15-Septiembre-2009
LUIS RAFAEL SÁNCHEZ
ESCRITOR puertorriqueño
Peor que coñ... y puñ...
1 ¿Qué es una mala palabra? Aquella por cuyo uso se nos regaña, a grito pelado, cuando somos niños: ¡Eso no se dice! Como el regaño furioso de los padres nos aperpleja, como tardamos en reaccionar ante la furia, nuestros padres aprovechan la perplejidad y la reacción tardía para amenazar. Una amenaza que duplica la participación repentina del odioso dedo índice: -Si repites esa barbaridad te hacemos carne para pasteles.
No obstante el mal rato, ascendido a tragedia griega por los padres exagerativos, el niño acaba de confirmar la existencia de un mundo ajeno a las inocencias de acceso controlado, tales como Santa Claus y los Reyes Magos. Y es la confirmación que, efectivamente, existe un mundo de “barbaridades”. Mejor, un mundo que suele abrirlo una llave obtenida de repente: la llave de la mala palabra.
Los padres se horrorizan de tener que aceptar ante los hijos la existencia de las malas palabras. Mas, los condiscípulos, los amiguitos y la vida tumultuosa fuera de las inocencias de acceso controlado, hubieron de descubrírselo muchísimo antes. Nunca olvidaré el sonsonete que repetía un compañero de segundo grado, en la escuela Antonia Sáez de Humacao: -Teatro Oriente, La mujer sin diente. Teatro Victoria, Diplo y Juan Boria. Teatro Llona, La mujer tet….
Conocer la palabra que nomina la ubre en las hembras de los mamíferos, aumentada de volumen por el sufijo ona, nos supuso despojar a la exclusividad adulta de una mala palabra. Tanto así que, cuando llegaba la inspectora de nuestro dominio del idioma inglés, ocurría un sainete mudo. Una sonrisita se atornillaba en las bocas de los niños mientras observábamos las dos malas palabras de Mrs. Colbergh llegarle hasta la cintura.
2
¿Qué es una mala palabra? Aquella cuya enunciación zafia permite al abusador atacar a su víctima por partida doble: por un lado la demoledora golpiza, por el otro los insultos demoledores. En boca del agresor la mala palabra se emplea como arma de combate. De ahí que, con preferencia, se la enuncie en voz alta, se la grite, se la proclame. Canto de cabr… le gritaba un bandido, tan reciente como la semana pasada, a la mujer a quien golpeó, mordió, dislocó la mandíbula, canto de put…
Sobra decir que el bandido recurría a las malas palabras con el propósito ruin de liquidar la autoestima de la mujer, de criminalizar su moral, de ensuciarla en el fuero interior. En resumen, de estigmatizarla y debilitarla de pies a cabeza, mente y alma incluidas, asegurándose así de que el ataque sería “exitoso”.
Después se ha sabido por la prensa que abusar de las mujeres es el hobby preferido de esta gran estrella de la violencia doméstica. Un fulano a quien, paradójicamente, toda mala palabra le quedaría chiquita. Porque hay miserias que se escapan a las nominaciones del mismísimo lenguaje. De ahí que, ante su ocurrencia, el hablante sólo consiga balbucear: -Me quedé sin habla, Me quedé mudo, Me quedé sin palabras.
3
¿Qué es una mala palabra? La que por remitir, en su gran mayoría, a las partes del cuerpo que realizan funciones de índole sexual o excrementicia, se tacha de vulgar, bajuna, obscena. Y por ello se prohíbe su uso en sociedad.
¡Con la prohibición hemos topado!
Toda prohibición interesa al artista. Si se trata de un escritor será natural verlo desmontar los mecanismos de lo vulgar, bajo y obsceno; de escucharlo interrogar las posibles claves sociales contenidas en la vulgaridad, la bajeza y la obscenidad. De ahí que, si una mala palabra le sirve como síntesis explicatoria de un mundo en proceso de descomposición o transformación, no hay que correr a avisar que el cielo se está cayendo y que principia la condena al fuego de los libros malditos. Tampoco hay que corear Jesú Manífica si una segunda mala palabra le vale al escritor como ventana abierta hacia universos precarios, cuya existencia podría ignorarse aunque jamás negarse.
A fin de cuentas, más allá de las malas palabras aprendidas en la edad tierna, más allá de las apocopadas en la prensa y que recuperan la agresión verbal de un canalla contra una mujer, más allá de las que la literatura canibaliza, levanta su sombra la peor mala palabra de todas. Incluso una peor que coñ…y que puñ… Por supuesto que dicha mala peor palabra es censura.
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