miércoles, agosto 16, 2017

microcuentos de Ana María Fuster en el Termitero de Comejenpr.org de la Editorial Cultural

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Sequía


A Alexéi Tellerías
 
La sequía había provocado una reducción en los niveles de la voz. El silencio fue tal que se cuarteó la piel, la comunicación y las pasiones de aquella isla. Estaban perdidos, pues las miradas habían huido a otras tierras con mejores pronósticos de lluvia, o tal vez, con mayores presupuestos para cisternas en las que se almacena la querencia. Los habitantes olvidaron la hidratación del deseo, hasta tal punto que sus lenguas se tornaron diminutas. Una mujer, que caminaba con dificultad a causa de la sed y la ausencia de voces, sintió ese día que le acariciaban el cuello. Al volver la vista, se topó con la humedad de otra mano en la suya. Un susurro comenzó a subir desde sus labios inferiores hasta su boca. La otra voz besó la suya. Ambas bocas rebeldes gritaron: ¡Lluéveme! Se abrazaron, provocando el trueno más potente nunca escuchado. Chispearon caricias, gotearon besos como relámpagos palpitados de encuentros, se vinieron sus cuerpos y profundidades unos en otros, sucesivamente. Los en sus sexos, hasta parir palabras y voces: todas las habitantes se lloviznaron de gemidos salpicados voces. ¡Comenzó a llover!

ana maría fuster ©



Fuga de voces

A veces las voces nos hacen travesuras. Por ejemplo, una noche, ellas pintaron espejos en las manos de una mujer. Afortunadamente, esta despertó a tiempo, aplaudiendo tan fuerte que una de las voces quedó incrustada en el espejo. La voz logró liberarse al otro lado. A la noche siguiente, agarró a la mujer y la llevó consigo: donde su derecha es la siniestra y el horizonte es el aquí. Al despertar, ella despierta y observa a su otra ella en la pared, que aterrorizada mira hacia la recámara que se repite una y otra vez. Pasan los días y observa a todas sus ellas en sus recámaras. Habla bajito, mas el eco se torna insoportable, escuchándose una y otra vez en susurros atemorizadores. A la semana, ya desesperada, comienza a gritar tan y tan fuerte que su voz finalmente choca contra el espejo y lo rompe. Solo así pudo fugarse de la maldad de su voz, quedando libre, pero muda.

ana maría fuster ©

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