lunes, septiembre 07, 2020

Desde La marejada de los muertos, El cuervo

 EL CUERVO

 “La vida es mucho más pequeña que los sueños” —Rosa Montero


El eco de los sueños puede tornarse en graznido de cuervos en las madrugadas, llevándose pequeños trocitos del recuerdo. Lucas se revolcaba en la cama, harto de aquel infernal pajarraco y sus gritos. Comenzaba a rendirse, esperando por María. Ella se encontraba en la capital terminando su tesis, situación que convirtió la relación en un exilio. Los sueños de ella competían con la vida que a Lucas le urgía tener. Temía a la soledad en tal extremo, que comenzó a dolerle la memoria, incomprensible a sus 25 años. Su mente comenzó a filtrarse a través de pequeños rotos, rellenándose de interferencias y silencios. A María le quedaba un mes para presentar la tesis, finalizando así la tregua que le había pedido, ese día lo iría a recoger. María le enviaba cada noche un mensaje expresándole que lo amaba y alguna anécdota, él respondía “yo a ti amor” junto a largos mensajes recomendándole libros. Sus palabras fueron reduciéndose paulatinamente.

“Tardaste mucho en regresar, mami”. “Lucas, soy María”. Recordó que él le había contado que de niño su mamá lo abandonó, que soñaba que distintas aves portaban mensajes de ella en sus cantos. Con el tiempo, dejo de soñarlas, hasta que María se fue a terminar su tesis. “¿Escuchas al cuervo?” “Lucas, no te entiendo”. “El cuervo… yo…”. “No veo nada, amor…”. Calló ante el aleteo de una sombra que atravesaba la ventana. Sorprendida, recogió una pluma del piso; al volver la vista, la recámara estaba repleta de plumas. Lucas había desaparecido.

Ana María Fuster Lavín

Habitación propia, microcuento dedicado a Alexandra Pizarnik, por Ana María Fuster Lavín

 



250 palabras y una marejada de pandemias


 

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