domingo, mayo 19, 2013

Bombardeo en la 65 de Infantería

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Bombardeo en la 65 de Infantería
Estamos perdidos. Ser soldado no es una profesión cualquiera ni en Puerto Rico ni en la cochinchina; pero yo no lo elegí, me enlistaron, a un pobre jíbaro del Pepino. No puedo resistirlo.  Las bombas son truenos que me revientan la sesera.
Van y vienen- Los recuerdos comienzan a diluirse con las demás excrecencias de la letrina que es un hueco en el fango, donde tengo que esconderme para que esos chinos no nos vean, para que los gringos no nos usen de carne de cañón; para que no caiga la noche sin saber si volverá a amanecer. Afortunadamente esta mañana aún podré tomarme un café con mi amigo Juan, es un tipo estupendo, pero ¿y quiénes son los demás? Por aquí hay muchos soldados que no conozco.  Esto es demasiado sospechoso. La 65 de Infantería se transforma día a día en un culto al duelo.

—Juan, el café está bueno, como allá en el Pepino. ¿Recuerdas el que preparaba la comay Toña?—le dije a mi compañero.
—Sí, Valentín. Es el único placer que podemos compartir en paz, estos son los ratos en que se nos olvida que el tiempo pasa y no podemos hacer na.
—Temo que esta paz será momentánea. Ya mismito comenzará otro ataque, y se jodió la cosa. Esta vez nos vamos a joder todititos.
—¿Dónde? Ni se te ocurra decir esas mierdas —me dice Juan con una calma desesperante.
—No puedo creerlo, ¿quién habrá dado la orden?
—En la historia de los pueblos siempre hay algún necio que lleva a sus hermanos al desastre. ¿Recuerdas a Truman, a McArthur…?
Escucho ruidos. Mi compañero sigue hablándome de historia, su tema perpetuo, pero ya casi no puedo escucharlo, un estruendo cercano. Intento agacharme, pero Juan no me deja. Siento que el miedo me paraliza. Quiero gritar, pero controlo.
—Son unos desgraciaos. Mi pana, no soporto más este infierno y a ti se te ocurre filosofar. Eran Yak 9, estoy seguro.
—¿Los aviones? Eso es absurdo, fue tan solo un accidente allá afuera.
—Siempre dicen eso, hasta cuando te bañas en la sangre de un compañero.
No podía creer que mi pana se quede tranquilo tomando su café. A través de la trinchera veo el aterrador espectáculo, un hombre herido en el piso y todos corriendo…
—La violencia de los imperios siempre ha beneficiado a los poderosos y, por supuesto, a los sepultureros, y es que nos han enterrado aunque estemos vivos. Mírate, mírame.
Juan sigue hablando, mientras escucho cómo se acerca el enemigo. Los americanos no han conseguido relegar a los comunistas del paralelo 38 y nosotros seguimos aquí. Mierda, tengo tanto miedo que me cagaría en los pantalones, ya me pasó una vez. ¿Nos verán? Agarro mi arma. Apunto. Ellos se acercan, Dios mío, ayúdanos, estamos solos... Puedo escuchar su respiración…
—¡Demonios, Juan, agáchate!—le grito y vacío mi rifle en el maldito coreano.
Creo desmayé. ¿Estoy herido?  Juan me abraza. Veo alrededor y voy comprendiendo. Solo deseo llorar.
—Tranquilo, mi hermanito, no pasa nada, pago y nos vamos. Te llevaré a casa—me dijo Juan, muy triste, ayudándome a levantar.
—¿A casa?
Miré las manos ensangrentadas de un joven que me miraba con cara sorprendida, cielos, volví a revivirlo. La historia se repite.
El joven se agachó hacia mí, estaba lleno de kétchup  en sus manos y  camiseta que leía: La Península: panadería, entremeses y postres-- Ave. 65 de Infantería, Río Piedras, Puerto Rico.

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