Las seducciones del horóscopo
A Daniel Torres
La expresión mojada de tu usual necesidad de pedir permiso para vivir, me acordó lo patético que resulta un diafragma en la cartera de una maricona. Soy mi propia decisión ante el espejo y ante el reflejo de mi amante. Siempre me pasa, aunque le escriba una canción de amor o le lea el horóscopo, insiste en ignorarme así como si fuese un político. “Leo entra en Mercurio y hay quincuncio con Plutón a las 6:35 de la mañana.” ¿Y cuándo él entrará en mí? El portazo me sacó de la inspiración. Dejé la dieta, por eso de mantener el culito redondo, pero mi vecina, digo vecina es un eufemismo, quizás tenía hambre, siempre estaba preparado para ofrecerme como postre. Le pregunté, pero Úrsula, a quien siempre se le marcaba una erección, cuando el niño que repartía los periódicos dejaba el suyo frente a mi puerta, jugaba a ignorarme. Por supuesto, me dio la espalda, al igual que aquel día en que le leí que la pornografía se había puesto de moda en la India, que había rebajas hasta en las tiendas por departamentos de Nueva Delhi de muñecas inflables y vibradores, en Santurce también se consiguen repitió mi silencio.
Las voces, los susurros, las contracciones cerraban a fuerza de dolores mi puerta, y es que la sequía es insoportable, aunque supongo que Aristo, su verdadero nombre, el de mi vecina, me hubiese dicho que para él tampoco llovía hacía par de semanas. ¿Creerle? Como si yo no hubiese escuchado al marido de la casera mamándoselo hasta el amanecer, sacrificio que practicaba cuando regresaba del trabajo, de soplapotes en un periódico o, quizás, de su miserable puesto de redactor en una revista. Buena forma de una rebaja en la renta. Se les escuchaba a través de la pared. Sus susurros en camuflaje con aquel pendejito bolero de lágrimas nada más, mientras pretendía que yo le escribiese un cuento para su revista donde un tiburón le comía el culo al surfer rubito que se enamoraba siempre del mural de Jim Morrison en la pared de un edificio de Venice Beach, y se venía una y otra vez, no es que fuera republicano, pero también se lo hubiese mamado al mismísimo George Bush. Al fin de cuentas su mayor mamada era tener que vivir en una isla absurda donde los descuentos de Navidad comienzan el día de Halloween.
Sucede después de aquella madrugada, con todo y sus vivencias mojadas, me comentó que se tenía que mudar. Casi no le hice caso, miraba un mosquito que le picaba su entrepierna y pensaba en otro artículo para su revista, sobre una niñita pobre venida de familia burguesa, sus padres creen que es muy recatada y trabajadora, pero ella puede darse el lujo de mamar teta con el beneficio de la textura.
A Daniel Torres
La expresión mojada de tu usual necesidad de pedir permiso para vivir, me acordó lo patético que resulta un diafragma en la cartera de una maricona. Soy mi propia decisión ante el espejo y ante el reflejo de mi amante. Siempre me pasa, aunque le escriba una canción de amor o le lea el horóscopo, insiste en ignorarme así como si fuese un político. “Leo entra en Mercurio y hay quincuncio con Plutón a las 6:35 de la mañana.” ¿Y cuándo él entrará en mí? El portazo me sacó de la inspiración. Dejé la dieta, por eso de mantener el culito redondo, pero mi vecina, digo vecina es un eufemismo, quizás tenía hambre, siempre estaba preparado para ofrecerme como postre. Le pregunté, pero Úrsula, a quien siempre se le marcaba una erección, cuando el niño que repartía los periódicos dejaba el suyo frente a mi puerta, jugaba a ignorarme. Por supuesto, me dio la espalda, al igual que aquel día en que le leí que la pornografía se había puesto de moda en la India, que había rebajas hasta en las tiendas por departamentos de Nueva Delhi de muñecas inflables y vibradores, en Santurce también se consiguen repitió mi silencio.
Las voces, los susurros, las contracciones cerraban a fuerza de dolores mi puerta, y es que la sequía es insoportable, aunque supongo que Aristo, su verdadero nombre, el de mi vecina, me hubiese dicho que para él tampoco llovía hacía par de semanas. ¿Creerle? Como si yo no hubiese escuchado al marido de la casera mamándoselo hasta el amanecer, sacrificio que practicaba cuando regresaba del trabajo, de soplapotes en un periódico o, quizás, de su miserable puesto de redactor en una revista. Buena forma de una rebaja en la renta. Se les escuchaba a través de la pared. Sus susurros en camuflaje con aquel pendejito bolero de lágrimas nada más, mientras pretendía que yo le escribiese un cuento para su revista donde un tiburón le comía el culo al surfer rubito que se enamoraba siempre del mural de Jim Morrison en la pared de un edificio de Venice Beach, y se venía una y otra vez, no es que fuera republicano, pero también se lo hubiese mamado al mismísimo George Bush. Al fin de cuentas su mayor mamada era tener que vivir en una isla absurda donde los descuentos de Navidad comienzan el día de Halloween.
