viernes, octubre 19, 2007

Sobre El libro de las sombras


Indagación a las sombras de Ana María Fuster

“Eros pitches his house in the human body. It is here that all declarations of love, poetic or otherwise, have their origin; and it is hither that, even after their dizziest flights of spirituality, they must return. The verbal flourish of erotic candour —the song or sonnet, graffito or billet doux— is an echo of the body's signs, an articulation of the flesh”. Gregory Woods[1]

Con comentario de contraportada del poeta y editor español Uberto Stabile y con prólogo de la poeta y editora boricua Leticia Ruiz Rosado sale a la luz pública el primer poemario de Ana María Fuster Lavín titulado El libro de las sombras (Isla Negra eds., 2006). Stabile argumenta que el libro es “un viaje hacia la profanación del mito” y, para Ruiz Rosado, “un acróstico a la eternidad de la palabra” (9) parafraseando así un verso de Fuster Lavín: “el acróstico de nuevas rendiciones... descubre el misterio de la eternidad en la palabra” (10).

Dividido en tres partes (I.Mitos, II.Espejismos en la ciudad, III.Otras (per)versiones), El libro de las sombras navega entre el verso y la prosa, atestiguando la palabra de una narradora amanecida poeta que ya había publicado en el 2002 su primer libro de cuentos (Verdades caprichosas) y que ganara una Mención Honorífica por el Instituto de Cultura Puertorriqueña en el 2003. Tiene también a su haber una novela cuentada en primera edición de 2005 y segunda edición corregida de 2006 titulada Réquiem (narraciones urbanas de una novela cuenteada) que “narra la historia de una familia maldita” como ha apuntado Marta Aponte Alsina al respecto.

Nacida en 1967, Ana María Fuster Lavín sería parte del periodo denominado como “la generación del 80” y que en su momento Luis Raúl Arbaladejo llamara “la generación soterrada”. Mote del que nos hemos curado este grupo de poetas después de haber publicado ampliamente en los años 90 y ahora a principios del siglo XXI. No es lugar esta indagación para arremeter contra la incomodidad o no de los conceptos generacionales, pero valga aclarar aquí que en la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo el pasado abril, se nos siguió denominando así. Y a falta de mejores nomenclaturas continuamos nuestra inclusión en el canon isleño con este epíteto, “la generación del 80”. La crítica Josefina Rivera de Álvarez ya nos había apartado un lugar incluyendo el nombre de varios poetas en una nota a pie de página de su megatexto Literatura puertorriqueña su proceso en el tiempo, con motivo de la publicación de una de las primeras antologías de la generación hechas por el poeta español Don Manuel de la Puebla.

Pero volvamos a El libro de las sombras que está emparentado con El libro de la muerte de Manuel Ramos Otero, no sólo en el título sino también en la estética pansexual del escritor manatíeño. Por su parte, Ana María, en una impecable edición de la colección que lleva el nombre del excelso maestro de todos nosotros, Josemilio González, de la editorial Isla Negra, nos desafía y nos invita a “Un duelo a corazón abierto” desde el primer verso del libro. Una cosa o la otra, “o una trampa racional” cuando a sabiendas nos embarcamos en ese “parto perverso” que nos propone la voz lírica para “invadir” nuestros pensamientos y “besar [nuestro] aliento convencional... /hasta que Cronos eclipse la vía lógica/ y un reloj de estrellas marque nuestro camino” (15). Y todo este amago de escritura se hace “sobre tu cuerpo” (15). Las nociones de verbo y carne en la poesía erótica que explica muy buen el crítico británico Gregory Woods en el epígrafe de este trabajo, emergen aquí como señas de identidad de esta poeta “bien venida” a lo largo de todos sus versos. Corriente viva de nuestra líricas en poetas como las ya clásicas María Arrillaga, Ángela María Dávila y Dalia Nieves, la misma Rosario Ferré, la novísima Mayra Santos Febres junto a Madeline Millán y Maribel Sánchez Pagán que hace poco irrumpiera con su libro primer libro: Ese hombre. Todas ellas, firmes herederas de la trova que una Lola Rodríguez de Tió o una Alejandrina Benítez le legaran a Julia de Burgos y a Clara Lair formando así todo un continuum en nuestras letras. Ana María Fuster Lavín reclama su lugar en este canon con un primer libro que no tiene nada que envidiarle a ninguna de ellas sino más bien rendirle tributo a todas esas maestras del género.

