miércoles, noviembre 23, 2005

Conversaciones por Carlos Esteban Cana




Conversaciones fragmentadas
(de la serie“En sus propias palabras”)

por Carlos Esteban Cana ©


Ana María Fuster Lavín ha hecho
ruta por sí misma. Su libro “Verdades
caprichosas” en el 2002, fue una
verdadera novedad, una brisa de
aire fresco en la narrativa puertorriqueña.
Editora de Borinquen Literario, una
de las publicaciones de
mayor prestigio en ambiente cultural del País,
Fuster Lavín está a punto de presentar
Réquiem”, su segunda entrega de
relatos, esta vez, bajo el sello de la
Editorial Isla Negra, el viernes 9 de diciembre
a las 7:00pm en el Ateneo.

Para celebrar tal acontecimiento,
hemos decidido publicar fragmentos
de una entrevista que le cursamos
a la autora durante el pasado
año.

Temas como el mundo
cultural en Puerto Rico, las nuevas
generaciones, el arte del cuento, y
su rol como poeta, se discutirán
aquí.

Hoy la conversación gira en
torno a Borinquen
Literario, publicación de su
autoría que coexiste con
una nueva generación de publicaciones
cibernéticas en Puerto Rico
como “Desde el límite”, “En la Orilla”,
“Letras Salvajes”, y la versión virtual
de “El Sótano 00931” (herederas
de la ruta iniciada en los noventas
por la revista cibernétitca El Cuarto
del Quenepón y sintonizadas a
la misma actitud de inclusión
establecida por Taller Literario).

No hablemos más,
dejemos el espacio a Fuster Lavín.


PUERTO RICO EN EL MUNDO:
LA RUTA DE BORINQUEN LITERARIO

amf: “Borinquen Literario nace por esa necesidad
de encontrar un medio para publicar
cuando tú no eres un escritor reconocido;
aquí, si no tienes padrino no te
bautizas; no te abren las puertas, y eso fue lo
que me ocurrió.

“En un momento pensé que hasta mi propia
generación me estaba dando de codo,
en particular los que eran profesores.
En un panorama como el de la academia
no encontraba dónde publicar.

“Todo comenzó a cambiar cuando por
fin entro al mundo del internet, a finales de
1999. Es en ese momento que me encuentro
con un mundo maravilloso de gente que escribe
en todos los países. Escritores y escritoras muy
solidarios y con la misma necesidad que tenía yo
de compartir sus obras.

“Fue fascinante conocer a personas del Perú,
de Argentina, de Mexico. Y me entusiasmé
tanto que una noche, lo recuerdo como hoy,
se me ocurrió preparar una revista
para todo ese grupo de escritores que se
comunicaban conmigo; para esa gente
que me envíaba sus poesías a través
del correo electrónico.

“Mi propósito, a fin de cuentas, era
unir esas voces en un grupo grande para
continuar con este hermoso proceso
de compartir nuestras obras.

“Claro, la cosa no se quedó ahí.
También nos dio la oportunidad de
compartir noticias culturales,
saber que estaba sucediendo en
nuestros respectivos países,
y no tan sólo sobre poesía y cuento.

“Borinquen literario nacio de un
gesto espontáneo. Fue como decir:
“Vamos a unirnos para publicar,
de esa manera podemos depurar
nuestras creaciones y, a la misma
vez, nos vamos motivando a mejorar”.

“Así arrancamos desde Junio del 2000
como boletín semanal. Tengo que reconocer
que al principio tocaba unos temas sociales
que me pudieron hacer ver un poco guerrillera,
pero con el tiempo he ido depurando
el concepto hacia uno cada vez más literario
y cultural.

“Ya con ese norte he publicado
artículos de opinión, noticias culturales
de Sur América y España.
Y, de inmediato, las respuestas
no se hicieron esperar;
fueron muy buenas las respuestas
de Venezuela, Colombia, Argentina
y de España.

“Los boricuas que me comenzaron a apoyar
eran quizás los que se habían encontrado con lo
mismo que yo: que nuestro mundo literario era
muy académico y, en esos espacios
o uno no se atreve compatir su obra o
te subestiman.

“Definitivamente había que salir
de la academia
porque la literatura trasciende
ese espacio. La literatura es
vida. Es lo que vemos, lo que
compartimos con los amigos.
Y eso es lo que leemos en un
café, lo que leemos en la calle,
o lo que vemos en propuestas como
las del cine independiente.

