lunes, julio 25, 2016

escritora invitada : Emma Jeanette Rodríguez

"Sangro furiosa porque tengo hambre de desenmascarar
la agonía y los silencios inmortales.
Emma Jeannette Rodríguez"



poeta, narradora artesana, sicóloga, gran mujer
Emma Jeanette Rodríguez es la escritora invitada hoy en Silencios de Papel
con una muestra de su excelente libro
El truco de la loca 




Garganta de ceniza

Hoy trago versos perdidos en la piedra abrasada por un fuego casi marchito. No puedo hablar cuando mi mente altera todo su ritmo de voces y adentro la música no para. Las muñecas juegan a encontrarme, repiten mi nombre y entiendo que este poema también es posible. Escribir es el escenario de los muerto es escuchar el lenguaje de los agonizantes.




Que se apaguen las guitarras

La línea de las melodías se enreda en las notas del último viaje. Nadie las escucha porque son ellas las que se retuercen al paso de la nada.





No me olvides

Sangro furiosa porque tengo hambre de desenmascarar la agonía y los silencios inmortales. No importa si mis partículas ya son fugaces y la copa está vacía. El juego del holocausto ya es muerte en mi cuello. Estoy condenada a su cabeza porque es inútil escupir secreciones en los podridos esquemas. Es inútil por que ahí viene ese varón que maya y construye en su suicidio glorioso. Me clavo la guerra   las mentes estrechas    el miedo caníbal   la página del cero   el infantil desnudo que me hace caminar furiosa por este limo. Hay ácido en mi lengua mi celda se arrastra al gatillo de la intolerancia. Siempre quedo intacta en el tiempo   en las canciones   en el cadáver   en las flores   en la historia del cangrejo que nunca vio su orilla.

Las matutinas perdurables

Son las cuatro de la mañana    el rostro del hombre se lamenta bajo la imagen fiel de su cuerpo desolado. Aún camina con perros absurdos de llantos concretos. Los escollos de sus recuerdos inútiles se debilitan al microscópico pelo sutil    mundo de su vaga fragancia. Son las cinco de la mañana    sus pies helados cantan al lado del campanario. Se reflejan los muros de su inocencia resplandecida. Eterna son las seis de la mañana    la mirada de aquél hombre con voz cocida se duerme en el ejemplar de los múltiples aguaceros. Son los hombres perdurables    los ciegos del alma    los que buscan sus cabezas violentas  y se retuercen en la orilla de una cloaca sin dientes.



La demencia de los olmos

Surge una voz moribunda dentro de mí. Se me ha roto la existencia espinosa. La rata sigue moldeando en la pasarela de los pensamientos. Alguien deja caer una gota desdoblada con olor a púrpura. Son otros los que rompen lámparas y venden sus pedazos en las esquinas de la inconsistencia. Mi cabeza llora atemorizada por la torrente lluvia de insomnios agujereados.


domingo, julio 24, 2016

escritor invitado : Edgardo Sanabria Santaliz


"Con el pañuelo, al secarme las lágrimas, se me diluyeron los ojos y quedé sin visión y sin memoria de lo que me había hecho llorar." 
 Edgardo Sanabria Santaliz





Silencios de Papel tiene el honor de publicar una serie de microcuentos inéditos 
del destacado escritor puertorriqueño
 Edgardo Sanabria Santaliz.


 

Dar del cuerpo

Cada vez que te sientas en el trono, revisas antes para asegurarte de que no haya un sapo o un ratón o una cucaracha o una iguana, o peor que esos cuatro, una culebra que te sodomice antes de que puedas evitarlo, y entonces tengas que recurrir a demandar a la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados, por no mantener a esos falos sin cuerpo fuera de las tuberías, menos mal que no eres sino un pobre diablo, imagínense -te dices a ti mismo- que le ocurriera a otra persona, como, por ejemplo, a alguna figura política o artística, o, lo que es más execrable, a alguien del ambiente religioso o a un menor; recuerdas que cuando eras pequeño te ñangotabas sobre el asiento de madera del inodoro porque temías que la serpiente del paraíso saliera a reclamar el fruto prohibido, pero desde hace sesenta años tomas asiento tranquilo, aunque siempre chequeas antes y sigues sin entender cómo hay tanta gente que lee en paz libros y revistas mientras dan del cuerpo sin pensar en la posibilidad de que al cuerpo suyo le den por donde no le da el sol.


