"Sangro furiosa porque tengo hambre de desenmascarar
la agonía y los silencios inmortales.
Emma Jeannette Rodríguez"
poeta, narradora artesana, sicóloga, gran mujer
Emma Jeanette Rodríguez es la escritora invitada hoy en Silencios de Papel
con una muestra de su excelente libro
El truco de la loca
Garganta de ceniza
Hoy trago versos perdidos en la piedra abrasada por un fuego casi marchito. No puedo hablar cuando mi mente altera todo su ritmo de voces y adentro la música no para. Las muñecas juegan a encontrarme, repiten mi nombre y entiendo que este poema también es posible. Escribir es el escenario de los muerto es escuchar el lenguaje de los agonizantes.
Que se apaguen las guitarras
La línea de las melodías se enreda en las notas del último viaje. Nadie las escucha porque son ellas las que se retuercen al paso de la nada.
No me olvides
Sangro furiosa porque tengo hambre de desenmascarar la agonía y los silencios inmortales. No importa si mis partículas ya son fugaces y la copa está vacía. El juego del holocausto ya es muerte en mi cuello. Estoy condenada a su cabeza porque es inútil escupir secreciones en los podridos esquemas. Es inútil por que ahí viene ese varón que maya y construye en su suicidio glorioso. Me clavo la guerra las mentes estrechas el miedo caníbal la página del cero el infantil desnudo que me hace caminar furiosa por este limo. Hay ácido en mi lengua mi celda se arrastra al gatillo de la intolerancia. Siempre quedo intacta en el tiempo en las canciones en el cadáver en las flores en la historia del cangrejo que nunca vio su orilla.
Las matutinas perdurables
Son las cuatro de la mañana el rostro del hombre se lamenta bajo la imagen fiel de su cuerpo desolado. Aún camina con perros absurdos de llantos concretos. Los escollos de sus recuerdos inútiles se debilitan al microscópico pelo sutil mundo de su vaga fragancia. Son las cinco de la mañana sus pies helados cantan al lado del campanario. Se reflejan los muros de su inocencia resplandecida. Eterna son las seis de la mañana la mirada de aquél hombre con voz cocida se duerme en el ejemplar de los múltiples aguaceros. Son los hombres perdurables los ciegos del alma los que buscan sus cabezas violentas y se retuercen en la orilla de una cloaca sin dientes.
Son las cuatro de la mañana el rostro del hombre se lamenta bajo la imagen fiel de su cuerpo desolado. Aún camina con perros absurdos de llantos concretos. Los escollos de sus recuerdos inútiles se debilitan al microscópico pelo sutil mundo de su vaga fragancia. Son las cinco de la mañana sus pies helados cantan al lado del campanario. Se reflejan los muros de su inocencia resplandecida. Eterna son las seis de la mañana la mirada de aquél hombre con voz cocida se duerme en el ejemplar de los múltiples aguaceros. Son los hombres perdurables los ciegos del alma los que buscan sus cabezas violentas y se retuercen en la orilla de una cloaca sin dientes.
La demencia de los olmos
Surge una voz moribunda dentro de mí. Se me ha roto la existencia espinosa. La rata sigue moldeando en la pasarela de los pensamientos. Alguien deja caer una gota desdoblada con olor a púrpura. Son otros los que rompen lámparas y venden sus pedazos en las esquinas de la inconsistencia. Mi cabeza llora atemorizada por la torrente lluvia de insomnios agujereados.
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