Carta sellada para una desnudez
Porqué me arrastro a tus pies
porqué me doy tanto a ti
Y porqué no pido nunca, nada a cambio para mi.
Porque me quedo callado
Cuando me sueles herir, con todos esos reproches Que no soporto de ti…
Roberto Carlos
Desahogo
Marioantonio Rosa
La carta estaba en su modo óptimo: silenciosa. Descansaba cerrada, y sin sello junto a una revista para catadores de cigarros, un llavero que se usaba sólo dos noches en semana, un estado de cuenta telefónica, una caja de baterías de nueve voltios, un cenicero, y una invitación del Museo Metropolitano en cuyo contenido podía contemplarse un bello díptico de un japonés apellidado Yoshida relacionado con el eclipse de Saturno, medio masacrado por dos tulipanes y un meteoro. Pero la carta, esa carta sí llevaba mucho tiempo en muerte tranquila, como jugando a los intocables. La aprendió a escribir junto al mar, en marea baja y cuando las olas no pueden vociferar el mar que desearían. Se hizo escribano de la vida a cojones, fue en realidad un acto de augurio y la buena intención de amar y explicarse al deseo.
Tomás no escribía nada. Sólo estaba enamorado de Sofía. Aquí empieza todo.
Enamorado con la mudez exquisita de las momias. Sólo el agua de Jamaica en la cafetería de Nicolás versado en telescopios que tomaban juntos los abrazaba, nacían a cántaros, respiraban fuertes y hablaban siempre del color del mar, hablaban del malecón luchado en el salitre y en las noches libertino. Hablaban de pájaros, del boticario, de la puta que preparaba vaporizos mágicos a las amigas, del Alcalde, en fin el pueblo les llenaba la boca de historias.
Tomás no sabía escribir nada. Su oficio de soldador para cargueros le sustentaba a él y a su abuela Ernestina que le esperaba siempre en el balcón, no más allá de las nueve en que caía en su sueño de gladiadores heridos, y no despertaba hasta el día siguiente a las seis. Siempre decía al
despertar: Anoche pude saludar a Grace Kelly. Tomás, en su silencio le importaba un carajo el saludo ya cotidiano de su abuela con la doñita de Mónaco.
Tomaba su café y unos dátiles, prendía su radio a volumen sobrio para escuchar unas recetas de cocina en la voz de Florinda Rey, una bonachona cubana que tenía la voz de cien ángeles rotos contra una bañera. Bueno, era su expresión, a Tomás no le salían palabras olorosas a luz, usaba imágenes flagrantes, pero las disfrutaba. Escuchaba a la distinguida cocinera, por el tono de voz que por las recetas. Una vez la abuela no pudo con la curiosidad y se obligó preguntarle ¿porqué escuchas a la Florindona esa? Tomás no tardó en contestar, escribe su creación cuando habla, ¿que graciosa verdad? La abuela no entendió.
Un día a las 4 de la tarde, Nicolás habló de un eclipse lunar total, que comenzaría a las 7:50 de la noche cuando Venus alcanzaría su altura más brillante en el cielo y sobre todo sería luna llena. Tomás estaba absorto con una pregunta que le había hecho Sofía, ¿alguna vez te has masturbado pensando en mí? Pregunta que cerró con unos labios humedecidos y una cinematográfica sonrisa de Lolita a lo Charles Bukowski. Tomás se ahogó un poco con el agua de Jamaica, carraspeó, los ojos se le perdieron en un sitio donde pedían no retornar. Bueno, es, es, que, pues, sí me ha pasado. Sofía le dijo, tranquilo amor, a todos los hombres le sucede y a nosotras también, y hoy tuve una charla con unas amigas, entre mujeres, el abanico de temas que se hablan siempre nos refresca, ja, ja. Al verla sonreír Tomás cayó en una erección de principiante. Guardó silencio. Sofía, lo miró, guardó silencio. Escríbeme una carta diciéndome lo mucho que me quieres y qué me harías. Tomás guardó silencio, amor esa carta es para mí, ¿la escribirás?
Tomas es todo un silencio reposado. Bajó la cabeza, y sus ojos se cerraron junto a la voz de Nicolás ¡ese eclipse será fenomenal, mi telescopio espera!
Dudaba. No sabía escribir, y mucho menos una carta. Sin embargo, comenzó a tener la noción de que llevaba largo rato mirando el rosicler fulminado que levanta pie y camino a la noche. No era practicante de mirar hacia el cielo, para él era otra cosa de las muchas más entregadas por la vida, junto al mar, las plantas, la política y otras concepciones que no le interesaban.