Cuatro muertes

Del verdor aterciopelado de la jungla, dos figuras vestidas de negro y con máscaras de nailon se acercaron al asilo de ancianos. Por una ventana abierta al frescor nocturno chirriante de insectos, treparon e ingresaron a la estructura, que era un ranchón miserable más que otra cosa. Comenzaron a entrar en cada cubil y a amordazar a los viejos y a esposarlos a la cabecera de sus respectivos camastros. Ellos se dejaban hacer porque no tenían ni fuerzas para gritar. Con las cuatro monjas la cosa resultó más difícil, porque opusieron una resistencia suplicante y llena de lloros. Al terminar, procedieron a ejecutar, de un pistoletazo en la nuca, a uno por uno. Luego salieron y se los tragó la selva. A los dos días, la mayoría de los periódicos del mundo daban cuenta de lo ocurrido con titulares más o menos semejantes: Asesinan a cuatro Misioneras de la Caridad, mártires del terrorismo.


Historias

Se me había ocurrido un argumento. Pero al no sentarme de inmediato a escribirlo, se extravió. Busqué las palabras en la cabeza y por la casa. Se habían escondido expertamente, o quizás habían dejado de existir. Sin embargo, en mis adentros, algo me decía que estaban vivas todavía, así que seguí investigando. Cuando ya no pude más -de lo cansado que estaba- me acosté (había pasado la medianoche) y me dormí justo en el momento en que mi nuca tocó la almohada repleta de otras muchas historias (algún día, en uno de mis sueños, me enteraría) que nunca había logrado escribir porque eran para ser contadas en el más allá.




Pequeño gran mundo

En la red informática se publicó la noticia de que, en equis fecha, un objeto espacial pasaría bastante cercano a la Tierra. En la misma, la NASA hacía un llamado para que la población mundial no se inquietara, ya que se trataba de un cuerpo sideral pequeño que no causaría daño alguno. Todo esto acontecería el 20 de mayo del año presente, y estábamos ya a finales de abril. Lo peor que podría ocurrir era que el mar se encrespara un poco y que mordisqueara levemente las costas. Y, en efecto, con el paso de los días, los terrícolas comenzaron a percibir que, en las noches, lo que antes era un punto luminoso comparado con la luna, se iba acrecentando hasta adquirir el tamaño de una sexta parte de nuestro satélite. Y así, cada veinticuatro horas aumentaba más y más, hasta que adquirió las proporciones de una gigante luna llena. Entonces, el pánico invadió a los habitantes de la Tierra y muchos de ellos enloquecieron o se quitaron la vida. El mar ya inundaba las arenas de las playas hasta alcanzar los fundamentos de casas y edificios, cuyas paredes y muros comenzaban a agrietarse. Los pájaros chocaban contra los vidrios de las ventanas, desesperados por buscar refugio en las viviendas de los humanos. Y el cielo diurno se coloreó de un verde viciado que competía con la tenebrosidad ausente de estrellas en las noches. Hasta que por fin llegó el presagiado día, y entonces las vastas muchedumbres de ambos hemisferios contemplaron un pequeño mundo radiante que pasaba junto al suyo y desde el cual sus habitantes les miraban asombrados porque era evidente que nunca, en toda su historia, habían conseguido convivir en paz.





Lágrimas

Con el pañuelo, al secarme las lágrimas, se me diluyeron los ojos y quedé sin visión y sin memoria de lo que me había hecho llorar. Tuve que arrodillarme y tantear por todo el suelo de la habitación las dos especie de escupitajos hasta hallarlos y pegoteármelos a las cuencas, con lo cual recuperé la vista pero no pude dar con el dolor que me había gelatinado los ojos porque se había alojado en algún otro lugar que era o no mi cuerpo y que ahora emitía un desesperante grito que deshacía no sé qué cosa.