En el segundo poema de la primera parte, “Soy la mujer anónima”, continúa este diálogo con las escritoras de su grupo generacional en un epígrafe de Kattia Chico: “Hay días que soy un pseudónimo de mí misma” (16), donde la hablante se autodenomina una mujer como todas, a la que le está prestando su voz escondida “en un secreto” (16). La intimidad autoproclamada como característica principal de la literatura escrita por mujeres y para mujeres se alza aquí como bandera y consigna en un acto deliberado de toma de conciencia en medio de esa lucha de conquistar un nuevo espacio social y literario. La poeta está “vendiendo espejos en la reunión de reflejos;/ sin luces ni colores/ fluyendo un manantial deshidratado/ sin deseos, sin ternura,/ antes que el sol cuartee [sus] historias” (16).

La conciencia del tiempo es una constante en todo el libro. Como sucede en la segunda parte del poemario en el texto “El reloj”: “Doy cuerda alimentando números/ no sea que el tiempo pase/las pupilas se dilaten/ las horas se pierdan/ los brazos paren su misión/ y no termine el desayuno...” (40). La inminencia del tiempo se diluye en la cotidianidad propia de la antipoesía conversacional que busca asordinar lo trascendente en la constancia de lo cotidiano como una necesidad primordial del ser humano.

El siguiente poema confirma esta idea por medio del uso de la retórica del phone sex que nos recuerda aquella letra reciente de reggaetón que decía algo así como “hagamos el amor por el teléfono”. Me refiero al poema “Teléfono a dos voces”, donde la hablante se orgasmea en el auricular que “Son dos voces jadeando sudores.../ Son dos cuerpos humedeciendo soledades/ para gritar el final o el principio del eclipse/ para navegar en un ir y venir por la vía láctea” (41). Y del tema del tiempo desemboca otra vez en el del “ir y venir” de la sexualidad, siendo uno de los centros solares de este discuros poético postmodernamente descentrado que nos lleva, de la desmitificación de la primera parte, hasta la instauración de aquellos espejismos de la segunda parte y a las (per)versiones del amor y de la muerte de la tercera parte, donde se dan cita el verbo y la carne como prefiguración del acto de escritura o del amor sin más.
Sobre todo en poemas como “Cartas clandestinas (palabras embotelladas para los poetas muertos)” que hermana el tiempo y el sexo como constancias: “Quisiera lloverte muchos caminos/ florecer códigos del arco iris/ escapar misterios por la ventana/ besar poemas conjurados/ y devolverte el lápiz/ para que inventes tu pentagrama/ en trance a nuestro nirvana” (67). Este ars poetica donde se dan la mano el Eros y el Thánatos al que se refería Uberto Stabile en su comentario de contraportada (“se disputan la morfología de un texto que se reinterpreta continuamente a sí mismo”), nos confirma al relación implícita de El libro de las sombras con El libro de la muerte de Ramos Otero, donde el segundo hablaba de aquel hombre de papel que quería crear por medio de su escritura.

