sábado, mayo 10, 2008

Los secretos de la noche: la literatura urbana de Ana María Fuster Lavín

Por Daniel Torres
Ohio University

Los secretos de la noche: la literatura urbana de Ana María Fuster Lavín

“El secreto de la noche abrió la ruta de las sombras,
deambulantes que me guiaban a través de los distintos
bocetos de una ciudad silente”.
boceto “Entre sombras y palabras” de Ana María Fuster Lavín


Los microrelatos que componen el libro que esta noche presentamos, Bocetos de una ciudad silente (cuentos urbanos), de la escritora boricua Ana María Fuster Lavín; están entrelazados por un elemento de sorpresa de una voz narrativa que va retomando ropajes distintos y asumiendo tonos diversos para hablarnos del desengaño en una ciudad llamada San Juan y revelarnos los secretos de la noche. En sus distintos barrios: Santurce, Miramar, Condado, Viejo San Juan, encontramos personajes que están luchando por sobrevivir en medio de esa jungla de asfalto. Sin embargo, hay también un recurso al gótico caribeño que se plasma en la ambigüedad de algunas historias donde los actantes son apenas celajes o espíritus, fantasmas, íncubos, vampiros, asesinos, deambulantes, travestis que pueblan el espacio citadino de la noche que nos delata sus secretos.
Conocer y vivir una ciudad ha sido el tema de grandes proyectos narrativos, como el del Premio Nobel, Orhan Pamuk, en novelas como Me llamo rojo o El libro negro, donde Estambul se siente como un hervidero de personas buscando su centro descentrado. Así mismo, en nuestra tradición puertorriqueña habría dos posibles antecedentes, entre muchos otros, en René Marqués (los cuentos de En una ciudad llamada San Juan) o en Luis Rafael Sánchez (su obra en un acto Los ángeles se han fatigado), literatura donde la alienación de los personajes es también la de la situación asfixiante de la colonia y su desenfrenada urbanización no planificada. En Fuster Lavín, por el contrario, no se abandona esa vena política, sólo se la mira con cierto desprecio o vacío, como en el boceto final (“Entre sombras y palabras”) donde la Estadidad –el cuco de l@s puertorriqueñ@s- es mencionada en los siguientes términos: “el sol se olvidó de nosotros, mi abuela decía que eso pasaría algún día si los puertorriqueños votaban todos por la Estadidad, no es momento de pensar en periódicos vacíos” (124). Esta manera de tocar el obligado e insoslayable tema del estatus político de la isla, de frente a su Estado Libre Asociado, hace que l@s narradore/as de Bocetos de una ciudad silente sean también, salvando todas las diferencias espacio-temporales, como el narrador de Manuel Zeno Gandía en sus Crónicas de un mundo enfermo del siglo XIX. O buscando antecedentes literarios más cercanos a nuestra escritora en cuestión, tal vez sean los textos de Rosario Ferré, su Papeles de Pandora o la poesía de una Julia de Burgos que habla de la mujer como una muñeca de mentira social con aquello de “yo quise ser como los hombres quirseron que yo fuese... un juego al escondite con mi ser”, o el poemario La calle de Dalia Nieves o Yo soy Filí Melé de María Arrillaga o hasta Animal fiero y tierno de Ángela María Dávila. Escritoras tutelares que marcaron muy de cerca a la mal llamada generación del 80, o generación soterrada, que ahora en el siglo XXI resurge de sus cenizas como el ave fénix para ofrecernos textos tan sorpresivos como éste que aquí nos ocupa y contarnos los secretos de la noche. Ya sus compañeras de generación abordaron también esta estrategia: Maribel Sánchez Pagán con Ese hombre y su vena altamente erótica así como Madeline Millán con De toros y estrellas y la ironía de mujer a ultranza que la caracteriza, en versos como los siguientes: “Que te maten de amor es otra cosa./ Desandarás tres días, responderás al nombre de él./ Lo único que reconocerás es el mapa de su cuerpo” (33).