En 2016  la prestigiosa editorial Isla Negra Editores, dirigida por el poeta Carlos Roberto Gómez Beras publicó una edición antológica de los cuentos del narrador Edgardo Sanabria Santaliz, presentada en Libros AC por la escritora y catedrática Dinorah Cortés Velez






Brújula

Desperté en algún momento durante la madrugada sin poder recordar dónde me encontraba y qué había fuera de las cuatro paredes de aquella habitación. Me llené de espanto porque era la primera vez que me pasaba en mis años de vida y porque -ya lo dije- no lograba recordar mi entorno ni qué hacía yo allí. De inmediato me vino a la mente la imagen de una brújula averiada cuya aguja daba vueltas locamente en busca del norte magnético. Semidormido, observé las dos puertas y las dos ventanas (cerradas todas para que no escapara el aire acondicionado), pero -lo repito- se me escapaba lo que había detrás de ellas. Fue el cantar de los coquíes -que atravesaba la ventana a mi derecha- lo que me empezó a ubicar como si yo fuese una nave descendiendo sobre la superficie de un planeta. Fui recordando que en ese lado había un jardín y que, tras la ventana y la puerta izquierda, había una salita (y otro jardín más allá). La puerta frente a mi cama daba al baño. Y con todo ello me vino la realización de que me hallaba en el asilo. Me levanté bailoteando los pasos de borracho que los medicamentos nocturnos me producen, y, tras ir al baño, me acosté de nuevo y me arropé y me dormí. Fue por la mañana que la brújula se compuso del todo y comprendí hacía dónde navegaba mi cuerpo.



Oyente

Me puse los audífonos y, al rato de estar escuchando música, sentí gotas de humedad en los hombros, y cuando abrí los ojos descubrí que me sangraban los oídos. Creí que el volumen de los aparatos auditivos me había causado daño, o que las notas del Wiener Blut Walzer, de Johann Strauss II -que era lo que estaba escuchando en aquel momento- se habían transubstanciado en lo que circula por las arterias y venas, para demostrarme que la música es lo que le da vida al alma, pero el pensamiento me pareció cursi y lo deseché, y sin miedo me quité los audífonos y, para mi enorme sorpresa, descubrí que la música seguía resonando en mis oídos pero no en lo que sostenían mis manos, que no eran los audífonos sino la batuta ensangrentada que -lo entendí entonces- se me había incrustado de oreja a oreja, atravesándome no el cerebro, sino el corazón, porque -deduje en aquel instante- cuando la música se entrega al oyente (y viceversa), el cerebro trasmigra hasta el pecho y el corazón hasta la cabeza, desde donde continúa bombeando sangre, mientras que la mente discurre en latidos que se acompasan al ritmo y a la melodía de lo que resuena.


Hogar


Somos jóvenes. No estamos enfermos. Tenemos empleos u otras responsabilidades, y por eso vamos a toda prisa por la autopista. Y especialmente cuando pasamos frente al Hogar de Ancianos, un gigantesco edificio de tres pisos oculto en gran parte por un muro altísimo y recubierto de hiedra. No queremos mirarlo, mantenemos la vista en el horizonte, aunque su torre coronada por una cruz de cemento se nos quede pintada en el rabillo del ojo el tiempo suficiente como para pronunciar mentalmente las tres palabras colocadas en la fachada principal y que identifican el motivo de su existencia. Pero ya, en el próximo semáforo, las hemos olvidado -palabras, muros y torre- y seguimos camino de nuestros oficios o deberes. Mientras tanto, en aquel sitio, otras personas viajan por senderos que no queremos llegar a soñar, porque no nos cabe en la cabeza que alcanzaremos a ser como ellas, y lo negamos de plano y de todas las formas posibles, hasta que venga el tiempo ineluctable cuando otros serán los conductores, y nosotros, los residentes.
 