En estos momentos Borinquen Literario
cuenta con un promedio de
520 subscriptores, también tengo
una lista de personas que no
están suscritas pero que la
reciben regularmente.
Y como si fuera poco, contamos
con unos 30 colaboradores.

“Me siento particularmente satisfecha
con los volúmenes dedicados a la
Nueva poesía puertorriqueña y
a la Nueva cuentística puertorriqueña,
en el 2004. Con esas ediciones el portal
inició una nueva etapa.

“Borinquen literario publica también
comunicados. Si alguien tiene
una presentación, una noche de
poesía, por ejemplo, se coloca,
y lo lindo es que la gente
envía cartas de apoyo al evento.
Los comunicados de actividades
culturales no se limitan únicamente
a lo que ocurre aquí, en Puerto
Rico; publico también los comunicados
que me envían de otros países,
para proveerles la información a
la gente de esos lugares que
nos reciben.

“En cierta forma, esto hace
que Borinquen Literario sea como
un periódico; de momento lo lees y ya,
Pienso que el portal tiene ese mismo
tipo de permanencia.

“Mi meta dentro de unos años es
hacer una antología de los volúmenes,
en formato tradicional, es decir, en un libro.
Escogería los más representativo,
porque como editora siempre busco
ese criterio de calidad.

“Esa publicación sería una forma de celebrar
nuestra presencia en Puerto Rico
y en el mundo.

“Sí, y el mundo, porque podemos decir que a
través del internet, nosotros, hemos estado
bien abiertos y expuestos al mundo,
como ninguna otra generación.”





Carlos Esteban Cana ( Bayamón, Puerto Rico 1971) Escritor, comunicador y coordinador editorial. Fundador de la revista y colectivo Taller Literario. Sus cuentos y poesías han sido publicados en revistas como El Sótano 00931, Borinquen Literario, Cultura y Cundiamor, entre otras. Algunos de sus ensayos y reflexiones sobre la cultura editorial puertorriqueña han llegado al lector a través de periódicos como El Nuevo Día y el mensuario Diálogo. Tiene varios libros inéditos: Novo vía crucis (poesía), Versos apócrifos para la innombrable (poesía) y Fragmentos del mosaico humano vol. 1, vol. 2 y vol. 3 (cuentos).

martes, noviembre 08, 2005

La Llamarada


La llamarada
boceto a dos tiempos
a la memoria Enrique Laguerre

¡Lee, lee! Una gota de sudor copula un moco sangriento sobre las bembas de Toño, que se mira sus manos, mira la hacienda: calor y muerte, bueyes y caña. No piensa, corre. Fucking lazy portorricans, desde el balcón de la hacienda una cerveza fría bautizaba los finos labios de William, que mira al negro caerse y espetarse el filo del machete en el pecho. ¡Fuego, fuego! Los piojos no discriminan cuando hace calor. La sangre mana hasta del cuerpo más miserable. Toño llora un vómito de sangre, mientras una viga del techo de la hacienda cae perforando desde la clavícula hasta el cóccix de William. Ambos pudieron comprender el fin de la zafra.

¡Corre, corre! Bill suda frente a una barra entre la avenida Ponce de León, esquina calle Berga, su salada excreción baja por su espalda chichando con el orín reseco de su entrepierna. Se mira las manos, el sol quema, la brea quema, la colilla quema, perros y hambre. La caña tarda en crecer lo mismo que su tecata vida en gastar el premio millonario de la loto. Puñetero gringo vago, desde la entrada del café Los Pinos el humo del cigarrillo baila una bachata frente a Antonio, que mira al cano Bill cruzando la avenida mientras pasa la AMA. ¡Sangra, sangra! Otro escritor sin historias se reinventa en la cuneta. La sangre huye hasta del más ingenuo. Los huesos de Bill crujieron bajo las gomas de la guagua, mientras una navaja afilada penetra suavemente una y otra vez desde el pecho hasta los genitales de Antonio. La página de un libro cayó desde el tren urbano y una llamarada no hace primavera cuando la historia se repite. Esta vez, ambos se quedaron sin comprender.