En el caso de Ana María, se establece un diáologo con esos poetas muertos del título del poema que no necesita nombrar pero sí rememorar en el acto mismo de escribir: “Escribirte es emborracharme/ sin pudor ni decoro/ sin pedir permiso al intelecto/ ni creer en la resaca del recato” (68). Se trata de un acto de entrega total y absoluta a los materiales del verso en el paraíso artificial de la borrachera (“bajo los efectos” [68]). Cierra el poema otra vez con la unión necesaria del verbo y de la carne: “y la carta escrita en la eternidad de cuerpos” (68). En el próximo poema de la serie se finiquita esta idea de tiempo y sexo, en “Muerte de un poeta”, dedicado a sus maestros José Luis Vega, poeta setentista, y a Vicente Rodríguez Nietzsche, poeta clave de la revista/grupo Guajana. Ambos se erigen en subtextos de El libro de las sombras si recordamos los memorables poemas de La naranja entera de Vega y aquél del hombre condenado a los desmanes eróticos de un triángulo de Rodríguez Nietzsche. Y en este poema, en “Muerte de un poeta”, Ana María habla del horror del naufragio del poeta “ante la página en blanco” mallarmiana que recogiera a su vez la poeta uruguaya Sara de Ibáñez en su famoso poema “La página vacía”. Ese horror al vacío que se supera en “Muerte de un poeta”: “Un papel vacío es el imán de los años,/ viajantes exiliados, sin retorno,/ para un versante abandonado de ilusiones” (69-70). Y concluye el libro con los siguiente versos como explicación poética de la liberación de ese paso del tiempo, el implacable, ante la educación sentimental de nuestros amantes: “Libre, liberto, libidinoso, liba mis letras/ un libro conquista luciérnagas azules./ Ahora, renace la voz inédita,/ el preludio suave incógnito, incólume,/ incluso, libertino, que danza/ una piel de león en ojos de leona,/ y en mi vientre poblado de palabras/ amanece nuestro nombre y apellido” (77). Constancia de ese vientre fecundo de la literatura de mujer que “poblado de palabras/ amanece” su justo lugar en la literatura puertorriqueña contemporánea.

Daniel Torres*

A tod@s l@s compañer@s que compartimos en la Feria Internacional del Libro en Santo Domingo el pasado abril (“Donde la imaginación florece”)

[1] [Eros hace su casa en el cuerpo humano. Es aquí donde todas las declaraciones de amor, poético o de otra naturaleza, tienen su origen; y es en este lugar donde, hasta sus vuelos más delirantes de espiritualidad, deben volver. El verbo florido del candor erótico –la canción o el soneto, el escrito o las cartas de amor—es un eco de los signos del cuerpo, una articulación de la carne.]

* El autor es profesor de Español y Estudios Latinoamericanos en Ohio University (Athens).

5 comentarios:

NIGHTRANGER dijo...

Buenas noches Anna Maria.

Escribi Anna con dos nn ya que en mi lengua madre "Catalan" asi se escribe, espero que no te importe.
Empiezo a sentir curiosidad por tus escritos.
Tienes ediciones en Catalan ó Castellano de tu ultimo libro?
Me encantaria leerlo y poder comentarlo contigo.
Si tienes la amabilidad de decirme como conseguirlo te estare muy agradecido.
Gracias anticipadas, a mi tambien me encanta tu blogg, musica y literatura deben ir de la mano.
Espero que te agrade la ultima entrada de "La vida es musica" y me gustaria que comentaras el sentido de la letra de la canción.

Besos de ultramar.

El tipo Roballo dijo...

Venden ese libro en Venezuela? ¿como lo consigo?... de verdad este post me lleno de ganas de leerlo...

Saludos

Ana María Fuster Lavin dijo...

El libro de las sombras se puede conseguir en http://www.islanegra.com
y editor@islanegra.com

Nightranger, me gusta Anna, hombre en puerto rico tenemos poca exposición internacional, lamentablemente, así que la labor de traducciones es titánica... Gracias, el poemario se puede comprar por internet a través de la editorial. Comentarlo será un honor verdadero... Música y poesía, siempre... besos desde el cariba


Bohemio, gracias el Dr. Daniel Torres hizo un trabajo magistral, es un excelente estudioso de la literatura y gran escritor, ser humano. El libro lo consigues en islanegra.com saludos y muchos cariños

Anónimo dijo...

Muy atinado el comentario del poeta y colega Daniel Torres, esto hace que el LIBRO DE LAS SOMBRAS, se nutra de diversas perspectivas y forma su propio caleidoscopio, adelante Ana Maria, y un abrazo a Daniel...nuevas palabras, nuevas fronteras...

Marioantonio Rosa

no apta para la humanidad dijo...

Tremendo el análisis del distinguido Daniel Torres. Me encantó el esfuerzo que hizo de contextualizar tu libro dentro de la tradición literaria puertorriqueña. Exceltente análisis para un poemario maravilloso!
un abrazote a ambos escritores talentosos!!

ah, por cierto, no sabes lo mucho que me trastoca "Soy la mujer anónima". Es mi poema favorito del libro...