Espejo

Dos personas, frente a un espejo, se besan. Las miras y lo perciben y se separan, saliendo cada una por cada lado. Miras el espejo y te das cuenta, con absoluta certeza, de que eras una de las personas que estaban ahí. Fuera del espejo, buscas a tu derecha e izquierda para dar con la otra persona, pero no hay nadie. Miras nuevamente y, a la izquierda del espejo, asoma un brazo que tu imagen agarra y atrae hacia sí. No obstante, fuera del espejo, permaneces tan quieto y retraído como el tronco de un árbol. Miras una vez más y ahora están besándose de nuevo, pero no eres ni una ni la otra persona reflejada. Sales del campo visual del espejo y entonces sin querer te haces añicos al chocar con el tocador que hay junto al ropero de caoba que esconde tu más íntima identidad.


Copyright E.S.S.






viernes, julio 22, 2016

escritor invidado desde República Dominicana : Alexei Tellerías

Silencios de papel presenta una selección literaria del 
poeta, cuentista, performero, periodista y gestor cultural dominicano
Alexei Tellerías







Mirándote (Esta tristeza...)


“Mi tristeza es mía, única, egoísta/con nadie quiero compartirla/y a nadie hago responsable de ella”

Rosa Silverio


Sentada en tu nave me miras. Tus ojos combinan con esta tarde gris. Gris también es la emoción de mi garganta. Hay una lágrima bautizando tu mirar. Pretendo regalarte la última sonrisa pero tu esbozo de congojas allana el camino  a un caudal en mis ojos. ¿Dónde soltar este envoltorio que me pesa tanto? La máscara cayó, apenas queda mi cuerpo desnudo. Afuera el mundo gira en cámara lenta. No es el mío. Ardo en deseos de quitarme esta mordaza que tanto hiere. Liberar la angustia producida por la voluntad no cumplida de beberme tus ojos. Al observar el objeto que te aleja de mí, hay cristales empañados. El dolor, aquel mismo que no sé nombrar, torna en dulce y adictivo. Me aferro a él con el mismo amor con que hoy te dejo partir de mi vida.
(De “Secretos Amor-dazados”, poemario inédito) 


En crudo

Voy dejando que la distorsión arruine el poco de sordera que aún pervive entre mis oídos y que mis dedos canalicen todo el amasijo de emociones que se van acumulando con la secuencia de los segundos de un día bizarro. He tenido sueños particularmente raros y respetables, he volado y vuelto a caer entre tierra y ansiedades. Hurgando con las uñas comidas hasta el tuétano y reflexionando sobre las posibilidades de elevar vuelo, maleficiando las esferas que se me escaparon de entre los dedos… ¡Sí, los dedos! Alojando esa carencia de uñas que empiezo a extrañar con dolor de parto, al contacto cercano de la piel con la atmósfera. Y mientras todo esto pasa, la misma vibración que me destroza con alegría el cráneo, se pregunta si alguna vez llegaré a volar a la velocidad que mi subconsciente ansía, la misma que me brinda una guitarra desafinada en re menor y que destroza como sierra eléctrica a Britney Spears. No, que no hay nada como una guitarra que llora en clave de death metal.

(De “Cuaderno de Catarsis”, Editora Nacional, Santo Domingo, República Dominicana. 2011) 



Nubosidad variable

Las Antillas se pretenden archipiélago de espaldas. Centrífuga desambiguación coralina. Uno se las imagina fragmentos de materia de Dios limpiándose las manos en el Atlántico después de haber dibujado América. Hormigas de mar. Suma de soledades. Condenados al islicidio en barricas salitradas. Cierro los ojos porque me da con utopizar islas como probabilidad de un aguacero rajao con sol brillante. La brisa te anuncia lo que te llegará. (a)brazos de ron rodean el azar de haber nacido entre trópicos, más allá de patriotismos trasnochados y felicitaciones por ser caribeño en plazas coloniales. Abro los ojos. Un océano níveo se disputa la brillantez del día con la cúpula añil. Soy apenas un píxel en el coro planetario. Me declaro isleño con el mar en reverso. 
(De “Cicatriz”, poemario inédito)