Ana María Fuster Lavín

jueves, noviembre 03, 2005

Oferta sin combo

Oferta sin combo


Un chicken burguer transgenérico deseado a través de las vitrinas desaladas en Mistolín, una máquina indefinida arrancó las plumas al pollo y a mi. Diez pesos pa´ la cura, jeringuilla sin papas fritas ni refresco, pero el pollo murió empanado y yo volando…


Ana María Fuster

martes, noviembre 01, 2005

Ernest Hemingway


Hemingway: vida, pasiones y muerte entre libros, guerras y periódicos.


“Nadie es una isla completo en si mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; (…); la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.”
John Donne, poeta inglés (1572-1631)


Un hombre con barbas blancas se toma un vino en la esquina más solitaria del bar, el humo del cigarro es el camuflaje de mil historias vividas, escritas, soñadas, que me seducen y quiero penetrar en su isla; habitar un pedazo de su continente. No pretendo molestarlo.
Podría ser aquel hombre el espíritu de un gran escritor o un periodista aventurero. Una nube apalabrada en el tiempo… Desde safaris africanos hasta La Habana, París, la Guerra Civil española y los encierros de San Fermín, o desde la vida como corresponsal de guerra, periodista de sangre y palabras, escritor de novelas tan exitosas como El viejo y el mar (premio Pullitzer,1953), Adiós a las armas (1929), Hombres sin mujeres (1927), Cuando nazca el sol (1926) o Por quién doblan las campanas (1940), hasta el premio Nobel de Literatura en 1954. Trato hablarle silente a ese hombre, de ver a través de sus ojos, quizás piensa en sus aventuras pasadas, los toros, las guerras, las bohemias literarias, o su paranoia y el suicidio; Ernest Hemingway voltea su rostro y me hace una señal de silencio: “se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar”.
Tres guerras, tres hijos, cuatro matrimonios y una pasión por vivir y testimoniar, un hombre que optó por aprender de la propia vida antes que ir a la universidad. Ernest Hemingway (1899-1961) es considerado uno de los escritores norteamericanos más emblemáticos de la llamada “generación perdida” entre las dos Guerras Mundiales, junto a Francis Scott Fitzgerald, William Faulkner, John Steinbeck, con quienes compartió, junto a Ezra Pound y Gertrude Stein, también Pablo Picasso y Henry Matisse. Unidos en el Paris de los años veinte entre bohemias, disputas y pasiones, desde las que aprendió a enfocar aún más su vocación literaria, de aquí nació su libro Paris era una fiesta, publicado póstumamente en 1964. En realidad siempre odió los círculos literarios, aún más a los críticos literarios, opinando que ninguno de estos le había enseñado nada.
¿Por quién doblarán las campanas? Así como la pesadilla de algunos puede se el sueño de otros, Hemingway no quiso quedarse como un simple reportero, la vida era una divina aventura y trató de retratarla de esta manera en sus trabajos periodísticos y, aún más allá, en sus cuentos y novelas. No exageramos al citar a al cubano Norberto Fuentes en el prólogo de su libro Un corresponsal llamado Hemingway (La Habana, Ed. Arte y Literatura, 1984) cuando expresa “una compañía norteamericana de seguros de vida informó en el año 1968 que el periodismo era el oficio más peligroso del mundo. Esto fue recibido como un agravio por personas ajenas al oficio. (…) Pero lo que se ofrecía era el resultado de una encuesta rigurosa. Las estadísticas decían eso. Un vocero de la compañía precisó es que esos tipos --los periodistas—están en todas partes.” Ese es el carácter arriesgado de Hemingway, que huye de su casa a los quince años, aunque regresa poco después para seguir estudiando, y practicar el fútbol y boxeo, deporte que le provocó, además de una fractura en la nariz, la pérdida de la agudeza visual en un ojo.
Kansas City Star, Toronto Star, Transatlatic Review y otros periódicos y revistas norteamericanos y europeos contaron con sus reportajes desde el lugar de la acción. A pesar de ese problema de visión le impidió enlistarse para la Primera Guerra Mundial, aún antes de Estados Unidos aliarse, por lo cual se unió como voluntario al servicio de ambulancias de la Cruz Roja italiana, resultando herido en una pierna, pero esa experiencia nutrió una de sus más importantes novelas, Adiós a las armas.
Un escritorio tranquilo, no era el lugar paradisíaco para el joven Hemingway, prefirió ser corresponsal de guerra en los posteriores conflictos bélicos europeos. Así como grandes escritores hispanoamericanos como César Vallejo, participó en el bando republicano en la Guerra Civil española, en la cuál se basa Por quién doblan las campanas.
