad grafiti grito de abrazos
bocas del tiempo los hijos del hambre
palabras andantes como pequeños fuegos
como la sed que pinta tu cuerpo
como el cuerpo que siembra agua
como el agua conjugada de sueños
calma lucha vida beso:
un él y ella, también ella  y su ella, él y su él
somos el insomnio que besa las calles

llueven caminos sobre un libro desierto:
abrimos las manos sembramos la sed
gota a gota sin miedo a crecer(amar)
mirarse a los ojos desnudos del eco
tomarse las manos brincar las murallas
hasta despertar como ráfaga solar
sin maquillaje pero con muchas ganas
libre isla escuela niños:
sin escupir abandonos, sin regresar a la nada  
somos palabras andantes sin apellidos


llueve otra mañana sobre la noche:
la palabra germina, nos abre los ojos
tenemos derecho al delirio y sus infinitos
a contagiarnos de amor también de locura
engrafitar de colores la apatía
jugar al futbol jugar con rebeldía
llenar de abrazos cada frontera
coraje sombra estrella día:
palabras andantes palabras
somos todos un mundo, somos todos poema.

Ana María Fuster Lavín

domingo, abril 19, 2015

Los gritos del silencio Ana Maria Fuster Lavin


alt
 
Diarios y despedidas: Día 2




“Los indios shuar, los llamados jíbaros, cortan la cabeza del vencido. La cortan y la reducen hasta que cabe en un puño, para que el vencido no resucite. Pero el vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la boca. Por eso le cosen los labios con una fibra que jamás se pudre” Eduardo Galeano, El libro de los abrazos



Muchacho, cállate. Le gritó la maestra, porque quiso hablar de Mandela el día después de la muerte del líder surafricano. En la clase se encontraba hablando otro niño sobre otra muerte,  la de un actor de películas de acción.  Minutos antes de sonar el timbre le hizo caso al silenciado niño, y se habló sobre el fallecido Madiba Al fin de cuentas, un ejemplo más de las prioridades académicas, humanas, culturales. Un ejemplo más del silenciamiento social ante las sensibilidades, las reivindicaciones sociales, las injusticias, la libertad.  Un cállate así muchas veces esconde carencias, miedos, prejuicios y la pobre autoestima colectiva.  Un cállate que intenta cortar la cabeza de quien transgrede esa llamada zona de comodidad.

