lunes, julio 18, 2016

narradora invitada : Pabsi Livmar

Silencios de Papel publica hoy una muestra
de la cuentística de la traductora, subtituladora, percusionista y escritora puertorriqueña
Pabsi Livmar






 

            La figura encapuchada me toma de la mano y me invita a irme con ella. Nos adentramos a una gota de lluvia, de esas que se cuelan por los mosquiteros de las ventanas y se burbujean en las celosías venecianas para mostrar en su reflejo arcoíris sobre paisajes mustios. Adentradas en el agua veo que su rostro lo componen muchos rostros: mi madre fenecida, el padre que nunca conocí, la hermana menor que no llegó a su primer año de vida por ahogarse en su propio vómito. Quiero echarme a llorar a sus pies, pero no me lo permite.

            «Mira».

            No había público dentro de la carpa, pero sí una luz seguidora que me alumbraba. En tinieblas, extendiéndose en circunferencia a diestra y siniestra, los artificios y habitantes del circo, oscuros todos, paralizados, hasta que la amalgama de horrores me cansa la vista.

            Primero distingo los relojes que marchan al revés. Tactic, tactic, mascullan. Detrás de ellos, cual lobos hambrientos, perros salivando orines. Corro porque tengo miedo y el cuerpo no sabe hacer más, porque expedimos adrenalina y nuestro cerebro apuesta por la supervivencia.

            Llego a los confines de la carpa. No son telas lo que hacen de paredes, sino vitrinas vacías. Empiezo a hundirme en un hoyo negro que me hala hacia abajo, a otro espacio sin límites ni soles, mucho menos maravillas. Así es como llego de nuevo al centro de la tarima.

            Se repiten los relojes y los perros y los orines. Me quedo quieta y espero a que hagan algo más, hasta que lo hacen: se extienden en el tiempo como se alargan los rayos gamma, y así desaparecen. Del techo caen cuadros de cabezas guillotinadas y a mi alrededor corretean enanos a son de balas y botas vaqueras. Se disparan, se matan. Es más fácil así, me reconfirmo. Suena un cañón y aparecen los trapecistas. Se lanzan y expanden en el aire con esa gracia peculiar de los que nacen con alas. El techo se abre de nuevo, esta vez para colgar las telas de seda. Allá llegan los trapecistas y se convierten en amantes. Se besan, bajan; se desnudan, suben; se aman; en fin: bailan. Terminan su función y, luego de los jadeos, se pasean en tierra, a mi nivel, sonrientes, sobre los cadáveres. Cuentan bromas en una lengua que nadie entiende y ríen alto. Cuán terrible y jodido es estar enamorado.

            El cañón dispara otro anuncio y llegan corriendo, salvajes, caballeros en armaduras desarmonizando notas altas en trompetas. Llegan, asimismo, bufones con máscaras de la peste bubónica. Los relojes se hacen arena y se edifica desde el suelo, en medio de todo y de todos, un carrusel silente que, en vez de caballos y asientos de plástico, lo conforman maniquíes de sonrisas amplias y uniformes de milicia tan brillantes que me laceran las retinas.

            Pienso en Horacio Quiroga y en que alguna vez dijo que hay pocas cosas más terribles que encontrar en el mar un buque abandonado. Por supuesto, entre esas cosas están incluidas las mujeres que tienen que cargar en el vientre los fetos de un marido que en lugar de caricias propicia moretones; también, las que sobreviven soñando despiertas con vivir otras vidas, ver otras cuatro paredes, conocer otros destinos.

            «¿Dónde estoy?».

            «¿Para qué preguntas si lo sabes? En el Jurutungo Viejo».

            Incluso con la joroba y el pelo desaliñado, los párpados entornados y el cuello sucio, me siento que no pertenezco con los demás personajes del circo. Ese es el problema: el daño ya está hecho, nada nos cambia la psiquis. Somos polvo y mugre.

            «Eres libre para hacer lo que quieras», añade. Me toco las mejillas pintadas a golpes.

            «Quiero despeñarme por la rampa del olvido», le digo sin emoción.

            «Puedes hacer todo, excepto eso».

            Entonces reafirmo que los que viven con miedo no sueñan, porque nunca encuentran sosiego, sino que tienen lacónicas pesadillas.


-------


 




¡Cállense de una vez!

¿Tú te crees que tú mandas?

Aquí no manda nadie.

Aquí mando yo, pendeja.

Cabrón. Por eso te las pegaron, por creído.

No sigas jodiendo o te meto un bofetón.

Atrévete y te reviento.

Ya viene el jodio maricón este a hacerse el más machito.

Esteban, ya hemos hablado de estos comportamientos y arranques. No te hacen bien y no le hacen bien a nadie. Tienes que controlarte.

¿A qué carajos vienes tú? Tantos estudios y tanta cosa, y no puedes ayudarnos.

Bueno, si me escucharas... Esteban... Esteban... ¿Qué haces buscando un cuchillo? ¡Esteban!

Ay, no puedo respirar. No puedo respirar. ¡Ayúdenme!

Alguien tírele la pompa a la abuela antes de que se nos desmaye.