Esta vez sin proponérselo cambió su rumbo mientras miraba el cielo. De pronto llegó a lo que llamaban La Bahía Seca, por que era un piélago de mar liso con azul sin rostro y siempre muerto de mareas. La noche le cayó encima. Volvió a mirar. Ahora le acompañaba una brisa lenta como de lejanías milenarias. La mirada está completamente arriba, como el escape del cualquier telescopio buscando la mies de los astros. Sorprendido comenzó a ver el reflejo de las estrellas sobre ese inexpresivo azul, mar pequeñísimo y dueño de nadie. Quizá el acto furioso y dulce de mirar el cielo sobre el ese mar huérfano le comenzó a escupir a cámara lenta mensajes, o signos, o ideas sobre un deseo, o pendejadas que no eran las recetas de cocina susurradas por Florinda Rey en su programa de radio.
No dejó de mirar, ahora casi al filo del eclipse imaginó ver las estrellas buscando otro baile y cambiándose de sitio y quitándose la ropa.
¿Quitándose? La ansiedad no le tenía otra contestación. La ansiedad lo jodió de tal manera, que las estrellas se allegaron casi hasta sus mocasines, orilla pura y un encuentro: Azul.
En la urgencia de descifrar esa madeja logró alcanzar un viejísimo pedazo de almendro, y comenzó la pantomima del dibujo, signo, sueño corporal, hipnotismo, lo que fuera.
No vio el eclipse. Lo olvidó completamente ante la emboscada sideral que había vivido. Así fue por dos meses, Azul, Leche, Cuerpo, espíritu, canción, penetrarte, gritar, alumbrarte, chupar, y finalmente galaxia, e infinito.
Las guardaba en una gaveta cuya llave celaba con pasión y silencio. La abuela Ernestina le impelía a contestar la pregunta, ¿eres otro o eres mi nieto? Abuela, las cosas cambian a los 34 años. La vida le rasca la nuca a los dormidos. ¡Ay que disparate tan bonito!
En la gaveta, escritas en papel de estraza, yacían cada una de las palabras a usarse en una carta erótica sin miedos ni lamentos. Hasta le dio un embeleso de dibujante usando de técnica el aguafuerte, intentando dibujar los senos de Sofía bajo el esplendor del escote, desde luego abandonó el intento. Guiado por Nicolás cuya hija era reportera cultural se suscribió a la revista del Museo Metropolitano, al cual nunca hizo planes de visitar, pero recibía propaganda, afiches, y el programa de las exposiciones. Usando su llave dos noches en semana, la gaveta se desnudaba al deseo y escribía.
Ya la abuela se había olvidado del sueño de sus gladiadores heridos y se dormía después de la una de la mañana pensando en la salud mental de Tomás.
¿Qué le habrá dado a este pendejillo? Se preguntaba escuchando a un perro que maullaba cada vez que comenzaba a llover.
Marioantonio Rosa
Porqué me arrastro a tus pies
porqué me doy tanto a ti
Y porqué no pido nunca, nada a cambio para mi.
Porque me quedo callado
Cuando me sueles herir, con todos esos reproches Que no soporto de ti…
Roberto Carlos
Desahogo
Marioantonio Rosa
La carta estaba en su modo óptimo: silenciosa. Descansaba cerrada, y sin sello junto a una revista para catadores de cigarros, un llavero que se usaba sólo dos noches en semana, un estado de cuenta telefónica, una caja de baterías de nueve voltios, un cenicero, y una invitación del Museo Metropolitano en cuyo contenido podía contemplarse un bello díptico de un japonés apellidado Yoshida relacionado con el eclipse de Saturno, medio masacrado por dos tulipanes y un meteoro. Pero la carta, esa carta sí llevaba mucho tiempo en muerte tranquila, como jugando a los intocables. La aprendió a escribir junto al mar, en marea baja y cuando las olas no pueden vociferar el mar que desearían. Se hizo escribano de la vida a cojones, fue en realidad un acto de augurio y la buena intención de amar y explicarse al deseo.
Tomás no escribía nada. Sólo estaba enamorado de Sofía. Aquí empieza todo.
Enamorado con la mudez exquisita de las momias. Sólo el agua de Jamaica en la cafetería de Nicolás versado en telescopios que tomaban juntos los abrazaba, nacían a cántaros, respiraban fuertes y hablaban siempre del color del mar, hablaban del malecón luchado en el salitre y en las noches libertino. Hablaban de pájaros, del boticario, de la puta que preparaba vaporizos mágicos a las amigas, del Alcalde, en fin el pueblo les llenaba la boca de historias.
Tomás no sabía escribir nada. Su oficio de soldador para cargueros le sustentaba a él y a su abuela Ernestina que le esperaba siempre en el balcón, no más allá de las nueve en que caía en su sueño de gladiadores heridos, y no despertaba hasta el día siguiente a las seis. Siempre decía al
despertar: Anoche pude saludar a Grace Kelly. Tomás, en su silencio le importaba un carajo el saludo ya cotidiano de su abuela con la doñita de Mónaco.
Tomaba su café y unos dátiles, prendía su radio a volumen sobrio para escuchar unas recetas de cocina en la voz de Florinda Rey, una bonachona cubana que tenía la voz de cien ángeles rotos contra una bañera. Bueno, era su expresión, a Tomás no le salían palabras olorosas a luz, usaba imágenes flagrantes, pero las disfrutaba. Escuchaba a la distinguida cocinera, por el tono de voz que por las recetas. Una vez la abuela no pudo con la curiosidad y se obligó preguntarle ¿porqué escuchas a la Florindona esa? Tomás no tardó en contestar, escribe su creación cuando habla, ¿que graciosa verdad? La abuela no entendió.
Un día a las 4 de la tarde, Nicolás habló de un eclipse lunar total, que comenzaría a las 7:50 de la noche cuando Venus alcanzaría su altura más brillante en el cielo y sobre todo sería luna llena. Tomás estaba absorto con una pregunta que le había hecho Sofía, ¿alguna vez te has masturbado pensando en mí? Pregunta que cerró con unos labios humedecidos y una cinematográfica sonrisa de Lolita a lo Charles Bukowski. Tomás se ahogó un poco con el agua de Jamaica, carraspeó, los ojos se le perdieron en un sitio donde pedían no retornar. Bueno, es, es, que, pues, sí me ha pasado. Sofía le dijo, tranquilo amor, a todos los hombres le sucede y a nosotras también, y hoy tuve una charla con unas amigas, entre mujeres, el abanico de temas que se hablan siempre nos refresca, ja, ja. Al verla sonreír Tomás cayó en una erección de principiante. Guardó silencio. Sofía, lo miró, guardó silencio. Escríbeme una carta diciéndome lo mucho que me quieres y qué me harías. Tomás guardó silencio, amor esa carta es para mí, ¿la escribirás?
Tomas es todo un silencio reposado. Bajó la cabeza, y sus ojos se cerraron junto a la voz de Nicolás ¡ese eclipse será fenomenal, mi telescopio espera!
Dudaba. No sabía escribir, y mucho menos una carta. Sin embargo, comenzó a tener la noción de que llevaba largo rato mirando el rosicler fulminado que levanta pie y camino a la noche. No era practicante de mirar hacia el cielo, para él era otra cosa de las muchas más entregadas por la vida, junto al mar, las plantas, la política y otras concepciones que no le interesaban.
Esta vez sin proponérselo cambió su rumbo mientras miraba el cielo. De pronto llegó a lo que llamaban La Bahía Seca, por que era un piélago de mar liso con azul sin rostro y siempre muerto de mareas. La noche le cayó encima. Volvió a mirar. Ahora le acompañaba una brisa lenta como de lejanías milenarias. La mirada está completamente arriba, como el escape del cualquier telescopio buscando la mies de los astros. Sorprendido comenzó a ver el reflejo de las estrellas sobre ese inexpresivo azul, mar pequeñísimo y dueño de nadie. Quizá el acto furioso y dulce de mirar el cielo sobre el ese mar huérfano le comenzó a escupir a cámara lenta mensajes, o signos, o ideas sobre un deseo, o pendejadas que no eran las recetas de cocina susurradas por Florinda Rey en su programa de radio.
No dejó de mirar, ahora casi al filo del eclipse imaginó ver las estrellas buscando otro baile y cambiándose de sitio y quitándose la ropa.
¿Quitándose? La ansiedad no le tenía otra contestación. La ansiedad lo jodió de tal manera, que las estrellas se allegaron casi hasta sus mocasines, orilla pura y un encuentro: Azul.