Y me comenta ese muchacho: a veces en la escuela dicen que soy raro. Es raro porque prefiere hablar de política, de las capitales del mundo, de igualdades sociales, de cine y conciertos, de Oscar López y Mandela. Es raro porque le gustan las estadísticas, el balompié y la poesía. Es raro porque prefiere el cine de autor que las megaproducciones de acción. Es raro porque es como los demás niños y a su vez diferente. Es raro porque disfruta igual de leer un libro como de jugar con su consola de vídeo juegos. Y se frustra cuando le dicen que las luchas y marchas son inútiles, cuando habla de los escritores puertorriqueños y los maestros no saben quiénes son, peor que no les importa. La gente rara es la que hace la diferencia, el arte, las luchas. También le dije, se han cometido demasiados errores por el miedo, los prejuicios, la ignorancia. Por eso no puedes permitir que te reduzcan la cabeza al tamaño de un puño.
A Malala Yusafzai (16 años de edad) tampoco la pudieron silenciar. Ella ha denunciado en su blog desde los trece años que a las niñas bajo el régimen talibán en Pakistán no se les permite asistir a la escuela. En el 2012 sufrió un atentado y fue herida en el cráneo y cuello. Al recuperarse comentó: "Volver al colegio me hace muy feliz. Mi sueño es que todos los niños en el mundo puedan ir a la escuela porque es su derecho básico".
Cállate, fue lo que intentaron decirle a Mandela de por vida, y en 27 años de cárcel no calló.  Cállate, le intentaron decir a los independentistas Lolita Lebrón, Rafael Cancel Miranda, Irving Flores. Cállate, le tratan de recordar a Oscar López que lleva 32 años encarcelado. Tampoco pudieron silenciar el arte de Elizam Escobar, Juan Antonio Corretjer, Francisco Matos Paoli, entre otros de nuestros artistas que estuvieron en la cárcel por la libertad de expresión, por sus principios. Ellos también eran los niños “raros” en la escuela y  nunca permitieron que les cosieran la boca.
Y es que han intentado silenciar a tantos con ninguneos, golpes y hasta la muerte, recordemos a Lorca, a muchos;  recordemos las dictaduras de tantos países, y de las llamadas democracias. Demasiados los silenciados por sus inconvenientes o raras voces. Tantas mujeres condenadas por ser, porque una mujer no se supone que haga, piense, viva en igual de condiciones. O como en nuestra isla que se debata si la comunidad LGBTT debe tener los mismos derechos civiles, laborales, humanos, si tienen derecho a amar, amaos los unos a los otros dijo uno al que tantos siguen.
¿Cómo silenciar el alma de un pueblo? Baile, baraja, botella, a lo Miguel de la Torre. Si es más importante el tener, comprar, los reality shows que la realidad de la violencia nuestra de cada día, las diferencias abismales entre las clases sociales, las frivolidades gubernamentales, la telenovela del momento es más importante que el aumento de habitantes de las calles, de personas que no tienen techo, ni comida, la mediocridad en las instituciones escolares... Tantos que viven en el silencio de los fantasmas del olvido educativo y social.
Matan a un niño de familia conocida es un revuelo (en realidad es muy triste), pero no afecta igual cuando son de barriada o caserío. Fue triste la muerte del vendedor de lotería que tenía su puesto en Garden Hills. Peor  igual aberración  los atropellos, golpes, fracturas y muerte de deambulantes en un área “marginal” de la 65 de Infantería Río Piedras, como parte de un juego de pasarles por encima con el carro a ver cuánto aguantan (denunciado recientemente por Vargas Bidot).
En estos meses me planteé dejar de escribir, de publicar.  Pero los silencios me gritan como puñaladas en cada pisada, en un poema, cuento, ensayo, en cada paseo por las calles de Santurce.   Y escribo cartas cuando me enojo, a periódicos, escuelas, a los legisladores. Enviar cartas al viento que respiran las mentes sordas, fastidia, por no decir que jode. Esa apatía de los comunes que nos ahoga.
Mis manos gritan con rabia cuando ese muchacho comienza a sufrir las injusticias de la voz. Mis manos arden al pasar las páginas de los periódicos, al acariciar los cabellos de mi hijo mientras me cuenta que a nadie le importa si Oscar puede pasar las navidades con su familia, que es más importante el iPhone 5 o la iPad nueva. Porque no podemos invisibilizar las injusticias sociales, nadie puede gritarnos: cállate y así todo es más bonito o menos incómodo (para ellos). Las palabras son espejo de nuestra sangre, de nuestros sueños, de nuestra historia y destino. Escribe Galeano en su Libro de los Abrazos: “[…] quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos”.
Muchacho que nadie calle tu voz, sigue comentando sobre las cosas que tú consideras importantes.  No resolvemos gritando a la maestra, sino educando con amor y contundencia. Por mi muchacho, por Malala Yusafzai, Oscar, por todos nuestros hijos, los raros y los comunes,  por los acallados,  y nuestra patria grande… Que nadie silencie nuestra voz, nuestras manos.

Ana María Fuster Lavín


(In)Somnio






sábado, abril 18, 2015

Ana María Fuster Lavín y los miedos al miedo Cómo escribí mi cuento favorito Especial para Boreales de Yolanda Arroyo Pizarro

Serie narradoras puertorriqueñas: Ana María Fuster Lavín y los miedos al miedo



Serie narradoras puertorriqueñas: Ana María Fuster Lavín y los miedos al miedo
Cómo escribí mi cuento favorito
Especial para Boreales de Yolanda Arroyo Pizarro

