04-Octubre-2009 |
Mayra Montero
Antes que llegue el lunes
Peor
Habría que informarles, al que inventó la frase y a los que la repiten, que lo peor, para algunos, empieza el lunes nueve de noviembre. Ese día, cuando se levanten, ya no podrán dirigirse a sus trabajos. Ahí empieza lo peor, y lo requetepeor también
Aceptemos, por un momento, que no había más alternativa que despedir a miles. Partamos de que era la única salida a la crisis fiscal, aunque algunos economistas sostienen que no, que esto sólo empeorará las cosas, pero en fin, admitamos que fue la decisión correcta. Admitido eso, ¿por qué se adopta, como consigna, esa cruel y deshonesta frase que reza “lo peor ya pasó”?
¿Pasó para quién? ¿Para el grupo que se sentó a hablar de los despidos por televisión? ¿Para el Gobernador, que se puso tenso porque pensó que los periodistas lo habían dejado solo? Es que los periodistas no son funcionarios, obligados a quedarse hasta el final. El deber del periodista es correr tras la noticia, y la noticia en aquel momento estaba en otro lado. Pero sigamos: ¿Pasó lo peor para el Secretario de la Gobernación, que recibió su carta, pero mantiene el sueldo? Y para los legisladores, ¿qué es lo peor para esas criaturas que se atiborran de viandas por seis dólares en la cafetería del Capitolio y encima reciben un dineral en dietas?
Es un error decir que lo peor pasó, a sabiendas de que es mentira. Había mil frases mucho más sensatas que pudieron haberse dicho. Pero no, escogieron esa, creada por un ejecutivo publicitario que estará brincando de alegría porque contribuyó a persuadir a la gente de que puede respirar tranquila.
Pues habría que informarles, al que inventó la frase y a los que la repiten, que lo peor, para algunos, empieza el lunes nueve de noviembre. Ese día, cuando se levanten, ya no podrán dirigirse a sus trabajos. Treinta días después, coincidiendo con los aires navideños, ya estará resentido el bolsillo. Sesenta días más tarde, a la altura del Día de Reyes, probablemente se hayan acabado las ayuditas que el cesanteado recibió, el pago por vacaciones y lo poco que haya logrado ahorrar.
Ahí empieza lo peor, y lo requetepeor también.
Y empieza no sólo para los despedidos netos, el hombre o la mujer que ya no recibirá un salario ni los beneficios de un plan médico, empieza también para personas y negocios que conectan con ese grupo de despedidos y sus familias. Se resienten las fondas, los carritos de venta de comida, las tiendas de ropa, los cines, los bares, los restaurantes, las peluquerías. Lo peor empieza justo ahí. Ahora no es nada. Todavía el impacto no se ve. O se ve de una manera sutil. Camina uno por los centros comerciales y ve cómo las tiendas van cayendo, una tras otra. De pronto, se alza una valla donde antes había un establecimiento luminoso. ¿Qué había aquí?Por no hablar de ciertas avenidas. Por ejemplo, la Roosevelt, que es una arteria grande y tradicionalmente activa. De noche da grima, y de día igual. Se nota, a simple vista, la cantidad de negocios que han decaído o cerrado. En un mundo así, en un entorno comercial tan frágil, donde muchos establecimientos operan lo que se dice al borde del abismo, no se puede decir que lo peor pasó y repetirlo como salmodia, porque ofende. Se puede decir que ya saldremos adelante, o que habrá que buscárselas, o que empezaremos a mirar hacia la agricultura. Cualquier cosa, pero no ese parcho tan elemental, tan frío y tan frívolo.
Por otra parte, se está convirtiendo en una especie de epidemia radial los constantes llamados a la oración. Es increíble: periodistas que podrían considerarse serios, gente que uno piensa que tiene dos dedos de frente, repiten a cada momento que “hay que orar mucho” o hay que “mantenerse en oración”.
La oración es algo privado, perteneciente al ámbito de las convicciones de cada ser humano, que no tiene que ver con que un Gobierno despida a 20,000 personas, ni con que la gente proteste, tire huevos o le prenda fuego a unas llantas en la carretera. Imágenes de protestas severas se ven a menudo en Francia, en Alemania, en España, y no oigo yo a los franceses de los noticiarios diciendo que hay que mantenerse en oración. Sería impensable. Las reivindicaciones obreras o políticas no tienen que ver con los rezos. Tal vez en Afganistán.
Criticamos la creciente intromisión de la iglesia en los asuntos del Estado, pero hay que reconocer que la cosa viene respaldada por algunas personas de los medios que se aferran al discurso de la resignación y los angelitos feng shui. Tienen derecho a sus convicciones, sí, pero no a insistir en que nos mantengamos orando, ¿qué es eso? Por supuesto, la gente que se mantiene en oración incordia poco, no hace preguntas incómodas, no cuestiona políticas. Entonces responsablemente habría que llamar al análisis y exhortar a la gente a pensar, a razonar; en especial, a no olvidar.
Además, ya le pagamos más de $10,000 mensuales a un sujeto, el tal Aníbal Heredia, para que se pase el día rezando en Fortaleza. No tiene otra cosa que hacer este señor: mantenerse en oración. Rodeado de secretarias y asesores, y recibiendo visitas como un Pontífice, declina dar entrevistas para informarnos cómo funciona su oficina. Ése el más inteligente de todos: cobra y calla. Lo peor para él ni empieza ni termina. Es más, no sabe lo que significa la palabra peor.
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