Sucede después de aquella madrugada, con todo y sus vivencias mojadas, me comentó que se tenía que mudar. Casi no le hice caso, miraba un mosquito que le picaba su entrepierna y pensaba en otro artículo para su revista, sobre una niñita pobre venida de familia burguesa, sus padres creen que es muy recatada y trabajadora, pero ella puede darse el lujo de mamar teta con el beneficio de la textura.
“Luna en sextil con Mercurio, los capricornianos podrán recibir una noticia que les cambiará la vida”. ¿Me escuchas, Úrsula? El marido de la casera tiene miedo y, de remate, el director de la revista me amenazó que si no conseguía una entrevista con Sergio Ramírez o a Hilda Hirst, estoy perdida, haz algo por mí, que tú eres mi contacto. ¿Me sorprendió su gesto de ya veremos? No, yo también había decidido no hablarle más. En fin sería fácil, se mudaría y yo no soportaría más su maricona presencia. No estoy seguro de su gesto.
Aristo se fue a vestir y hacer su equipaje para los sueños. Deshacía y rehacía su maletas, pero no se decidía a largarse, quizás le tenía miedo a los aviones. Dejó la puerta abierta para hablar conmigo desde su casa, era cuando más conversábamos, en sombras. El viento soplaba suave, sé que él recordaba cuando precisamente se lo dejaba meter del surfer dorado cuando estuvo de vacaciones en Los Ángeles, pero triste es su caso, en Orlando no hay surfers. Los ángeles también podía padecer de herpes en las escaleras de atrás. ¿Me escuchas? Todas las mujeres son iguales, sólo se escuchan a sí mismas. Repitió Úrsula de lejos.
“Hay estudios que revelan que la gran mayoría de los ciclos sexuales de los seres vivos están más relacionados con las fases de la Luna, que con otros asuntos de la Tierra.” No sabe cuánto disfruto escuchándolo desde el pasillo. Niña vete a escribir si quieres cobrar. Eres tan sosa… No me molestaban sus palabras. Le dije como siempre, me caes en la justa medida perpendicular de tus aspiraciones a pernoctar un lugar en el submundo de los zombies que se comen los poemas y hasta tu sangre, pero esta noche me voy de fiesta. En la madrugada no pienso chuparme la verga de un animal, sino la cuadratura horizontal, mientras Úrsula, tu verás una película de mal gusto pajeándote para inspirarte y escribir tu artículo, y quizás yo escriba otro artículo sobre el porcentaje de amantes que se beben sus eyaculaciones para luego echar de nuevo los diafragmas en la cartera. Obviamente no me escuchaba, no debía ni pensar en la posibilidad de amarlo.
Puedo mirarme al espejo y ver cómo las contribuciones sobre ingresos son una masturbación gubernamental, como una buena crítica para seudo intelectuales. A la Úrsula, si lo dejan se come a dos o tres hombre crudos. La asquerosa y deliciosa lujuria sería un buen título para nuestro bolero de amor, quizás sólo el mío. Lamentablemente en su caso, la carnicería estaba cerrada, y mañana es Navidad, así que tampoco traerán el periódico. Pasar hambre en el Trópico es peligroso… “El cerebro humano es susceptible a la influencia lunar. Se ha comprobado que durante luna llena, en hospitales psiquiátricos se dan más crisis en la gente con trastornos mentales”.
Llegué de madrugada y Úrsula vestía de Aristo preparado para telenovela de las ocho, le quería entregar rápido el escrito y el disquete. Habían pasado tres semanas, ahora sí llegaba mi temor a su final, como tiene que ser, hasta el último compás. Las lágrimas son sueños para quienes se embriagan con mantecado, pensé, pero esta vez no se lo dije. “Luna en cuadratura con Plutón 12:47 p.m.: nuestras emociones pueden controlarnos y hacernos actuar en forma compulsiva”. Eres un idiota, le dije al entrar a su apartamento y finalmente cerré su ventana, le tiré mi trabajo sobre el escritorio y me di la vuelta, él me detuvo acariciando mi hombro. Muñeca, éste será el último encargo, el editor te llamará en estos días.