Una isla es la posibilidad de un abrazo.
 Media isla, la circunstancia de agua por todas partes. Los huracanes nos consumen lentamente. Allende los paralelos se decidió nuestra suerte. Archipiélago de fuego, granizo en el centro del Caribe. Media isla, (dos tercios, más bien). Besos de sal y yuca. Asidos de isleñoranzas, nos sospechamos abandonados a suertes imprecisas. Las dagas de Colón perforan la noche cuando la electricidad se antoja. Caminamos orgullosos en la pretensión de Alicia. No hay gatos de Chesire que nos alumbren la oscuridad. Guarapo de sangre es nuestra historia, tantas veces canibalizada desde el origen. Verano e infierno nos dibujan la piel de sudor. ¿Qué nos queda? Acaso bailar al compás de maretazos ficticios, porque el plástico tomó el lugar del agua frente al Ozama. ¿Nos atreveremos a profanar decálogos?
(De “Cicatriz”, poemario inédito)




De lunes a viernes

De lunes a viernes soy un duende oculto en la Zona Colonial.
Así me llaman, Duende.
He llenado de piercings mi hablar,
combinado con miradas andróginas.
Los días de la semana confundo a todos,
guachimanes, taxistas, turistas,
los cueros de la Palo Hincado,
camareros recién llegados y uno que otro Politur.
Así brota mi leyenda,
robándole cigarrillos a los indigentes,
tumbándole mi diezmo a los falsos mendigos del sida
bailando sin música en el parque Colón
rodando el horizonte de salitre
desde el obelisco macho al hembra.
Duende sin magia con los Converse sucios hasta el tobillo
los pantalones de corduroy gastados
que delatan mi ser entre los bares.
De lunes a viernes soy la envidia del dedo del Almirante,
el alma de los palos cada miércoles en La Espiral
conocedor de cada adoquín de la Meriño
mano derecha de la diestra de Satanás.
La Duarte con Nouel me ha visto vomitar la jiel varias veces
y caminarla en otros hombros hasta la emergencia del Padre Billini,
cazadores de la dextrosa perdida.
Soy el duende.
Los días de semana ni yo mismo se quién soy.
Mi refugio es la hierba,
me escondo entre músicos, metálicos, poetas y mochilitas.
A medianoche del viernes la historia es otra.
Torno en licántropa,
bella,
majestuosa.
Me miro en el espejo
y me enamoro del sueño en que me he transformado:
Santa Bárbara de los bares
nuestra señora de las plataformas
madre del rímel divino.
Soy Changó, dueña de truenos y relámpagos
al choque de mis uñas.
Bembé infinito indefinido
Estrellita losminera que traga whisky como agua
Mientras tiene fantasías de psicóloga clínica
al volar entre nicotina y alcohol
levantando machos, secuestrando maridos.
Los sábados,
cuando Bárbara me habita la piel
me siento bella,
esplendida,
caminando frente a la Catedral
tirándole besitos a su excelencia reverendísima
cuando está dando misa
(pero solo por joder,
él no es mi tipo)
robando atenciones
al bailar salsa en Secreto Musical
¡pa' gozá!
todos hacen una ronda para verme
gozando como bestias.
Ricthie Rey y yo somos una misma cosa muy mía.
Las papeletas llueven sobre la pista
también de vez en cuando una botella vacía
pero yo no me intimido
ni siquiera cuando me agacho a recoger
lo que mi sudor me ofrece.
Soy Bárbara, Changó, la guerrera,
con dos toneladas de calamina en cada oreja.
No le tengo miedo a la candela
vestida de rojo con paños blancos.
Soy la cuñada astral de Celina y Reutilio
acuchillo con la mirada
a quien se me meta en el medio.
El ron va bajando y el calor subiendo
Igual que los deseos de que nunca llegue el lunes
y haya que volver a mutar
para sobrevivir.



Chipeo poético con Rita

“quiero montar equeibol

y yo no tengo equeibol

voy a empeñar los arete de mi mai

pa comprarme un equeibol”