Sigo observando al viejo del cigarro humeante y boina de cuadros en la esquina, de cuerpo grande, debió se muy atractivo en sus años de juventud, por las cicatrices, pleno de experiencias y pasiones; desvío la vista para no incomodarlo y retomo la lectura. Sobre Hemingway, Gabriel García Márquez comentó que era “un hombre azorado por la incertidumbre y la brevedad de la vida, que nunca tuvo más que un invitado en su mesa, y que logró descifrar como pocos en la historia humana los misterios prácticos del oficio más solitario del mundo”. Esto es refiriéndose al periodismo, pero si le añadimos la ocupación de escritor, sería doblemente solitario; paradoja en un hombre que celebró la vida desde su cenit y sumergido en tórridos romances, pero sí, es cierto, el mundo de los silencios es fundamental para la creación literaria. El autor de El verano peligroso (1960) lo sabía y era infalible en eso de no permitir testigos en sus manuscritos hasta que la obra no quedara culminada, llegó hasta corregir 39 veces Adiós a las armas antes de publicarla.
“Trabajo todas las mañanas tan pronto sale el sol. No hay nadie que moleste y está fresco y frío, uno entra en calor en la medida que escribe. Se escribe hasta que se llega a un lugar donde a uno todavía le queda jugo y donde sabe lo que va a suceder a continuación, entonces uno se detiene y trata de seguir viviendo hasta el día siguiente cuando vuelve a poner manos en la obra. Cuando uno se siente vacío y al mismo tiempo nunca totalmente vacío, es como un estar llenándose, cuando se ha hecho el amor con alguien a quien se ama: nada puede afectarlo a uno, nada puede suceder, nada significa nada hasta el día siguiente.”…Le contestó Hemingway en una entrevista que le realizase George Plimpton en 1954, para su libro Hablan los escritores.
En esa misma ocasión le preguntaron si era necesaria la estabilidad emocional para escribir. Trato de contestarme esa pregunta, miro las sillas vacías alrededor de mi mesa y pienso en esos momentos de desesperación en los que uno escribe; luego relees el desastre. Sin embargo, una persona que ha estado inmersa en tantas situaciones límite, bombardeos, toros (escribió sobre los grandes toreros Antonio Ordónez y Luis Miguel Dominguín), cacerías, pesca… ¿Qué contestaría? El autor del famoso cuento Las nieves del Kilimanjaro responde “uno puede escribir bien en cualquier momento mientras la gente no interrumpa y se quede quieta. Pero cuando mejor se escribe, indudablemente es cuando se está enamorado”.
Entre amores esposas, escritoras y actrices, viajes, África, Cuba, París, España, la artillería de la Primera y Segunda Guerra Mundial, de la Guerra Civil Española, de la peligrosidad de los encierros de San Fermín y las corridas de toros, representa una plenitud vital impresionante. Increíble de un hombre --como el autor de A través del río y entre árboles (dedicada a un amor otoñal a los 19 años, platónico, con una bella joven italiana)-- que haya expresado “quédate siempre detrás del hombre que dispara y delante del hombre que está cagando. Así estás salvo de las balas y de la mierda”. Quizás ahí fue cuando descubrió que las campanas doblaban por él.
Suenan las campanas la madrugada del 2 de julio de 1961 se levantó muy cauteloso, sin despertar a nadie, sin sospechas, fueron sus cómplices los silencios de los primeros rayos del sol, tomó una escopeta de cacería Boss –de dos cañones—la cargó con varios cartuchos, se apoyó contra una de las pareces y apretó los dos gatillos, su rostro desfigurado y la sangre en las paredes fue su última escena. Las sombras dicen que sonreía aliviado ante los fantasmas de la depresión, el cáncer, la gangrena de su pierna o el alcoholismo, o ante la noticia final o la novela inconclusa.
La mesa al final de la barra, ahora está vacía, quizás nunca hubo nadie mientras escribía, quizás lo interrumpieron y me disminuyo ante su muerte o me multiplico ante la palabra. Me siento sola, pero no quiero que me interrumpan, sólo concentrarme en ese poema de John Donne. Aún así, sigo pensando en aquel hombre misterioso de barbas blancas que me recuerda la vida, pasiones y muerte entre libros y noticias de algún gran escritor perdido en la apatía de nuestro mundo, aún lleno de guerras y canibalismo social.

Ana María Fuster Lavín
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