Esta perspectiva de mujer es la que permea todo Bocetos de una ciudad silente (cuentos urbanos). Son éstas, hembras luchadoras sin macho, con hijos a cuestas, con responsabilidades de trabajo precisas pero con un ansia vampírica por el amor-amor que no se encuentra en los brazos de ninguno de los inútiles machos que hacen su breve aparición en los bocetos, como la de todos los machos cobardes y ausentes, en las páginas de este libro. El ataque frontal al patriarcado se da en el lenguaje mismo que no hace concesiones de ninguna clase para el gran público, sino que llama al pan, pan y al vino, vino y aspira a retratar la aparente desesperación de la mujer por un hombre que la represente o no. También l@s narradores/as se mueven en la cuerda floja de la pansexualidad. Dos de los microrelatos (“Las seducciones del horóscopo” y “La promesa”) nos cuentan los avatares de hombres que dejan su “ambigüedad de ser Mariana” recuperando a su “Marcelo interior” o al final de la odisea se sienten “una mujer completa” en el juego transgénero de la construcción de una identidad femenina independientemente de la biológica.
En el boceto “Ladies Night (Boceto para una noche cualquiera en una discoteca decadente o en un tugurio genérico)” hay dos Ellas y un Él que juegan el extraño juego del amor entre tres, hasta que esas dos Ellas “se besan, cuarto trago en la barra, brindando la convulsión de un él sombreado que reencarnará en nueve meses, mientras otro él llorará el tiempo y la ausencia” (90). Ese abandono deliberado del macho como desechable y prescindible es una advertencia de una generación de mujeres profesionales que ya no están dispuestas a volver atrás, al rol tradicional de una mujer sometida sino seguir hacia adelante, al rol de una mujer que de igual a igual le sostiene la mirada al más macho de los machos y lo reta a la equidad social, a jugar al amor en los mismos términos, sin ambages ni tapujos, con las cartas sobre la mesa.
Otro boceto expande y ejemplifica mejor este signo antipatriarcal que cruza todo el texto de principio a fin. Me refiero a “Botellas azules”, donde en una narración fragmentaria, propia de todo el libro, encontramos también a tres personajes (dos machos y una hembra) jugando el peligroso juego de la seducción entre tres, pero aquí hay un recurso a lo paranormal o gótico que transforma a uno de los personajes masculinos en íncubo o especie de demonio que tiene comercio carnal con una mujer: “Cerré los ojos y comencé a sentir otros labios recordados bebiendo mis gemidos. Era Ernesto frente a mí, boca a boca. Entre hombre y hombre sudando a trío, no podía soltarme, como si hubiese perdido mi voluntad. Oí su risa burlona, levantántose de la cama declamó no soy quien tú crees, quizás nunca lo fui, quizás nunca lo seré. Desapareció ante mis exhaustos ojos...” (78). Y este coqueteo con el cuento fantástico está también presente en estos bocetos que sólo son eso, amagos o borrones o apuntes que hace el artista antes de empezar una obra.

Ana María Fuster Lavín ya nos ha entregado su libro de cuentos Verdades Caprichosas (premiado por el Instituto de Literatura Puertorriqueña) su novela cuenteada Réquiem (premiada por el PEN Club de Puerto Rico), su poemario El libro de las sombras (también recientemente premiado por el Instituto de Literatura Puertorriqueña) y sus cuentos infantiles publicados en Alfaguara, Leyendas de misterio. Todas estas entregas dan fe de una escritora en pie de guerra y dispuesta a jugárselas al todo por el todo. Esperamos con ansias su novela en preparación Muerte de un poeta, y quién sabe si el año entrante estemos leyendo este texto aspirado y añorado desde ya.

(¡Enhorabuena Ana María por tus bocetos y feliz escritura para la literatura creada y la que aún te queda por crear! )

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