No te vayas todavía, tenemos algo pendiente. Quizás él renunciaría a su trabajo, nos miramos un rato a los ojos, pensé que el beso soñado llegaría, no fue así, sin embargo, me dejó masturbarlo antes de hacer las maletas. Era nuestra primera vez, aunque no me tocó en esa ocasión, fue como regalarle mi virginidad, pensé que podía dejarme el bigote, pero prefería escribir por encargo y enviarle mensajes a mi amante, para mí lo era. Nuestro contacto no significó nada para Aristo. Aún así tomaría el primer avión, luego de publicar su última entrevista que yo le había facilitado, tampoco leyó mi artículo.
“La persona de tus sueños se cruzará pronto en tu camino. Aprovecha, ahora es tu oportunidad de triunfar. Deja tu timidez a un lado. Esta oportunidad no se repetirá”. Mi horóscopo esta vez me dio vértigo, quién podría ser ese ser que se cruzaría en mi vida. Un clavo saca otro, en ese momento mi corazón buscaba a Aristo, mis labios a Úrsula. Pude maldecirlo por abandonarme, no lo hice, el amor es tan incomprensible como la venganza, pero mi amado tampoco llegaría a las musculosas playas de California, su partida de lágrimas y mamadas clandestinas lo acompañarían a un walk-up situado en un suburbio macharranero de Orlando, no todo estaría tan mal, tenía una Master Card en el bolsillo. No me despedí de él, no lo hubiese soportado, sólo apagué la radio y me acosté a dormir porque sentí que me estaba bajando la menstruación, y no tenía hambre.
Su expresión, ahora, era de dolor seco. Le hubiese dicho que lo extrañaría pero no, él pensaría que eran esas fases de niña tonta que me daban cuando imaginaba que me bajaba la regla. Lo acepto, yo también nací con pinga en vez de vagina. Aristo piensa que soy mujer, por eso no me tocó cuando yo lo masturbaba. Una lesbiana que le gusta mamar teta después de una jienda, pero quien no se harta con el 7% de impuestos sobre la venta y hasta para chichar con su sombra. Veo a Úrsula, las maletas en la calle, su bulto duro, el periódico en el piso, Roselló en la legislatura, y mi horóscopo: “Los aspectos planetarios de hoy te harán sentir un fuerte deseo de estar en contacto emocional con los demás, de envolverte en algún tipo de relación sin importarte si es buena o mala, lo que buscarás hoy será intercambiar emociones, ten cuidado”.
Es cierto, no lo odio, en realidad lo amo, aunque sea una maricona acomplejada y ridícula, Rukmini aconseja que me tire de pecho… Y es que la amo, aunque se cree gringa y es una grifa de arroz con pasteles y ketchup. Úrsula pensó que yo era mujer, porque compré Kotex el mes pasado, por eso de ser femenina, más bien soy una maricona sentimental que le echa tinta roja antes de tirarlos a la basura. Ni la tinta, ni los rellenos, ni mi pasión por los bebés pueden alterar mi reflejo en el agua.
El tiempo pasa y las ausencias duelen en silencio. Aristo se fue hace un mes. Yo soy la trasnochada maricona, que echa insecticida frente a su puerta y deja que se lo meta el esposo de la casera. A Úrsula le joden los mosquitos y le salen ronchas con las picadas. Odia los gusanos rojos tanto como los mosquitos. Me sorprende la posibilidad de que seamos compatibles, a él le gustan las telenovelas y las revistas porno queer, a mí las películas de terror y la poesía. Ahora sólo tenía que cobrar mi última entrega y el jodio periódico no trajo la página de los horóscopos. Hoy escuché una canción de amor cualquiera y desee comerme una polla, y es que puedo disfrutar un clítoris como si fuese la pulpa de una fruta jugosa, delirante y olorosa, así como el vergón más duro como el que me metió también el esposo de la casera, después de la partida de mi amado Aristo, él sabía de mi naturaleza. Los prisioneros de las sensaciones se comen el orgullo en la misma medida cuántica del dolor.
“Odio a las lesbianas” fueron sus últimas palabras al tirar la puerta y montarse en el taxi, me tapé con el periódico para que no viera mi erección, siquiera escuchó mis gimoteos. Sí, a veces deseaba tirarme una mujer y besarle los pezones como si lactara a mi santísima madre, que en paz descanse. Dejaría mi ambigüedad, de ser Mariana, recuperaría mi Marcelo interior, no volvería a leer mi horóscopo, tengo que atreverme, voy a él. Me lo propuse con un arranque de testosteronas y eché mi diafragma al zafacón, me rasuré la cabeza, me vestí de macharrán y salí a comprar el primer pasaje para Orlando, me dejaría el bigote que tengo Visa y puedo hasta vomitar en la letrina más cercana cuando me tire al primer rubio pendejo, hasta que llegue a casa de Úrsula y le entregue el periódico. Al fin de cuentas somos sombras en un bolero de lágrimas que siempre nos redime….
Ana María Fuster
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