“Palabras encadenadas, palabras que matan, muerte, morir, moribundamente… Muerte puta, muerte trapecista, una amante a la que nunca logramos satisfacer, pero nos cautiva hasta la obsesión, como las sombras que emborrachan la noche, o como el sexo más esquizoide y ardiente.  Ojalá nunca hubiese tropezado mi camino con el de ella, pues antes de nuestro encuentro, disfrutaba como adolescente, en mi hogar, en Miramar, y todavía era virgen de esas sensaciones.  […]  Comencé a desarrollar una hipersensibilidad nocturna, también cambié mis hábitos alimenticios. Mi sentido de audición se desarrolló hasta poder escuchar las pisadas del rocío. Esto me llevó a una cacería de sombras, habitando un libro de historias ajenas, vidas y calles de verdades efímeras, hasta ahora desconocidas para mí, quise ser el propio tío Francisco, su diario de trascendencia, sus pasiones y luchas; encontrar otras verdades pequeñitas, temporeras, y hacerlas propias en mi misma carne, y es que la gente pasa y pasa por aquí, por allá, sin identidad, sin destino.”  Entre sombras y palabras, Ana María Fuster.

Este fragmento pertenece al cuento Entre sombras y palabras (ganó premio en el antiguo certamen literario del Ateneo Puertorriqueño, 2006) Bocetos de una ciudad silente  (ed. Isla Negra, 2007). Ya había publicado en narrativa Verdades Caprichosas (2002), Réquiem (2005),  aunque desde la universidad en los ochenta supe que la necesidad por trabajar historias psicológicas y orgánicas era inminente.

¿Por qué lo escojo? No tengo un cuento favorito, pero se me ocurre seleccionar este. Digamos que Entre sombras y palabras encierra mis temas recurrentes: la lucha entre el amor y las pasiones contra la locura, la crueldad y la muerte. Así abrirme sin ningún tipo de miedo a escribir sobre los miedos y las perversiones más ocultas, de sexo, sangre, las pesadillas más terribles, con la misma libertad que del amor, la demencia, los sueños, las luchas de género, de sociedad, la poesía, y la piel. De todos eso se tratan los cuentos que transitan por una ciudad llamada Santurce en Bocetos de una ciudad silente.  Escribir y leer son actividades tan innatas en mí como respirar, pensar, comer, amar. Aunque acepto que el libro que trabajé con mayor devoción fue (In)somnio  (Ed. Isla Negra, 2013) y la novela que estoy editando-corrigiendo ahora y publicaré a finales de año.

Este cuento trabaja el autodescubrimiento del yo, el cuerpo, el canibalismo social en un adolescente a través de su primer contacto con la muerte. Ocurre desde el día de la misma muerte de su tío Guillermo a quién la familia admiraba. Se descubren los lados oscuros de esa familia así como el misterio del tío y su doble vida, un reconocido abogado de la capital y por otro lado sentía un placer por asesinar y el canibalismo. El tierno protagonista termina convirtiéndose en ese mismo monstruo que fue su tío.


Aquí no solo el personaje siente a la muerte como una entidad viva, a quien no conocía pero una vez se topa con ella ya nada volverá a ser igual, como ocurre cuando esa mujer u hombre te besa y te desordena el mundo, y quieres seguir ahí, porque ya no tienes otro remedio. O como la propia crueldad de la existencia, que no importa lo que hagas morirás. Aquí juega a huir de la muerte y a la vez se siente seducido por ella.  Es una de esas relaciones de amor-odio, que te llevan a hacer lo que sea por el objeto del amor. Además, me interesa y que, a su vez, mi personaje principal --que vive estas pasiones de amor, locura, soledad y muerte-- tenga una relación del mismo tipo con la palabra (la materia prima del escritor) y que esta lo lleve a una hipersensibilidad con el mundo.  

en:  http://narrativadeyolanda.blogspot.com/2015/04/serie-narradoras-puertorriquenas-ana.html

El secreto del siempre




"El soñar besa la eternidad" 
Rita Guerrero.


