“El espacio de la dicha llamado poema”:
A quemarropa de Edgardo Nieves Mieles
Escribir sobre este poemario implica, para mí, un acto de atrevimiento. Así es porque lo estoy haciendo sobre un gran poeta amigo de la llamada “generación del 80”, la que ya se nos perdió por los pasillos de la Iupi, sino también porque llevo años leyendo a Edgardo Nieves Mieles, reflexionando sobre su poesía en clases, en congresos y en tertulias, pero nunca me he sentado a escribir sino una breve reseña sobre otro de sus poemarios (El amor es una enfermedad del hígado).
A quemarropa de Edgardo Nieves Mieles
Escribir sobre este poemario implica, para mí, un acto de atrevimiento. Así es porque lo estoy haciendo sobre un gran poeta amigo de la llamada “generación del 80”, la que ya se nos perdió por los pasillos de la Iupi, sino también porque llevo años leyendo a Edgardo Nieves Mieles, reflexionando sobre su poesía en clases, en congresos y en tertulias, pero nunca me he sentado a escribir sino una breve reseña sobre otro de sus poemarios (El amor es una enfermedad del hígado).
Ahora, después de leer y degustar como un platillo exquisito A quemarropa, me atrevo a reseñar, no tanto como crítico literario sino como compañero poeta, los versos de Edgardo, quien nos atosigaba (en el buen sentido de la palabra) con poemas impecablemente guardados en cartulinas de plástico transparentes, y pasados prolijamente a máquina, como diciéndonos: “cuidadito con garabatearlos o querer plancharlos”, como hacíamos en 1981, en el Taller de Poesía que dirigía María Arrillaga en la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Años después, con la llegada de la red de comunicaciones llamada “Internet”, nos sigue atosigando, con envíos de todo tipo, a un grupo de colegas que recibimos sus correos electrónicos marmoleados de poemas, y pringados de genialidad.
Su libro A quemarropa se me antoja como un revólver cargado de poemas que nos dispara indiscriminadamente al cerebro imágenes y palabras repletas de sugerencias que están matizadas por la mejor tradición de la antipoesía conversacional hispanoamericana (Vallejo, Parra, Cardenal, Dalton) así como del canon europeo (Apollinaire, Breton). También es una cornucopia de nombres y de ideas de todo tipo y lugar que le sirven al hablante lírico de apoyo para plantarse, en medio del discurso, y como un prestidigitador de la letra, entregarnos ese “espacio de la dicha llamado poema”, como reza uno de los textos finales.
Para los lectores y las lectoras acostumbrad@s a los disparos a quemarropa de Edgardo, hay de todo, desde el machismo galante de quien todavía se da el lujo de decir barbaridades que los postfeministas sólo podemos sonreír al leerlas (“El ser menopáusica/ no da derecho a ser canalla”) porque no son tales o la reflexión filosófica del extenso poema “Enseñanzas de un discípulo de Diógenes a un fanático de Lennon (Perlas cultivadas y aspirinas del tamaño del Sol)”, hasta llegar a la ternura insoslayable del hombre heterosexual calado que puede bregar con la diversidad sexual sin tapujos:
Hoy día, la emancipación sexual en la naturaleza
tiene su expresión más salvaje entre las lombrices
hermafroditas, para las cuales el amor es la guerra.
Esta postura tierna va de la mano con el compromiso político, con ese discurso nacionalista a ultranza que ha permeado siempre la escritura de Edgardo en la sana solidaridad con su pueblo y con nuestra patria, en un momento en que se intenta hablar de la “no-identidad” boricua. Su poesía recoge la voz del jíbaro de tierra adentro que “las canta como las ve y sin pelos en la lengua”, que recuerda la fragilidad de ser monaguillo con el mismo desparpajo que nos hace el catálogo de todas las mujeres que han pasado por sus brazos, amén de reflexionar sobre la paternidad y la brecha generacional de ver a su “hija adolescente” comprando, comprando y comprando sin parar; acompañarla al santuario del mall, y desde ahí, la voz poética observa, con una mirada panóptica, esa bendita sociedad de consumo del Puerto Rico del siglo XXI o el acto cotidiano de pagar el peaje y aprovechar ese momento para tomarle románticamente las manos a su esposa Herminia y, de ello, hacer un poema:
Así, cuando te pido que me alcances varias monedas
con las cuales pagar el peaje que me autoriza a usar
(¡qué enano privilegio!) las no tan pésimas vías de rodaje
de mi caribeña nación y ya al fin estás
a punto de entregármelas,
en ese preciso momento, tengo una excusa
más para cogerte las manos y para (con la venia
de don Félix Rubén García Sarmiento) preguntar
a todo pulmón: “¿Quién que es, no es romántico?”
El elemento de la ternura mencionado más arriba, establece un sutil contraste con el cinismo y la irreverencia de otros poemas del libro. Por ejemplo, el muy sosegado y reflexivo "pequeño espacio de la dicha". No debe el posible lector, o la posible lectora, pensar que el texto sólo presenta paisajes espinosos del alma inclemente y perversa del poeta, no aptos para mojigatos sino todo lo contrario: el hablante se muestra humano y tierno como el que más.
Me llama también la atención la maestría y el dominio del poema breve y para muestra un botón:
Homenaje a Francisco Goya Lucientes
Los monstruos de la razón producen sueño.
La inversión de la frase de los caprichos goyescos nos lanza de cabeza al mundo de Nieves Mieles, por encima del de Goya, haciéndonos un guiño farsesco que permea todo A quemarropa. Es éste el poema-disparo al que me refiero. Otro ejemplo de esto sería su aproximación a Descartes y su duda metódica, en el famoso Discurso del método, cuando la voz poética nos comenta:
Veo televisión,
luego existo.
Compro en Plaza Las Américas,
luego existo.
Cuatro versos describen la inversión del acto de pensar por el acto de ver televisión o de comprar en el emporio económico llamado “Plaza Las Américas”, el centro comercial más grande de todo el Caribe.
Hoy día, la emancipación sexual en la naturaleza
tiene su expresión más salvaje entre las lombrices
hermafroditas, para las cuales el amor es la guerra.
Esta postura tierna va de la mano con el compromiso político, con ese discurso nacionalista a ultranza que ha permeado siempre la escritura de Edgardo en la sana solidaridad con su pueblo y con nuestra patria, en un momento en que se intenta hablar de la “no-identidad” boricua. Su poesía recoge la voz del jíbaro de tierra adentro que “las canta como las ve y sin pelos en la lengua”, que recuerda la fragilidad de ser monaguillo con el mismo desparpajo que nos hace el catálogo de todas las mujeres que han pasado por sus brazos, amén de reflexionar sobre la paternidad y la brecha generacional de ver a su “hija adolescente” comprando, comprando y comprando sin parar; acompañarla al santuario del mall, y desde ahí, la voz poética observa, con una mirada panóptica, esa bendita sociedad de consumo del Puerto Rico del siglo XXI o el acto cotidiano de pagar el peaje y aprovechar ese momento para tomarle románticamente las manos a su esposa Herminia y, de ello, hacer un poema:
Así, cuando te pido que me alcances varias monedas
con las cuales pagar el peaje que me autoriza a usar
(¡qué enano privilegio!) las no tan pésimas vías de rodaje
de mi caribeña nación y ya al fin estás
a punto de entregármelas,
en ese preciso momento, tengo una excusa
más para cogerte las manos y para (con la venia
de don Félix Rubén García Sarmiento) preguntar
a todo pulmón: “¿Quién que es, no es romántico?”
El elemento de la ternura mencionado más arriba, establece un sutil contraste con el cinismo y la irreverencia de otros poemas del libro. Por ejemplo, el muy sosegado y reflexivo "pequeño espacio de la dicha". No debe el posible lector, o la posible lectora, pensar que el texto sólo presenta paisajes espinosos del alma inclemente y perversa del poeta, no aptos para mojigatos sino todo lo contrario: el hablante se muestra humano y tierno como el que más.
Me llama también la atención la maestría y el dominio del poema breve y para muestra un botón:
Homenaje a Francisco Goya Lucientes
Los monstruos de la razón producen sueño.
La inversión de la frase de los caprichos goyescos nos lanza de cabeza al mundo de Nieves Mieles, por encima del de Goya, haciéndonos un guiño farsesco que permea todo A quemarropa. Es éste el poema-disparo al que me refiero. Otro ejemplo de esto sería su aproximación a Descartes y su duda metódica, en el famoso Discurso del método, cuando la voz poética nos comenta:
Veo televisión,
luego existo.
Compro en Plaza Las Américas,
luego existo.
Cuatro versos describen la inversión del acto de pensar por el acto de ver televisión o de comprar en el emporio económico llamado “Plaza Las Américas”, el centro comercial más grande de todo el Caribe.
La variedad de fuentes y citas en las que se regodea el autor, arrancan desde las largas dedicatorias a sus maestros, al inicio del libro, y sigue, con epígrafes muy bien escogidos, que enmarcan el texto en un principio. Se cita a Jorge A. Morales Santo Domingo, a Jean Franco, a Aldous Huxley, a Juan José Arreola, a Juan Ramón Saravia, a Mark Twain y a Olga Nolla. La disparidad de estos nombres acusa, desde el inicio del poemario, la sopa de caracol bien condimentada que es la poesía de Edgardo Nieves Mieles. Quiero decir que la hibridez de sus versos que como un buen “sanchoco” criollo se cocina a fuego lento a lo largo de todo el libro. En todas estas citas está presente esa inversión de los conceptos que maneja tan bien Edgardo a lo largo de su escritura, como una denuncia contestataria no sólo a la fe y a la academia (o cacademia) sino también a la familia y a todas aquellas instituciones sociales que nos quieren dictar cómo vivir.
En “De cómo el Poeta se tropieza con la sabiduría a las 7:50 a. m., un jueves 6 de agosto de 2001” el hablante lírico se encuentra con un conserje ácrata del que escucha una frase célebre y la cita en el poema: “¡No es fácil broder!” (refiriéndose a lo dura que está la calle y, por ende, a la situación económica en “la isla del espanto” al despuntar el nuevo siglo). La sabiduría popular inunda, pues, este discurso y lo ubica una vez más en ese tono del individuo posmoderno y descentrado que sabe lo que está diciendo sin importarle lo que digan los demás. Hay que hacer hincapié en un elemento muy distintivo de este poemario que lo distancia de la imagen con la cual se suele al vuelo etiquetar la obra de Nieves Mieles: el asunto de que en este puñado de páginas no se privilegia la voraz frondosidad de las imágenes, tan inherente a su poesía, que discurre y canta el glorioso festín de los sentidos y la mecánica de los cuerpos en armoniosa contienda; aquí, en cambio, brillan primordialmente lo desnudo sin artificio y la susurrante locuacidad de las entrelíneas. Y ésta es la poética de la disidencia y la armonía a una que A quemarropa predica de manera magistral.
Daniel Torres
escritor puertorriqueño
Profesor de Estudios Latinoamericanos
Profesor de Estudios Latinoamericanos
Ohio University.
1 comentario:
sagaz, completo, supremo...así es Daniel, desde luego, una palabra que deleita...
marioantonio rosa.
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