lunes, enero 23, 2006

Rara avis ir terris por Yolanda Arroyo


Rara avis in terris
(Fragmento del libro de cuentos Origami de letras,
Publicaciones Puertorriqueñas 2004)

Brillaban por su ausencia cada una de las clavijas que se colocan a los lados en el mastelero. Pensó y saboreó la idea en más de una ocasión de permanecer atento hasta encontrar el hueso perfecto que pudiera ser colocado allí. Sería sólo un adorno, estético, con el único fin de superar al Stradivarius. Recordó la confección de la tapa, en medio de movimientos pélvicos ansiosos, asfixiantes; sus manos siempre sobre el cuello de su amada, apretando su garganta, presionando, oprimiendo.

El diseño y el calado del puente para el violín armonizaron con jadeos acústicos, inicialmente los de su mujer. Los ecos y asonancias demasiado claros desde el cielo de la boca, demasiado agudos desde el fondo del esternón, demasiado estrangulados en el destemple de laringe, sellaron la idea de convertir el instrumento en algo así como un viaducto macizo, endémico. Un ente letárgico para pasar la noche sobre el ombligo agujerado por el arete de oro, dando sorbos de un Malbec casi medieval en virutas de una melena larga y profusa. Con más cantidad de madera glauca sobre la base, y mayor volumen de patas cortas a los lados, el timbre velado, opaco en los laterales, de puente más liviano, ella se dejó sumergir en la viscosidad de las pasiones del artesano. En ocasiones él entraba a sus aposentos profundos, justo luego de haber tallado en madera, con las manos aún porosas y dominantes de macilla, cola, y hasta aserrín. Y a ella le incomodaba, le dolía, pero era consciente que le dolería más no tenerle, por eso lo permitía. El "barre de basse" fue trabajado en presencia de la beldad, sobre sus rodillas, calando en los graves y demostrando la calidad en las emisiones agudas.

Rapsodia de voces altas, rapsodia de grandes bocas, gritos silentes en una frecuencia indescifrable. La tomó del cuello nuevamente, desde atrás, pasando su brazo completo por los hombros femeninos que enmarcaron un rostro cianótico, morado; aprisionó su cerviz como preludio de lo que haría con los filamentos, luego de extirpados; aspiró su cabello y entró la lengua en los cauces que se crearon hacia la nuca, en las zanjas sin oxigenación, luego por las orejas. La madera bajo la planta de los viriles pies, crece en todos los bosques de coníferas del hemisferio norte, y emigra hasta sus manos como si supiera el destino propio. Como esa misma madera, de lustre natural, poco resinosa en las mejillas y de anillos menos marcados en la faz, ella había exhalado largamente primero, acostumbrándose a la fatalidad del erotismo en la carencia de aire. Seguida de una sofocación, había soltado entonces las manos a los lados. Rendida, expirada.


La tapa superior del violín, en contrachapados de molduras, descansa incompleta aún sobre el mueble de ebanistería. No por mucho tiempo. La abertura de escalpelo que deshizo el arete dorado del vientre y lo tiñó de rojo, dejó expuesta la sonata sans viscères. Como un alquimista medieval, el laudero transformó nuevamente la materia. Los cordeles hicieron juego con su creación. Fueron colocados y ajustados sobre la figura octagonal. Un festín de hilos armoniosos, de melodiosos canutillos; una algarabía orquestada de sonora cuerda. Ocaso.


Yolanda Arroyo
escritora puertorriqueña

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yolanda Arroyo está
trazando una ruta
de gran valía.

Sus piezas cortas
(que podemos leer en
Derivas).

Su propio Blog,
Boreales, en la
que ha establecido
una mesa redonda
de escritores
invitados.

Su periodismo
cultural.

Su libro de
cuento: Origami
de Letras.

Su novela:
Los documentados.

Datos que nos
obligan a esperar
a que se
anime a realizar
presentaciones
de esos libros.

Saludo
su voz generosa
hacia los demás.

¡Adelante con
tus proyectos
colectivos!

Gracias
por traernos
este cuento
de Yolanda,
Ana María.


Carlos Esteban Cana