Un aroma a salitre y almendras me transporta bajo la cama. Abro mis manos. Una sombra, la misma de la otra noche, se contorsiona entre mis dedos. Sigo sus pasos mientras los sueños se hunden junto a mi insomnio. Bajo por un túnel donde todo es fragancia, satín y humedad. Escucho el susurro de un arcoíris a la distancia. Sigo mi camino junto a la sombra que acaricia mi espalda. Palpo una puerta. Entro a una habitación azul. Convertida en voz,  ella me acaricia y me invita a beber de su cuello. Ella también absorbe mi sangre hasta sentirme liviana. Me sonríe con las gotas rojas cayendo de nuestros labios. Salimos de la habitación, regresamos al túnel cogidas de la mano. El sabor de nuestra sangre cosquillea un tic tac  en la melancolía de morir. Antes de abrir la próxima puerta, me dice: ¿Has mordido un beso que te haga descubrir el secreto de siempre?  Bébeme de nuevo, le contesto, pero la sombra desaparece. Abro los ojos, estoy en mi cama. Aspiro el salitre y las almendras, ya atenuados. Escucho a lo lejos: pronto será siempre

Ana María Fuster Lavín
del libro inédito
Carnaval de Sangre

Temblor de sombras





La cama tiembla sombras. No me atrevo a mirar el reloj. Miro al techo y el silencio besa mi frente, mientras me hundo en la almohada. Siento una caricia en los pies, pero no veo a nadie. La cama vuelve a temblar. Faltan algunas horas para amanecer.  Cierro los ojos. La caricia regresa ahora a mis piernas, suave sigue hacia las rodillas, llega a mi pubis y jugamos un rato a los manantiales. Abro los ojos no hay nadie. El deseo inconcluso puede más que el miedo y me toco despacio en pequeños círculos. La cama tiembla de nuevo y me asomo debajo de esta. La mirada de una sombra extiende su brazo hacia mí. No lo pienso, solo me arrastro hacia ella. Bajo la cama, se abre un abismo en el que caigo junto a la sombra al compás del vértigo. Nos besamos, caemos. Nos acariciamos y  bebemos los sexos, caemos. La sombra entra en mí, entro en la sombra y somos de un cuerpo una sombra, que cae lentamente en espirales.  Finalmente, nos llovemos hasta llegar al fondo convertidos en fluidos.  Todo se detiene.  El silencio me besa.  Despierto.


Ana María Fuster Lavín
del libro inédito
Carnaval de Sangre

La etica de la crueldad del libro inédito Carnaval de Sangre

a José Ovejero

El profesor llega frente al auditorio. La asistencia es de unos quince estudiantes. Respira profundo y enciende el proyector. En la pantalla vemos imágenes de gallinas degolladas colgando como piñatas, de un chivo que es arrojado de lo alto de un campanario, entre otros, todos rituales provincianos. Habla a los asistentes sobre el arte de provocar ante lo inevitable y de cómo el hombre a través de la historia se ha deleitado con la crueldad. Dos o tres escuchan incrédulos, otro solo textea en su celular. El académico, quien también es escritor, recurre a sus encantos de orador, lee textos de sus libros donde se documenta cómo amamos lo cruel y cómo nos evadimos ante el arte del confort, donde todo se resuelve y tiene un final feliz como en las novelas de Coelho, o en el cine de Hollywood.  Vuelve a mirar al público. Ya solo queda una asistente prestándole atención que aplaude emocionada al terminar. Al escucharla, todo el público aplaude entusiasmado. Incluso cuatro profesores que entraron tarde a la conferencia, y ya eran diecinueve en el aula. El conferenciante, también corresponsal de viajes, pregunta a la estudiante atenta qué piensa de sus argumentos. Ella, muy tímida, se sonroja. Abre su maletín, saca una CZ75 automática de 9mm. Dispara a todos, menos al escritor. La sangre y los pedazos de piel y carne caen del techo como una lluvia tropical. Ella empuja al profesor contra la pared, lo besa en la boca, le acaricia los cabellos y le dice, “digamos que si huimos los dos de aquí, buscamos el confort, la evasión fácil. ¿No?” El escritor asiente tembloroso, pero a usted le apasionan los finales crueles. Él asiente con la cabeza con expresión suplicante. Ella lo vuelve a besar en la boca y pone la pistola entre ambos. “Le daré un final cruel a esta conferencia. Adivine cuál.” Otro disparo. Uno de los dos cae al piso. 

Ana María Fuster Lavín
del libro inédito Carnaval de la Sangre

publicado en 
http://elpostantillano.net/pagina-0/creativo/13730-ana-maria-fuster-lavin.html