Rita Indiana Hernández

Quiero montar equeibol
Quiero montar equeibol y joder en walls ajenos de feisbuk
Quiero montar equeibol y privar en el más cool porque quiero montar equeibol y no tengo equeibol
Quiero montar equeibol y tirarme una foto pa subirla a feisbuk y taggear a tuer mundazo pa que sepa que yo monto equeibol
Quiero bailar mientras quiero montar equeibol sin tener equeibol, pero queriendo empeñar los arete de mi mai pa comprarmelo
Quiero montar equeibol aunque sea uno marca Malone con las ruedas engrasás y con un pegote de plástico en la parte de atrá que haga las veces de freno
Quiero montar equeibol mientras bailo que no tengo un equeibol
Quiero montar equeibol con mi teni conver rodando Gascue abajo en neutro hasta que un tubo me pare o me jalle una rampa de cemento
Quiero montar equeibol y ecribir en mi tuitel desde mi blaberry que toy montando equeibol, aunque me etralle contra el piso y me haga par de raya bacana en el caco por el pavimento
Quiero chipear libremente y que me digan que los arete de mi mai no valen lo suficiente pa comprarme un equeibol
Quiero montar equeibol y etrallarme en la piscina de arroyo hondo con to y ropa aunque el blaberry se me moje con tó
Quiero tener un equeibol pa rodar como mis panas que sí tienen un equeibol
Quiero montar equeibol y chipear el atardecer como un viaje astral en medio de un tri sixty kick flip que ponga a lo chamaquito a gritar como en un casé de the doors
quiero poner en mi status de feisbuk que quiero montar equeibol… pero que no tengo un equeibol
Quiero defender mi derecho al chipeo sobre un equeibol
Quiero separar la palabra equeibol en sílabas y soltarla por la yuca del mirador hasta que se rompa la tabla de tonijok que me consiguió Oché
Quiero montar equeibol.


Nochebuena, 2:28 AM


Algún día vendrás a casa.
No te serán extrañas las telarañas
ni el ruido de los carros al pasar
(ya sabes de las canciones interminables).
Vendrás vestida de furias,
soledades brotando de tus manos.
Asomarás a mi balcón,
contendrás el aliento,
me regalarás la primera mirada triste,
beso anidado en los contenes de mi espalda,
diciéndome sin decirme
que la distancia siempre fue fábula.
Llegarás de madrugada
envuelta de rojo, blanco y gris
atrás habrán quedado las estrellas oscuras tristes.
Soltarás el equipaje,
tus manos destrozarán metáforas
al rodear mi cuello.
Mis cancerberos guardarán silencio,
amanecerá en tus labios saludando mi incredulidad.
Algún día vendrás a casa,
vestidita de orgasmos
y te quedarás para siempre,
significando para siempre
cuando quieras marcharte.
(De “(Sobre)Vivir”, publicado dentro del compilado “Esto no es una antología: palabras que sangran” de El Arañazo, Colectivo Literario. Ediciones Ferilibro, Santo Domingo, República Dominicana. 2012)


3:00 AM

La madrugada perdió su nombre,
abrazada de ruidos urbanos.
El hueco del silencio en la pared
alimenta mi insomnio,
junto a esencias escondidas
en un rincón de tu cuello.

De pronto,
es jueves por la tarde en el teatro del subconsciente
Ráfagas disparadas por la TV
amplifican este sitio
donde se juega al placer.

Nos redescubrimos mutuamente
y reescribo con mi saliva
el mapa de tu goce.

Bebernos, sentirnos…
Nuestras pieles presagian guerra.
Las ráfagas prosiguen,
ajenas a nuestro propio fuego
pero el ruido escondidode un teléfono
nos recuerda
lo prohibido del encuentro.

Bendices las manos
que te han llevado al éxtasis
en ticket de ida y sin vuelta.

Han muerto las frustraciones horizontales
solo quedannuestras miradas entrelazadas
y la valentía que brinda
el violar reglas
por el goce
de transgredir.
(De “Nocturnidades”, poemario inédito) 



Alexéi Tellerías (Santo Domingo, 1981). Periodista, escritor, gestor cultural y artista multidisciplinario. Autor de los libros “Cuaderno de Catarsis” (poemario, 2011) y “(Sobre)vivir” (poemario, 2012) e incluido en revistas literarias y antologías publicadas en Puerto Rico, México, Venezuela, Perú, Estados Unidos y República Dominicana. Ganador del premio de cuento del concurso literario Alianza Cibaeña 2009 con “Los peces del subsuelo”. Fundador/coordinador de “El Arañazo, Plataforma Cultural” que organizó en 2013 el Encuentro Caribeño de Escritores “Lengua de Mar”.