En la urgencia de descifrar esa madeja logró alcanzar un viejísimo pedazo de almendro, y comenzó la pantomima del dibujo, signo, sueño corporal, hipnotismo, lo que fuera.
No vio el eclipse. Lo olvidó completamente ante la emboscada sideral que había vivido. Así fue por dos meses, Azul, Leche, Cuerpo, espíritu, canción, penetrarte, gritar, alumbrarte, chupar, y finalmente galaxia, e infinito.
Las guardaba en una gaveta cuya llave celaba con pasión y silencio. La abuela Ernestina le impelía a contestar la pregunta, ¿eres otro o eres mi nieto? Abuela, las cosas cambian a los 34 años. La vida le rasca la nuca a los dormidos. ¡Ay que disparate tan bonito!
En la gaveta, escritas en papel de estraza, yacían cada una de las palabras a usarse en una carta erótica sin miedos ni lamentos. Hasta le dio un embeleso de dibujante usando de técnica el aguafuerte, intentando dibujar los senos de Sofía bajo el esplendor del escote, desde luego abandonó el intento. Guiado por Nicolás cuya hija era reportera cultural se suscribió a la revista del Museo Metropolitano, al cual nunca hizo planes de visitar, pero recibía propaganda, afiches, y el programa de las exposiciones. Usando su llave dos noches en semana, la gaveta se desnudaba al deseo y escribía.
Ya la abuela se había olvidado del sueño de sus gladiadores heridos y se dormía después de la una de la mañana pensando en la salud mental de Tomás.
¿Qué le habrá dado a este pendejillo? Se preguntaba escuchando a un perro que maullaba cada vez que comenzaba a llover.
Marioantonio Rosa
escritor, crítico literario y actor puertorriqueño
8 comentarios:
Es un amor correspondido en la palabra y la carne, y yo te vi primero. Besos
Siempre es una maravilla venir a verte y a leerte.
Un abrazo.
Marioantonio, fabuloso escrito, como siempre. Besos mi hermano! Ana María te pido permiso para lo que voy a escribir, pero tú sabes bien mis tribulaciones.
Me uno a las palabras de Glifo. No es el foro, pero al menos el más leido. Todo lo que dice esta gran mujer, lo viví en carne propia y un poco más. Las mentiras, el engaño, los cuentos del campo y el pueblo, la supuesta falta de amor, el empuje para progresar, y cómo dice que nunca ha amado a nadie tan intensamente como a una, lamentablemente es una de sus estrategias. Al menos somos dos (yo conozco otra tercera) que ahora estamos con ojos abiertos. Una vez le dije al "poeta" que no le deseo mal...pero deseo que se de cuenta que su enfermedad afecta a otras personas y hasta que no esté en procesos terapéuticos intensivos y GENUINOS, no lastime a nadie más, mucho menos a su niña hermosa, a la cual amé como mía.
Kayse un abrazo solidario a ti, porque sé lo que estás pasando. Saldremos vencedoras en esta tribulación, yo ya aprendí mi lección de esa prueba y sigo adelante con mi vida y mis planes. Te deseo lo mismo.
Yiara Sofía (una de las que probablemente te habló como loca obsesionada,fantasma del pasado, persona que no sabe diferenciar entre lo personal y lo profesional, etc, etc, etc,tú sabes el resto. jajaja!)
Hola Flecha Verde, ese es el amor, carne y palabra... El cuento de Marioantonio ciertamente lo refleja. besos
Menatecato, siempre bienvenido
Glifo, entiendo tu punto, solidaria como mujer, escríbeme a mi mail personal sobre este asunto tan doloroso y desagradable, pero como tú misma escribiste antes de yo borrar tu comentario, este no es el foro... por respeto a los escritores, a la palabra y en específico a Mariantonio Rosa de quien es el cuento publicado, quien no tiene nada que ver con tu triste y lamentable suceso, con el escritor a quien haces referencia voy a hablar Hoy mismo.... Estoy muy desilusionada de su actitud, digo la del poeta que te traicionó
Yiara querida, también te quiero mucho, gracias por tu presencia y en efecto, el escrito es fabuloso... Estás invitada a publicar en esta Ciudad Silente. Eres una gran mujer
un beso
Glifo-Kayse, querida, puedes escribirme a amfuster@prtc.net
Amo el trabajo de Mario Antonio... Que tinta, Capitan!!! Gracias Ana Maria por siempre darnos puro manjar.
Gracias Amarilis!!
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