¡Déjenme salir de aquí!

¡Déjenme salir de aquí!

¡Ahhhhhh!

Ja, ja, ja…

¿A dónde se fue Gina? Llámenla y díganle que no es momento de esconderse y llorar.

¡Gina!

¡Gina!

Odio sus peleas.

Y yo te odio a ti.

¿Podrías dejarnos en paz un solo día? Es todo lo que pedimos.

Puta.

Esteban, deja quieta a Gina.

Quítate, que aquí tú no compones nada.

Respira, Gina. Olvídate de discutir con este.

¡Esta noche nos morimos todos! No los soporto más.

Esteban, déjate de mierdas.

No te luzcas.

¡Eso duele, carajo! ¡Para ya! ¡Nos vas a matar!

¡Esteban!

¡Ayyyyy! Esteban, por favor... Por favor... ¡Déjame crecer!

¡Suelta  el cuchillo! Estás asustando al niño.

Ven acá, Tomás. No lo escuches. Tú crecerás y serás alguien, ya verás.

Tú no serás nada. No serás nada, porque no eres nada. Eres fuckin’nadie. Estás aquí encerrado con todos nosotros y nunca, ¡escúchame bien!, nunca podrás salir.

            —¡Silencio!

            Una tristeza me oprime el pecho mientras me envuelvo el antebrazo con gasas y limpio la sangre. En mi cabeza vuelven a confundirse, in crescendo, las voces de los otros. Preguntan si estamos bien. Dicen que Esteban se fue a su rincón, enfurecido. Dejo de prestarles atención. Medito sobre qué mentira le diré a Carmen cuando vea las cortaduras. Me sobreviene una especie de cansancio, pero reconozco que no es mío, sino de Esteban.

            —Cuando vuelva a la cama nos acostaremos todos —anuncio en voz alta y con autoridad, frente al espejo.

            Bajo el calor de las sábanas, una suave oleada de serenidad despeja las voces. Incluso cuando hay tanta paz, pienso

pensamos todos

            que Esteban está fuera de control.

Carmen es tan buena. Sería una lástima que le ocurriera algo.

            Augusto habla y se disipan las voces de los demás. Soy el único que, a veces, tiene control sobre él.

            —A dormir.


-------





(Extracto)
Tragedias urbanas
 
Visitante
            Duermo. Me despierto a medias por el ruido de una motora que pasa por la calle. Justo antes de sumergirme en las olas de la bifurcada realidad alterna, el ruido se hace más fuerte. Más cerca. Abro los ojos y siento que inhalo con fuerza, pero en realidad me quedo tiesa, confinada en ese limbo donde el tiempo se detiene y se convierte en penumbra, y solo pienso en recuperar el aire que de pronto me falta. No reacciono a tiempo. La sangre me cubre los ojos. Y el fantasma vestido de sombras presiona aún más la sierra eléctrica contra mi cabeza.
 
Adiós
            El chofer pone la mano sobre la ranura para entrar la tarjeta ATI. No me sorprende. El sistema está averiado desde hace tanto que ni recuerdo. El sistema entero está averiado, ese es el problema. Tomamos asiento en la última fila. La opresión y los atropellos maquillan los rostros de las mujeres que se amontonan en la AMA, la preocupación y el desespero se despliegan en violencia macharrana en los del otro sexo. El chofer sube el volumen de la radio y se escucha la noticia del anciano que encontraron con moscas en la boca en la ribera del Espíritu Santo.
            La biología celular enseña que un electrón cae de una órbita a otra de menor energía.
            «Et si on s’en va?», me preguntas.
            Pues, que nos lleven los muertos a su marejada de gritos.
 
Cuatro
            Traté de detenerme los pies antes de llegar a la cuarta escena del crimen. El cadáver de la mujer sin nombre estaba hecho trizas. El asesino la había desmembrado en vida. Escribir el recuento del hallazgo me provocó náuseas. “Le cortaron varios dedos y le arrancaron las uñas; los brazos muestran golpes desde la articulación de los hombros hasta el nivel de la muñeca; hay quemaduras de segundo grado en las piernas; le extirparon los senos; uno de los pies le cuelga de un hilo de sangre y nervios de una pierna; le falta un ojo.” No se me hizo tan difícil imaginar lo que vivió la víctima durante tres días de pura agonía. Sobre el pecho de la mujer había colocado el detalle distintivo del crimen: un boomerang viejo. “Tenemos un asesino en serie”, anuncio.
----

Pabsi Livmar (Puerto Rico, 1986) estudió música, lenguas modernas y traducción. Ha publicado literatura en antologías nacionales y en revistas internacionales, así como material educativo con la Editorial Klett y la Universidad de Puerto Rico. Por años fue escritora y bloguera en Universia de Banco Santander, Hotcourses Latinoamérica y la misma Universidad de Puerto Rico. Hoy es Traductora Jurídica en el Tribunal Supremo de Puerto Rico y profesora de traducción en la Universidad Católica. Además, provee traducciones y subtítulos de cine y televisión para Netflix, ZOODigital y NG Subtitling. Pueden visitarla en pabsilivmar.com

No hay comentarios.: