domingo, octubre 07, 2007

Alberto Martinez Marquez Frutos Subterráneos (Isla Negra editores) entrevista de Mario Alegre

Cazador de signos

Alberto Martínez Márquez cifra en la palabra el centro de gravedad de su pasión literaria. Y su poemario “Frutos subterráneos” es el testimonio editorial más reciente de ese romance perpetuo.

Alberto Martínez Márquez

Por Mario Alegre Barrios / malegre@elnuevodia.com

A una ilogicidad de pareceres le atribuyo esta fuga /de signos.

Alberto Martínez Márquez

“Lo que hay en el poema es lo opuesto de la razón... el acto de crear es casi inexplicable”

Como un inmenso agujero negro. Sí, de esos que -aseguran los físicos- abundan en el universo, gigantes que no se ven, pero cuya fuerza de gravedad es tan enorme que ni siquiera la luz escapa a ellos.

Acostumbrado a las metáforas -su vida está hecha de ellas- Alberto Martínez Márquez concibe de esa manera la poesía, tanto en su proceso -una caída salvaje hacia y por la palabra- como en el fruto de la hechura: el poema. “La poesía está para mí por encima de cualquier otro género”, asegura el escritor que acaba de publicar Frutos subterráneos -compendio de cuatro cuadernos- con la editorial Isla Negra. “Soy, ante todo, poeta… más que narrador, ensayista o dramaturgo”.

Habla como escribe, casi siempre a torrentes, haciendo malabares con la palabra, como quien busca incansable nuevas aristas al verbo, como quien no se siente cómodo con los clichés, en fin, como quien sabe que las palabras son cómplices entre ellas para desafiar a quienes viven y mueren en el intento siempre inacabado de domarlas.

Para empezar, reniega de escribir todos los días por obligación. Simplemente no lo hace. Escribe sólo cuando quiere, cuando le nace, cuando tiene algo que decir. “Hay gente que me dice: ‘yo escribo todos los días’. ‘¡Que aburrido!’, les digo yo. Sólo lo hago cuando quiero, cuando lo necesito”, asevera el profesor y director del Departamento de Humanidades del Recinto de Aguadilla de la Universidad de Puerto Rico. “Creo que lo que sí debe hacerse todos los días es leer y estar en contacto con alguna forma de creatividad. También estoy totalmente en contra de la teoría de la inspiración. En mi caso, no hay nada externo que me mueva a escribir… se trata de un impulso muy mío, de mis neuronas. Eso de la inspiración es de los griegos… ya somos gente moderna y sabemos que escribir es un trabajo muy de adentro hacia afuera, muy del cerebro”.

Los orígenes

Entre genes y ambiente, Alberto apuesta a ambos como ingredientes de su vocación literaria, como hijo de un ministro luterano que lo expuso desde la cuna a una generoso catálogo de textos bíblicos y dramas eclesiásticos como escenarios de lecturas que comenzaron a depurar su sentido estético por la literatura en el marco de una niñez gitana con estaciones en Hato Rey, varias ciudades de Estados Unidos –por obra y gracia de la palabra, en este caso la bíblica-, Caguas y Bayamón.

Aunque siempre fue un lector voraz, Alberto descubrió el deseo de escribir en el cuarto año de escuela superior -“un poco tarde”, dice-, pero con el antecedente de numerosas lecturas de algunos consagrados de la talla de Matos Paoli, Palés Matos, Kafka, Vargas Llosa y Borges. “Pero fue Juan Antonio Ramos el que me cambio vivencialmente los esquemas porque fue él el primer escritor vivo que conocí, cuando fue a dar una conferencia a la escuela donde estudiaba”, recuerda con una sonrisa. “Cuando lo vi y lo escuché comprendí en toda su dimensión que los escritores eran seres humanos. De inmediato me leí Papo Impala está quitao y ese texto me encantó. Creo que fue entonces cuando me dio el impulso de escribir y empecé con poemas… poemas a Dios, a la patria y al amor, como casi siempre sucede”.

Poco después, ya como estudiante en la UPR en Río Piedras, su camino se cruzó con el de José Luis Vega, quien habría de leer sus primeros poemas y darle también los primeros consejos. Para esa época Alberto estaba muy orgulloso de un poema largísimo -“como salmo”- que le ganó algunos piropos del ya poeta y actual director ejecutivo del Instituto de Cultura Puertorriqueña, pero con la sugerencia de que debía trabajar, pulir y sintetizar mejor ese intento. Un año después -en 1985- se volvieron a encontrar y un nuevo poema le dio el discípulo al maestro: Los campos de concentración están vacíos/ sólo una canción de viento endulza los cadáveres. “José Luis se maravilló y me felicitó”, recuerda Alberto. “Le dije: ‘ése es el mismo poema que leyó el año pasado… lo pulí, lo limpié y eso fue lo que quedó’. Ambos supimos que yo había aprendido la lección”.

Pese a la estrecha relación que mantuvo con Dios a través del oficio ministerial de su padre, Alberto asegura que poco queda de eso, sin dejar de reconocer que en los poemas de sus primeros años Dios fue el tema central. “Ahora sigo siendo creyente, pero a mi manera”, apunta. “Soy un creyente ‘hip-hop’, no de línea dura. La religiosidad ya no se asoma en mis textos, si acaso sólo cuando escribo contra la imagen de Dios tan común, tan malsana, tan terrible, que tanto mal le ha hecho a la humanidad”.

El libro

Profesor en la UPR desde 1995 -dos años en Mayagüez y el resto en Aguadilla- Alberto explica que Frutos subterráneos -cuyo antecedente editorial se titula La forma del vértigo- es la suma de cuatro cuadernos poéticos escritos en Estados Unidos entre 1992 y 1995. “Nunca he querido publicar lo más reciente sin haberlo hecho con lo anterior”, explica. “Así pasó con La forma del vértigo, que salio en el 2001. Frutos subterráneos recoge el hilo de lo que es mi poética en ese periodo y cada cuaderno tiene su propia identidad a través de diversos rasgos, como lo puede ser la forma, la estructura o el uso de la imagen, pero todos los poemas están hilvanados por constantes en mi obra, como la preocupación existencial y la continuidad del tiempo, entre otras cosas”.

Aunque admite que en absoluto rigor estos poemas no reflejan al poeta que es ahora, Alberto asegura que quienes conocen su obra percibirán en los textos de Frutos subterráneos su impronta, unas veces de manera bastante prosaica y en otras con una textura bastante lírica. “Entre esos márgenes, estoy yo, siempre luchando con algo o por algo, siempre en pugna, siempre experimentando e intentando llegar más allá de los límites”, reflexiona.

Si bien varios de los poemas de estos “frutos” son inéditos en forma de libro, ya fueron leídos antes a través de internet, circunstancia que a juicio de su autor no atenta un ápice contra su frescura y novedad debido a que “en la computadora la lectura nunca es la misma que en el libro”. “La gente que había leído algunos de los poemas en internet no se acordaban de eso cuando lo hicieron en el libro”, acota. “Leer en una pantalla nunca va a sustituir el placer que da el libro. Apuesto a la permanencia del libro. Aunque mantengo páginas y revistas electrónicas y paso mucho tiempo frente a la computadora, soy fiel al libro y sé que va a sobrevivir contra todo”.

Señalado por sus detractores por escribir de una manera bastante críptica en ocasiones o -en el mejor de los casos- por hacerlo de un modo inteligible para un número reducido de personas, Alberto asegura no hay escritor que no piense en una historiedad, aunque sea la de él, o sea, que alguien -al menos el escritor mismo- en algún momento “te va a leer”. “Así yo escribo y espero que me lea gente que lea poesía y que sea sensible”, apunta. “Escribo sin comprometerme en complacer a tal o cual persona. Sólo escribo y quien quiera leerme, pues chévere. Hay personas que quizá no entienden totalmente lo que escribo, pero les fascina la manera como manejo el lenguaje o las cosas que digo. Es interesante ver que a veces te lee el lector que no esperas. Sé que tengo textos que no son fáciles y sé también que éste es el riesgo que se corre cuando experimentas y buscas. Tengo un cuidado muy grande en no repetirme... eso me aterra”.

Razón o emoción

Alberto explica que en el proceso creativo hay un trabajo que se hace de manera consciente y muy racional, pero que lo que hay dentro del poema no sigue una lógica de las mismas características. “Lo que hay en el poema es lo opuesto de la razón”, pontifica. “El acto de crear es casi inexplicable. Escribir poemas es de alguna manera hacer una traducción. Un poema es una mimesis muy extraña e imprevisible. Traduces tu realidad, pero no sabes cómo va a salir y en el camino hay angustia, alegría, dolor, éxtasis… es una catarsis, una purgación. No puedo decir que sea así para todos, pero sí para mí. De la misma manera, hay personas que escriben poesía que dicen que hacerlo ‘las salvó’. No puedo criticar ni burlarme de esa posición, pero lo cierto es que yo no puedo decir lo mismo de mi caso”.

En la misma línea de pensamiento, Alberto comenta que toda poesía es una “fuga de signos” y que ésta es una metáfora muy fiel de lo que es Frutos subterráneos, ya que el acto de escribir un poema va encaminado a presentar un multiuniverso en el que “las palabras -los signos-, se van en fuga y las imágenes se suceden de manera vertiginosa”. “Es entonces cuando las mismas palabras con las que quiero atraparlas se disparan y se vuelven violentas o descabelladas”, ilustra. “Esto lo percibe el lector y él a su vez experimenta su propia fuga de signos”.

Coda

Poco antes de que salga el sol, tan pronto se despierta, Alberto interrumpe el ayuno de su gato y sale a correr. Cuida el paso, lo aprieta o lo afloja según se acerca a la cima de la cuesta desde la que se domina la Playa de Jovos. Ahí está su ilusión de cada mañana: ver el amanecer, justamente ahí, con el mar de fondo. La emoción es la misma, siempre diferente, siempre nueva. “En esos momentos, sólo tengo una certeza: que las palabras siempre están conmigo… en los libros. En los que yo escribo y en los de otros”, apostilla.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, Ana María. Tienes un blog muy interesante. He llegado hasta él siguiendo el eco de un gemido tuyo en mi orgía hace meses.
Te seguiré leyendo.

Besos orgiásticos.

Abdiel Echevarría Cabán dijo...

¡Enhorabuena Alberto! Felicitaciones.

Hasta pronto y saludos Ana.

Anónimo dijo...

Alberto es un poeta entre poetas.
Su poesía es provocadora y reta al lector. En ella la emoción va de la mano con el asombro y la sorpresa, la seducción poética puede darse al través de un paraíso restaurado a modo del "testigo de Jehova", o en un jaque mate mordaz a la vuelta de un verso.
Ojalá su obra sea revisada y se le dé el sitial que le corresponde en la poesía de Puerto Rico. Aunque no le conozco personalmente, su poesía me hermana a él.

Un "enhorabauena" sincero al poeta y a su libro.